—En ese caso —dijo—, creo que estamos de acuerdo. Morpet raptará a Raquel del palacio esta noche y la traerá a Worraft. Ahora os pido que volváis rápido y sin hacer ruido a vuestras casas. Si estáis fuera mucho tiempo, se notará.
Morpet utilizó de nuevo su magia para abrir la puerta de la cueva y los sarrenos salieron con rapidez, murmurando entre ellos.
Una vez a solas, Trimak se percató de que Morpet estaba sumergido en sus pensamientos.
—¿Qué ocurre, amigo? —preguntó—. Tienes un reto por delante. ¿Te preocupa que Dragwena pueda estar esperándote?
Morpet sacudió la cabeza.
—No estoy preocupado por mí —dijo—. Algo que has mencionado antes me ha inquietado. Me pregunto si Dragwena sospecha que soy un rebelde. Es cierto que se ha aburrido de mí. Es evidente que quiere un nuevo esclavo, más joven, para reemplazar a su viejo asistente —se frotó la barba—. Quizá, después de todo, esta Raquel no sea la niña que parece ser, sino sencillamente una de las espías de la bruja. Dragwena puede crear una criatura que parezca cualquier cosa y que se comporte como ella desea. Quizá transformó a un neutrano en niña y le dio algunos poderes extra para ponerme a prueba.
—¿No viste a Raquel llegar de la Tierra?
—Lo que vi no significa nada. Dragwena pudo haberme tendido una trampa. Mi corazón me indica que confíe en Raquel, pero Dragwena pudo haberme engañado fácilmente.
Trimak inclinó la cabeza pensativo.
—Hay algo más —dijo Morpet—. Raquel tiene un hermano que ha venido con ella a través de la puerta. Debo intentar rescatar a Eric también. Dragwena lo matará si Raquel escapa.
—Demasiado peligroso —replicó Trimak—. Solo debes preocuparte por ti y por Raquel.
Morpet sacudió la cabeza.
—Ya le estamos pidiendo mucho a Raquel. ¿Crees que nos perdonará si no intentamos salvar a su hermano?
Trimak caminó por la cueva con expresión angustiada.
—Tu seguridad y la de Raquel son demasiado importantes para que las arriesguemos. Odio ser tan despiadado, Morpet, pero olvídate del niño. Hemos esperado este momento cientos de años. Mentiremos a Raquel sobre Eric si hace falta.
—Eso no funcionaría —dijo Morpet—. Ya he experimentado lo rápido que se desarrolla la magia de Raquel. Si le mentimos, y lo descubre, nunca volverá a confiar en nosotros. Nunca.
De mala gana, Trimak dijo:
—Bueno… muy bien. ¿Pero no podría alguien más planear el rescate de Eric con seguridad?
—No. Solo yo conozco la manera de sacarlos a salvo del palacio.
—¿Cómo los traerás aquí?
Morpet esbozó con tristeza una sonrisa a medias.
—Un niño y una niña sobre cada uno de mis hermosos hombros, supongo. Arrastrándome hasta aquí sobre mis cansadas y viejas piernas. No me arriesgo a usar mi magia tan cerca de Dragwena. Ella conoce demasiado bien mi patrón —fijó su mirada, solemne, en Trimak—. Hora de partir, creo. Si Dragwena está preparando una bienvenida en el palacio, ¡sería descortés por mi parte que la hiciera esperar!
Abrazó a Trimak y salió de la cueva a grandes zancadas.
Trimak permaneció solo en el profundo silencio de Worraft. Pensó en la tarea que Morpet tenía por delante y tembló de miedo.
«¿He enviado a mi mejor amigo a la muerte?», se preguntó. «¿Puede Raquel ser una espía, o está ya bajo la influencia de Dragwena?».
Se arrodilló en el suelo frío y, mientras esperaba, sintió la presión de su pequeño cuchillo contra la cadera. Lo desenfundó y sostuvo la hoja hacia la luz, obligándose a mirar el extremo afilado, mientras consideraba lo que debía hacerse.
Mientras el Consejo de los Sarrenos debatía, Raquel seguía durmiendo. Su cuerpo yacía en el ala este del palacio, donde Morpet la había dejado, y al principio respiraba con lentitud y tranquilidad. Luego su pulso comenzó a acelerarse conforme el sueño mágico de la bruja se apoderó de ella poco a poco. El sueño no le daba tregua: solo si sentía los mismos deseos y odios de Dragwena sería transformada en una bruja.
Durante el sueño mágico, Raquel experimentó la vida pasada de Dragwena.
Vio cosas que hubiera preferido no ver nunca. Vio lagos y arroyos convertirse en hielo cuando la bruja los tocó. Vio una serpiente deslizarse desde el cuello de Dragwena en un ataque silencioso. Vio a un niño no mayor que Eric ser cazado por una manada de lobos. Fue testigo de todos los niños muertos en Itrea a lo largo de los siglos, asesinados por la bruja. Dragwena la obligó a mirar sus rostros y a conocer sus nombres. Por un momento, Raquel vio incluso a Morpet como niño recién llegado a Itrea: un chico con el cabello rubio y grandes ojos azules.
—¿Listo? —preguntó la bruja. Abrió la mano y un pajarito de brillantes colores, no más grande que una moneda, salió volando.
—¡Lo hice! —jadeó el pequeño.
Dragwena estaba allí de pie, mirándolo afectuosamente.
—Eres mi niño favorito, Morpet —dijo.
Este recuerdo, como todos los demás, duró solo un instante. Nada podía hacer Raquel para detenerlos o eliminarlos. Le llegaban conforme Dragwena los seleccionaba de su pasado, y la obligaba a verlos, cada vez más rápido, hasta que cada imagen se convirtió en un borrón doloroso.
Finalmente, terminaron los recuerdos y Raquel, todavía sumergida en el sueño mágico, se encontraba de pie al lado de Dragwena en la torre-ojo. La piel de la bruja rezumaba el rojo brillo de su sangre, y Raquel observó las arañas que se arrastraban entre sus dientes.
—¿Te he asustado? —preguntó Dragwena con suavidad.
—Sí —dijo Raquel—. Eso quieres: asustarme. ¿Por qué me has mostrado todo eso? Lo que has hecho… me hace odiarte aún más que antes. Lucharé contra ti cuanto pueda.
—Todavía no comprendes —murmuró Dragwena—. No deseo pelear. Ya sé que si amenazo a Eric harás cualquier cosa que te pida.
—Sí —dijo Raquel—. He visto lo que haces con los niños.
—Los niños no significan nada. Cuando se tiene tanto poder como yo, sus vidas carecen de sentido. Pronto también tú tendrás ese poder y sentirás del mismo modo.
—Nunca me sentiré así. ¡No quiero tu poder, bruja!
—Quiero mostrarte otra cosa —dijo Dragwena—. Contiene mi recuerdo más terrible, es algo que me avergüenza. ¿Quieres verlo? Si puedes resistir mi peor recuerdo, sabré que nunca podré utilizarte. Entonces serás libre.
—No. Me matarás y también a Eric. Sé que lo harás.
—Este recuerdo contiene un secreto que no he mostrado a nadie más —dijo Dragwena—. También te mostrará mi mayor debilidad. Eso podría serte útil si tienes que luchar contra mí. Quizá puedas salvarte y salvar a Eric después de todo. Seguro que quieres tener esa oportunidad, ¿no es cierto?
—¡Muéstramelo entonces! —gritó Raquel.
En ese mismo instante, Raquel se encontró a sí misma en el pasado. Se quedó sin aliento al darse cuenta de que ya no estaba en Itrea. Estaba en la entrada de una enorme cueva. La cueva estaba rodeada por miles de niños de aspecto salvaje, y todos iban armados de espadas y cuchillos. Sus rostros feroces estaban cubiertos de sudor.
—¿Dónde estoy? —preguntó Raquel—. ¿Quiénes… son estos niños? ¿Qué les has hecho?
—Estamos de vuelta en tu mundo, en la Tierra, en una era olvidada, miles de años antes de que nacieras —respondió la distante voz de Dragwena—. Mira cómo me amaban los niños entonces.
¡La Tierra!
Raquel miró al ejército de los niños, mientras entonaban el nombre de la bruja: «¡Dragwena! ¡Dragwena!
¡Dragwena
!». Gritaban en un enorme coro adorándola. Mientras los niños la llamaban, Raquel vio aparecer a Dragwena en una nube. Se lanzó como si fuera una golondrina sobre las espadas en alto del ejército y acarició con ternura sus afiladas puntas.
—¿Para qué es este ejército? —preguntó Raquel tratando de conservar la calma.
—Libré una batalla en tu planeta contra tres magos —dijo Dragwena—. Hemos tenido esta guerra desde siempre, magos contra brujas, por varios mundos y a lo largo de todos los tiempos. Yo no tenía interés en los niños, pero sabía que los magos vendrían a proteger a las más frágiles criaturas de tu mundo. Siempre lo hacen. Pero tuve muchos años para preparar a todos los niños antes de que ellos llegaran y, entonces, cuando al fin llegaron los magos, me hice rodear todo el tiempo por mi leal ejército de niños. Los magos no se atrevieron a atacarme directamente: temían lastimar a los niños. Esa era su debilidad y yo la aproveché. Envié a los niños a matar a los magos. Ellos se escondieron bajo tierra. Mis niños los siguieron. Formé un ejército de un millón, les enseñé mis trucos y los envié a las profundidades del mundo, armados con escudos y espadas mágicos, a buscar a los magos y matarlos.
Raquel vio un brillo en los ojos de todos los niños que empuñaban sus espadas en señal de ataque.
—Me adoraban —dijo Dragwena—. Cada uno de ellos hubiera matado con sus propias manos si se lo hubiera ordenado. Sus mentes estaban llenas de odio. Odiaban a los magos tanto como yo. Mataban como yo: sin vacilaciones, sin culpa.
Raquel tembló, pero también se sintió desafiante.
—¿Crees que por mostrarme esto haré lo que pidas? —se burló—. Estos niños están desquiciados. ¡Todo lo que tiene que ver contigo me repugna!
—Mira la batalla final con los magos a través de mis ojos —dijo Dragwena—. Los atrapé en el interior de la cueva más profunda del mundo y ahora voy a destruirlos.
Raquel se sintió dentro del cuerpo de Dragwena. Se remontó hacia dentro de la boca de la cueva. Allí, los tres magos estaban sentados en cuclillas vestidos con andrajos. Un mago se levantó tembloroso cuando entró la bruja.
—Arrodíllate, Larpskendya, líder de los tres —gruñó Dragwena—. Arrodíllate y suplica. O haré que el dolor de tu muerte dure más que toda esta guerra.
Larpskendya la miró con serenidad.
—No puedes dañarnos —dijo—. Depon tus armas. Ya has perdido.
—¿Perdido? —respondió Dragwena con desdén—. ¡Qué patético eres! Hasta aquí llegó tu magia: ¡para esconderte detrás de esos harapos! ¿Serás tú quien me detenga, Larpskendya? ¿Tomarás mi espada y me vencerás?
—Yo no, tonta —dijo.
Larpskendya se volvió hacia sus compañeros magos y todos se rieron de Dragwena.
En ese instante, ella profirió un encantamiento maligno sobre su espada y lo lanzó hacia el corazón de Larpskendya. Al atravesar su carne, un luminoso relámpago azul surgió de la herida. La luz se difundió desde la cueva y llegó al corazón de todos los niños que esperaban afuera. Cada uno de ellos sintió cómo entraba la espada de Dragwena en su propio pecho y aullaron en agonía.
Aterrada, Dragwena miró fijamente a los magos.
Lentamente, Larpskendya extrajo la espada de su pecho. La herida desapareció. Sus ojos se encontraron con los incrédulos de la bruja y brillaron con una luz de muchos colores. Luego tocó sus harapos.
Dragwena se vio obligada a arrodillarse, casi incapaz de levantar el rostro.
—No comprendes, ¿verdad? —dijo Larpskendya—. Incluso
en este momento
sigues sin comprender —sacudió la cabeza con tristeza—. Tu deseo de matarnos es tan fuerte que has olvidado las leyes de la magia.
Dragwena lo miró con insistencia. Sus palabras nada significaban para ella.
—Para cada encantamiento maligno hay un encantamiento benigno que lo neutraliza —explicó—. ¿Cómo pudiste olvidar esta sencilla ley? Te hemos atrapado, Dragwena. Al lanzarme tu espada hicimos que todos y cada uno de los niños de tu ejército sintiera el dolor y comprendiera el mal que los esclaviza. En este momento se acercan. Vienen en busca de tu sangre, no de la nuestra. Como acabas de decir, odian con tu odio. No tendrán piedad contigo.
Dragwena escuchó y alcanzó a oír el sonido de miles de pies infantiles que corrían por las cuevas. Al acercarse rozaban sus cuchillos contra las paredes de piedra, afilándolos. El sonido era insoportable.
Trató de construir una barrera protectora en la entrada de la cueva, pero el encantamiento resultó inútil y se consumió en su cabeza. Se dio cuenta de que sus poderes habían desaparecido. Los niños seguían avanzando a toda prisa, sus gritos eran ensordecedores.
—Has perdido tu magia —dijo Larpskendya—. Nunca más podrás gobernar sobre la humanidad —la miró con frialdad—. ¿Qué se siente al ser tan indefensa como aquellos a los que has esclavizado?
Dragwena no dijo una sola palabra.
—Hay muchas formas de morir que pudimos haber elegido para ti —dijo Larpskendya—. Quizá deberíamos matarte, puesto que sé que nunca cambiará tu forma de ser, Dragwena. Pero toda vida, incluso tu vida, tiene algún significado. En consecuencia, te ofrecemos otra posibilidad. He creado un joven planeta para ti: Itrea. Allí quedarás exiliada para el resto de tus días. Recuperarás muchos de tus poderes, aquellos que te ayudarán a dar forma a tu nuevo hogar de acuerdo a tus necesidades. Pero no hay criaturas como estos niños que puedas doblegar a tu voluntad, sino solo plantas y unos cuantos animales.
Dragwena pensó en el mundo Ool, el distante planeta de las brujas del que provenía. Con seguridad, la Hermandad la encontraría, donde quiera que fuera enviada. Siempre la buscarían y, de ser asesinada, vengarían su muerte.
—Las brujas de Ool nunca te encontrarán —dijo Larpskendya—. El mundo de Itrea ha sido oscurecido para su mirada maliciosa. Estarás sola. Para siempre. Dragwena escupió a sus pies.
—Deberías matarme ahora, mago. Encontraré la manera de volver a este mundo.