El león, la bruja y el ropero

Durante la Segunda Guerra Mundial, cuatro niños son enviados fuera de Londres, a la inmensa casa de un viejo profesor. En ese lugar, en una habitación, hay un antiguo armario. En su interior cuelgan numerosos abrigos… al fondo está Narnia. En este mundo se internan los cuatro niños y viven sorprendentes aventuras.

Narnia…un mundo congelado… un país que aguarda su liberación.

Cuatro niños que viven en una casa solitaria descubren un armario que les sirve de puerta de acceso a Narnia, un país congelado en un invierno eterno y sin Navidad. Cumpliendo con las viejas profecías, los niños —junto con el león Aslan— serán los encargados de liberar al país de la tiranía de la Bruja Blanca y recuperar el verano, la luz y la alegría para todos los habitantes de Narnia.

C.S. Lewis

El león, la bruja y el ropero

ePUB v2.0

Johan
 
14.04.11

C. S. LEWIS

Clive Staples Lewis es considerado como una de las figuras más interesantes del pensamiento inglés de nuestro siglo. Nació en 1898 y falleció en 1963. Estudió literatura y destacó como crítico y novelista y también por sus escritos morales. Entre 1925 y 1954 se desempeñó como «fellow y tutor» en Magdalen College, Oxford, y en 1954 fue nombrado profesor en la Universidad de Cambridge, en la cual, hasta su muerte, enseñó literatura inglesa medieval y del Renacimiento.

Su cultura literaria, filosófica y teológica fue impresionante, al igual que lo fueron su imaginación y talento de escritor. A estas condiciones une una profunda religiosidad cristiana actual y, como sostienen algunos comentaristas, «de vuelta» de todas las tentaciones contemporáneas.

Entre sus textos de crítica están
The Allegory of Love
y
Literatura Inglesa del Siglo
XVI
.

Sus obras más conocidas son sus escritos religiosos y morales, como su estudio sobre el problema del dolor (
The Problem of Pain
);
Cartas del Diablo a su Sobrino
(
The Screwtape Letters
) y otras.

Algunos de sus libros abordan temas de ciencia ficción:
Out of the Silent Planet
es la primera de tres novelas que además destacan por su fuerte sentido cristiano.

Con
El León, la Bruja y el Ropero
Lewis inició una serie de siete libros para niños que reunió bajo el título
Las Crónicas de Narnia
. Es una obra en la que resaltan el brillo y talento del autor, junto a una imaginación desbordante y a un lenguaje de riqueza extraordinaria.

A Lucía Barfield

Querida Lucía,

Escribí esta historia para ti, sin darme cuenta que las niñas crecen más rápido que los libros. El resultado es que ya estás demasiado grande para cuentos de hadas, y cuando éste se imprima serás mayor aún. Sin embargo, algún día llegarás a la edad en que nuevamente gozarás de los cuentos de hadas. Entonces podrás sacarlo de la repisa más alta, desempolvarlo y darme tu opinión sobre él. Probablemente, yo estaré demasiado sordo para escucharte y demasiado viejo para comprender lo que dices. Pero aún seré tu Padrino que te quiere mucho.

C. S. Lewis

Lucía Investiga en el Ropero

Había una vez cuatro niños cuyos nombres eran Pedro, Susana, Edmundo y Lucía. Esta historia relata lo que les sucedió cuando, durante la guerra y a causa de los bombardeos, fueron enviados lejos de Londres a la casa de un viejo profesor. Éste vivía en medio del campo, a diez millas de la estación más cercana y a dos millas del correo más próximo. El profesor no era casado, así es que un ama de llaves, la señora Macready, y tres sirvientas atendían su casa. (Las sirvientas se llamaban Ivy, Margarita y Betty, pero ellas no intervienen mucho en esta historia.)

El anciano profesor tenía un aspecto curioso, pues su cabello blanco no sólo le cubría la cabeza sino también casi toda la cara. Los niños simpatizaron con él al instante, a pesar que Lucía, la menor, sintió miedo al verlo por primera vez, y Edmundo, algo mayor que ella, escondió su risa tras un pañuelo y simuló sonarse sin interrupción.

Después de ese primer día y en cuanto dieron las buenas noches al profesor, los niños subieron a sus habitaciones en el segundo piso y se reunieron en el dormitorio de las niñas para comentar todo lo ocurrido.

—Hemos tenido una suerte fantástica —dijo Pedro—. Lo pasaremos muy bien aquí. El viejo profesor es una buena persona y nos permitirá hacer todo lo que queramos.

—Es un anciano encantador —dijo Susana.

—¡Cállate! —exclamó Edmundo. Estaba cansado, aunque pretendía no estarlo, y esto lo ponía siempre de un humor insoportable—. ¡No sigas hablando de esa manera!

—¿De qué manera? —preguntó Susana—. Además ya es hora que estés en la cama.

—Tratas de hablar como mamá —dijo Edmundo—. ¿Quién eres para venir a decirme cuándo tengo que ir a la cama? ¡Eres tú quien debe irse a acostar!

—Mejor será que todos vayamos a dormir —interrumpió Lucía—. Si nos encuentran conversando aquí, habrá un tremendo lío.

—No lo habrá —repuso Pedro, con tono seguro—. Este es el tipo de casa en que a nadie le preocupará lo que nosotros hagamos. En todo caso, ninguna persona nos va a oír. Estamos como a diez minutos del comedor y hay numerosos pasillos, escaleras y rincones entremedio.

—¿Qué es ese ruido? —dijo Lucía de repente.

Esta era la casa más grande que ella había conocido en su vida. Pensó en todos esos pasillos, escaleras y rincones, y sintió que algo parecido a un escalofrío la recorría de pies a cabeza.

—No es más que un pájaro, tonta —dijo Edmundo.

—Es una lechuza —agregó Pedro—. Este debe ser un lugar maravilloso para los pájaros... Bien, creo que ahora es mejor que todos vayamos a la cama, pero mañana exploraremos. En un sitio como éste se puede encontrar cualquier cosa. ¿Vieron las montañas cuando veníamos? ¿Y los bosques? Puede ser que haya águilas, venados... Seguramente habrá halcones...

—Y tejones —dijo Lucía.

—Y serpientes —dijo Edmundo.

—Y zorros —agregó Susana.

Pero a la mañana siguiente caía una cortina de lluvia tan espesa que, al mirar por la ventana, no se veían las montañas ni los bosques; ni siquiera la acequia del jardín.

—¡Tenía que llover! —exclamó Edmundo.

Los niños habían tomado desayuno con el profesor, y en ese momento se encontraban en una sala del segundo piso que el anciano había destinado para ellos. Era una larga habitación de techo bajo, con dos ventanas hacia un lado y dos hacia el otro.

—Deja de quejarte, Ed —dijo Susana—. Te apuesto diez a uno a que aclara en menos de una hora. Por lo demás, estamos bastante cómodos y tenemos un montón de libros.

—Por mi parte, yo me voy a explorar la casa —dijo Pedro.

La idea les pareció excelente y así fue como comenzaron las aventuras. La casa era uno de aquellos edificios llenos de lugares inesperados, que nunca se conocen por completo. Las primeras habitaciones que recorrieron estaban totalmente vacías, tal como los niños esperaban. Pero pronto llegaron a una sala muy larga con las paredes repletas de cuadros, en la que encontraron una armadura. Después pasaron a otra completamente cubierta por un tapiz verde y en la que había un arpa arrinconada. Tres peldaños más abajo y cinco hacia arriba los llevaron hasta un pequeño zaguán. Desde ahí entraron en una serie de habitaciones que desembocaban unas en otras. Todas tenían estanterías repletas de libros, la mayoría muy antiguos y algunos tan grandes como la Biblia de una iglesia. Más adelante entraron en un cuarto casi vacío. Sólo había un gran ropero con espejos en las puertas. Allí no encontraron nada más, excepto una botella azul en la repisa de la ventana.

—¡Nada por aquí! —exclamó Pedro, y todos los niños se precipitaron hacia la puerta para continuar la excursión. Todos menos Lucía, que se quedó atrás. ¿Qué habría dentro del armario? Valía la pena averiguarlo, aunque, seguramente, estaría cerrado con llave. Para su sorpresa, la puerta se abrió sin dificultad. Dos bolitas de naftalina rodaron por el suelo.

La niña miró hacia el interior. Había numerosos abrigos colgados, la mayoría de piel. Nada le gustaba tanto a Lucía como el tacto y el olor de las pieles. Se introdujo en el enorme ropero y caminó entre los abrigos, mientras frotaba su rostro contra ellos. Había dejado la puerta abierta, por supuesto, pues comprendía que sería una verdadera locura encerrarse en el armario. Avanzó algo más y descubrió una segunda hilera de abrigos. Estaba bastante oscuro ahí adentro, así es que mantuvo los brazos estirados para no chocar con el fondo del ropero. Dio un paso más, luego otros dos, tres... Esperaba siempre tocar la madera del ropero con la punta de los dedos, pero no llegaba nunca hasta el fondo.

—¡Este debe ser un guardarropa gigantesco! —murmuró Lucía, mientras caminaba más y más adentro y empujaba los pliegues de los abrigos para abrirse paso. De pronto sintió que algo crujía bajo sus pies.

«¿Habrá más naftalina?», se preguntó.

Se inclinó para tocar el suelo. Pero en lugar de sentir el contacto firme y liso de la madera, tocó algo suave, pulverizado y extremadamente frío. «Esto sí que es raro», pensó y dio otros dos pasos hacia adelante.

Un instante después advirtió que lo que rozaba su cara ya no era suave como la piel sino duro, áspero e, incluso, clavaba.

—¿Cómo? ¡Parecen ramas de árboles! —exclamó.

Entonces vio una luz frente a ella; no estaba cerca del lugar donde tendría que haber estado el fondo del ropero, sino muchísimo más lejos. Algo frío y suave caía sobre la niña. Un momento después se dio cuenta que se encontraba en medio de un bosque; además era de noche, había nieve bajo sus pies y gruesos copos caían a través del aire.

Lucía se asustó un poco, pero a la vez se sintió llena de curiosidad y de excitación. Miró hacia atrás y entre la oscuridad de los troncos de los árboles pudo distinguir la puerta abierta del ropero e incluso la habitación vacía desde donde había salido. (Por supuesto, ella había dejado la puerta abierta, pues pensaba que era la más grande de las tonterías encerrarse uno mismo en un guardarropa.) Parecía que allá era de día. «Puedo volver cuando quiera, si algo sale mal», pensó, tratando de tranquilizarse. Comenzó a caminar
—cranch-cranch—
sobre la nieve y a través del bosque, hacia la otra luz, delante de ella.

Cerca de diez minutos más tarde, Lucía llegó hasta un farol. Se preguntaba qué significado podría tener éste en medio de un bosque, cuando escuchó unos pasos que se acercaban. Segundos después una persona muy extraña salió de entre los árboles y se aproximó a la luz.

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