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Authors: James Luceno

El laberinto del mal (3 page)

Dado que su escudo era lo bastante potente como para resistir los sables láser, el fuego de los rifles y hasta los impactos directos de la artillería ligera, la única estrategia factible contra un droideka era, sencillamente, huir y escapar.

Sobre todo porque rendirse nunca era una opción.

Pero Anakin tenía otra idea.

—Pide fuego de apoyo a la artillería —ordenó a Cody, gritando para hacerse oír por encima del fuego de los PAU y los DC-15—. Que disparen ya.

Cody estaba más que dispuesto a cumplir la orden. Al fin y al cabo, procedía directamente de
El
Héroe
Sin
Miedo
, como algunas veces se llamaba a Anakin.
El
Guerrero del
Infinito
. Sin embargo, no podía saltarse la cadena de mando, así que miró a Obi-Wan, pidiendo confirmación.

Obi-Wan asintió con la cabeza.

—Haz lo que dice.

El comando llamó a un especialista en comunicaciones que chapoteó por el agua poco profunda hasta reunirse con Cody. Cuando éste le dio las coordenadas necesarias, Cody abrió la frecuencia de la base y habló rápidamente.

—Base, aquí el Séptimo Escuadrón. Estamos bajo fuego enemigo continuado de PAU en el sector Jenth-Bacta-Ion, y un grupo de droides destructores desplegados desde la fortaleza pretenden enterrarnos. Solicitamos apoyo inmediato de la artillería en las coordenadas que acompañan esta transmisión. Recomendamos una descarga táctica electromagnética, seguida por una batería de APM-T (Artillería Pesada Móvil-Turboláser).

—Las armas de pulso no discriminan, comandante —señaló Obi-Wan.

—Es la única manera, señor —respondió Cody, encogiéndose de hombros.

—Dígales que tenemos un soldado herido para el UQMR —añadió Anakin. Era el término abreviado de Unidad Quirúrgica Móvil de la República.

Cody transmitió el mensaje.

—Advierta al piloto de la nave de evacuación que tendrá que volar sobre una zona caliente. Marcaremos con humo un área de aterrizaje segura y dejaremos atrás dos hombres para ayudarlos.

El ayudante del jefe de pelotón movió la mano derecha en una serie de gestos predeterminados. Cuando los gestos fueron repetidos por toda la línea del frente, los comandos se quitaron los cascos y empezaron a desconectar los sistemas electrónicos de sus armaduras.

A un gesto del clon, se sumergieron en el agua fétida.

Un aullido llegó desde el Sur.

Y después, una bengala de luz blanca, brillante como una nova, seguida, dos segundos más tarde, por un rugido que casi destrozó los tímpanos de Obi-Wan. La onda de choque se expandió desde las murallas, barriendo el terreno despejado al pie de la colina y los huertos ya llameantes. Por encima de la trinchera, la mitad de los droidekas se habían desplegado prematuramente de su estado esférico, y cayeron por la cuesta dando volteretas en un amasijo de miembros y armas. Tras la trinchera, los PAU cayeron como piedras desde el cielo, sobre los árboles ardientes.

Los recolectores que seguían con vida corrieron aturdidos en círculos, abandonando sus preciosas cargas.

Procedente del Sur, el lamento infernal de los APM-T masacró a los droidekas que habían sobrevivido al pulso electromagnético. Privados de escudo y sin poder devolver el fuego, los droides asesinos se fundieron como la cera bajo los chorros de energía radiante.

Todavía sin el casco, Cody se puso en pie, señalando con ambas manos. Obi-Wan interpretó los gestos: "Primero, contar hasta sesenta; y después, correr hacia la entrada al nido."

Se preparó mientras intentaba calmarse.

Pese a toda su confianza en los droides, a todos sus caprichos de alta tecnología y a su cobardía innata, su avaricia y su astucia, los neimoidianos sentían debilidad por sus hijos... Siete años de formación como larvas en las colmenas comunales, luchando entre sí por un suministro limitado de comida y descubriendo a edad tan temprana los beneficios de la autoconservación y la duplicidad. Los hongos que comían durante esos primeros años también eran muy apreciados por los adultos. Nada extraño, ya que esos mismos hongos eran consumidos por todas las especies de la galaxia. Gracias a ellos, los neimoidianos habían evolucionado hasta convertirse en una sociedad rica, con suficientes naves espaciales como para atraer la atención de la famosa Federación de Comercio y, finalmente, con suficientes droides para crear un ejército.

Habría sido natural asumir que los hongos, apreciados tanto por sus virtudes medicinales como por su valor nutricional, estaban relacionados de algún modo con el follaje de los manax que recogían los recolectores, pero la verdad es que las ramas y las hojas sólo eran un medio más para su crecimiento. Las enzimas producidas por los escarabajos, junto a las húmedas condiciones de las madrigueras y las grutas del nido, eran lo que provocaba el rápido crecimiento de un producto que sólo necesitaba una pizca de manipulación y refinado para ser sabroso.

Aunque Obi-Wan no había visitado las granjas de hongos durante los sitios de Deko y Koru Neimoidia, en cuanto Anakin y él atravesaron el umbral de la cueva que daba directamente al nido, todas las reuniones informativas a las que había asistido más de diez años estándar antes volvieron a su memoria como un fogonazo.

El lugar estaba atestado de hojas de manax parcialmente masticadas y colocadas cuidadosamente en capas, de ramas y de otras impurezas, así como de escarabajos-obrero, supervisores droides, cintas transportadoras y demás artilugios similares dedicados a ordenar y transportar los materia-les... No había ningún neimoidiano a la vista, algo lógico, ya que su doctrina consideraba anatema realizar cualquier clase de ejercicio. En los profundos nichos de la colina, ocultos de la luz del sol, los hongos, una especie de champiñones blancuzcos de consistencia blanda y enfermiza, recibían un tratamiento a base de agentes naturales y sintéticos que aceleraban su crecimiento. Aún más arriba, en lo que constituían los cimientos de la ciudadela, el producto final, ya maduro, debía de estar siendo consumido por las larvas, o bien siendo empaquetado y preparado para su exportación.

Cody ordenó al escuadrón que asegurase la zona. Los más retrasados todavía sufrían el acoso del fuego esporádico de los PAU, pero los pilotos droides no podían acercarse más a la entrada debido a los cadáveres de los escarabajos muertos amontonados en la entrada.

El médico del Séptimo Escuadrón corrió hasta alcanzar a Obi-Wan y a Anakin.

—Señores, les recomiendo que mantengan sus respiradores a mano. Es muy posible que no tengamos que adentramos más en el nido, pero existe la posibilidad de que en otras zonas nos topemos con esporas flotando libremente.

Obi-Wan enarcó las cejas.

—¿Tóxicas, sargento?

—No, señor, pero sabemos que las esporas tienen un efecto adverso en los humanos.

—¿Qué efecto? —preguntó Anakin.

—Se describe muy a menudo como "trastorno embriagador", señor. Obi-Wan miró a Anakin.

—Entonces, sugiero que le hagamos caso.

Los dedos de su mano izquierda palpaban el pequeño respirador equipado con dos pequeños cilindros de oxígeno que llevaba en uno de los bolsillos del cinturón. En ese momento, varias descargas láser surcaron la gruta. Dos de los comandos se desplomaron en el acto, alcanzados en la parte superior del pecho.

La fuente del súbito ataque se encontraba en la desembocadura de un estrecho túnel lateral que se sellaba mediante una puerta que se deslizaba hacia arriba. Anakin corrió hacia el túnel, empuñando el sable láser con ambas manos y desviando la mayoría de los disparos que le hacían desde la entrada.

Obi-Wan saltó a un lado, moviendo la hoja de su propio sable para detener un par de láseres que habían sobrepasado a Anakin. Devolvió el primero hacia su origen y desvió el segundo en un deliberado ángulo descendente. El rayo golpeó el duro suelo de la gruta, rebotó contra una de las paredes, después contra al techo y contra otra pared, y terminó impactando en el panel de control que controlaba la puerta del túnel.

Se produjo un diluvio de chispas y el dispositivo se cortocircuito". Una puerta de pesado metal cayó de su agujero en el muro, sellando el túnel con un ruido sordo.

Anakin apagó el sable láser, lanzando una mirada de agradecimiento por encima del hombro.

—Bien hecho, Maestro.

—La belleza de la Forma III —dijo Obi-Wan con una indiferencia teatral—. Deberías intentarlo algún día.

—Siempre has sido mejor que yo en tácticas evasivas —aceptó irónica-mente Anakin—. Yo las prefiero más directas.

Obi-Wan puso los ojos en blanco.

—Maestro de la moderación.

—General Kenobi —llamó el especialista en comunicaciones desde el extremo opuesto de la gruta—. Los informes de reconocimiento indican que el virrey Gunray y su séquito se dirigen a los hangares de lanzamiento. Están protegidos por superdroides de combate, un grupo de los cuales converge hacia nuestra posición.

Anakin se giró hacia Obi-Wan.

—Uno de nosotros tiene que atraer la atención de esos droides. —Uno de nosotros —repitió Obi-Wan—. ¿No te da la impresión de que ya hemos vivido antes una situación similar?

—La belleza de nuestra relación, Maestro. Tú atraes a los guardaespaldas y yo capturo a Gunray. Nunca nos ha fallado, ¿verdad?

Obi-Wan apretó los labios.

—Depende del punto de vista, Anakin.

Éste frunció el ceño.

—Bien. Entonces, esta vez haré yo de cebo.

—Eso no tiene sentido —protestó rápidamente Obi-Wan, agitando la cabeza—. Cada uno tiene habilidades propias.

Anakin no pudo contener una sonrisa.

—Sabía que atenderías a razones, Maestro —señaló a cuatro comandos—. Vosotros vendréis conmigo.

—¡Sí, señor! —respondieron los cuatro al unísono.

Obi-Wan, Cody y el resto del Séptimo Escuadrón se dirigieron a los turboascensores. Obi-Wan no había recorrido ni cinco metros cuando se detuvo y dio media vuelta.

—Anakin, sé que tenemos cuentas pendientes con Gunray, pero no conviertas esto en un asunto personal. ¡Lo necesitamos vivo!

4

O
h, pero resulta que sí es personal
, se dijo Anakin, mientras contemplaba cómo Obi-Wan, Cody y los cuatro soldados desaparecían en el turboascensor. Era personal por lo que Mute Gunray había hecho en Naboo, trece años antes.

Era personal porque tres años antes Gunray había contratado a Jango Fett para que asesinara a Padmé. Primero, colocando una bomba en su nave; después, con un par de kouhuns que un multiforme logró meter en las habitaciones senatoriales de Padmé, en Coruscant.

La mujer que Anakin amaba por encima de todo lo demás. Su esposa. El más profundo y luminoso de sus secretos. Ni siquiera Obi-Wan lo conocía, ya que causaría problemas entre ellos.

Y, por último, era personal por todo lo que había sucedido en Geonosis: la parodia de juicio, la sentencia, las ejecuciones en el circo...

Y en el supuesto de que pudiera dejar todo eso de lado, como Obi-Wan quería que hiciera, era personal porque Gunray se había unido a Dooku y a los separatistas y planeado una guerra desde el principio. Una guerra que había supuesto la ruina de miles de mundos.

La muerte de los líderes separatistas era la única solución. Siempre había sido la única solución, pese a las objeciones de ciertos miembros del Consejo Jedi, que todavía creían en las soluciones pacíficas; pese a los esfuerzos del Senado para atar las manos al Canciller Supremo Palpatine con la intención de que los políticos corruptos pudieran seguir aprovechándose, llenando los bolsillos interiores de sus elegantes capas con las comisiones de las corporaciones inmorales que alimentaban la maquinaria de guerra proporcionando a ambos bandos armas, naves y todo lo necesario para mantener y extender el conflicto.

Aquello hacía hervir la sangre de Anakin.

Sí tal como Yoda había captado después de que Qui-Gon Jinn y Obi-Wan comprasen su libertad en Tatooine y lo llevaran al Templo Jedi, aún conservaba mucha rabia en su interior. Pero lo que Yoda no llegó a comprender era que esa rabia podía ser una especie de estímulo. En tiempos de paz, Anakin habría sido capaz de controlar esa rabia, pero ahora le servía para seguir adelante, para transformarse en la persona que necesitaba ser.

Córtale la cabeza.

Podía haber matado a Dooku en dos ocasiones, y en las dos lo había frenado Obi-Wan. Pero no había discutido con su antiguo Maestro. Pese a su capacidad, Anakin seguía buscando el consejo y la guía de Obi-Wan.

En ocasiones.

Mientras los cuatro comandos clon y él salían de la gruta, la punta de su bota golpeó un objeto que rebotó por el suelo. Utilizó la Fuerza para atraerlo hasta su mano izquierda y se dio cuenta que era el respirador de Obi-Wan. Se le habría caído del cinturón durante el breve intercambio de disparos con los droides de combate. No importaba; probablemente Obi-Wan ya se encontraba en los niveles más bajos de la fortaleza, y allí no lo necesitaría.

Anakin abrió uno de los bolsillos de su cinturón y guardó el respirador en él.

Urgió a los soldados para que lo siguieran, y ellos procuraron no distanciarse del Jedi.

Avanzaron siempre hacia arriba. Siguiendo las madrigueras, rampas y conductos de ventilación que sólo utilizaban los droides, cruzando las zonas de procesamiento y embarque y los criaderos llenos de larvas chillonas. Siempre hacia arriba. Hasta los brillantes niveles medios de la ciudadela, atravesando enormes salones que las naves estelares habían llenado desde el suelo al techo con... "cosas". Una ilimitada colección de basura, de regalos rituales, de compras compulsivas. Miles de dispositivos nunca utilizados, pero demasiado valiosos para ser tirados, donados, regalados o destruidos. Más tecnología de la que existía en mundos enteros, acumulada, apilada, amontonada y ocupando hasta el último rincón disponible.

Anakin sólo podía agitar su cabeza, maravillado. En Mos Espa, en Tatooine, su madre y él habrían vivido con aquello como reyes, sin necesitar nunca nada más.

Su sonrisa burlona fue efímera.

La rabia y la desesperación le hicieron rechinar los dientes.

Siempre hacia arriba. Hasta que llegaron a la sección semicircular de los hangares de embarque, en un saliente situado sobre el lago circundante y sobre un risco de montañas arboladas.

Anakin indicó a su equipo que se detuviera. Uno de los comandos alzó una mano con la palma hacia fuera, luego se tocó un lado del casco para indicar que recibía una transmisión. El comando escuchó, antes de hablar con Anakin mediante signos:

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