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Authors: Eric Frattini

El laberinto de agua (20 page)

BOOK: El laberinto de agua
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—¿Cómo sabe que la señorita Brooks aceptará su oferta? Por lo que tengo entendido no necesita dinero. Es bastante rica como para rechazarla.

—Ella no desea el libro. Sólo desea conocer su contenido desde el punto de vista científico y eso no es peligroso para el Vaticano. Asegúrese de hacerle la oferta cuando les visite. Buenas tardes, señor Aguilar.

—Buenas tardes, monseñor, y por favor presente mis respetos a su eminencia.

—Así lo haré. Descuide.

El viaje por Egipto había sido para Afdera absolutamente extenuante, pero a la vez clarificador. Necesitaba respuestas y esperaba poder encontrarlas en la Fundación Helsing. Afdera no estaba segura de qué deseaba más: conocer los secretos del libro o ver a Max de nuevo. En una página del diario de su abuela, la joven había escrito en letra pequeña y prolija los nombres de Charles Eolande, Leonardo Colaiani y Vasilis Kalamatiano. Esos nombres formaban tres nuevos eslabones en la cadena de misterios que rodeaban al evangelio de Judas y estaba dispuesta a llegar hasta ellos, costase lo que costase.

En su mente aún le rondaba el consejo que le había dado Badani de no acercarse a Kalamatiano, pero necesitaba respuestas.

Cuando se abrió la puerta del avión en la pista del pequeño aeropuerto Bern Belp, una oleada de aire fresco golpeó el rostro de Afdera. Le gustó aquella sensación en su rostro tras el calor sofocante del país del Nilo.

Se dirigió lentamente hasta la terminal, tomó un taxi y pidió al conductor que la llevase hasta el Hotel Bellevue Palace. Le gustaba aquella ciudad. Se sentía segura.

Cuando estuvo instalada en la habitación del hotel, Afdera marcó el teléfono de la Fundación Helsing y pidió hablar con Sabine Hubert.

—¿Señorita Brooks? El señor Aguilar desea hablar con usted, le paso con él.

—Señorita Brooks, ¡qué alegría tenerla nuevamente en Berna! —la saludó Renard Aguilar—. Esperábamos verla antes por aquí.

—Sí, pero tenía asuntos que tratar en Egipto.

—Me ha informado la señora Hubert de que tiene usted previsto venir a la fundación para mantener una reunión especial con el equipo que está llevando a cabo la restauración y traducción del evangelio.

—Sí, así es. ¿Es que hay algún problema?

—Oh..., no, ningún problema. Será un placer enviarle un coche para recogerla y conducirla a nuestros laboratorios. Allí podrá ver cómo se están desarrollando los trabajos de restauración del libro. Al fin y al cabo, es usted quien paga.

—Así es. Yo soy quien paga.

—Pueden ustedes reunirse en una sala especial que tenemos aquí. Después de su reunión me gustaría invitarla a cenar. Tengo un asunto que proponerle y estoy seguro de que será de su interés —propuso Renard Aguilar al tiempo que cogía un caramelo de menta de la marca Edelweiss de un jarrón cercano, desenrollaba con habilidad el papel con los dientes y se lo metía en la boca.

—Acepto su invitación. Mañana a las nueve de la mañana puede recogerme el coche en el Bellevue Palace para ir a la fundación y por la noche cenaremos juntos. Estaré preparada para entonces.

—Muy bien. Le diré a mi secretaria que se ocupe de hacer una reserva para mañana por la noche en el restaurante Della Casa. Le gustará su
Bernerplatte.
Es el mejor de la ciudad. Ahora, si quiere, le paso con la señora Hubert. Perdone por la irrupción —se disculpó falsamente Aguilar.

—No se preocupe. Nos vemos mañana.

Segundos después, Afdera pudo oír la apacible voz de Sabine Hubert,

—¿Cómo estás, querida?

—Muy bien, Sabine. Con muchas ganas de verte y de que me enseñes lo que habéis hecho con mi libro.

—Vas a quedarte impresionada. Todo el equipo tiene muchas ganas de conocerte. Hemos trabajado mucho.

—Yo también tengo ganas de conocerlos. Quería preguntarte algo, Sabine.

—Dime. Lo que quieras.

—¿Sabes si Maximilian Kronauer está estos días en la fundación?

—Hace semanas que no lo he visto, pero él suele trabajar en la sede de la fundación en Gurten y yo trabajo en los laboratorios en Freiburgstrasse, así es que es normal que no hayamos coincidido. Puedes preguntárselo al señor Aguilar.

—No, prefiero no hacerlo. Muchas gracias, Sabine. Mañana por la mañana nos vemos —se despidió Afdera.

—Desayuna fuerte. Te espera una mañana muy intensa. Te lo aseguro —le advirtió la restauradora.

Al día siguiente, a las nueve de la mañana en punto, el Mercedes Benz enviado por la Fundación Helsing esperaba ya a Afdera con la puerta trasera abierta.

El trayecto transcurrió tranquilo, atravesando bosques, parques y estrechas calles, hasta salir de la ciudad por la zona oeste para conectar con la autopista 12. El Mercedes comenzó a acelerar, manteniéndose en el carril derecho. Luego, el vehículo salió de la autopista en dirección a Freiburgstrasse hasta alcanzar una zona industrial en donde se levantaban enormes naves de material de construcción, recambios de vehículos y muebles de jardín.

A la altura del cruce con Meriedweg, el vehículo hizo un giro a la derecha y entró en una zona de control junto a una nave que desde el exterior no levantaba ninguna sospecha. Parecía un hangar de los que se utilizan para acoger a los grandes aviones en los aeropuertos internacionales.

Nada más detenerse, salieron de una garita blindada dos hombres armados. Uno de ellos llevaba una carpeta en la mano.

—La señorita Afdera Brooks. Tiene una cita con la señora Sabine Hubert —dijo el chófer al vigilante.

—Puede pasar —indicó uno de los guardias armados tras consultar su carpeta—. Gire a la derecha y aparque al final. La señorita Brooks debe registrarse en seguridad, en la recepción principal. Allí una persona la acompañará hasta el lugar de su reunión.

—Muchas gracias —respondió el conductor.

A Afdera le llamaron la atención las fuertes medidas de seguridad. Cámaras de circuito cerrado, alarmas por todas partes, perímetro de alambradas y hombres armados. Tras registrarse en la recepción, la joven que se sentaba al otro lado se levantó y le rogó que la siguiese.

Observando la higiene que se respiraba en el laboratorio, aquello parecía más un hospital que una nave industrial, aunque la verdad es que ningún extraño que pasase por la zona podría sospechar siquiera que en el interior de aquel edificio prefabricado se conservaban y restauraban las más exquisitas y valiosas obras de arte del mundo.

Al llegar ante una gran puerta de caoba, «algo que no pegaba con aquel ambiente», pensó Afdera, la recepcionista la abrió dando paso a una gran sala de juntas con una lustrosa mesa en el centro y varios confortables butacones Chesterton de cuero rojo a su alrededor.

Al verla entrar, Sabine Hubert se acercó a ella para darle un abrazo.

—¿Cómo ha ido ese viaje a Egipto?

—Movido, bastante movido.

—Déjame que te presente al resto del equipo —dijo Sabine mientras se acercaban a ellas cuatro hombres.

—Te presento a Werner, especialista en papiro; Burt, nuestro experto en origen del cristianismo; Efraim, nuestro experto en copto y arameo; y John, nuestro técnico en datación por radiocarbono.

Los cuatro hombres citados fueron estrechando su mano y sentándose alrededor de la mesa. Burt Herman, estadounidense, era guapo a pesar de su incipiente calvicie. Hablaba de forma directa y se le consideraba como el mayor experto en origen del cristianismo. John Fessner, canadiense, era mundialmente reconocido por sus trabajos en la datación por radiocarbono de importantes obras de arte de la antigüedad. Actualmente dirigía el Instituto de Ciencias Avanzadas de Ottawa. Efraim Shemel, israelí, era uno de los mejores especialistas en lengua copta y arameo. Durante varios años había dirigido el Departamento de Copto de la Universidad de Berlín y ahora trabajaba en la Universidad de Tel Aviv. Werner Hoffman, alemán, era un gran conocedor de todo lo relacionado con los papiros.

—Bien, estamos aquí para darte toda la información que por ahora tenemos de tu libro, o mejor dicho, del libro de Judas —precisó Hubert—. Haremos una presentación y después, cuando finalicemos, podrás hacernos las preguntas que desees. ¿Te parece bien?

—Sí, estupendo. Adelante.

—El libro fue escrito en papiro, que, como bien sabes, tiene más resistencia que cualquier papel fabricado hoy día. Para convertir el papiro en material para escribir se desprendían jirones de la médula de la planta. Se colocaban sobre una superficie plana y se ponía una capa de tiras parecidas en tamaño en perpendicular a ellas. Entonces se prensaban, se secaban y se pulían. Así se crearon las páginas que conforman el libro. Se trata de un códice formado por pliegos. Calculamos que originariamente debía estar formado por treinta y dos pliegos o, lo que es lo mismo, sesenta y cuatro páginas. Algunas de ellas parecen mapas, pero realmente son páginas tan deterioradas que el texto prácticamente ha desaparecido. El idioma en el que está escrito es, sin duda alguna, el copto. Al principio, algunas de sus páginas eran ilegibles debido a los vacíos, pero se les fueron insertando algunos de los fragmentos que venían sueltos con el libro, lo que ha permitido reconstruir las líneas de texto. Su cubierta de cuero, aunque está descolorida y desgastada, puede recuperarse. El libro contiene un relato bíblico, un tipo de mensaje de fe o de alguna creencia. Más tarde Burt podrá hablarte del contenido desde el punto de vista religioso. Queremos decirte que el libro consta realmente de cuatro documentos independientes: la epístola de Pedro a Felipe, el primer apocalipsis de Jaime, Alógenes y el evangelio de Judas.

Sabine Hubert hizo una breve pausa para servirse un vaso de agua mientras Afdera continuaba tomando notas en un cuaderno con el escudo de la Fundación Helsing.

—Cada códice tiene una personalidad propia. Como conservadora traté de llegar a conocer esa personalidad. Me acerqué al libro, lo sentí, para comprenderlo mejor. Para unir sus páginas con los fragmentos sueltos, utilizamos dos sistemas: observar a través del microscopio las letras en copto como si fueran trazos, más que letras, y luego, gracias a Efraim, analizando las palabras y juntando los trozos para completar una frase concreta. Hemos conseguido por ahora recuperar dos tercios del libro. El resto será más difícil —explicó Hubert mientras extraía una especie de plancha de cristal formada por dos cristales unidos.

Afdera pudo observar entre las dos planchas de cristal una de las páginas del evangelio con sus letras en copto perfectamente alineadas.

—No pongas esa cara de felicidad —le advirtió la conservadora—, faltan muchos trozos de proporciones considerables. Incluso hay páginas a las que les faltan secciones enteras.

—¿Existe alguna forma de saber qué decían esas secciones desaparecidas?

—Es muy difícil —intervino Herman—. Creemos que faltan cuatro o cinco páginas de la carta de Pedro a Felipe y de la sección dedicada a Jaime. Había siete carpetas de color marrón con docenas de fragmentos del mismo códice que el evangelio de Judas. La epístola de Pedro a Felipe y el primer apocalipsis de Jaime están indexados en el códice antes que el evangelio de Judas. Los fragmentos son de varios tamaños, hay incluso algunos que no son más grandes que un sello de correos. Aparte de estas dos secciones, había otras cinco mayores, casi páginas enteras de la misma parte del libro de Judas. Hemos analizado el papiro de diferentes secciones del libro y todos coincidimos en que fue escrito por la misma mano.

—¿Pueden confirmarme que se trata del evangelio de Judas?

Los cinco expertos reunidos en torno a ella coincidieron afirmativamente.

—¿Cómo podemos saber que el evangelio se refiere a Judas Iscariote y no a Judas Tadeo, por ejemplo? —volvió a preguntar.

Efraim Shemel se acercó a una de las fotografías desparramadas sobre la mesa y que mostraban algunas de las páginas ya traducidas y señaló una pequeña línea de caracteres coptos en una de ellas.

—Aquí pone Judas Ish-Queriot. El nombre de Judas tiene sus raíces en Judea.
Ish
equivale a 'hombre' en hebreo. Los mayores expertos, incluido Burt, están de acuerdo en afirmar que el sobrenombre 'Iscariote' no es un apellido, sino 'un hombre que procede de la ciudad de Queriot'.

Burt Herman interrumpió a Shemel.

—Queriot era un pueblo situado en las montañas de Judea, frente al mar Muerto, no muy lejos de la ciudad de Arad. Ésta sería una explicación del sobrenombre. Otra versión es la que dice que el sobrenombre de Iscariote no se refiere a un lugar geográfico, sino a los sicarios o zelotes, una secta judía muy combativa contra los romanos. Fueron los que se atrincheraron en Masada.

—¿No había otro apóstol que pertenecía a los zelotes?

—Sí, posiblemente Simón el Cananeo. En el evangelio apócrifo etíope
Testamento en Galilea de Nuestro Señor Jesucristo,
se menciona a Judas como zelote en el capítulo II, versículo 12. Curiosamente se le reconoce como hijo de Simón el Cananeo o Canaita. El nombre de Iscariote sería al parecer más un apelativo derivado de
ishi-karioth
u 'hombre de la
sica',
el terrible puñal curvo que portaban los sicarios —aclaró Herman.

—¿Puede ser una falsificación muy bien tratada?

—Imposible —respondió John Fessner—. El estudio de radiocarbono es inapelable.

Burt Herman volvió a tomar la palabra.

—Además, señorita Brooks, ¿cuánta gente hay en este planeta que pueda realizar una falsificación así? ¿Diez, quince, veinte personas? Y en este momento debe descartar a cinco de ellas, porque estamos aquí reunidos con usted.

—¿Podría ser entonces una falsificación antigua?

—Se trata de una traducción en copto de un documento anterior, posiblemente escrito en griego, o incluso en arameo. Quizá sea la única copia existente tomada directamente del original —señaló Efraim—. La mayor parte de los documentos gnósticos pertenecen a los siglos II y III. La autenticidad se puede determinar por la epigrafía, el análisis de la caligrafía en el papiro. La epigrafía en sí misma está marcada por el tipo de sangrías características de los textos coptos. He estudiado las letras de su libro y está claro que es el tipo de caligrafía usada por algún antiguo escriba copto.

—¿Por qué no está escrito en arameo?

—El arameo era la lengua franca de la orilla oriental del Mediterráneo en la época de Jesús, cuando vivió Judas. Se cree que el Mesías predicó y conversó con sus apóstoles en arameo. Lo cierto es que el griego terminó superando al arameo en la orilla oriental durante el origen del cristianismo. También se hablaban las lenguas clásicas en diversas formas. El copto, en cambio, usaba el alfabeto griego básico. Y el libro está escrito en copto —respondió Shemel.

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