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Authors: Ian Fleming

Tags: #Aventuras, Intriga, Policíaco

El hombre de la pistola de oro (21 page)

—De acuerdo con esto —continuó el comisario—, y con la estrecha colaboración y dirección de la Brigada de Investigación Criminal jamaicana, los señores Bond, Nicholson y Leiter llevaron a cabo sus obligaciones de forma ejemplar. Se revelaron las verdaderas intenciones de los gángsters; pero he aquí que, durante el proceso, esa gentuza descubrió la identidad de al menos uno de los agentes controlados por Jamaica y se desarrolló una batalla campal. Durante el transcurso de ésta, y gracias a las distinguidas habilidades del comandante Bond con el arma, los siguientes agente enemigos (aquí irá una lista) fueron eliminados. Y también, gracias a la pericia del señor Leiter y su uso de los explosivos sobre el puente del río Orange, los siguientes (otra lista) perdieron la vida. Por desgracia, dos de los agentes controlados por Jamaica sufrieron heridas, de las que se están recuperando en el Memorial Hospital. Sólo queda mencionar los nombres del sargento Percival Sampson, de la comisaría de Negril, que llegó el primero al escenario del desenlace, y del doctor Lister Smith, de Savannah La Mar, que prestó los primeros auxilios al comandante Bond y al señor Leiter. Siguiendo instrucciones del primer ministro, sir Alexander Bustamante, esta encuesta judicial ha tenido lugar a día de hoy junto a la cama del comandante Bond y en presencia del señor Félix Leiter, para confirmar los hechos arriba descritos, los cuales por la presente y en presencia del juez Morris Cargill, de la Corte Suprema, quedan corroborados.

El comisario, que estaba indiscutiblemente encantado de su versión del galimatías, sonrió a Bond.

—Sólo queda —dijo, entregando a Bond un paquete sellado, otro similar a Félix Leiter y otro más al coronel Bannister— conceder al comandante Bond, de Gran Bretaña, al señor Félix Leiter, de Estados Unidos, y, en ausencia, al señor Nicholas Nicholson, de Estados Unidos, la condecoración inmediata con la Medalla de la Policía de Jamaica, por los valerosos y meritorios servicios prestados al Estado Independiente de Jamaica.

Hubo tímidos aplausos. Mary Goodnight prolongó su ovación después de que los demás ya hubieran parado. Se dio cuenta de pronto y, enrojeciendo violentamente, dejó de aplaudir.

James Bond y Félix Leiter balbucearon algunas palabras de agradecimiento. Después el juez Cargill se levantó.

—¿Es éste un informe veraz y correcto de lo que sucedió entre las fechas señaladas? —les preguntó en tono solemne.

—Sí, lo es —dijo Bond.

—Doy fe que así es, señor juez —aseguró Félix Leiter con ardor.

El juez saludó y todos, excepto Bond, se levantaron y saludaron a su vez con una inclinación de cabeza. Bond sólo inclinó la cabeza.

—En ese caso, declaro esta encuesta concluida. —El juez se volvió hacia la señorita Goodnight.— ¿Será tan amable de obtener todas las firmas, con las de los debidos testigos, y enviármelas a mi despacho? Muchas gracias. —Hizo una pausa y sonrió al añadir—: Y la copia de papel carbón, si no le importa.

—Por supuesto, señor juez —contestó Mary Goodnight. Miró a Bond y dijo—: Y ahora, si me perdonan, creo que el paciente necesita descansar. La enfermera jefe ha insistido mucho…

Todos se despidieron. Pero Bond llamó a Leiter a su lado. Mary Goodnight, que olió secretos particulares, les previno:

—¡Sólo un minuto! —Salió y cerró la puerta.

Leiter se apoyó en los pies de la cama.

—¡Pero, qué puñeta, James! —exclamó con su sonrisa más burlona—. Ha sido el mejor trabajo de encubrimiento que he tenido que falsear. Incluso nos han dado una medalla.

Había empezado a hablar con los músculos del estómago, y las heridas comenzaban a dolerle, pero sonrió, sin demostrar el dolor. Leiter tenía que partir aquella tarde y Bond no quería despedirse, ya que apreciaba de verdad a sus amigos y Félix Leiter era uno de los mejores.

—Scaramanga era una buena pieza —comentó Bond—, Tendrían que haberle cogido vivo. Después de todo, quizás Tiffy le hizo un maleficio con la ayuda de la obá Edna. No abundan muchos como él.

Leiter no mostró compasión.

—Ésa es la forma en que vosotros, los ingleses, habláis de Rommel, de Dónitz o de Guderian. Dejando aparte a Napoleón. Cuando los habéis vencido, hacéis unos héroes de ellos. Eso no tiene sentido para mí. En mis cuentas, un enemigo es un enemigo. ¿Te gustaría que volviera Scaramanga? ¿Que se encontrara ahora en esta habitación, con su famosa pistola de oro (¿la larga o la corta?) apuntándote? ¿Qué tal de pie, donde estoy yo? Apuesto lo que quieras que no te gustaría. Así que no seas bobo, James, porque hiciste un buen trabajo. Yo lo llamo control de plagas, y alguien tiene que hacerlo. ¿Quieres volver a ello cuando te has quedado sin jugo?

Félix se mofaba de él.

—Claro que sí, cerebro de mosquito —prosiguió Leiter—. Es para lo que has venido al mundo. Control de plagas, como yo digo. Lo único que debes pensar es cómo controlarlas mejor, porque las plagas estarán siempre ahí. Dios hizo a los perros, pero también a las pulgas. No le des más vueltas a tu cabecita, ¿vale?

Leiter vio sudor en la frente de James Bond. Se fue cojeando hacia la puerta y la abrió. Hizo un leve gesto con su única mano. Ellos nunca se habían dado un apretón de manos. Leiter se asomó al pasillo.

—De acuerdo, señorita Goodnight —le dijo—. Diga a la enfermera jefe que puede quitarlo de la lista de cuidados intensivos. Y a él, ordénele que se mantenga alejado de mí durante una semana o dos, porque cada vez que estoy con él, me rompo algo, y ¡no me creo el Hombre Invisible!

De nuevo levantó su única mano saludando a Bond y salió cojeando.

—¡Espera, hijo de puta! —gritó Bond.

Pero cuando Leiter regresó a la habitación, el británico ya estaba inconsciente, sin más fuerza para disparar la descarga de palabrotas que iban a ser la única respuesta a su amigo.

Mary Goodnight echó de la habitación al compungido Leiter y corrió por el pasillo en busca de la enfermera de planta.

Capítulo 17
Fin

Después de otra semana, James Bond estaba sentado en una silla, con una toalla alrededor de la cintura, leyendo
El Oficio de la Inteligencia
, de Alien Dulles, maldiciendo su suerte. El hospital había obrado milagros en él, y las enfermeras eran muy agradables, en especial La Sirena —como la llamaba él—, pero quería largarse de allí. Miró su reloj. Marcaba las cuatro en punto, la hora de visita. Mary Goodnight no tardaría en llegar, con lo cual él descargaría sobre la joven todo el vapor que tenía reprimido. Quizás era injusto, pero ya había puesto como un trapo a todo el que podía en el hospital, y si era Mary quien se ponía a tiro, pues ¡peor para ella!

Mary Goodnight entró en la habitación. A pesar del calor jamaicano, su aspecto era fresco como el de una rosa. ¡Maldición ! Cargaba con algo parecido a una máquina de escribir, pero Bond lo reconoció como la máquina de códigos Triple X. ¿Qué ocurría ahora?

A las preguntas sobre su salud, Bond respondió con gruñidos de malhumor.

—¿Para qué demonios es eso? —preguntó a continuación.

—Hay un mensaje «Sólo para tus Ojos», personal de M —le dijo ella con mucha agitación—. De unos treinta grupos.

—¡Treinta grupos! ¿Es que ese viejo hijo de puta no sabe que sólo me funciona un brazo? Vamos, Mary, manos a la obra. Me pondré a ello, si parece realmente excitante.

Mary Goodnight estaba impresionada. «Sólo para tus Ojos» era un prefijo sagrado, de reserva absoluta, pero la palabrería de Bond resultaba peligrosamente exagerada. No era buen día para discutir con él. Se sentó en el borde de la cama, abrió la máquina y cogió un impreso de cable de su bolso. Dejó su cuaderno de taquigrafía junto al aparato y se rascó la cabeza con el lápiz mientras establecía la clave para el día: una complicada suma que contenía la fecha y la hora de envío del cable. Ajustó la clave en el cilindro central y empezó a dar vueltas a la manivela. Registró en su libreta cada palabra completa que apareció en el pequeño visor que había en la base de la máquina.

James Bond observaba su expresión. Ella se mostraba encantada. Después de unos minutos, leyó en voz alta:

«SÓLO PARA TUS OJOS PERSONAL DE M PARA CERO CERO SIETE -stop- RECIBIDO SU INFORME E IDEM DE LOS AMIGOS MUY IMPORTANTES
[un eufemismo que significaba la CIA]
-stop- HA DESARROLLADO Y EJECUTADO BIEN UNA OPERACIÓN DIFÍCIL Y ARRIESGADA PARA MI TOTAL REPITO TOTAL SATISFACCIÓN -stop- CONFÍO EN QUE SU SALUD ESTÉ INTACTA
[Bond soltó un bufido colérico]
-stop- CUÁNDO INFORMARÁ DE MÁS INTERROGANTES SOBRE LA MISIÓN.»

Mary Goodnight sonreía encantada.

—¡Nunca le había visto tan complaciente! ¿Y tú, James? ¡Esa forma de repetir
total
! ¡Es genial!

Observaba a Bond esperanzada para ver si su rostro se despejaba de nubarrones.

De hecho, Bond estaba secretamente satisfecho. Comprendía en el mensaje algo que Mary no podía captar: M le decía que se había distinguido de nuevo con todos los honores. Pero, con seguridad, no le pensaba mostrar su placer a Mary Goodnight. En aquel momento, ella era una de las guardianas que le tenían confinado, y por eso le habló de mala gana.

—No está mal —comentó— para venir del viejo. Pero lo único que quiere es hacer que vuelva a aquel maldito despacho. De todas formas, hasta ahora, todo eso es un montón de palabras tontas. ¿Qué más hay?

Pasó las páginas de su libro, simulando no estar interesado, mientras la pequeña máquina zumbaba y daba golpecitos secos.

—¡Oh, James! —estalló Mary Goodnight, emocionada—. Espera, casi he terminado. ¡Es fabuloso!

—Lo sé —comentó Bond con tono áspero—. Unos vales para comer gratis cada dos viernes, la llave del lavabo personal de M, un traje nuevo para sustituir el que, no se sabe cómo, está hecho un colador…

A pesar de sus palabras, tenía la mirada clavada en los dedos femeninos, que volaban, contagiados por la excitación de Mary Goodnight. ¿Por qué demonios estaba tan eufórica? ¡Y todo por él! La examinó con aprobación. Sentada allí, inmaculada, con la camisa blanca y la ajustada falda de color beige, un pie enroscado alrededor del otro tobillo, el rostro de piel dorada bajo la melena rubia incandescente expresando complacencia, ella era, pensó Bond, una chica para tener siempre cerca. ¿Como secretaria? ¿Como qué? Mary Goodnight se volvió a mirarle, con ojos brillantes, y la pregunta quedó de nuevo sin respuesta.

—Ahora, escucha esto, James. —Sacudió la libreta ante él.— Y, por todos los cielos, deja de actuar de esta forma tan miserable.

Sus palabras le hicieron sonreír.

—Muy bien, Mary, de acuerdo. Vacía el calcetín de Santa Claus en el suelo. Y cuando lo hagas, espero que no estallen los problemas. —Soltó el libro en el regazo.

El rostro de Mary Goodnight era una maravilla.

—¡Escucha esto! —dijo con gran seriedad.

Y leyó con mucho cuidado:

«EN VISTA DE LA NOTABLE NATURALEZA DE LOS SERVICIOS REFERIDOS MÁS ARRIBA Y SU AYUDA A LA CAUSA ALIADA QUE ES QUIZÁS MÁS SIGNIFICATIVA DE LO QUE USTED SE IMAGINA EL PRIMER MINISTRO PROPONE RECOMENDAR A SU MAJESTAD LA REINA ELIZABETH LA INMEDIATA CONCESIÓN DEL TÍTULO DE CABALLERO QUE SE EXPRESARÁ MEDIANTE LA ADICIÓN DE UNA KATIE COMO PREFIJO A SU CHARLIE MICHAEL GEORGE.»

James Bond soltó una carcajada defensiva y embarazosa a la vez.

—Los viejos eufemismos de siempre. No se les ocurrirá poner simplemente KCMG
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. ¡Es mucho más fácil! Sigue, Mary. ¡Esto está bien!

«ES PRÁCTICA COMÚN PREGUNTAR AL RECEPTOR QUE SE PROPONE SI ACEPTA ESTE ALTO HONOR ANTES DE QUE SU MAJESTAD PONGA EL SELLO -stop- A LA CONFIRMACIÓN POR CABLE DEBE SEGUIR UNA CARTA POR ESCRITO DE ACEPTACIÓN -párrafo stop- ESTA CONDECORACIÓN NATURALMENTE TIENE MI APOYO Y MI TOTAL APROBACIÓN Y LE ENVÍO MI FELICITACIÓN PERSONAL -fin- MANO DURA.»

James Bond se ocultó de nuevo tras las críticas.

—¿Por qué diablos tiene que firmar siempre como Mano Dura en lugar de M? Es una palabra correcta. Eme. Es una medida usada por los impresores. Pero, por supuesto, no resulta lo bastante conmovedora para el jefe, un completo romántico (como todos los pobres idiotas que se lían con el Servicio Secreto).

Mary Goodnight bajó los párpados. Sabía que la reacción de Bond estaba ocultando el orgullo que sentía, un orgullo que, por su vida, jamás demostraría. ¿Quién no se sentiría orgulloso? Mary adoptó una actitud de la más pura eficacia.

—Bien, ¿quieres que te prepare un borrador? Volveré con él a las seis…, me dejarán entrar. Puedo consultar con el personal del Alto Comisionado la fórmula correcta. Sé que comienza con un «Presento mi humildes respetos a Su Majestad…» He tenido que ayudar en los honores jamaicanos de Año Nuevo y para su aniversario. Y todo el mundo parece que necesita conocer la fórmula.

James Bond se secó la frente con el pañuelo. ¡Por supuesto que estaba contento! Pero por encima de todo se sentía orgulloso de la recomendación de M. El resto, él lo sabía, no pertenecía a su firmamento. Nunca había sido una figura pública, y no quería convertirse en una de ellas. No tenía prejuicio alguno contra las letras —antes o después del nombre—, pero había algo que apreciaba por encima de todo: su privacidad, su anonimato. Le ponía enfermo la idea de convertirse en persona pública; en alguien, como decían en Inglaterra o en cualquier otro país, con esnobismo, a la que convocarían a la inauguración de actos, a la colocación de primeras piedras, a hacer discursos después de las comidas. Le gustaba ¡James Bond! Sin otras letras por en medio, sin guiones, un nombre anónimo, tranquilo y monótono. Cierto que era comandante de la Rama Especial del RNVR
[11]
, pero casi nunca utilizaba ese rango, como tampoco el de CMG. Lo lucía una vez al año, junto con sus dos filas de condecoraciones, en la cena de los Veteranos (la fraternidad de ex agentes del Servicio Secreto, que recibía el nombre de Club de las Serpientes Gemelas), una horrible reunión que tenía lugar en el salón de banquetes de Blades y que proporcionaba un enorme placer a muchas personas que en su día se habían comportado con valentía e ingenio, pero que ahora sufrían las enfermedades de la vejez y se dedicaban a hablar de unos triunfos y unas tragedias ya cubiertos de polvo. Los suyos eran relatos que, como nunca formarían parte de los libros de historia, debían explicarse de nuevo aquella noche, bajo los efectos del Cockburn '12 años —como aquel sobre «La Reina», cuando se emborrachó—, a cualquier vecino de mesa, como James Bond, que sólo estaba interesado en lo que iba a suceder al día siguiente. En aquella ocasión, lucía sus medallas y el CMG bajo la corbata negra, para agradar y tranquilizar a los Entrañables Veteranos en su fiesta anual. Durante el resto del año, las medallas cogían polvo en algún secreto depósito donde May las guardaba, hasta que le tocaba limpiarlas.

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