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Authors: Javier Negrete

El corazón de Tramórea (76 page)

BOOK: El corazón de Tramórea
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Derguín retrocedió, cauteloso.

—Dime una cosa, diosa de la guerra —intervino Togul Barok—. ¿Quieres que Tubilok abra el Prates, aunque eso pueda acarrear también tu destrucción?

—Aún quedan varios días para que lo haga. Si Tubilok me mata ahora, me da igual que después de mí haya un diluvio universal o explote una supernova. Tengo que sobrevivir.

Por tu aspecto, es lo que mejor se te da
, pensó Derguín. Calculó que, si entraba en aceleración, tal vez podría lanzar una Yagartéi y partirla por la cintura antes de que ella reaccionara. Pero sentía una extraña renuencia a hacerlo. No sólo era temor a la reacción de la diosa. Taniar era muy hermosa y tenía proporciones de escultura. Derguín no acababa de encontrar en su interior suficiente impulso asesino para matar a una mujer tan bella si ella no lo agredía primero.

—Además —prosiguió Taniar—, si me entregas tu arma, puedo hacer lo que hiciste tú en el pasado: acercarme a Tubilok y aprovechar que es incapaz de percibir lo que rodea a la espada.

—Ya te he dicho que no fui yo —insistió Derguín.

—Eres igual que Zenort.

—Pero no soy Zenort.

—No nos embrollemos de nuevo con parecidos y parentescos —les interrumpió Togul Barok—. Supongamos que mi medio hermano es también la reencarnación de Zenort. Eso da igual. Lo que dice la diosa parece razonable, Derguín.

—¿Por qué no le entregas tú la lanza para que mate con ella a Tubilok?

—Sospecho que esa arma no funcionará contra quien fue su dueño, y no pienso arriesgarme —dijo Taniar.

Tiene sentido
, pensó Derguín. Lo mismo había ocurrido cuando Ulma Tor intentó atacarlo a él con
Zemal
.

—Tú no puedes empuñar esta espada —dijo Derguín, acariciando la cabeza del pomo con gesto posesivo—. Te abrasaría. Tarimán dispuso que sólo pueda utilizarla el legítimo Zemalnit.

Y, al parecer, su hija, añadió para sí
.

La diosa se impacientaba.

—No pienso regresar al Bardaliut con las manos vacías.

—En ese caso, llévame a mí —propuso Derguín—. Como has sugerido antes, puedo repetir lo que hizo Zenort. Si consigo acercarme a Tubilok sin que me vea...

—Tubilok no está solo en el Bardaliut.

—Lo sé. Pero los demás dioses ya apoyaron la rebelión en el pasado.

—No me refiero a eso. Hay alguien más con él. No se separan prácticamente nunca. Es un joven de aspecto humano, pero tiene poderes que no había visto antes.

El corazón de Derguín dio un vuelco.

—¿Cómo se llama?

—Mikhon Tiq.

—¡Mikha!

—¿Lo conoces?

Debería haberme callado
, pensó Derguín.

—Es amigo mío —dijo, aunque distaba mucho de saber qué juego traía entre manos Mikhon Tiq—. Si me llevas al Bardaliut, me ayudará.

—Eso mismo creía ese hombrecillo, el Gran Barantán. También decía ser su amigo. Pero la forma en que lo trató Mikhon Tiq no parece muy amistosa.

—¿Qué ha pasado con Kalitres?

—¿De quién me hablas ahora?

—Es otro alias del Gran Barantán.

—Veo que sus nombres miden bastante más que él. Ahora está prisionero en el Bardaliut, si es que sigue vivo debajo de la momia que le tejió Mikhon Tiq.

¿Qué has hecho, Mikha?
, pensó Derguín.
¿Tan poco humano te sientes ya que te es indiferente nuestro destino?

—Dime, mortal. ¿Estás tan seguro de que quieres venir conmigo? —preguntó Taniar.

Derguín no lo había estado en ningún momento. ¿Quién querría meterse en la guarida del lobo sólo porque mil años antes alguien lo había hecho y había conseguido escapar de allí con el pellejo intacto? Además, no se fiaba de Taniar. Sospechaba que, si surgía cualquier dificultad, la diosa se revolvería contra él para ofrecérselo a Tubilok como trofeo de caza.

—Se me ocurre otra cosa —dijo de repente—. En aquella ocasión,
Zemal
partió en dos la lanza de Prentadurt, y parece que ambos fragmentos conservan su poder. Si ahora rompo otro trozo...

—Interpongo mi veto —dijo Togul Barok.

—... un fragmento muy pequeño, apenas cinco dedos, podrías enseñárselo a Tubilok y decir que sigues buscando el resto de la lanza.

—No pondréis la mano en ella. —El emperador retrocedió dos pasos y volvió a señalar a Derguín con la punta. Después se arrepintió y la volvió contra la diosa.

Era absurdo, pensó Derguín. Mientras siguieran desconfiando unos de otros, el tiempo correría a favor de Tubilok.

—¡Esperad! —dijo la diosa, levantando una mano.

Luego bajó la vista al suelo y se apretó el trago de la oreja con el dedo índice, como si quisiera oír a algún espíritu susurrando en su oído. Pasó un rato largo. Taniar asentía ante un interlocutor invisible y a veces movía los labios subvocalizando una respuesta.

Derguín miró de reojo a su derecha. Los soldados Ainari seguían firmes en el sitio. Intentó ponerse en el lugar de aquellos hombres. ¿Qué estarían pensando? Acababan de ver cómo su emperador usaba una lanza mágica para terciar en una pelea entre una diosa brotada de la tripa de un ave de metal y un Zemalnit ataviado con una armadura que lo hacía parecer más bien un demonio del averno. Seguro que en el campamento de instrucción no los habían adiestrado para eso.

Por fin, Taniar dio una última cabezada de asentimiento y volvió a mirar a Derguín y Togul Barok.

—Parece que podéis conservar esos objetos que tanto valoráis —dijo con gesto grave—. Tubilok reclama mi presencia inmediata.

—¿Con las manos vacías? —preguntó Togul Barok.

Ha dicho que podemos conservarlos, no la tientes
, pensó Derguín.

—No del todo. Quiere que me lleve a una mujer llamada Ziyam que está con vosotros.

—¿Ves que vengan mujeres conmigo? —dijo Togul Barok, señalando a sus soldados.

—Sé que se encuentra aquí cerca. Hay un objeto que señala su presencia, y ese objeto está a menos de cincuenta metros de aquí, en esa dirección.

Taniar señaló a la parte posterior del pórtico que los separaba del patio, y al mismo tiempo se puso en marcha. Togul Barok la agarró del codo. Derguín contuvo el aliento. Por muy emperador que fuese, parecía una temeridad tocar así a una divinidad. Pero ella no pareció tomárselo a mal, y Derguín se dio cuenta de que el contacto entre ambos se mantuvo durante unos segundos de más.

Al parecer, la diosa de la guerra y Togul Barok no sólo se habían dedicado a hablar de Agarta y otros lugares exóticos. Había que reconocer que formaban una pareja magnífica, digna de ser esculpida en el frontispicio de un templo.

—¿Qué ocurre? —preguntó Taniar.

—No quiero que te marches como la otra vez. Ahora que estoy aquí, necesito saber qué voy a hacer a continuación.

—Qué
vamos
a hacer —puntualizó Derguín.

—Tengo prisa —respondió la diosa—. Tubilok es de natural impaciente. Hablemos mientras caminamos. Seguro que sabéis hacerlo.

—Sugiero que hablemos aquí —dijo Derguín—. No creo que sea conveniente delante de Ziyam.

—¿Crees que esa mujer entiende el Arcano? —preguntó Togul Barok.

—Lo ignoro. Lo que sé es que lleva la traición metida en la sangre. ¿Dormiríais tranquilos al lado de una cobra?

—Supongo que no —respondió el emperador.

—En ese caso, hagamos nuestros planes rápido —dijo la diosa.

Por fin
, pensó Derguín. Necesitaba oír la palabra «plan». Aunque sólo quedaran cinco días para el fin del mundo que él conocía, era un avance.

En toda su vida, Ulma Tor sólo había pasado dos momentos de auténtico pánico. No eran demasiados, considerando que su existencia tenía tres pasados distintos (en el Onkos las líneas temporales podían bifurcarse y confluir de nuevo como hacían los senderos en este universo).

El primero fue cuando las Moiras descubrieron sus planes para arrebatarles el poder aprovechando que los actos de Tubilok habían desviado su atención. En aquel tiempo, Ulma Tor había huido de ellas siguiendo los pasos de Tubilok. Para ello había usado los finísimos resquicios por los que el Prates absorbía energía de otros universos. Desde entonces, no se atrevía a regresar. No pensaba hacerlo hasta que contara con un aliado tan poderoso, al menos, como el dios loco. Sabía que, en cuanto desparramara sus diez dimensiones por el Onkos, las Moiras lo aniquilarían.

El segundo momento de auténtico miedo se produjo cuando sin querer absorbió la syfrõn de Mikhon Tiq. Aunque la syfrõn estuviera encerrada en un universo que no le pertenecía, como le ocurría a él, tenerla en su interior era muy peligroso, algo así como si una cobra se tragase a una víbora. No obstante, aquel pánico no había sido tan intenso como el primero.

Ahora, cuando el cuerpo que ocupaba se convirtió en cenizas y vapor de agua, Ulma Tor volvió a experimentar el terror en su forma más pura. El día en que absorbió la syfrõn de Mikhon Tiq también estaba herido, pero había podido convertirse en una criatura alada gracias a que conservaba su sustrato material. Sin embargo, en este momento, no tenía materia que transformar. Tan sólo quedaba su estructura, muy aplanada y simplificada por la limitada geometría de esta Brana, y además muy inestable. En menos de un minuto se disgregaría, lo más parecido a la muerte que podía experimentar un ser como él, o sus dimensiones extra se desenrollarían, lo que significaría aparecer en el Onkos y ser aniquilado por las Moiras. Desesperado y casi ciego, extendió sus zarcillos inmateriales por los alrededores, buscando algún nicho material donde asentarse.

Y entonces encontró a las dos mujeres.

La mente más vacía de ambas era la de Bundaril. También era la menos agraciada de todas las Atagairas, pero ése era un problema menor. Ulma Tor penetró en ella, ya que la estructura consciente de Bundaril se hallaba tan debilitada que dejaba huecos abundantes en los que acomodar sus propias redes de información. Pero antes de que pudiera tomar por completo el control, los últimos restos de conciencia de la mujer se difuminaron como una niebla matutina.

Estaba muerta. Ya no le servía.

No le quedaban más que cuatro o cinco segundos. Invisible a los ojos humanos, Ulma Tor saltó a la cabeza de Ziyam. La reina de las Atagairas poseía una voluntad fuerte. Aunque Ulma Tor la había utilizado a conciencia física y mentalmente durante las primeras noches del viaje, todavía mantenía un último bastión de resistencia.

No le quedaba más remedio que negociar. El diálogo se produjo en fogonazos instantáneos, apenas expresables en palabras.

Déjame entrar y te lo daré todo
.

Mientes
.

Te llevaré con Tubilok. Serás su reina. Yo puedo conseguirlo
.

Mientes
.

Te daré a Derguín. Juntos lo atormentaremos hasta el final de sus días
.

Entra
.

Ella cedió justo a tiempo. Como un perro que se acomoda junto a la chimenea, Ulma Tor extendió la compleja malla de nodos de su ser en los huecos que le dejaba Ziyam. De ese modo no disponía de control absoluto sobre ella ni podía alterar la materia de su cuerpo, lo que significaba que, por el momento, había perdido los poderes que le ganaron el título de nigromante. Tendría que renunciar a la fuerza bruta y usar sólo la baza de la astucia.

Para un jugador nato, representaba un desafío interesante.

Debes hacerme caso, Ziyam. Yo sé lo que has de hacer
.

Cállate. Déjame en paz
.

El cuerpo de Ziyam se hallaba al borde de la consunción y su mente se perdía en delirios, pero se empeñaba en resistirse a sus órdenes. Ulma Tor miró por sus ojos y vio cómo se acercaba a Derguín.

No seas estúpida. No vas a lograr nada
.

—Derguín... Derguín... —murmuró ella. Apenas le salía la voz. Estaba prácticamente deshidratada. Ulma Tor tendría que convencerla de que bebiera. Durante el viaje le había sido indiferente, pero ahora necesitaba ese cuerpo en condiciones aceptables.

Derguín la apartó. Apenas hizo fuerza, pero Ziyam se encontraba tan débil que fue como si hubiera recibido un violento empellón. Trastabilló y cayó al suelo, aterrizando sobre las nalgas. Las tenía tan escurridas que apenas amortiguaron el impacto en el espinazo. Ulma Tor compartía sus sensaciones, y por un momento lo vio todo blanco.

No te muevas ahora. Debes disimular
.

Por qué
.

Si te mata, también me matará a mí. Pero no le des motivos y no lo hará. Es demasiado blando
.

Ziyam le hizo caso, tal vez porque apenas le quedaban energías para levantarse. Vieron cómo Derguín se acercaba a la maldita niña, que seguía atendiendo a Neerya, y después salía del patio.

Deprisa, antes de que vuelva. Levántate y coge la máscara
.

No
.

Cógela y póntela
.

No quiero hablar con él
.

Lo haré yo
.

Aquello pareció convencerla. Ziyam se levantó como si fuera una octogenaria y caminó hasta la máscara. Miró —miraron— de reojo a Ariel, que le(s) estaba dando la espalda.

Cuando se puso la careta, Ulma Tor notó cómo las agujas de metal penetraban en el rostro de Ziyam. Fue un dolor intenso, pero momentáneo.

Aquella máscara era una ventana abierta a la mente de Tubilok. Cuando éste visitó el Onkos y Ulma Tor le ofreció su ayuda —que luego no le prestó; esperaba que no le guardara demasiado rencor por ello—, también memorizó su patrón de conciencia. Lo había hecho sin apenas esforzarse: para los Tíndalos era tan natural como para un depredador de la sabana acechar a su presa. Ulma Tor y sus congéneres eran depredadores de información.

Siguiendo ese patrón, había diseñado la máscara. Con ella no podía leer ni invadir la mente del dios loco, que además era demasiado poderosa para dejarse dominar, pero sí comunicarse con él. Hasta este momento no se había atrevido a hacerlo directamente y había recurrido a intermediarios. Pero su situación era desesperada.

Las otras comunicaciones a través de médiums habían sido muy imperfectas. Confinado en la roca en estado de materia oscura, los pensamientos de Tubilok llegaban tan tenues y deshilachados como la sustancia de los sueños. Ahora Ulma Tor los recibió altos y sonoros.

¿Quién eres?

Alguien que quiere ayudarte
.

No estás usando radio ni onda corta
.

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