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Authors: Javier Negrete

El corazón de Tramórea (2 page)

En lugar de morir, fuimos nosotros quienes sembramos la muerte entre ellos como lobos en un rebaño. Huimos de Grios, acompañados por un gigantón llamado El Mazo. Irónicamente era el jefe de los forajidos que asaltaron a Derguín en aquel puente, pero se había hecho amigo suyo y nos ayudó en la fuga.

Con todo, habríamos perecido entonces, pues nos extraviamos y los arqueros enemigos nos rodearon. Esta vez fueron Mikhon Tiq y Linar quienes nos sacaron del atolladero. Llegaron a lomos de una gran bestia alada y destruyeron a nuestros perseguidores con sus llamaradas mágicas.

En realidad, fue sólo Mikhon Tiq quien nos salvó, pues Linar estaba paralizado en un extraño trance. Al parecer habían combatido contra otros brujos al norte; eso sólo lo supe entreoyendo alguna conversación entre Derguín y Mikhon Tiq. Éste ya no era la misma persona de antes. Al igual que Derguín se había convertido en
tah
Derguín, Mikhon Tiq ya no era aprendiz, sino mago.

Cruzamos la Sierra Virgen. Al otro lado se extendía una vasta jungla atravesada por un río. Construimos una balsa y descendimos por sus aguas persiguiendo a Togul Barok.

He visitado parajes hostiles, mas ninguno como esa selva. Nos atacaron cientos de serpientes que llegaron nadando por el río, salvajes como una jauría de lobos. Aunque logramos ahuyentarlas, mordieron a Tylse, que murió poco después. Mientras agonizaba, Derguín se empeñó en que era por su culpa, pues había yacido con ella la víspera del ataque. «Las serpientes son la venganza de Tríane. Hará lo mismo con cualquier mujer con la que me acueste», me dijo.

A las desgracias no les gusta viajar solas. Derguín se adentró en la selva buscando un antídoto para Tylse. Allí lo atacó Ulma Tor. El hechicero habría acabado con él, pero Mikhon Tiq apareció a tiempo. Ambos magos lucharon. Desde el río oíamos los ruidos del combate y vislumbrábamos resplandores mágicos entre la espesura.

Linar despertó de su trance y se dirigió hacia el lugar de la lucha. Llegó demasiado tarde. Ulma Tor se había ido, llevándose con él el alma o la syfrõn de Mikhon Tiq, o ambas cosas; no soy filósofo y no distingo bien esos conceptos. Lo único que dejó atrás fue un cuerpo vacío, una cáscara sin vida.

Para proteger el cuerpo de Mikhon Tiq, Linar lo convirtió en piedra y lo dejó en la selva. Si sintió pena por abandonar al joven, no la manifestó. No lo juzgaré por ello, pues nunca llegué a conocer lo que guardaba en su interior. Un hombre distinto de todos los que he conocido, y me atrevería a decir que admirable. Pero todavía no tengo muy claro qué papel desempeña o desempeñará en todo lo que está ocurriendo.

Llegamos por fin al mar Ignoto. Allí nos aguardaba un velero. El timonel que lo tripulaba era uno de los Pinakles. Nos informó de que Togul Barok ya había zarpado hacia la isla y nos dijo: «Sólo uno de vosotros puede embarcar».

Éramos cuatro Tahedoranes para un puesto a bordo. Krust renunció a pelear. Supimos entonces que Aperión nos había estado envenenando el agua, pero Linar había frustrado sus planes y fue Aperión quien cayó vomitando sangre y bilis. Yo le corté la cabeza, escupí entre sus ojos y la arrojé al mar.

Todo quedaba entre Derguín y yo. Él se negó a luchar contra mí. Tengo sus palabras clavadas como un hierro candente: «Jamás levantaré la espada contra ti, aunque en ello me vaya la vida».

La decisión se hallaba en manos de Linar, pues mi voto me obligaba a respetar su voluntad. ¡Maldito juramento prestado por el Kratos del pasado, que no conocía los tortuosos recodos de la vida!

Fue Derguín quien embarcó y quien se enfrentó a Togul Barok. Lo venció, pero el príncipe se levantó cuando parecía muerto y su herida se curó de forma milagrosa. No obstante, eso le retrasó lo suficiente para que Derguín se le adelantara y empuñara la Espada de Fuego. Armado con ella, empujó a Togul Barok a un pozo sin fondo. Durante más de dos años, no se volvió a saber nada de él. Derguín estaba convencido de que seguía vivo, y demostró tener razón, pues Togul Barok ha retornado y es ahora emperador de Áinar.

Derguín regresó convertido en Zemalnit. Debería haberme sentido orgulloso de mi joven discípulo, pero la boca me sabía a acíbar. Tan sólo deseaba despedirme de él y no volver a contemplar el brillo de
Zemal
en mi vida.

Mas todavía no podía ser. Caminamos hacia el sur por la costa, buscando alguna ciudad con puerto para volver a parajes civilizados. Pasamos la invernada en una aldea de pescadores. Fueron meses de tedio. Un buen día, Linar desapareció, sin dar explicaciones a nadie.

Meses después aparecieron unos barcos que venían de comerciar con los Équitros del norte. Con ellos regresamos al mar de Ritión. Derguín, persuadido por Krust, decidió viajar hasta Narak para fundar una nueva academia de artes marciales.

Yo me negué a ir con él, y desembarqué en Tíshipan, mi ciudad natal. Allí supe que Irdile, que fue mi esposa y con la que había tenido a mi hijo Darkos, había emigrado al sur para casarse con un rico comerciante. Me tranquilizó saber que a Darkos no le faltaría nada. ¡Qué lejos andaba de sospechar las calamidades y atrocidades que habría de presenciar mi hijo en Ilfatar!

De Tíshipan volví a Mígranz. Al llegar descubrí que la Horda Roja tenía un nuevo jefe, el duque Forcas. Le ofrecí mis servicios, los aceptó y le juré fidelidad. ¡Siempre jurando servir a otros!

Pasó un tiempo. El último día del año 1000 vimos una luz incandescente que surcaba el cielo en pleno día. Al poco de perderse tras el horizonte, sentimos un terremoto que rompió algunos cristales y agrietó paredes de adobe.

Aquella luz era una roca del cielo que cayó al norte, en Trisia. Estaba envenenada, y su veneno emponzoñó las cosechas. El trigo, la cebada o el pasto del ganado mostraban la misma apariencia que siempre, pero ya no alimentaban. La plaga se extendió hacia el sur, y con ella la hambruna. Sabíamos que pronto llegarían los bárbaros Trisios, y nos preparamos para ello.

Por aquel entonces nos visitó un rico mercader de Pashkri, Urusamsha. Pertenecía al clan Bazu, que desde hace siglos explota la Ruta de la Seda y otras calzadas y ejerce de mediador entre los estados de Tramórea. Era un taimado intrigante, pero encandiló a Forcas con su retórica. Y con algo más, pues aseguran que algunos Bazu pueden dominar las mentes ajenas. Ahora Urusamsha cabalga con nosotros con la boca amordazada para evitar que manipule a nadie con su lengua de víbora.

Urusamsha oficiaba de mandadero de la divina Samikir, reina de la ciudad de Malib, quien quería contratarnos para que protegiéramos la ciudad de los ataques de los nómadas y la amenaza de las Atagairas. A cambio nos pagaría la soldada y nos concedería tierras en Pasonorte, entre Malabashi y Abinia.

La mayoría decidimos aceptar la propuesta y nos pusimos en marcha. Veinte mil personas entre soldados, mujeres, niños y sirvientes. En Mígranz quedó tan sólo un batallón. Recorrimos miles de kilómetros, y en el mes de Himdanil llegamos a Malib.

El último día de ese mismo mes, la ciudad de Ilfatar, donde vivía mi hijo, cayó en poder del Martal, el ejército de cien mil soldados Aifolu mandado por Ulisha el Destructor. Aquellos fanáticos de ojos amarillos traían como aliados a los Glabros, guerreros aún más salvajes que ellos, que cabalgaban a sus pájaros del terror, unas aves carniceras del tamaño de corceles de guerra. Por si la ayuda fuera poca, poseían máquinas de asedio y, sobre todo, los acompañaba Gankru, un gigantesco demonio forjado en metal incandescente que volaba y escupía llamaradas.

Los Aifolu saquearon la ciudad y la redujeron a escombros. A sus cincuenta mil habitantes los sacrificaron en un impío templo, una Torre de Sangre en cuyo interior dormitaba Molgru, otro demonio de metal. Cuando la sangre cubrió su cuerpo, el demonio despertó. El general Ulisha ya tenía a dos aliados infernales, Gankru y Molgru, y quería despertar al tercero, Aridu. Eso haría que el camino de Ulisha se cruzara con el mío, pero yo estaba lejos de saberlo.

Entre las pocas personas que se salvaron de Ilfatar se encontraba mi hijo Darkos. Antes de morir, su madre le había confesado que yo era su padre. Darkos pasó varios días encerrado en unas catacumbas con miles de ciudadanos que iban a ser sacrificados. Demostrando una valentía y un ingenio que me enorgullecen, Darkos escapó de allí rescatando también a una muchacha llamada Rhumi.

Poco después se les unió Asdrabo, un Ibtahán con cinco marcas de maestría. Aquel hombre había luchado como un héroe en las murallas de Ilfatar; de haberlo conocido, le habría entregado el mando de un batallón. Por desgracia, los tres cayeron en una emboscada de jinetes Aifolu que raptaron a Rhumi e hirieron de muerte a Asdrabo. Darkos se salvó porque uno de los Aifolu se apiadó de él y le dejó escapar. Luego supimos que se trataba de Kybes, un espía de Derguín en el Martal.

Días más tarde Kybes se batió en duelo con Bintra, hijo del general Ulisha. En él perdió los dedos de la mano derecha. Ahora cabalga con nosotros hacia Atagaira y el mar de Kéraunos, y puede manejar la espada de nuevo gracias a las artes del hombrecillo que se hace llamar a sí mismo el Gran Barantán.

Fue precisamente el Gran Barantán quien apareció cuando mi hijo se quedó solo. A partir de ese momento, los dos viajaron juntos hacia el norte, y su camino se cruzó con el de Derguín, que se dirigía hacia el este.

Derguín tampoco había pasado días fáciles, pues se había visto envuelto en una turbia intriga en la que nuestro común amigo
tah
Krust fue asesinado. Los Narakíes incendiaron la casa y la academia militar de Derguín y a él lo acusaron del crimen. Un político llamado Agmadán le ofreció conservar la vida a cambio de dejar a Zemal en Narak. Derguín no sólo tuvo que renunciar a ella, sino también a Neerya, una cortesana de la que estaba enamorado.

Derguín logró escapar de la nave que lo llevaba al destierro o a la muerte gracias a la intervención de su amigo y socio, el navarca Narsel, que en aquel momento actuaba como pirata con el nombre de Agshar. Con él viajaba El Mazo, que debía sentir nostalgia de sus tiempos de bandolero en las tierras de Áinar.

El Mazo había rescatado del incendio una extraña armadura que Derguín trajo consigo de la isla de Arak. Gracias a eso Derguín recobró a
Zemal
, pues la había escondido dentro de la armadura. Después se dirigió al este. Llevaba con él el cuerpo petrificado de Mikhon Tiq, que el mismo Narsel le había traído desde la selva donde lo habíamos abandonado. Mikha se le había presentado en sueños y le había dicho que su alma se encontraba prisionera en Etemenanki, la fabulosa torre que se alza hasta el cielo.

En su viaje a Etemenanki lo acompañaron El Mazo y un niño llamado Ariel. ¡Menudo pillastre! Más bien,
menuda
pillastre. Al llegar a Atagaira, se descubrió que Ariel era en realidad una niña. Las mujeres extranjeras tienen prohibido entrar en Atagaira so pena de muerte. El Mazo trató de proteger a Ariel, pero la princesa Ziyam lo mató apuñalándolo por la espalda.

Ziyam había chantajeado a Derguín para que asesinara a su madre, la reina Tanaquil. La conjura no le salió bien: la descubrieron, y Tanaquil la castigó quemándole la mejilla con un hierro candente. Pese a esa marca, y ahora que no me oye Aidé, debo decir que Ziyam sigue pareciéndome una de las mujeres más atractivas que he conocido en mi vida. Pero también es más peligrosa que una cobra.

¡Aidé! He criticado a Derguín por involucrarse en conspiraciones, cuando lo que hice yo no le anda a la zaga. Mientras estábamos acantonados en las afueras de Malib, Aidé, la hija de Hairón, se enamoró de mí. Por desgracia, era concubina de Forcas, el jefe al que yo había jurado fidelidad. Aidé engatusó a Forcas y consiguió que me convirtiera en su escolta personal.

Ni Aidé ni nadie más sabía que como guardaespaldas yo no era el más adecuado. Llevaba ya muchos meses con el hombro derecho inutilizado. Lo disimulaba como podía, aunque el dolor era tan intenso que me impedía manejar bien la espada. Cuando en Malib el capricho de la reina Samikir me obligó a enfrentarme con un campeón local, sólo el oficio me salvó.

Aidé se me declaró durante una cacería en un parque. Luego huyó de mí; no sin antes tirarme una patada a los testículos: es una mujer de armas tomar. Cinco nómadas que se habían colado en el parque la atacaron. Aidé apuñaló a uno de ellos, pero los otros cuatro la inmovilizaron. En ese momento aparecí yo, entré en Mirtahitéi, la segunda aceleración, y acabé con ellos.

Allí, rodeados de cadáveres, hicimos el amor por primera vez.

Al día siguiente, acompañé a Forcas a la ciudad de Malib. La reina Samikir le había ofrecido la mano de una de sus hijas, y para evitarse problemas con Aidé, el duque me propuso que yo me casara con ella. Además, me ofreció un ascenso en la Horda. Parecía que los problemas se solucionaban solos.

No fue así. En Malib caímos en una emboscada. Forcas fue asesinado, y yo me convertí en cautivo y juguete sexual de Samikir. Mientras, en el campamento de los Invictos, el general Vurtán, el más capaz de la Horda, fue envenenado. El verdadero culpable, mi enemigo personal Ihbias, acusó del crimen a Aidé, y la encerró para juzgarla más tarde.

Mal me habría ido como concubino de Samikir, pues la reina exprimía la juventud de sus amantes en un solo año. Pero llegó un mensaje de Togul Barok, ya emperador de Áinar y aliado de Samikir. Togul Barok quería que me enviaran a Koras, de modo que la reina me dejó libre.

Apenas habíamos salido de Malib cuando apareció Darkos, fingiendo ser el Zemalnit. En ello le ayudó el Gran Barantán, que prendió fuego a una espada normal. El truco funcionó, y después de muchos años me reuní por fin con mi hijo. De paso, el Gran Barantán arregló mi hombro, no sé si con magia o con simple ciencia. Convertido de nuevo en un Tahedorán entero, regresé al campamento de la Horda y maté a Ihbias. Los Invictos me eligieron general en un día cuyo recuerdo todavía me pone la carne de gallina.

Mi primera orden fue alejarnos de Malib, nido de serpientes. Además, el Martal se acercaba. Yo tenía diez mil hombres a mis órdenes y Ulisha cien mil, así que no quería enfrentarme con él.

El destino no lo permitió. Nos refugiamos en las ruinas de Nidra, al pie de una peña gigantesca conocida como Kimalidú o Roca de Sangre. Allí se encontraba, precisamente, la tercera Torre de Sangre donde dormía el demonio Aridu.

El Martal tomó la ciudad de Malib y apresó a decenas de miles de sus habitantes, a los que se llevó al Kimalidú con el propósito de sacrificarlos y despertar a Aridu. Cuando quisimos darnos cuenta, estábamos encerrados en Nidra. No nos quedaba más remedio que luchar contra un enemigo que nos superaba diez a uno.

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