Read El caldero mágico Online

Authors: Lloyd Alexander

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil

El caldero mágico (18 page)

Taran se volvió para ayudar a Fflewddur. El bardo había tropezado con las rocas y, tras haber caído entre ellas, se esforzaba ahora por llegar a la orilla. Tenía el rostro lívido a causa del dolor y el brazo derecho le colgaba inútil del costado.

—¿Se ha roto? ¿Se ha roto? —gimió Fflewddur mientras Taran y Eilonwy le arrastraban hacia la orilla.

—Podré responderte dentro de un momento —dijo Taran.

Le ayudó a sentarse y apoyó la espalda del bardo, que estaba a punto de desfallecer, en el tronco de un aliso. Abrió la capa de Fflewddur y, tras cortarle la manga del jubón, examinó cuidadosamente el brazo herido. Taran se dio cuenta en seguida de que, además del considerable golpe de la caída, una de las patas del Crochan había herido profundamente a Fflewddur en el costado.

—Sí —dijo Taran con voz grave—, me temo que se ha roto.

Al oír sus palabras, el bardo emitió un prolongado quejido y agachó la cabeza.

—Terrible, terrible —gimió—. Un Fflam siempre está alegre, pero esto es muy difícil de soportar…

—Fue un accidente bastante grave —dijo Eilonwy, intentando ocultar su preocupación—, pero no debes tomártelo así. Puede arreglarse, encontraremos el modo de…

—¡Es inútil! —gritó Fflewddur desesperado —. ¡Nunca será igual que antes! ¡Y todo es culpa de ese maldito Crochan! ¡Oh, estoy seguro de que esa cosa horrible me atacó deliberadamente!

—Te prometo que acabarás poniéndote bien —dijo Taran.

Mientras intentaba tranquilizar al preocupado Fflewddur, arrancó unas cuantas tiras bien anchas de su capa.

—Dentro de nada estará tan bien como antes —añadió—. Naturalmente, no podrás mover el brazo hasta que se haya curado.

—¿El brazo? —dijo Fflewddur—. ¡No es el brazo lo que me preocupa! ¡Es mi arpa!

—Tu arpa se halla en mejor estado que tú —dijo Eilonwy, que descolgó del hombro de Fflewddur su instrumento y se lo puso en el regazo.

—¡Gran Belin, qué susto me habías dado! —dijo Fflewddur, acariciando el arpa con la mano sana—. ¿Brazos? Claro que sí, siempre se curan sin ningún problema. Al menos una docena de veces me he…, sí, bueno, quiero decir que una vez me torcí la muñeca mientras practicaba un poco de esgrima…; en cualquier caso, tengo dos brazos…, ¡pero sólo un arpa! —El bardo lanzó un inmenso suspiro de alivio—. Ciertamente, ya estoy mejor.

Pese a que sonreía con valentía, Taran pudo percibir que el bardo sufría bastante más de lo que revelaban sus palabras. Con gestos tan diestros como cuidadosos, Taran escogió una rama del tamaño adecuado y la colocó a lo largo del miembro herido, que luego envolvió apretadamente con las tiras de tela, entablillando así el brazo de Fflewddur. Después cogió unas hierbas de la alforja que llevaba Lluagor.

—Mastícalas —le dijo al bardo—, te aliviarán el dolor. Y será mejor que permanezcas sin moverte ni lo más mínimo durante un buen rato.

—¿Quedarme aquí tendido? —exclamó el bardo—, ¡No, ahora menos que nunca! ¡Debemos sacar esa repugnante marmita del fango!

Taran meneó la cabeza.

—Nosotros tres lo intentaremos. Con un brazo roto, ni siquiera un Fflam puede sernos de gran ayuda.

—¡Imposible! —gritó Fflewddur—. ¡Un Fflam siempre ayuda! Intentó levantarse del suelo, pero volvió a desplomarse con un quejido de dolor. Jadeando a causa del esfuerzo, se quedó callado, y contempló con aire abatido su brazo.

Taran cogió las cuerdas y, con Gurgi y Eilonwy siguiéndole, se metió en el agua. El Crochan estaba medio sumergido: la corriente formaba remolinos alrededor de la abertura y el caldero parecía hablar con un murmullo desafiante. Taran vio que, aunque la armazón de ramas no se había roto, el caldero había quedado atrapado entre dos rocas. Hizo un nudo corredizo con la soga, lo pasó por una de las patas e indicó a Gurgi y Eilonwy que tirasen al avisarles él.

Taran se adentró un poco más en el río y, agachándose, intentó meter el hombro bajo el caldero mientras Gurgi y Eilonwy tiraban con todas sus fuerzas. El Crochan no se movió.

Calado hasta los huesos y con las manos entumecidas, Taran luchó en vano con el caldero. Finalmente volvió sin aliento y tambaleándose a la orilla y, una vez allí, ató las sogas a Lluagor y Melynlas.

De nuevo se metió Taran en la gélida corriente e indicó con un grito a Eilonwy que obligara a los caballos a alejarse del río. Las sogas se tensaron y los corceles se esforzaron al máximo, en tanto que Taran empujaba con toda su alma el inamovible caldero. El bardo había logrado ponerse en pie y les ayudaba en la medida de sus fuerzas. Gurgi y Eilonwy se metieron en el agua y se reunieron con Taran; el Crochan, no obstante, resistió incluso al esfuerzo combinado de los tres.

Desesperado, Taran les hizo una señal para que se detuvieran. Con el ánimo abatido, los compañeros volvieron a la orilla.

—Acamparemos aquí el resto del día —dijo Taran—. Mañana, cuando hayamos recobrado las fuerzas, lo intentaremos otra vez. No sé cómo, pero debe existir algún modo de sacarlo. Está aprisionado entre las rocas y las algas y cuanto más nos esforzamos más atascado parece quedar.

Miró hacia el río. El caldero, medio hundido en el agua, parecía observarles como un maligno animal de presa.

—El caldero está lleno de mal y sólo males nos ha traído —dijo Taran—. Me temo que ahora ha conseguido derrotarnos por fin.

Se apartó del río y detrás de él los arbustos se agitaron. Taran giró en redondo con la espada desenvainada.

Y entre los árboles apareció una figura.

17. El dilema

Era Ellidyr. Con Islimach tras él, fue hasta la orilla: su cabellera leonada estaba cubierta de barro reseco y tenía el rostro manchado de tierra. En sus mejillas y sus manos se veían huellas de crueles heridas; su jubón, lleno de sangre, le colgaba hecho harapos de los hombros y ya no llevaba capa. En sus ojos rodeados por anillos oscuros ardía una luz febril. Ellidyr se detuvo ante los compañeros, enmudecidos de sorpresa, y, echando la cabeza hacia atrás, les contempló con expresión burlona.

—Me alegra encontraros —dijo con voz ronca—, valerosa tropa de espantapájaros. —Sus labios se retorcieron en una tensa sonrisa cargada de amargura—. El porquerizo, la criada…, no veo al soñador.

—¿Qué haces aquí? —le gritó Taran, encarándose con él—. ¿Osas pronunciar el nombre de Adaon? Está muerto y yace enterrado bajo su túmulo. ¡Nos has traicionado, Hijo de Pen-Llarcau! ¿Dónde estabas cuando los Cazadores cayeron sobre nosotros? ¿Dónde estabas cuando otra espada podría haber inclinado la batalla a nuestro favor? ¡El precio fue la vida de Adaon, un hombre mucho mejor de lo que nunca llegarás a ser tú!

Ellidyr, sin contestarle, pasó junto a Taran y, moviéndose con cansada rigidez, tomó asiento al lado de las alforjas.

—Dadme algo de comer —dijo en tono brusco—. Sólo he tenido raíces y agua de lluvia como provisiones.

—¡Traidor malvado! —gritó Gurgi, levantándose de un salto—. ¡No hay morder y mascar para el perverso villano, no, no!

—Contén la lengua —dijo Ellidyr—, o no tendrás cabeza con que moverla.

—Dadle comida como ha pedido —ordenó Taran.

Murmurando furioso, Gurgi obedeció y abrió su bolsa mágica.

—¡Y no creas que eres bienvenido aquí sólo porque te damos de comer! —le gritó Eilonwy.

—La criada no parece muy alegre de verme —dijo Ellidyr—. Tiene mal genio.

—No puedo culparla por ello, realmente —dijo Fflewddur—, y no veo que debieras esperar otra cosa. Nos jugaste una mala pasada. ¿Esperabas acaso que te recibiéramos con una fiesta?

—Veo que al menos el rascador de arpas está con vosotros —dijo Ellidyr, cogiendo la comida que le tendía Gurgi—. Pero veo también que ahora el pájaro tiene un ala rota.

—Otra vez pájaros —murmuró el bardo estremeciéndose—. ¿No me dejarán nunca olvidar a Orddu?

—¿Por qué nos has buscado? —le preguntó secamente Taran—. Antes no tuviste ningún escrúpulo en abandonarnos. ¿Qué te trae aquí ahora?

—¿Buscaros yo? —Ellidyr lanzó una áspera carcajada—. Busco los pantanos de Morva.

—Bueno, pues estás muy lejos de ahí —exclamó Eilonwy—. Pero si tienes mucha prisa por llegar, como yo espero, me encantará orientarte. Y cuando llegues, te sugiero que busques a Orddu, Orwen y Orgoch. Ellas se alegrarán mucho más que nosotros cuando te vean.

Ellidyr engulló a toda prisa su comida y se apoyó en las alforjas.

—Eso está mejor —dijo—, ya siento algo de vida en mi cuerpo.

—Espero que te sientas lo bastante vivo para marchar en seguida adonde vayas, sea cual sea tu destino —le replicó enfadada Eilonwy.

—Y sea cual sea el vuestro —contestó Ellidyr—, os deseo que disfrutéis mucho con el viaje. Encontraréis Cazadores más que suficientes para divertiros…

—¿Cómo? —gritó Taran—. ¿Siguen por aquí los Cazadores?

—Sí, porquerizo —le contestó Ellidyr—. Toda Annuvin anda revuelta. He logrado correr más que los Cazadores, practicando el noble deporte de la liebre que huye ante los sabuesos. También los gwythaints se divirtieron conmigo — añadió con una risa despectiva—, aunque hacerlo les costó perder a dos miembros de su bandada. Pero quedan los suficientes para ofreceros una buena caza, si eso es lo que buscáis.

—Espero que no los hayas atraído hacia nosotros —empezó a decir Eilonwy. Ellidyr la interrumpió.

—No les llevaría a ningún sitio y menos aún hasta vuestro paradero, ya que lo ignoraba. Cuando los gwythaints y yo nos despedimos, puedo aseguraros que no me fijé demasiado en el camino que tomaba.

—Ahora puedes escoger con tiempo tu camino —dijo Eilonwy—, siempre que te lleve lejos de nosotros. Y espero que lo recorras tan aprisa como hiciste al abandonarnos sin aviso.

—¿Sin aviso? —rió Ellidyr—. Un Hijo de Pen-Llarcau no huye sigilosamente en la noche como un ladrón. Erais demasiado lentos para mí y tenía asuntos muy urgentes de los que ocuparme.

—¡Tu propia gloria! —le replicó secamente Taran—. No pensabas en nada más: di al menos la verdad, Ellidyr.

—Es cierto que pretendía ir a los pantanos de Morva —dijo Ellidyr, sonriendo con amargura—. Y es también cierto que no pude encontrarlos. Aunque lo habría conseguido si los Cazadores no se hubieran interpuesto en mi camino…

»Por lo que ha dicho la criada —prosiguió Ellidyr—, deduzco que habéis estado en Morva.

Taran asintió.

—Sí, hemos estado ahí. Ahora volvemos a Caer Dallben. Ellidyr se rió de nuevo.

—Y también vosotros habéis fracasado. Pero dado que vuestro viaje fue el más largo, os pregunto, ¿quién ha malgastado mayor cantidad de esfuerzo y sufrimiento?

—¿Fracasado? —exclamó Taran—. ¡No hemos fracasado! ¡El caldero es nuestro! Ahí está —añadió, señalando la oscura forma del Crochan medio hundida en el barro.

Ellidyr se incorporó de un salto y miró hacia el río.

—¡Cómo es posible! —gritó con ira— ¿Me habéis engañado una vez más? — Su rostro se oscureció a causa de la rabia—. ¿He arriesgado de nuevo mi vida para que un porquerizo me robara mi trofeo?

En sus ojos ardía la locura y su mano saltó hacia el cuello de Taran, pero éste la desvió de un golpe.

—Jamás te he engañado, Hijo de Pen-Llarcau! —gritó—. ¿Tu trofeo? ¿Arriesgar tu vida? Hemos perdido una vida y hemos derramado sangre por el caldero. Sí, príncipe de Pen-Llarcau, hemos pagado por él un precio muy caro…, mucho más caro de lo que tú puedas llegar a imaginar.

Ellidyr pareció estar a punto de ahogarse, tal era su rabia. Permaneció en pie sin moverse, con el rostro contorsionado por la ira, y tardó unos instantes en lograr que de nuevo su rostro adoptara la expresión fría y altanera de costumbre, aunque seguían temblándole las manos.

—Así pues, porquerizo —dijo con voz ronca y sibilante—, has logrado encontrar el caldero después de todo… Aunque, la verdad, me parece que ahora es más propiedad del río que tuya. Ah, ¿quién podría haberlo dejado en semejante sitio sino un porquerizo? ¿No tenías el seso suficiente como para hacerlo trizas, en vez de llevarlo con vosotros?

—El Crochan no puede ser destruido a menos que alguien dé su vida entrando en él —le respondió Taran—. Tenemos el seso suficiente para saber que sólo estará seguro en manos de Dallben.

—¿Quieres ser un héroe, porquerizo? —le preguntó Ellidyr—. ¿Por qué no entras en él? Estoy seguro de que tienes el valor suficiente para ello…, o quizá en el fondo de tu ánimo seas un cobarde, y lo demuestras al tener la prueba ante ti.

Taran no hizo el menor caso a las burlas de Ellidyr.

—Necesitamos tu ayuda —le apremió—. No somos lo bastante fuertes: ayúdanos a llevar el Crochan a Caer Dallben. Ayúdanos por lo menos a sacarlo del barro.

—¿Ayudaros? —Ellidyr lanzó una feroz carcajada—. ¿Ayudaros? ¿Para que así un porquerizo pueda luego pavonearse ante Gwydion y alardear de sus hazañas? ¿Para que un príncipe de Pen-Llarcau deba reírle las gracias? ¡No, de mí no recibiréis ninguna ayuda! ¡Te advertí que debías cumplir con tus obligaciones! ¡Cumple ahora con ellas, porquerizo!

—¡Gwythaints! —gritó Eilonwy de pronto señalando hacia el cielo.

Sobre los árboles se divisaban tres gwythaints que, cual compitiendo en velocidad con las nubes impulsadas por el viento, se lanzaron sobre ellos. Taran y Eilonwy ayudaron a Fflewddur y se metieron tambaleándose entre la maleza. Gurgi, medio enloquecido por el miedo, se encargó de los caballos, a los que llevó al refugio ofrecido por los árboles. Mientras Ellidyr les seguía, los gwythaints cayeron en picado con el viento silbando entre sus plumas brillantes.

Los gwythaints volaron en círculos sobre el caldero en medio de roncos graznidos, tapando el sol con sus negras alas. Uno de los feroces pájaros se posó por un instante en el Crochan y aleteó estruendosamente. Los gwythaints no hicieron el menor intento de atacar a los compañeros: trazaron otro círculo sobre el caldero y luego remontaron el vuelo hacia lo alto, dirigiéndose al norte. Las montañas no tardaron en tragárselos.

Pálido y tembloroso, Taran salió de los arbustos.

—Han encontrado al fin lo que estaban buscando —dijo —. Muy pronto Arawn sabrá que el Crochan está esperando a que nos lo quite de entre las manos. —Se volvió hacia Ellidyr—. Ayúdanos —le pidió de nuevo—, te lo ruego. No podemos perder ni un momento.

Ellidyr se encogió de hombros y fue hasta la orilla, observando desde allí con atención el Crochan medio hundido en el fango.

—Puede moverse —dijo al volver junto a ellos—, pero no serás tú quien lo consiga, porquerizo. Necesitarás la fuerza de Islimach para unirla a la de tus corceles…, y también necesitarás la mía.

Other books

Tender Savage by Iris Johansen
Murder Suicide by Keith Ablow
Fury and the Power by Farris, John
In My Arms by Taryn Plendl
Making Waves by Cassandra King
Mind Scrambler by Chris Grabenstein
Playing With Fire by C.J. Archer
What a Fool Believes by Carmen Green


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024