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Authors: Lian Hearn

Tags: #Aventura, Fantastico

El brillo de la Luna (37 page)

Le puse las manos alrededor de la garganta, hasta encontrar el pulso. Podría haber apretado y matado a mi asaltante de inmediato, pero en cuanto agarré el cuello me di cuenta de que era el de un niño. Solté la presión un poco; el chico había tensado los músculos al máximo para provocar en mí la ilusión de que era más fornido de lo que realmente era. Al notar que yo relajaba la sujeción, tragó saliva y dijo rápidamente:

—Señor Takeo, los Muto quieren una tregua.

Le agarré por los hombros. Entonces le hice abrir las manos y le arrebaté un cuchillo, así como un garrote que llevaba entre las ropas. Acto seguido le tapé la nariz para que tuviera que abrir la boca y le metí los dedos dentro en busca de agujas o de veneno. Tuve que hacer todo esto en la oscuridad y él se sometió sin ofrecer resistencia. Después llamé a Shiro para que trajera una lámpara de la cocina.

Cuando Shiro vio al intruso estuvo a punto de dejar caer la lámpara al suelo.

—¿Cómo ha conseguido entrar? ¡Es imposible!

Quiso dar un azote al niño, pero yo no se lo permití. Di la vuelta a las manos del muchacho y vi la característica línea que cruzaba las palmas. Le propiné una bofetada.

—¿Qué mentiras me cuentas sobre los Muto, si eres un Kikuta?

—Soy el hijo de Muto Shizuka —dijo con calma—. Mi madre y el maestro Muto han venido a ofrecerte una tregua.

—¿Y por qué estás aquí? ¡No acostumbro a negociar con mocosos como tú!

—Quería ver si podía —replicó él, vacilando un poco por primera vez.

—¿Acaso tu madre no sabe que estás aquí? ¡He estado a punto de matarte! ¿Qué habría sido entonces de la tregua? —volví a abofetearle, esta vez con menos fuerza—. ¡Eres un estúpido! —caí yo en la cuenta de que hablaba como Kenji—. ¿Eres Zenko o Taku?

—Taku —susurró.

"El más pequeño", pensé.

—¿Dónde está Shizuka ahora?

—No lejos de aquí. ¿Quieres que te lleve?

—Quizá a una hora decente.

—Debo regresar—dijo Taku, nervioso—. Se va a enfadar mucho cuando vea que me he ido.

—Te lo mereces. ¿Acaso no se te ocurrió cuando te marchaste?

—A veces se me olvida pensar —dijo él con tristeza—. Cuando quiero hacer algo, lo hago y ya está.

Reprimí las ganas de echarme a reír.

—Voy a atarte hasta que sea de día. Entonces iremos a ver a tu madre.

Le pedí a Shiro que trajese cuerda y amarré al niño, al tiempo que daba instrucciones a uno de los avergonzados guardias para que no le quitase los ojos de encima. Taku pareció resignado a quedarse prisionero; demasiado resignado, quizá. Pensé que él estaba seguro de poder escapar y yo quería dormir un rato. Le pedí que me mirara. Me obedeció con cierta desgana y casi inmediatamente puso los ojos en blanco y cerró los párpados. Cualesquiera que fueran sus dotes extraordinarias —y yo no dudaba que eran muchas—, no podía resistirse al sueño de los Kikuta.

"Eso es algo que puedo enseñarle", pensé casi sin darme cuenta, instantes antes de quedarme yo también dormido.

Cuando me desperté, Taku seguía durmiendo. Le observé la cara durante un buen rato. No veía parecido conmigo ni con los Kikuta; me recordaba sobre todo a su madre, pero también tenía una ligera similitud con el padre. Si el hijo de Arai había caído en mis manos..., si los Muto realmente querían hacer una tregua conmigo... No fue hasta que una sensación de alivio empezó a caer sobre mí que caí en la cuenta de lo que me había asustado hasta ese momento un encuentro con Kenji, mi antiguo preceptor, y el resultado de tal encuentro.

Taku continuó durmiendo, mas no me preocupé. Sabía que su madre vendría a buscarlo antes o después. Tomé un desayuno ligero con Shiro y después me senté en la veranda con los planos del castillo de Hagi, memorizándolos mientras esperaba a Shizuka.

Aunque estaba atento a su aparición, la joven casi había llegado a la casa antes de que la reconociera. Me había visto, pero si no la hubiera llamado habría pasado de largo.

—¡Eh, tú!

No quise mencionar su nombre. Shizuka se paró y habló sin girarse:

—¿Yo, señor?

—Ven dentro de la casa para encontrar lo que estás buscando.

Ella se acercó a la vivienda, se descalzó las sandalias en la veranda y me hizo una profunda reverencia. Sin decir palabra, entré en la casa. Shizuka me siguió.

—¡Ha pasado mucho tiempo, Shizuka!

—Primo mío, más vale que no le hayas hecho daño.

—Estuve a punto de matarle. Deberías cuidarle mejor.

Nos miramos con cólera el uno al otro.

—Supongo que debería registrarte en busca de armas —dije.

Me sentía feliz de volver a verla y tuve la tentación de abrazarla, pero no quería que me clavara un cuchillo en las costillas.

—No he venido a hacerte daño, Takeo. Estoy aquí con Kenji. Quiere hacer las paces contigo. Ha convencido a la familia Muto; seguirán los Kuroda y los demás, probablemente, también. Trajimos a Taku con nosotros como muestra de buena voluntad. No sabía que iba a escaparse solo.

—La Tribu nunca me ha dado motivos para otorgarle mi confianza —dije yo—. ¿Por qué habría de fiarme de ti?

—Si mi tío viene a verte, ¿hablarás con él?

—Desde luego. Trae también a tu hijo mayor. Mis hombres cuidarán de los niños mientras hablamos.

—He oído decir que te has vuelto despiadado, Takeo —terció Shizuka.

—Tus parientes de Yamagata y Matsue me enseñaron a serlo. Kenji decía siempre que era lo único que me faltaba —llamé a la hija de Shiro y le pedí que trajera té—. Siéntate —le indiqué a Shizuka—. Tu hijo está dormido. Toma un poco de té y luego trae a Kenji y a Zenko ante mi presencia.

Nos sirvieron el té y Shizuka lo bebió a pequeños sorbos.

—Supongo que te has enterado de la muerte de Yuki —dijo Shizuka.

—Sí, la noticia me ha entristecido muchísimo. Me indigna que la hayan utilizado de esa forma. ¿Sabes lo del niño?

Shizuka asintió con un gesto.

—Mi tío no perdona a los Kikuta. Por eso está dispuesto a desafiar la sentencia de Kotaro contra ti y ha decidido apoyar tu causa.

—¿No me culpa de su muerte?

—No, los culpa a ellos por su rudeza e inflexibilidad. También se culpa él mismo por la muerte de Shigeru, por alentaros a Kaede y a ti para que os enamoraseis y quizá también por la muerte de su hija.

—Todos nos sentimos culpables, pero el destino nos utiliza a su antojo —dije en voz baja.

—Es verdad —convino Shizuka—. No tenemos más remedio que vivir en el mundo tal y como es.

—¿Tienes noticias de Kaede?

No deseaba hablar de ella; no quería dejar al descubierto mi debilidad ni mi humillación, pero incluso así no pude resistirme.

—Está casada. Vive recluida, pero vive.

—¿Te sería posible ponerte en contacto con ella?

El rostro de Shizuka se suavizó ligeramente.

—Soy amiga del médico del señor Fujiwara y entre las criadas de la casa hay una muchacha de la familia Muto. De vez en cuando nos hace llegar mensajes, pero no podemos hacer casi nada. No me atrevo a establecer un contacto directo. Creo que ni siquiera Kaede llega a darse cuenta del peligro en el que se encuentra. Fujiwara ha dado muerte a criados suyos, incluso a acompañantes, por dejar caer una bandeja, romper una planta o algún otro asunto insignificante.

—Makoto dice que Fujiwara no duerme con ella...

—Creo que no —replicó Shizuka—. En términos generales, no le gustan las mujeres; pero siente una atracción especial por Kaede. Es uno de sus tesoros.

La rabia me carcomía las entrañas. Me imaginé entrando de noche en la residencia para encontrar a aquel hombre. Le descuartizaría, lentamente...

—Fujiwara está protegido por su relación con el emperador —prosiguió Shizuka, como si me pudiera leer el pensamiento.

—¡El emperador! ¿Qué hace el emperador por nosotros, tan lejos, en la capital? Puede que ni siquiera exista un emperador. ¡Es como una historia de fantasmas, inventada para asustar a los niños!

—Hablando de culpa —intervino Shizuka, haciendo caso omiso de mi arranque de cólera—, yo también soy culpable. Persuadí a Kaede para que provocara la atención de Fujiwara. Por otra parte, sin la ayuda del noble todos habríamos muerto de hambre aquel invierno.

Shizuka terminó el té y me hizo una reverencia.

—Si el señor Otori lo desea, iré a buscar a mi tío.

—Me encontraré aquí con él dentro de un par de horas. Primero tengo unos asuntos que tratar.

—Señor Otori.

El hecho de que Shizuka me otorgara tal tratamiento me resultaba extraño, pues hasta entonces sólo le había oído utilizarlo para dirigirse a Shigeru. Me di cuenta de que durante nuestra conversación yo había pasado de "primo" a "Takeo" y, finalmente, a "señor Otori". No sé por qué, pero me agradaba. Tuve la impresión de que, si Shizuka reconocía mi autoridad, es que ésta era real.

Les pedí a los guardias que vigilaran a Taku y me fui a revisar las tropas que permanecían en el pueblo. Los dos días de descanso y la comida en abundancia habían tenido un efecto excelente en los hombres y los caballos. Me sentía ansioso por regresar a la costa, por tener noticias de Fumio, y decidí que viajaría con un destacamento reducido; pero no sabía qué hacer con el resto de los hombres. Como de costumbre, la comida suponía un problema. Los habitantes de Shuho habían sido generosos con nosotros, pero no podíamos seguir aprovechándonos de su buena voluntad o les dejaríamos sin recursos. Aunque me decidiera por enviar casi todo mi ejército por tierra, a seguir a Arai, necesitaría provisiones.

Era casi el mediodía y regresé a casa de Shiro mientras meditaba sobre estos problemas. Recordé entonces al pescador de la playa y a los bandidos que tanto le asustaban. Una incursión contra aquellos forajidos podría ser beneficiosa para matar el tiempo, para apartar a mis hombres de la ociosidad y restaurar su espíritu de lucha después de habernos batido en retirada. El ataque también agradaría a los lugareños y, posiblemente, conseguiríamos alimentos y equipamiento. La idea me pareció estupenda.

A la sombra de la techumbre de tejas, una figura permanecía en cuclillas. Se trataba de un hombre de aspecto corriente, vestido con ropas de un azul grisáceo y que no llevaba armas visibles. Junto a él se encontraba un muchacho de unos doce años. Ambos se pusieron en pie con lentitud cuando me vieron.

Hice un movimiento con la cabeza.

—Vamos.

Kenji se descalzó las sandalias en la veranda.

—Espera aquí —le dije—. Que venga conmigo el chico.

Entré en la casa con Zenko y le llevé hasta la estancia donde su hermano menor seguía durmiendo. Tomé en la mano el garrote de Taku y les dije a los guardias que estrangularan a los niños si se producía cualquier tipo de ataque contra mí. Zenko permaneció en silencio y no dio señal alguna de temor. Me percaté de lo mucho que se parecía a Arai. Entonces, regresé junto a mi antiguo preceptor.

Ya en el interior de la vivienda, nos sentamos y nos observamos mutuamente durante un buen rato. Entonces Kenji hizo una reverencia con su ironía característica y dijo:

—Señor Otori.

—Muto —repliqué yo—. Taku también está en la habitación contigua. Él y su hermano morirán al instante si hay algún intento de matarme.

Kenji parecía más viejo y en su rostro percibí marcas de cansancio hasta entonces inexistentes. En las sienes se apreciaban las primeras canas.

—No tengo la menor intención de hacerte daño, Takeo —Kenji vio cómo yo fruncía el ceño y corrigió sus palabras con impaciencia—. Señor Otori. Es probable que no me creas, pero nunca quise herirte en modo alguno. Cuando aquella noche en casa de Shigeru juré protegerte mientras viviera, fui totalmente sincero.

—Tienes una extraña manera de mantener tus promesas —le dije.

—Ambos sabemos lo que significa estar dividido por lealtades contradictorias —repuso—. ¿Te importa que dejemos ese asunto a un lado, por el momento?

—Me agradaría que hiciéramos las paces.

Yo actuaba con mayor frialdad de la que sentía, a causa de todo lo que había sucedido entre nosotros. Durante mucho tiempo le había considerado en parte culpable de la muerte de Shigeru; pero en ese momento mi resentimiento hacia él remitía por la pena de la muerte de Yuki, por el sufrimiento del propio Kenji. Por otra parte, yo tenía remordimientos con respecto a Yuki; además, estaba la cuestión del niño: mi hijo era el nieto del que fuera mi preceptor.

Él exhaló un suspiro.

—La situación ha llegado a ser intolerable. ¿Qué sentido tiene que intentemos liquidarnos el uno al otro? La razón por la que los Kikuta te reclamaron en primer lugar fue para intentar conservar tus dotes extraordinarias. ¡No podía haberles ido peor! Sé que conservas los informes recogidos por Shigeru y no me cabe duda de que podrías asestar a la Tribu un golpe fatal.

—Preferiría trabajar con la Tribu que destruirla —le expliqué—. Pero antes debe demostrarme su fidelidad absoluta. ¿Estás en condiciones de garantizarla?

—Puedo hacerlo en nombre de todas las familias, excepto los Kikuta. Nunca se reconciliarán contigo —Kenji hizo una pausa y después prosiguió en voz baja—: Ni yo con ellos.

—Lamento muchísimo la muerte de tu hija —me apresuré a decir—. Me siento culpable de lo que le ha ocurrido. No tengo excusa. Te aseguro que si volviera a vivir actuaría de otra manera.

—No te culpo —replicó Kenji—. Yuki te eligió. Más bien me culpo a mí mismo por haberla criado en la creencia de que contaba con más libertad de la que, como mujer, tenía en realidad. Desde que Yuki te llevó a
Jato,
los Kikuta desconfiaron de ella. Temían que influyera en el niño. Tengo entendido que van a educarlo para que te odie, y los Kikuta tienen mucha paciencia. Yuki no te odiaba, nunca lo habría hecho. Siempre estaba de tu parte —Kenji sonrió con tristeza—. Se puso furiosa cuando te apresamos en Inuyama. Dijo que nunca lograríamos retenerte en contra de tu voluntad.

Noté que los ojos me ardían.

—Te amaba —dijo Kenji—. Quizá tu también la hubieras amado si en aquel entonces no hubieras conocido a la señora Shirakawa. También me culpo por eso. Fui yo quien planeó vuestro encuentro; observé cómo os enamorasteis en aquella sesión de entrenamiento. No sé, a veces pienso que en ese viaje todos estábamos bajo los efectos de un encantamiento.

Yo también lo pensaba. Reflexioné sobre la torrencial lluvia, la intensidad de mi pasión por Kaede, la locura de mi incursión al castillo de Yamagata, el viaje de Shigeru hacia la muerte.

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