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Authors: Lian Hearn

Tags: #Aventura, Fantastico

El brillo de la Luna (13 page)

No era la primera vez que Shizuka se sentía hastiada del disimulo constante, del despotismo y la brutalidad. Se acordó de Shigeru y sus deseos de paz y justicia; de Ishida, cuyo trabajo era salvar vidas, no acabar con ellas. Un profundo dolor le retorció el corazón. "Ya no soy joven", pensó. "El próximo año cumpliré treinta años".

Sus ojos enrojecieron y Shizuka cayó en la cuenta de que iba a romper a llorar. Las lágrimas empezaron a surcarle el rostro y Kondo, que interpretó su llanto de forma errónea, la abrazó con más fuerza. Las gotas mojaron el torso desnudo del guerrero y avivaron los colores púrpura y sepia de los tatuajes que lo adornaban.

Pasados unos momentos, Shizuka se puso en pie y se encaminó hacia la cascada. Mojó un paño en el agua helada y se lavó la cara. A continuación, formó un cuenco con las manos para beber. Con la excepción del croar de las ranas y el tímido chirrido de las primeras cigarras, en el bosque reinaba el silencio. El aire empezaba a enfriarse. Debían apresurarse para poder llegar a la aldea antes de la caída de la noche.

Kondo había recogido los hatillos de los dos y los colgó a ambos extremos de un palo. Entonces, se lo colocó sobre los hombros.

—¿Sabes lo que pienso? —preguntó éste mientras avanzaban por el sendero, elevando la voz para que ella, que caminaba delante, pudiera escucharle—. Creo que nunca harías daño a Takeo. Estoy convencido de que te resultaría imposible matarle.

—¿Y por qué no iba a hacerlo? —preguntó Shizuka, mientras giraba la cabeza hacia atrás—. ¡Ya he matado a varios hombres!

—¡Conozco tu reputación, Shizuka! Pero cuando hablas de Takeo la cara se te suaviza, como si le tuvieras lástima. Además, no serías capaz de traer la desgracia a la señora Shirakawa, por el profundo afecto que sientes hacia ella.

—¡Te das cuenta de todo! ¡Lo sabes todo sobre mí! ¿Seguro que no eres un espíritu de zorro?

Shizuka se preguntó si Kondo habría sido capaz de averiguar su romance con el doctor Ishida y rezó para que no lo mencionara.

—Por mis venas también corre la sangre de la Tribu —replicó Kondo.

—Si me mantengo alejada de Takeo, no me veré en la obligación de elegir —explicó Shizuka—. Al igual que tú —caminó en silencio durante un rato, y entonces añadió de forma brusca—: Sí, supongo que me da lástima.

—Y, sin embargo, tienes fama de despiadada.

La voz de Kondo había recobrado su característico matiz de sarcasmo.

—Me sigo emocionando ante el sufrimiento... No el que algunas personas tienen que soportar a causa de su propia estupidez, sino el que el destino trae consigo.

La cuesta se hacía más empinada y a Shizuka empezaba a faltarle el resuello. No volvió a pronunciar palabra hasta que el declive aminoró otra vez; mientras tanto, meditó sobre los hilos que ligaban su propia vida con Takeo y Kaede, y con el futuro de los Otori.

Más adelante, el sendero se ensanchó y Kondo se colocó junto a Shizuka.

—La crianza de Takeo entre los Ocultos, su inclusión en la casta de los guerreros a través de la adopción por parte de Shigeru y las exigencias de la Tribu son elementos de su vida que no se pueden reconciliar —dijo por fin Shizuka—. Le acabarán destrozando. Y ahora, este matrimonio avivará la hostilidad contra él.

—No sobrevivirá mucho tiempo. Antes o después, alguien le alcanzará.

—Nunca se sabe —replicó Shizuka, simulando un optimismo que no sentía—. Tal vez nadie logre acercarse a él.

—Hubo dos intentos de acabar con su vida mientras se dirigía a Terayama —dijo Kondo—. Ambos resultaron fallidos. Tres hombres murieron.

—¡No me lo dijiste!

—No quería alarmar a la señora Shirakawa, temía que volviera a enfermar. Lo cierto es que con cada muerte el odio que sienten por él se incrementa. No me gustaría vivir así.

"No", pensó Shizuka, "ni a ninguno de nosotros. Nos gustaría vivir sin intrigas ni sospechas. Nos gustaría dormir profundamente por la noche, sin estar alerta de cualquier ruido inusual, sin temer la hoja del cuchillo a través del suelo, el veneno en la comida o el arquero oculto en el bosque. Al menos, durante unas semanas me sentiré a salvo en la aldea secreta".

El sol comenzaba a descender y sus rayos atravesaban los troncos de los cedros, que adquirían un color negro. La luz iluminaba el suelo del bosque. Durante los últimos minutos, Shizuka había advertido que alguien los seguía.

"Deben de ser los niños", pensó, y de repente le vino a la cabeza el modo en el que ella misma había practicado sus poderes en aquella misma zona. Conocía cada roca, cada árbol, cada palmo del terreno.

—¡Zenko! ¡Taku! —gritó—. ¿Sois vosotros?

Una risita ahogada fue la única respuesta. A Shizuka le pareció escuchar pasos; algunas piedras sueltas se desmoronaron en la distancia. Los niños regresaban a casa por el camino más corto, corriendo cerro arriba y bajando otra vez, mientras que Kondo y ella seguían el sinuoso sendero. Sonrió e intentó librarse del pesimismo que la envolvía. Tenía a sus hijos; haría lo que fuera mejor para ellos. Seguiría el consejo de sus abuelos, fuera éste cual fuese. La obediencia, esencial para la Tribu, otorgaba una cierta tranquilidad. De nuevo, hizo un esfuerzo por no pensar en la desobediencia con la que había actuado en el pasado y abrigó la esperanza de que permanecería enterrada con los muertos.

Abandonaron el sendero principal, treparon por una formación rocosa y fueron a dar a una pequeña vereda que discurría junto a un escarpado barranco. En el extremo más alejado, el camino daba un giro brusco y descendía hacia el valle. Shizuka se detuvo durante unos instantes; la visión de aquel valle enclavado en medio de un escabroso paisaje de montaña nunca dejaba de sorprenderla. A través de la ligera neblina, mezclada con el humo que salía de las chimeneas, divisaron el reducido grupo de edificios. Siguieron la vereda a través de los campos de cultivo, hasta que las casas se encontraban por encima de ellos, protegidas por gruesas murallas de madera.

El portón estaba abierto y los guardias saludaron a Shizuka con entusiasmo.

—¡Eh! ¡Bienvenida a casa!

—¿Es ésta la forma en la que saludáis ahora a los visitantes? Demasiado despreocupada, ¿no? ¿Y si yo fuera una espía?

—Tus hijos nos dijeron que venías —respondió uno de los guardias—. Os vieron en la montaña.

Una sensación de alivio la embargó. Hasta ese momento no se había percatado de lo preocupada que se sentía por ellos. Estaban sanos y salvos.

—Éste es Kondo... —Shizuka se interrumpió, dándose cuenta de que desconocía su nombre de pila.

—Kondo Kiichi —intervino él—. Mi padre era Kuroda Tetsuo.

Los ojos de los guardias se contrajeron mientras registraban el nombre, lo situaban en la jerarquía de la Tribu y miraban a Kondo de arriba abajo. Eran primos o sobrinos de Shizuka, habían crecido junto a ella, cuando la joven pasaba meses enteros junto a sus abuelos. Sus padres la enviaban a la aldea para que se entrenara. Cuando eran niños, Shizuka había competido con ellos, estudiaba sus movimientos y siempre los aventajaba. Más tarde, la vida la llevó de vuelta a Kumamoto y a los brazos de Arai.

—Ten cuidado con Shizuka —advirtió a Kondo uno de los hombres—. Yo antes dormiría con una víbora que con ella.

—Tienes más oportunidades, desde luego —replicó Shizuka.

Kondo se quedó callado, pero la miró inquisitivamente a medida que avanzaban.

Desde el exterior, los edificios de la aldea parecían casas de labranza corrientes, con techumbre de paja y entramado de madera de cedro. En los cobertizos situados a un lado de éstas se apilaban pulcramente aperos de labranza, leños, sacos de arroz y cañas secas. Las ventanas se protegían con tablillas de madera y los escalones estaban fabricados con piedras sin pulir, traídas de la montaña. En el interior, las viviendas guardaban numerosos secretos: entradas y pasadizos ocultos, túneles y sótanos, suelos y armarios falsos que podrían esconder a todos los lugareños si fuera necesario. Pocos sabían de la existencia de esta aldea secreta y eran menos aún los que habían llegado hasta ella; a pesar de ello, la familia Muto siempre estaba preparada para el ataque. También aquí entrenaban a sus hijos según las antiguas tradiciones de la Tribu.

Sin poder remediarlo, Shizuka sintió un estremecimiento de emoción al recordar su niñez y el corazón se le aceleró. Nada desde entonces, ni siquiera el combate en el castillo de Inuyama, había resultado tan apasionante como aquellos juegos infantiles.

La casa principal se hallaba en el centro de la aldea. A la entrada esperaba la familia de Shizuka para recibirla: su abuelo, sus dos hijos y, para su sorpresa, junto al anciano se encontraba Muto Kenji, el tío de la joven.

—Abuelo, tío...

Shizuka los saludó con timidez, y estaba a punto de presentarles a Kondo, cuando el niño más pequeño corrió hacia ella y, emocionado, le arrojó los brazos a la cintura.

—¡Taku! —le regañó su hermano mayor, antes de decir—: Bienvenida, madre. Ha pasado mucho tiempo desde que nos vimos por última vez.

—Ven aquí y deja que te mire —le apremió Shizuka, encantada al contemplar el aspecto de sus hijos.

Ambos habían crecido y habían perdido la redondez propia de la primera infancia. Zenko ya había cumplido doce años y Taku tenía diez. Éste también había fortalecido los músculos, y la mirada de ambos era franca y valiente.

—Cada vez se parece más a su padre —comentó Muto, y dio una palmada en el hombro de Zenko.

Kenji tenía razón, pensó Shizuka mientras observaba a su hijo mayor: era la viva imagen de Arai. Taku se parecía más a los Muto y, al contrario de su hermano, mostraba en las palmas de la mano la línea recta característica de sus parientes Kikuta. Pudiera ser que la agudeza de oído y otros poderes extraordinarios se estuvieran manifestando en el niño. Shizuka decidió que se encargaría de averiguarlo más adelante.

Kondo, mientras tanto, se había arrodillado ante los maestros Muto y les comunicaba su nombre y ascendencia.

—Kondo es quien me salvó la vida —intervino Shizuka—. Es posible que os llegara la noticia de que intentaron asesinarme.

—No sólo a ti —replicó Kenji mirándola a los ojos como para silenciarla.

Ella convino en que no era adecuado dar detalles delante de los niños.

—Hablaremos de ello más tarde. Me alegro de veros.

Una criada llegó con agua para lavar los pies de los viajeros.

El abuelo de Shizuka se dirigió a Kondo:

—Eres bienvenido y nos sentimos muy agradecidos hacia ti. Nos conocimos hace tiempo; eras sólo un niño, no te acordarás. Por favor, entra y comparte nuestros alimentos.

Mientras Kondo seguía al anciano al interior de la casa, Kenji le murmuró a Shizuka:

—¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué has venido aquí? ¿Está bien la señora Shirakawa?

—Veo que tu cariño por ella no ha cambiado —replicó Shizuka—. Se ha reunido con Takeo en Terayama. Se casarán pronto; en contra de mis consejos, debería añadir. La boda traerá la desgracia a ambos.

Kenji suspiró en silencio. A Shizuka le pareció advertir una sonrisa en el rostro de su tío.

—Es cierto —convino Kenji—; pero se trata de una desgracia marcada por el destino.

Ambos entraron en la casa. Taku había salido corriendo antes que nadie para pedirle a su abuela que trajera vino, pero Zenko caminaba sosegadamente junto a Kondo.

—Gracias por salvar la vida de mi madre, señor —dijo en tono formal—. Estoy en deuda contigo.

—Confío en que lleguemos a conocernos y a ser amigos —respondió Kondo—. ¿Te gusta la caza? Tal vez podrías llevarme a la montaña. Llevo meses sin probar la carne.

El muchacho sonrió y asintió con un gesto.

—A veces utilizamos trampas y, en la última época del año, halcones. Espero que para entonces aún sigas aquí.

"Ya es un hombre", pensó Shizuka. "Ojalá pudiera protegerle; ojalá los dos siguieran siendo niños para siempre".

La abuela de Shizuka llegó con el vino. Shizuka tomó la garrafa y sirvió a los hombres. Entonces, se dirigió a la cocina junto a la anciana, respirando profundamente para disfrutar de todos los olores familiares. Las criadas, primas suyas, le dieron la bienvenida con alegría. Shizuka se ofreció a ayudarlas con la comida, como siempre había hecho, pero no se lo permitieron.

—Mañana, mañana —decía su abuela—. Hoy eres invitada de honor.

Shizuka se sentó en el borde del escalón de madera que conducía desde la cocina, de suelo de tierra, hasta la zona principal de la casa. Escuchaba el murmullo de los hombres mientras conversaban y el tono más agudo de los niños; Zenko ya estaba cambiando la voz.

—Bebamos un poco de vino —propuso su abuela con una risa ahogada—. No te esperábamos y por eso tu llegada nos agrada aún más. Esta muchacha es una joya, ¿no os parece? —les preguntó a las chicas, quienes asintieron de inmediato.

—Shizuka está más hermosa que nunca —comentó Kana—. Parece la hermana de los chicos, y no su madre.

—Y, como siempre, viene acompañada por un hombre guapo —añadió Miyabi con una carcajada—. ¿Es cierto que te salvó la vida? Parece una novela.

Shizuka sonrió y se bebió el vino de un trago, feliz por estar en casa, por escuchar el acento silbante de sus parientes, que la apremiaban para que les diera noticias y les pusiera al día de los chismorrees.

—Dicen que la señora Shirakawa es la mujer más bella de los Tres Países —terció Kana—. ¿Es verdad eso?

Shizuka se bebió otro cuenco de vino y notó cómo la calidez de la bebida le llegaba al estómago y le enviaba su alegre mensaje por todo el cuerpo.

—No podéis imaginar lo hermosa que es —respondió—. Decís que yo soy guapa. Bueno, los hombres se fijan en mí y desean acostarse conmigo, pero cuando miran a la señora Shirakawa se desesperan. No soportan el hecho de que tal belleza exista y ellos no puedan poseerla. Os aseguro que siempre me he sentido mucho más orgullosa de su hermosura que de la mía.

—Dicen que hechiza a la gente —dijo Miyabi— y que quien la desea muere.

—Desde luego, ha hechizado a vuestro tío —terció la anciana entre risas—. Deberíais oír las cosas que dice de ella.

—¿Por qué la abandonaste? —preguntó Kana, mientras arrojaba a la olla verduras cortadas en rodajas tan finas como el papel.

—Kaede sufre el hechizo del amor. Se ha reunido con Otori Takeo, el muchacho Kikuta que ha causado tantos problemas. Están decididos a casarse. Nos pidió a Kondo y a mí que nos marcháramos porque los Kikuta han dictado una sentencia de muerte contra él.

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