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Authors: George Alec Effinger

Tags: #Ciencia Ficción

El beso del exilio (22 page)

BOOK: El beso del exilio
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—Fuad no es muy brillante —dije—. Aún no ha aprendido que esas busconas de las que se enamora siempre le roban a espuertas a la primera de cambio.

Jacques asintió.

—No estoy hablando de su inteligencia. Me refiero a..., ¿le ayudarías si hubiera dinero por medio?

—Bueno, creo que es alguien penoso, pero no puedo recordar que haya hecho daño a nadie. No creo que sea lo bastante listo. Sí, me parece que lo ayudaría. Depende.

Jacques aspiró una bocanada de aire y la soltó despacio.

—Bueno, escucha —dijo—, me ha pedido un gran favor. Dime lo que opinas.

—Ya es la hora, Marîd —dijo Chiri desde el otro extremo del bar.

Miré el reloj y vi que ya eran casi las tres y media. En el club sólo quedaban dos clientes y llevaban allí sentados casi una hora. En todo ese tiempo no había entrado nadie, excepto Jacques. Esa noche no íbamos a hacer más negocio.

—Muy bien —anuncié a las bailarinas—, señoras, pueden vestirse.

—¡Yay! —gritó Pualani.

Ella y las otras cuatro se precipitaron hacia el vestuario para cambiarse y ponerse la ropa de calle. Chiri empezó a contar la caja. Los dos clientes, que habían mantenido serias y profundas conversaciones con Kandy y Windy un momento antes, se miraron mutuamente con asombro.

Me levanté y apagué las luces del techo, luego me senté al lado de Jacques. Siempre he pensado que no hay lugar más solitario en la ciudad que un bar en el Budayén a la hora de cerrar.

—¿Qué quiere Fuad que hagas? —dije con cansancio.

—Es una larga historia —dijo Jacques.

—Fantástico. ¿Por qué no has venido hace ocho horas, cuando estaba de mejor humor para oír largas historias?

—Tú escucha. Fuad vino a mí esta mañana con su cara larga y de velatorio. Ya sabes a lo que me refiero. Habrías pensado que se acercaba el fin del mundo y acababa de descubrir que no había sido invitado. En cualquier caso, estaba almorzando en el Solace con Mahmoud y el Medio Hajj. Fuad llegó, acercó una silla y se sentó. Y también empezó a comer de mi plato.

—Sí, ése es nuestro chico —dije.

Recé a Alá para que Jacques fuese al grano en menos tiempo de lo que lo había hecho Fuad.

—Le di una bofetada y le dije que se largara porque hablábamos de cosas serias. En realidad no era así, pero no estaba de humor como para aguantarlo. Así pues, dijo que necesitaba que alguien le ayudara a recuperar su dinero. Saied le dijo: «Fuad, ¿has vuelto a permitir que otra de esas chicas de la Calle te robe el dinero?». Y Fuad dijo que no, que no se trataba de nada de eso.

»Luego el sacó un papel de aspecto oficial y se lo dio a Saied, que lo miró y me lo pasó. "¿Qué es esto?", dijo Mahmoud.

»"Es un cheque de caja por dos mil cuatrocientos kiams", dijo Fuad.

»"¿Cómo lo conseguiste?", le pregunté.

»"Es una larga historia", dijo.

Cerré los ojos y sujeté el vaso helado contra mi frente dolorida. Podía haberme enchufado mi daddy bloqueador del dolor, pero estaba en una ristra en mi maletín, en mis habitaciones de la mansión de Friedlander Bey.

—Jacques —dije en una voz baja y seria—, has dicho que era una larga historia y Fuad dijo que era una larga historia y no tengo ganas de oír una larga historia, ¿vale? ¿Puedes intentar contarme lo más importante?

—Claro, Marîd, ten paciencia. Dijo que llevaba meses ahorrando su dinero, que deseaba comprar un camión eléctrico a un tipo de Rasmiyya. Dijo que vivir en el camión le saldría más barato que alquilar un apartamento y también planeaba ir de viaje a visitar a sus amigos a Trípoli.

—¿Fuad es de allí? No lo sabía.

Jacques se encogió de hombros.

—De cualquier modo, dijo que el tipo de Rasmiyya le había pedido dos mil cuatro cientos kiams por su camión. Fuad jura que estaba muy bien y sólo necesitaba una arreglito aquí y otro allá, de modo que juntó todo su dinero e hizo un cheque de caja a nombre del tipo. Esa tarde, fue del Budayén a Rasmiyya y se encontró con que el tipo había vendido el camión a otro, después de prometerle a Fuad que se lo guardaría.

Sacudí la cabeza.

—Fuad, muy bien. Qué confiado hijo de puta.

—Así que Fuad regresó por la puerta este, nos encontró en el Café Solace y nos contó la historia de su infortunio. Mahmoud se le rió en su cara y Saied, llevaba a Rex, el moddy de tipo duro, de modo que Fuad pasó desapercibido. Pero siento una especie de lástima por él.

—Aja —dije. Me costaba creer que Jacques sintiera lástima por Fuad. De ser cierto, los cielos se habrían abierto o algo así, y no creo que lo hicieran. Tras una pausa, añadí—: ¿Qué quiere Fuad que hagas?

Jacques miró de soslayo el taburete del bar.

—Bien, es evidente que Fuad nunca ha tenido una cuenta banca—ría. Guarda su dinero en metálico en una vieja caja de puros o algo así. Por eso pidió un talón de caja. De modo que ahí está, con un talón de caja a nombre de otro y sin modo de recuperar sus dos mil cuatrocientos kiams.

—Ah —dije.

Empezaba a comprender.

—Quiere que le dé el dinero en metálico —dijo Jacques.

—Pues hazlo.

—No sé —dijo Jacques—, es un montón de dinero.

—Pues no lo hagas. —Le miré exasperado—. Bueno Jacques, ¿qué demonios quieres de mí?

Contempló el vaso de cerveza vacío unos segundos. Nunca lo había visto tan incómodo. A lo largo de los años había disfrutado como un loco recordándome que yo era medio francés y medio beréber, mientras que él era superior a causa de un solo abuelo europeo. Le debió costar buena parte de su orgullo acudir a mí en busca de consejo.

—Magrebí —dijo—, últimamente te estás ganado una buena reputación como alguien que resuelve las cosas. Ya sabes, solucionar problemas y tonterías.

Claro. Desde que me había convertido en el reticente vengador de Friedlander Bey, había tenido que tratar directa y violentamente con varios tipos violentos. Ahora muchos de mis amigos me miraban de modo diferente. Imaginé que estaban murmurando entre sí: «Cuidado con Marîd, estos días puede ordenar que te partan las piernas».

Me estaba convirtiendo en una fuerza a tener en cuenta en el Budayén, y también más allá, en el resto de la ciudad. De vez en cuando sentía cierta aprehensión por ello. Por interesado que estuviera en las tareas que Papa me asignaba, a pesar del irresistible poder del que ahora disfrutaba, muchos días sólo deseaba regresar a mi pequeño club en paz.

—¿Qué quieres que haga, Jacques? ¿Que sacuda al tipo que embaucó a Fuad? ¿Que lo agarre por el pescuezo y le sacuda hasta que le venda el camión a él?

—Bueno, no, Marîd, eso es estúpido. El tipo ya no tiene el camión.

Estaba llegando al límite de mi paciencia.

—¿Entonces qué cono...?

Jacques me miró e inmediatamente apartó la vista.

—Yo cogí el talón de caja de Fuad y no sé qué hacer con él. Dime qué harías tú.

—Yo, Jacques, lo ingresaría. Lo metería en mi cuenta y esperaría a que se aclarase. Cuando aparecieran los dos mil cuatrocientos kiams en mi cuenta los sacaría y se los daría a Fuad. Pero no antes. Espera a cobrar el cheque primero.

El rostro de Jacques se distendió en una amplia sonrisa.

—Gracias, Marîd. ¿Sabes que ahora te llaman Al—Amín en la Calle? «El honrado.» En estos días eres un gran hombre en el Budayén.

Algunos de mis vecinos más pobres habían empezado a referirse a mí como caíd Marîd el honrado, sólo porque les prestaba algo de dinero y había abierto unos cuantos comedores de beneficencia. Nada grande. Después de todo, el santo Corán nos pide que velemos por el bienestar de los demás.

—Sí —dije amargamente—, caíd Marîd. Ése soy yo, cierto.

Jacques se mordió el labio y entonces llegó a una decisión.

—Entonces, ¿por qué no lo haces tú? —dijo. Sacó el talón verde pálido del bolsillo de su camisa y lo depositó ante mí—. ¿Por qué no vas y lo ingresas para Fuad? En realidad yo no tengo tiempo.

Me eché a reír.

—¿Que no tienes tiempo?

—Tengo otras cosas por las que preocuparme. Además, tengo razones para que no aparezcan dos mil cuatrocientos kiams en mi cuenta.

Lo miré un momento. Era tan típico.

—Tu problema, Jacques, es que esta noche has estado verdaderamente cerca de hacer una buena obra, pero te ha faltado un pelo. No, no veo por qué debo hacerlo.

—Te lo pido como amigo, Marîd.

—Lo haré —dije—. Apoyaré a Fuad. Si tanto temes que te estafe, yo garantizaré el cheque. ¿Tienes algo que escriba?

Jacques me dejó una pluma, yo le di la vuelta al cheque y lo endosé, primero con el nombre del tipo que había partido el corazón de Fuad, luego con mi propia firma. Luego empujé el talón hacia él con las yemas de los dedos.

—Gracias, Marîd —dijo.

—Ya sabes, Jacques, deberías prestar más atención a los cuentos de hadas de cuando eras joven. Actúas como uno de esos príncipes malos que pasan de largo ante la vieja afligida del camino. A los príncipes malos siempre se los come un djinn, sabes, ¿o es que los casi europeos sois inmunes a la sabiduría popular?

—No necesito ninguna lección moral —dijo Jacques con una mueca.

—Oye, espero de ti algo a cambio.

Me ofreció una débil sonrisa.

—Claro, Marîd. Los negocios son los negocios.

—Y la marcha es la marcha. Así es como van las cosas por aquí. Quiero que me hagas un trabajito, mon ami. Los últimos meses, Friedlander Bey ha hablado de entrar en la industria de las terminales de información. Me dijo que buscase una persona lista y trabajadora para que representara a su nueva empresa. ¿Te gustaría empezar desde abajo?

El buen humor de Jacques desapareció.

—No sé si tengo tiempo —dijo. Parecía muy preocupado.

—Te gustará. Ganarás mucho dinero, inshallah, te olvidarás de las demás actividades.

Éste era uno de esos casos en los que la voluntad de Dios era sinónimo de la de Friedlander Bey.

Sus ojos iban de un lado a otro como un pequeño animal en una jaula.

—En realidad no quiero...

—Creo que sí querrás, Jacques. Pero no te preocupes, por ahora.

Lo discutiremos después de comer dentro de un día o dos. Ahora me alegro de que hayas acudido a mí con tu problema. Creo que a los dos nos irá muy bien.

—Voy a meter esto en un cajero automático —dijo.

Se levantó del taburete, murmuró algo entre dientes y se perdió en la noche. Apostaría a que se arrepentía de haber pasado por el club Chiri esa noche. Casi me echo a reír en su cara cuando se fue.

No mucho más tarde, un hombre negro, alto y fuerte, con la cabeza rapada y una expresión sombría, entró en el club. Era mi esclavo, Kmuzu. Se quedó de pie junto a la puerta, esperando a que pagara a Chiri y a las bailarinas para cerrar el bar. Kmuzu había venido para llevarme a casa. También estaba allí para espiarme a costa de Friedlander Bey.

Chiri siempre se alegraba de verlo.

—¡Kmuzu, cielo, siéntate y tómate algo! —dijo ella.

Era la primera vez que hablaba con cariño en las últimas seis horas. Pero ella no tenía mucha suerte con Kmuzu. Chiri estaba realmente hambrienta del cuerpo de Kmuzu, pero él no le correspondía en interés. Creo que Chiri empezaba a arrepentirse de las escarificaciones rituales y los tatuajes de su rostro, porque eso parecía intimidarle. Sin embargo, cada noche le ofrecía una bebida y él replicaba que era un fiel musulmán y no consumía alcohol; todo lo más le permitía servirle un vaso de naranjada. Y le decía que no pensaba en ninguna relación normal con una mujer hasta que no recuperase la libertad.

Él sabía que yo pretendía liberarle, pero aún no. Por una razón, Papa —Friedlander Bey— me había regalado a Kmuzu y no me permitía anunciar ninguna emancipación independiente. Y por otro motivo, por mucho que odiase admitirlo, me gustaba tener a Kmuzu haciendo ese papel.

—Ahí te quedas, señor jefe —dijo Chiri.

Cogió las facturas del día, se guardó la mitad de las ganancias, de acuerdo a nuestro acuerdo, y sacudió un saludable fajo de kiams sobre la barra enfrente de mí. Me resultaba muy difícil superar un sentimiento de culpabilidad al embolsarme tanto dinero cada día sin realmente trabajar, pero al final lo lograba. Ya no me preocupaba por ello, debido a las buenas obras que subvencionaba y que me costaban un cinco por ciento de mis ingresos semanales.

—Venid a buscar vuestro dinero —dije.

No tuve que decirlo dos veces. El surtido de mujeres de verdad, transexuales y travestís sin operar que trabajaban en el turno de noche, hacía cola para recibir su salario y las comisiones sobre las bebidas que habían sacado a sus clientes. Windy, Kandy y Pualani cogieron su dinero y se internaron en la noche sin una palabra. Lily, que llevaba meses tirándome los tejos, me besó en la mejilla y me susurró una invitación para beber con ella. Yo me limité a darle una palmadita en su delicioso y pequeño culo y me dirigí a Yasmin.

Se retorció su hermoso pelo negro por encima del hombro.

—¿Te espera Indihar? —dijo—. ¿O te vas a la cama solo?

Cogió la pasta de mi mano y siguió a Lily fuera del club. Nunca me perdonará por haberme casado.

—¿Quieres que la eche, Marîd? —preguntó Chiri.

—No, pero gracias de todos modos.

Agradecía su interés. A excepción de unos breves períodos de desafortunada incomprensión, hacía tiempo que Chiri era mi mejor amiga en la ciudad.

—¿Todo anda bien con Indihar? —preguntó.

—Todo perfecto. Apenas la veo. Tiene unas habitaciones para ella y los niños en la otra ala de la mansión de Papa. Yasmin tenía razón en lo de irme a la cama solo.

—Aja —dijo Chiri—. Eso no durará. Me he fijado en cómo miras a Indihar.

—Es sólo un matrimonio de conveniencia.

—Aja. Bueno, tengo mi dinero y me voy a casa. Aunque no se por qué me molesto, a mi tampoco me espera nadie. Tengo todos los sex—moddies de Dulce Pilar, pero a nadie con quien follar. Creo que me echaré mi viejo chal sobre los hombros y me sentaré en la mecedora a escribir mis memorias. Sin embargo, ¡qué desperdicio de mis cualidades sexuales!

Siguió mirando a Kmuzu con grandes ojos abiertos e intentando con todas sus fuerzas reprimir su sonrisa sin demasiado éxito. Por fin, se limitó a coger su bolso de mano, echar un trago de tende de su reserva privada y nos dejó a Kmuzu y a mí solos en el club.

—En realidad no es necesario que vengas aquí cada día, yaa Sidi —dijo Kmuzu—. La mujer, Chiriga, es perfectamente capaz de mantener el orden. Sería mejor para ti que te quedaras en casa y atendieras a tus intereses más acuciantes.

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