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Authors: Apuleyo

El asno de oro (33 page)

Después que el sacerdote hubo dicho esto, no creáis que por ello yo me enojase ni se interrumpió mi servicio; antes muy atento, con gran paciencia y sufrimiento, continuamente hacía el oficio conveniente a las cosas sagradas del templo, y no recibí en ello engaño ni la liberalidad de la diosa consintió que yo padeciese pena de luenga tardanza. Mas una noche obscura, claramente en sueños me reveló diciendo que ya era llegado el día que yo mucho deseaba, en el cual alcanzaría y habría efecto mi voto y deseo, diciendo asimismo cuánto era lo que se habría de gastar en el aparato de los oficios y ceremonias, y cómo aquel su principal sacerdote, que Mitra se llamaba, me había de ayuntar a la compañía sagrada de las estrellas, señalándome ministro de la santa religión. Yo, cuando oí estas razones y otras semejantes palabras de aquella gran diosa, recreado en mi corazón, cuasi aun no era bien de día, cuando muy presto me fui a la celda del sacerdote. Y yo que llegaba a la puerta, si os place el que salía, dile los buenos días, y con mayor instancia y ahínco que salía, pensaba decirle que tuviese ya por bien de recibirme al servicio y deuda que debía su religión; el sacerdote, luego que me vio, antes que nada le dijese, comenzó en esta manera:

«¡Oh, Lucio! Tú eres dichoso y bienaventurado, pues que por su propia voluntad nuestra diosa santa te ha juzgado y escogido por hombre digno para su servicio; así que, pues esto así es, ¿por qué te tardas y no despachas presto? Éste es aquel día que tú mucho deseabas, en el cual por estas mis manos tú seas ordenado para los purísimos secretos de esta diosa y de su santa religión.»

Diciendo esto aquel viejo honrado, tomome con su mano derecha y llevome muy presto a las puertas del magnífico templo, las cuales abiertas con aquella solemnidad y rito que conviene, acabado el sacrificio de la mañana, sacó de un lugar secreto del templo ciertos libros escritos de letras y figuras no conocidas; en parte eran figuras de animales que declaraban lo que allí se contenía, y en parte figuras de sarmientos torcidos y atados por las puertas, por que la lección de estas letras fuese escondida de la curiosidad de los legos; de allí me dijo y me enseñó las cosas que eran necesarias aparejar para mi profesión, las cuales luego yo, con alguna liberalidad por una parte y mis compañeros por otra, procuramos de comprar y buscar. Así que, venido el tiempo según que el sacerdote decía, llevome, acompañado de muchos religiosos, a unos baños que allí cerca estaban, y primeramente me hizo lavar como es costumbre, y después, rezando y suplicando a los dioses, rociándome todo de una parte y de otra, limpiome muy bien y tornome al templo cuasi pasadas dos partes del día, y púsome ante los pies de su diosa diciéndome secretamente ciertos mandamientos que es mejor callar que decir; pero en presencia de todos me dijo estas cosas: conviene a saber: Que en aquellos diez días continuos me abstuviese de comer, ayunando, y que no comiese carne de ningún animal ni bebiese vino. Las cuales cosas por mí guardadas derechamente con venerable abstinencia, ya que era llegado el día señalado y prometido para mi recepción, cuasi a la tarde, cuando el Sol baja, he aquí dónde vienen muchos con paños vestidos al modo antiguo de vestiduras sagradas, y cada uno de ellos diversamente me daba su don. Entonces, apartados de allí todos los legos y vestido yo de una túnica de lino blanca, el sacerdote me tomó por la mano y me llevó a lo íntimo y secreto del sagrario. Por ventura tú, lector estudioso, podrás aquí con ansia preguntar qué es lo que después fue dicho o hecho que me aconteció; lo cual yo diría si fuese conveniente decirlo, y si no conociese que a ninguno conviene saberlo ni oírlo, porque en igual culpa incurrían las orejas y la lengua de aquella temeraria osadía.

Pero con todo esto no quiero dar pena a tu deseo, por ventura religioso, teniéndote gran rato suspenso. Mas créelo que es verdad; sepas que yo llegué al término de la muerte, y hallado el palacio de Proserpina, anduve y fui traído por todos los elementos, y a media noche vi el Sol resplandeciente con muy hermosa claridad, y vi los dioses altos y bajos, y llegueme cerca y adorelos; he aquí, te he dicho, lo que vi, lo cual como quiera que has oído es necesario que no lo sepas; pero aquello que se puede manifestar y denunciar a las orejas de todos los legos, yo muy claramente lo diré.

Capítulo IV

En el cual cuenta su entrada en la religión, y cómo se fue vuelto a Roma, donde, ordenado en las cosas sagradas, fue recibido en el colegio de los principales sacerdotes de la diosa Isis.

Otro día, como fue de mañana, acabadas las horas solemnes, salí vestido con doce vestiduras, que es hábito muy devoto y religioso, del cual puedo hablar sin prohibición alguna, mayormente que en aquel tiempo muy muchos que estaban presentes lo vieron. Estaba en medio del templo sagrado delante de la imagen de la diosa hecho un cadalso de madera, encima del cual yo estaba muy adornado de una vestidura que era blanca de lino, pero de diversas flores pintadas, que me colgaba de los hombros por las espaldas hasta los pies; ella era tan rica y preciosa, que de cualquier parte que la viese parecía de diversos colores y muy adornada de animales en ella bordados; de una parte había dragones de India; de la otra, grifos hiperbóreos que nacen y son criados en otro mundo, con alas a manera de aves; a esta vestidura llamaban los sacerdotes estola olímpica.

En la mano derecha yo tenía una hacha encendida, y en mi cabeza una hermosa corona resplandeciente, a manera de unas hojas de palma alzadas arriba como rayos. En esta manera yo adornado, que parecía el sol, y ataviado como una imagen, súbitamente alzaron la vela que estaba delante y quedé descubierto en presencia de todo el pueblo. Después de esto celebré muy solemnemente la fiesta de mi profesión e hice convite de muy suaves manjares, y otros placeres y fiestas que duraron tres días, así en lo que pertenecía a la honesta y religiosa comida, como en todas otras cosas que eran necesarias a la solemnidad y perfección de mi entrada; después, continuando allí algunos pocos días, mi deseo y trabajo gozaba de aquel gozo inestimable por estar en servicio de la divina diosa, siendo prendado de tan grande beneficio. Finalmente, que habiendo referido humildemente, según mi posibilidad, aunque no tan entero como era razón, las gracias del beneficio y merced recibida, siendo amonestado por la diosa y con gran pena rotas las áncoras de mi ardiente deseo, alcancé licencia, aunque tardía, para tornar a mi casa; así que echado en tierra con mi cara ante sus pies y lavándolos con mis lágrimas, matando la habla con grandes sollozos y tragando las palabras finalmente, dije en esta manera:

«¡Oh reina del cielo! Tú, cierto, eres santa y abogada continua del humanal linaje. Tú, señora, eres siempre liberal en conservar y guardar los pecados, dando dulcísima afición y amor de madre a las turbaciones y caídas de los miserables: ningún día, hora, ni pequeño momento pasa vacío de tus grandes beneficios. Tú, señora, guardas los hombres, así en la mar como en la tierra, y apartados los peligros de esta vida, les das tu diestra saludable, con la cual haces y desatas los torcidos lazos y nudos ciegos de la muerte, y amansas las tempestades de la fortuna, refrenas los variables cursos de las estrellas: los cielos te honran, la tierra y abismos te acatan. Tú traes la redondez del cielo, tú alumbras el Sol, tú riges el mundo y huellas el infierno; a ti responden las estrellas, y en ti tornan los tiempos; tú eres gozo de los ángeles; a ti sirven los elementos; por tu consentimiento espiran los vientos y se crían las nubes, nacen las simientes, brotan los árboles y crecen las sembradas; las aves del cielo y las fieras que andan por los montes, las serpientes de la tierra y las bestias de la mar temen tu majestad. Yo, señora, como quiera que para alabarte soy de flaco ingenio y para sacrificarte pobre de patrimonio, y que para decir lo que siento de tu majestad no basta facundia de habla, ni mil bocas, ni otras tantas lenguas, ni aunque perpetuamente mi decir no cansase; pero en lo que solamente puede hacer un religioso, aunque pobre, me esforzaré que todos los días de mi vida contemplaré tu divina cara y santísima deidad, guardándola y adorándola dentro del secreto de mi corazón.»

De esta manera, habiendo hecho mi oración a la gran diosa, abracé al sacerdote Mitra, padre mío, y colgado de su pescuezo, dándole muchos besos, le mandaba perdón, porque no podía remunerar ni agradecerle tantos beneficios y mercedes como de él había recibido. Finalmente, que a cabo de gran rato que pasamos en referir las gracias y ofrecimientos, nos partimos. Yo, a poco tiempo, aderecé mi camino para tornar a ver la casa de mis padres. Así que, ya pasados algunos días, por aviso y mandado de la gran diosa, hice liar prestamente mi hacienda, y entrando en la nao tomé el camino hacia Roma, y navegando con favor y prosperidad de los vientos que nos traía, muy presto tomé puerto. De allí por tierra subí en un carro y llegué a esta sacrosanta ciudad a doce días del mes de diciembre, adonde no tuve otro mayor cuidado, como llegué, sino cada día irme a rezar y orar a la gran majestad de la reina Isis, al templo donde con gran veneración se adora, que se llama Campense, tomando el nombre del sitio donde está edificado, así que yo era orador continuo de aquel templo. Y aunque nuevamente venido, era casi nacido en la religión; he aquí dónde, pasado el Sol por los doce signos del cielo, había cumplido un año, y el cuidado de la diosa que bien me quería tornó de nuevo a interrumpir mi descanso y reposo, diciéndome en sueños que otra vez aparejase para limpiarme y ordenar y para entrar en la religión. Yo estaba maravillado qué cosa podía ser aquélla, si por ventura no era bien ordenado y me faltaba algo.

En tanto que yo tenía este religioso escrúpulo cerca de mi pensamiento y disputaba en él así entre mí como también comunicándolo con los letrados del templo, hallé una cosa nueva y maravillosa; conviene a saber: que aunque yo estaba embebido en los sacrificios de la diosa Isis, no estaba alumbrado ni limpio para los del gran dios y soberano padre de todos los dioses, Osiris, y como quiera que toda cuasi fuese una misma religión y ambas estuviesen juntas, pero que había gran diferencia cuanto al hacer de la profesión y consagración. Por ende, que supiese como me convenía ser también servidor del gran dios, y que así era pedido por él. No estuvo mucho tiempo la cosa en duda, porque esta noche vi en sueños uno de aquellos sacerdotes cubierto de una vestidura de lino sagrada, el cual ponía a mi puerta pámpanos, hiedras y otras cosas que traía en su mano, y sentado en mi silla denunció los manjares y fiestas de la gran religión de Osiris. Este sacerdote, por darme conocimiento de sí por alguna cierta señal, andaba poco a poco, con pasos tardíos, cojeando un poco del calcañar del pie izquierdo. Así que, quitada toda obscuridad de duda por la manifiesta voluntad de los dioses, luego, de mañana, acabadas las horas matutinas, miraba con gran diligencia a cada uno quién de ellos era semejante al que vi en sueños, y no me faltó lo prometido, porque vi luego uno de aquellos sacerdotes que, de más de indicio de ser cojo del pie izquierdo, concordaba justamente en todo lo otro, así en hábito como en estatura, al cual vi en sueños durmiendo, y, según después supe, se llamaba Asino Marcelo, el cual nombre no era ajeno de mi reformación de cuando yo andaba hecho asno. Visto esto, no me tardé y fuile luego a hablar; pero él no estaba incierto de lo que yo le decía, que ya no había sido avisado por semejante relación cómo me había de administrar y admitir en estas cosas de sus sacrificios y religión, porque en sueños él había oído la noche próxima pasada al gran dios Osiris, estándole ataviando la corona a su propia boca, con la cual dice y declara los hados y ventura de cada uno, cómo le era enviado un hombre de Madaura muy pobre, al cual luego él recibiese a sus sacrificios, porque de aquello este de Madaura alcanzaría gloria de sus virtudes y el sacerdote gran provecho y ganancia. En esta manera, estando yo destinado para entrar en la religión, estaba impedido, contra mi voluntad, por la pobreza y por no tener para cumplir lo que era necesario para la costa, porque los grandes gastos de mi larga peregrinación habían consumido las fuerzas de mi patrimonio, y también las costas y expensas que se habían de hacer en Roma precedían y eran mayores que las que se habían hecho en la provincia de Acaya, donde tomé el hábito. Así, que con la pobreza y necesidad que tenía estaba en mucha fatiga, puesto, como dice el proverbio, entre el cuchillo y la piedra. De más de lo cual, continuamente era fatigado y amonestado por la instancia de la diosa. En esta manera inducido y estimulado muchas veces, no sin gran turbación y pena mía; finalmente, visto que no había otro remedio, viendo esas alhajas y ropa que tenía, aunque poca, apañé alguna suma de dineros, lo cual especialmente me había sido mandada por la diosa, diciéndome:

«Veamos: si tú quisieses hacer alguna cosa para tu placer y deleite temporal, ¿perdonarías tus ropas? Pues para entrar en una religión como ésta, ¿por qué tardas en acompañarte de pobreza que nunca te arrepientas?»

Así que, aparejadas abundantemente las cosas que eran menester, otra vez torné a ayunar diez días, contentándome con manjares de hierbas y no comer de cosas animadas. De más de esto, siendo amonestado por las nocturnas revelaciones del dios Osiris, estaba ya muy satisfecho para entrar en su religión, por ser hermana de la otra de la gran diosa Isis, y por esto yo frecuentaba su divino servicio, lo cual daba gran descanso y placer a mi luenga peregrinación y trabajo; no menos me ayudaba y daba abundantemente lo necesario a mi vivir el oficio de abogar causas en lengua romana, que con el favor de mi buena dicha yo ejercitaba y tenía, en que ganaba algo de lo que había menes ter: he aquí a poquillo tiempo, no pensándolo yo, que otra vez soy amonestado, compelido por maravillosos mandamientos de los dioses, para que la tercera vez me ordenase y consagrase en su religión, lo cual no poco cuidado y pena me dio, antes con gran congoja de mi corazón pensaba qué cosa podía ser esta nueva y no oída intención de los dioses, qué querían decir o adónde se enderezaba, o qué faltaba a la procesión y entrada que ya dos veces había hecho: ¿por ventura maliciosamente y no bien habían entrambos los sacerdotes celebrado mi entrada y profesión? Y aun por Dios que ya comenzaba a dudar de su fe, pensando ser de otra manera, cuando estando yo en este pensamiento, como hombre sin seso, me pareció en sueños una persona que mansamente me instituyó y dijo en esta manera:

«No hay causa de que te puedas espantar creyendo que por ordenarte tantas veces faltó algo de lo que era necesario en tu primera institución y entrada; antes te debes alegrar, haciendo tres veces lo que una a otros apenas se concede, y con este número ternario siempre presume que has de ser bienaventurado: así que este acto y entrada, que te mandan hacer, te es muy necesaria, y si contigo mismo pensares, hallarás que en Roma te cumple perseverar en el templo de la diosa Isis con el hábito y vestiduras de su religión, que tomaste en la provincia de Acaya, y no puedes en los días solemnes suplicar, ni tampoco cuando te fuere mandado puedes ser ilustrado y alumbrado sin este felice y religioso hábito, lo cual por que para ti sea dichoso y de buena ventura, recíbelo otra vez con ánimo gozoso y placentero, pues lo manda y son autores de ellos los dioses grandes y soberanos.»

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