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Authors: Apuleyo

El asno de oro (32 page)

A todo esto yo no me moví súbitamente, arremetiendo recio y con ferocidad, temiendo que, por ventura, con el ímpetu repentino de una bestia de cuatro pies, no se turbase el orden y sosiego de la religión; mas poco a poco, tardándome, con la cara alegre y el paso como hombre de seso, bajando el cuerpo, dándome lugar el pueblo, por la gracia de la diosa, llegueme muy pasito. Entonces el sacerdote, siendo ya amonestado y avisado por el sueño y visión de la noche pasada, según que del mismo negocio yo pude conocer, maravillándose asimismo cómo todo aquello concordaba con lo que le había sido revelado, luego estuvo quedo, y de su propia gana tendió su mano a mi boca y me dio la corona de rosas.

Entonces yo, temblando y dándome el corazón muchos saltos en el cuerpo, llegué a la corona, la cual resplandecía tejida de rosas delicadas y muy frescas, y tomándolas con mucha gana y deseo, deseosamente la tragué. No me engañó el prometimiento celestial, porque luego, a la hora, se me cayó aquel diforme y fiero gesto de asno. Primeramente los pelos duros se me quitaron, y después el cuero grueso se adelgazó; el vientre, hinchado y redondo, se asentó; las plantas de los pies, que estaban hechas uñas, se tornaron dedos; las manos ya no eran como antes, y se levantaron derechas para muy bien hacer su oficio; la cerviz alta y grande se achicó; la boca y la cabeza se redondeó; las orejas, grandes y enormes, se tornaron a su primera forma, y también los dientes, como de piedra, tornaron a ser menudos, como de hombre; la cola, que principalmente me apenaba, desapareció.

Aquellas gentes y el pueblo que allí estaba se maravillaron todos; los sacerdotes adoraron y honraron tan evidente potencia de la gran diosa, y la magnificencia semejante a la revelación de la noche pasada, y la facilidad de esta mi reformación, y alzando las manos al cielo todos a una voz testificaban y decían este tan ilustre beneficio de su diosa. Yo, espantado y como pasmado, estaba quedo y callando, revolviendo en mi corazón tan repentino y tan gran gozo, que no cabía en mí, pensando qué era lo primero que principalmente había de comenzar a hablar, de dónde había de tomar exordio y comienzo de la nueva voz; con qué palabras podría ahora la lengua, otra vez nacida, comenzar con mejor dicha; con cuáles y cuántas palabras yo podría hacer gracia a tan gran diosa; pero el sacerdote, que por la divina revelación estaba informado de todos mis trabajos y penas desde el principio, como quiera que él también estaba espantado, hizo señal y mandó que primeramente me diesen una vestidura de lino con que me cubriese, porque yo, luego que vi que el asno me había despojado de aquella cobertura bruta y nefanda, apretadas las piernas estrechamente y puestas las manos encima, según que convenía a hombre desnudo, tapaba mis vergüenzas con natural cobertura. Entonces, uno de la compañía de aquella religión prestamente desnudose la ropa que traía él encima de todo y cubriome, lo cual así hecho, el sacerdote, con cara alegre y cierto asaz humanamente, estando atónito de verme en la forma que me veía, hablome de esta manera:

«¡Oh Lucio!, habiendo tú padecido muchos y diversos trabajos con grandes tempestades de la fortuna, y siendo maltratado de mayores turbaciones, finalmente viniste al puerto de salud y ara de misericordia, y no te aprovechó tu linaje y la dignidad de tu persona, ni aun tampoco la ciencia que tienes; más antes, con la incontinencia de tu mocedad, puesto en vicios de hombres siervos y de poco ser, reportaste el premio y galardón siniestro de tu agudeza y curiosidad sin provecho; mas como quiera que sea, la ciega fortuna, pensando de atormentarte con estos pésimos trabajos y peligros, te trajo con su malicia, no por ella vista, a esta religión bienaventurada. Pues vaya ahora y bravee con su furia cuanto quisiere, y busque para su crueldad otra materia donde se ejercite, porque en aquellos cuyas vidas y servicios la majestad de nuestra diosa tomó so su amparo y protección, no ha lugar ningún caso contrario. ¿Qué le aprovechó a la malvada de la fortuna los ladrones? ¿Qué le aprovecharon las fieras o el servicio en que te puso, o las idas y venidas de los caminos ásperos que anduviste, o el miedo de la muerte en que cada día te ponía?»

Y ahora eres recibido en tutela y guarda de la fortuna, pero de la que ve, la cual, con el resplandor de su luz, alumbra a todos los otros dioses, y que se conforme con este tu hábito cándido y blanco; acompaña la pompa y procesión de esta diosa que te salvó con pasos alegres, porque lo vean los herejes y vean y reconozcan su error; he aquí, Lucio, librado de las primeras tribulaciones, se goza con la providencia de la gran diosa y triunfa con vencimiento de su fortuna; y por que seas más seguro y mejor guardado, da tu nombre a esta santa milicia y religión, a la cual en otro tiempo no fueras rogado ni llamado como ahora; así, que oblígate ahora al servicio de nuestra religión, y por tu voluntad toma el yugo de este ministerio, porque cuando comenzares a servir a esta diosa, entonces tú sentirás mucho más el fruto de tu libertad.»

De esta manera habiendo hablado aquel egregio sacerdote, estando ya cansado de hablar, calló, y después yo, mezclándome con aquella compañía de religiosos, iba en la procesión acompañando aquella solemnidad, señalándome y notándome con los dedos y gestos todos los de la ciudad, y todos hablaban de mí diciendo:

«La dignidad de nuestra gran diosa reformó y trasladó hoy a éste de bestia en hombre; por cierto él es bienaventurado y hubo buena dicha, que, por la inocencia y fe de la vida pasada, mereció tan gran favor y ayuda del cielo, que cuasi tornado a nacer hoy de nuevo luego fue dedicado y puesto en el servicio de las cosas sagradas.»

Dicho esto, viniendo un poco adelante con la procesión, llegamos a la ribera de la mar, en aquel mismo lugar donde otro día antes mi amo había tenido su establo; y allí puesta la diosa y las otras cosas sagradas en tierra honradamente, el principal de los sacerdotes ofreció a la diosa una nave muy pulidamente obrada, y pintada con pinturas maravillosas como las que se pintan en Egipto, y hechos sus sacrificios y solemnísimas preces con una tea ardiendo y un huevo y piedra azufre, rezando con su casta boca después de haberla limpiado y purificado, la dedicó y nombró a ésta su gran diosa; la nave tenía una vela muy blanca de lino delgado, en la cual estaban escritas letras que declaraban el voto de los que la ofrecían por que la diosa les diese próspero viaje; tenía asimismo la nave su mástil, que era un pino redondo, alto y muy hermoso, con su entena y su gavia, y la popa de la nave era cubierta de láminas de oro, con las cuales resplandecía, y todo el cuerpo de la nave era de cedro limpio y muy pulido. Entonces todo el pueblo, así los religiosos como los seglares, con sus harneros y espuertas en las manos, llenos de olores y de otras cosas semejantes, para suplicar a su diosa, la lanzaban dentro en la nao, y asimismo desmenuzadas estas cosas con leche, las lanzaban sobre las ondas del mar, por ceremonia de sus sacrificios, hasta tanto que la nao, llena de estos dones y otras largas promesas y devociones, sueltas las cuerdas de las áncoras, fue echada en la mar con su sereno y próspero viento, la cual, después que con su ida se nos perdió de vista, los que traían las cosas sagradas, tomando cada uno lo que traía a cargo, alegres y con mucho placer, en procesión, como habían ido, se tornaron a su templo. Después que hubimos llegado al templo, el principal de los sacerdotes y los otros que traían aquellas divinas reliquias y los que eran novicios en aquella religión, entráronse dentro en el sagrario, adonde pusieron sus imágenes y reliquias que traían. Entonces uno de aquéllos, al cual los otros llamaban escribano, estando a la puerta, llamó allí todo el colegio de aquellos sacerdotes, y de encima de un púlpito comenzó a pronunciar en palabras y lenguaje griego, diciendo:

«Paz sea al príncipe y gran senado, caballeros, y a todo el pueblo romano, y buen viaje a los marineros y a las naves que van por la mar, y salud a todos los que son regidos y gobernados debajo de nuestro imperio.»

En fin de lo cual, dio licencia a todo el pueblo, diciendo que se fuesen con Dios, a lo cual respondió todo el pueblo con gran clamor y alegría, por donde pareció que a todos había de venir buena ventura como el escribano decía. Después de esto, todos los que allí estaban con gran gozo y con sus guirnaldas de rosas y flores, besados los pies de la diosa, que estaba hecha de plata y puesta en las gradas del templo, fuéronse para sus casas. Pero a mí no me dejaba mi corazón apartarme de allí cuanto una uña. Mas atento con la hermosura de la diosa, me recordaba de la fortuna y acaecimiento que me había acontecido.

Capítulo III

Cómo Lucio cuenta el ardiente deseo que tuvo de entrar en la religión de la diosa y cómo fue primero industriado para recibirla.

En esto la fama, que vuela con sus alas muy ligeramente, no cesó ni fue perezosa, y antes voló muy presto en mi tierra, recontando el honorable beneficio de la providencia de la diosa y la memorable fortuna que por mí había pasado; en tal manera que mis familiares y criados, asimismo mis parientes, quitado el luto que a mi causa habían tomado por la falsa relación y mensajería que de mi muerte tenían, súbitamente se alegraron, y luego corriendo vinieron a mí cada uno con su presente, para ver mi cara y presencia cómo era tornado cuasi del infierno a esta vida. Yo así mismo, holgándome con ver mi gesto y persona, de lo cual ya estaba desesperado, recibí sus dones y presentes, dándole muchas mercedes y gracias por ello , lo cual yo tenía razón de hacer, porque estos mis familiares y amigos habían tenido cuidado de traerme cumplidamente lo que había menester, así para mi vestir y ataviar como para el otro gasto; así que después que les hube hablado en general y a cada uno en particularmente, diciéndoles todas mis primeras fatigas y penas y el gozo presente en que estaba, torneme otra vez a la muy agradable vista y presencia de la diosa, y alquilada una casa dentro del cerco del templo, constituí allí mi morada temporal, sirviendo por entonces en las cosas de dentro de casa que me mandaban, estando de continuo en la compañía de aquellos sacerdotes, no apartándome del servicio de la diosa en tal manera, que ninguna noche pasé ni hube reposo alguno sin que viese y contemplase en esta diosa, cuyos sagrados mandamientos y servicios, como quiera que mucho antes a él yo me hubiese obligado, me parecía que ahora lo comenzaba a hacer y a servirla, aunque en esto yo tenía gran deseo y voluntad. Pero excusábame y deteníame con un religioso temor y vergüenza mayormente que con mucha diligencia preguntaba la dificultad que había en el servicio de aquella religión, y sabía yo que había gran abstinencia y castidad. Además de esto, miraba con mucha cautela que la vida de aquella religión era disminuida y estaba debajo de muchos casos y ocasiones, lo cual, todo pensado entre mí muchas veces, no sé cómo dilataba lo que mucho deseaba. Estando en este pensamiento una noche, soñaba que el sumo sacerdote me daba y ofrecía la falda llena, y preguntándole yo qué cosa era aquélla, me respondía que traía allí ciertas cosas que me enviaban de Tesalia, y que asimismo había venido de allá un siervo mío que se llamaba Cándido. Despertando con este sueño, revolvía muchas veces mi pensamiento diciendo qué cosa podía ser aquesta, mayormente que no me recordaba en tiempo alguno haber tenido siervo que por tal nombre se llamase. Pero porque la adivinanza y presagio de sueño se enderezase a bien, yo creía se me figuraba que el ofrecimiento de aquellas cosas que me daban en todas maneras significaban alguna cierta ganancia. En esta manera, estando en congoja, atónito con la prosperidad de la ganancia, esperaba la hora de maitines para que las puertas del templo fuesen abiertas, las cuales, desde que se abrieron, comenzaron a adorar, a suplicar a la imagen venerable de la diosa, y el sumo sacerdote, andando por esos altares y aras, procuraba de hacer su sacrificio y divinos oficios, y después tomó un vaso de agua de la fuente secreta, e hizo la salva como se acostumbra en las solemnidades y suplicaciones divinas, lo cual, todo muy bien acabado, los otros religiosos comenzaron a cantar la hora de prima, adorando y saludando a la luz del día, que entonces comenzaba. En esto he aquí do vienen de su tierra mis criados y servidores, que allá había dejado cuando Fotis, criada de Milón, me encabestró por su necio error; así que conocidos mis criados y mi caballo cándido y blanco que ellos me traían, el cual era perdido y lo habían cobrado por conocimiento de una señal que traía en las espaldas, por lo cual yo me maravillaba de la solercia de mi sueño, mayormente que de más de concordar con la ganancia prometida, me habría dado, en lugar de siervo Cándido, mi caballo, que era de color cándido y blanco, lo cual todo así hecho con mucha solicitud y diligencia, yo frecuentaba el servicio del templo, con esperanza cierta que por los servicios presentes habría futura remuneración; no menos con todo esto, cada día me recrecía el deseo y codicia de recibir aquel hábito y religión, por lo cual muchas veces rogué y supliqué ahincadamente al principal de los sacerdotes que tuviese por bien de ordenarme para que yo pudiese intervenir en los secretos sacrificios; pero él era persona grave y muy afamado en la observancia y guarda de su religión; con mucha clemencia y humanidad, como suelen los padres templar los deseos apresurados de sus hijos, halagaba y aplacaba la fatiga de mi deseo, dilatando mi importunidad con promesa de mejor esperanza: diciendo que el día que cualquiera se hubiese de ordenar, había de ser mostrado y señalado por la voluntad de la diosa, y también por su providencia había de ser elegido el sacerdote que había de administrar en sus sacrificios, y, por semejante, ella había de declarar el gasto necesario para aquellas ceremonias, las cuales cosas nosotros somos obligados a guardar con mucha paciencia, y también guardarnos de ser apresurados y de ser remisos, apartándonos de no caer en culpa de lo uno ni de lo otro; conviene a saber: que si yo soy llamado a la religión, no tengo de tardarme, y si no me llaman, que no dé prisa a que me reciban; ni hay ninguno del número de estos sacerdotes que tengan tan perdido el seso, ni se pondría tan a peligro de muerte, que sin ser llamado por la diosa osase emprender tan sacrílego ministerio, de donde pudiese contraer culpa mortal, porque en mano de esta diosa están las llaves de la muerte y la guarda de la vida, y la entrada de esta religión se ha de celebrar a manera de una muerte voluntaria y rogada salud; mayormente que esta diosa acostumbra a elegir para su servicio y religión los hombres que ya están en el último término de su vivir, a los cuales seguramente se puede cometer el silencio y autoridad de su orden, porque con su providencia hace tornar luego a vivir los que, en alguna manera renacidos a esta religión, entran en ella; por las cuales razones me convenía obedecer el mandamiento celestial, y como quiera que clara y abiertamente la diosa, por su gracia y bondad, me hubiese señalado y elegido para el ministerio de su religión; pero que ni más ni menos que los otros sus servidores me había de abstener, guardar y apartar de todos los manjares y actos profanos y seglares, por donde más derechamente pudiese llegar a los secretos purísimos de esta sagrada religión.

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