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Authors: Bram Stoker

Tags: #Clásico, Fantástico, Terror

Drácula (48 page)

—¡Está usted diciendo tonterías absolutamente ridículas!

Se estaba despertando mucho, de modo que me dispuse a ahondar un poco más el asunto.

—Me pregunto —le dije, pensativamente— a qué se parece el alma de un elefante.

Obtuve el efecto que deseaba, ya que volvió a bajar de las alturas y a convertirse en un niño.

—¡No quiero el alma de un elefante, ni ningún alma en absoluto! —dijo.

Durante unos momentos, permaneció sentado, como abatido. Repentinamente se puso en pie, con los ojos brillantes y todos los signos de una gran excitación cerebral.

—¡Váyase al infierno con sus almas! —gritó—. ¿Por qué me molesta con sus almas? ¿Cree que no tengo ya bastante con qué preocuparme, sufrir y distraerme, sin pensar en las almas?

Tenía un aspecto tan hostil que pensé que se disponía a llevar a cabo otro ataque homicida, de modo que hice sonar mi silbato. Sin embargo, en el momento en que lo hice se calmó y dijo, en tono de excusa:

—Perdóneme, doctor; perdí el control. No necesita usted ayuda de ninguna especie. Estoy tan preocupado que me irrito con facilidad. Si conociera usted el problema al que tengo que enfrentarme y al que tengo que buscar una solución, me tendría lástima, me toleraría y me excusaría. Le ruego que no me metan en una camisa de fuerza. Deseo reflexionar y no puedo hacerlo cuando tengo el cuerpo atado. ¡Estoy seguro de que usted lo comprenderá!

Era evidente que tenía autodominio, de modo que cuando llegaron los asistentes les dije que podían retirarse. Renfield los observó, mientras se alejaban; cuando cerraron la puerta, dijo, con una considerable dignidad y dulzura:

—Doctor Seward, ha sido usted muy considerado conmigo. ¡Créame que le estoy muy agradecido!

Creí que sería conveniente dejarlo en ese momento y me fui. Hay desde luego algo en que pensar respecto al estado de ese hombre. Varios puntos parecen formar lo que los periodistas americanos llaman «una historia», tan sólo es preciso ponerlos en orden. Vamos a intentarlo.

No desea mencionar la palabra «beber».

Teme el sentirse cargado con el «alma» de algo.

No tiene miedo de pensar en la «vida» en el futuro.

Desprecia todas las formas inferiores de vida, aunque teme ser atormentado por sus almas.

¡Lógicamente, todos esos puntos indican algo! Tiene la seguridad, en cierto modo, de que llegará a adquirir cierta forma de vida superior. Teme la consecuencia…, la carga de un alma. Por consiguiente, ¡es una vida humana la que está buscando! ¿En cuanto a la seguridad…? ¡Gran Dios! ¡El conde ha estado con él y se prepara algún otro tremendo horror!

Más tarde.
He ido a ver a van Helsing después de terminar mi ronda y le he comunicado mis sospechas. Se puso muy serio y, después de reflexionar en ello por un momento, me pidió que lo llevara a ver a Renfield. Así lo hice.

Cuando llegamos junto a la puerta de la habitación del alienado, oímos que estaba cantando al interior con mucha alegría, como acostumbraba hacerlo en una época que parecía encontrarse ya muy atrás. Al entrar vimos que había extendido el azúcar, como acostumbraba hacerlo antes, y que las moscas, sumidas en el letargo del otoño, comenzaban ya a zumbar en la habitación. Tratamos de hacerlo hablar sobre el sujeto de nuestra conversación anterior, pero se negó a prestarnos atención. Continuó cantando, tal y como si no estuviéramos con él en absoluto. Había conseguido un pedazo de papel y lo estaba doblando, al interior de una libreta de notas. Tuvimos que irnos, sin haber aprendido nada nuevo.

Es realmente un caso curioso. Tendremos que vigilarlo esta noche.

Carta de Mitchell, Sons & Candy a lord Godalming

1 de octrubre.

Su señoría:

Estamos siempre muy bien dispuestos a satisfacerlo en sus deseos. Estamos en condiciones, con respecto a los deseos de Su Señoría, expresados por el señor Harker de parte de usted, de darle los informes requeridos sobre el número trescientos cuarenta y siete de Piccadilly. Los vendedores originales son los herederos del difunto señor Archibald Winter Suffield. El comprador es un noble extranjero, el conde de Ville, que efectuó personalmente la compra, pagando al contado el precio estipulado, si Su Señoría nos excusa el empleo de una expresión tan sumamente vulgar. Aparte de esto, no conocemos absolutamente nada más respecto al mencionado conde.

Somos, señor, los más humildes servidores de Su Señoría,

M
ITCHEL
, S
ONS
& C
ANDY

Del diario del doctor Seward

2 de octubr
e. Coloqué a un hombre en el pasillo durante la última noche, para presentar un informe exacto de todos los ruidos que pudiera oír en la habitación de Renfield y dándole instrucciones para que en el caso de que se produjera algo insólito, me llamara inmediatamente. Después de la cena, cuando estuvimos todos reunidos en torno al fuego del estudio, y después de que la señora Harker se hubo retirado a sus habitaciones, discutimos de las tentativas y los descubrimientos que habíamos hecho durante aquel día. Harker era el único de nosotros que había obtenido resultados y tenemos grandes esperanzas de que los indicios que ha obtenido puedan ser de mucha importancia.

Antes de ir a acostarme, di una vuelta por las habitaciones de los pacientes y miré por el judas de la puerta. Renfield estaba durmiendo profundamente y su pecho se elevaba y descendía con regularidad.

Esta mañana, el hombre que permaneció de servicio me comunicó que después de medianoche estuvo inquieto y recitando sus oraciones con voz un poco fuerte. Le pregunté si eso era todo y me respondió que eso era todo lo que había oído. Había algo en sus modales que se hacía tan sospechoso que le pregunté francamente si se había dormido. Lo negó, pero admitió haberse quedado medio dormido durante un rato. Es una desgracia que no se pueda confiar en los hombres, a menos que se les esté vigilando.

Hoy, Harker ha salido a seguir su pista y Art y Quincey han ido a buscar caballos. Godalming piensa que sería conveniente tener siempre preparados a los caballos, ya que cuando dispongamos de los informes que buscamos, es posible que no haya tiempo que perder. Debemos esterilizar toda la tierra importada entre el amanecer y la puesta del sol. Así podremos tomar al conde por su punto más débil, y sin un lugar en el que pueda refugiarse. Van Helsing ha ido al Museo Británico buscando a ciertas autoridades de medicina antigua. Los antiguos médicos tomaron en cuenta ciertas cosas que sus seguidores no aceptaron y el profesor está buscando curas contra los demonios y los hechizos, que pueden sernos útiles más adelante.

A veces pienso que debemos estar todos completamente locos y que vamos a recuperar la razón, viéndonos encerrados en camisas de fuerza.

Más tard
e. Nos hemos reunido nuevamente. Parece que al fin estamos sobre la pista y que el trabajo de mañana puede muy bien ser el principio del fin. Me pregunto si la calma de Renfield tiene algo que ver con eso. Sus saltos de humor se han ajustado tanto a los movimientos del conde, que la destrucción inminente del monstruo puede haberle sido revelada de algún modo sutil. Si pudiéramos tener alguna idea de lo que está ocurriendo en su mente, sobre todo entre el momento en que estuve conversando con él y el instante en que volvió a dedicarse a la caza de moscas, podría considerarlo como una pista valiosa. Aparentemente iba a estar tranquilo durante una temporada… ¿Será cierto…? Ese grito horrible parece proceder de su habitación… El asistente entró precipitadamente en mi habitación y me dijo que de alguna forma, Renfield había tenido un accidente. Había oído su grito y cuando acudió a su habitación lo encontró desplomado en el suelo, boca abajo y todo cubierto de sangre.

Debo ir a verlo inmediatamente…

XXI
Del diario del doctor Seward

3 de octubre.
Déjenme expresar exactamente todo lo sucedido, tal y como lo recuerdo desde la última vez en que escribí en el diario. Debo hacerlo con toda calma, ya que no debo pasar por alto ni uno solo de los detalles que recuerdo.

Cuando llegué a la habitación de Renfield, lo encontré tendido en el suelo sobre su costado, en medio de un charco de sangre. Cuando me dispuse a moverlo, comprendí que había recibido varias heridas terribles; no parecía existir esa unidad de fines entre las partes del cuerpo, que parecen marcar incluso la cordura letárgica. Al observar su rostro pude advertir que lo tenía horriblemente magullado, como si se lo hubieran golpeado contra el suelo…, en realidad era de las heridas que tenía en el rostro que había surgido el charco de sangre. El asistente que estaba arrodillado al lado del cuerpo me dijo, mientras le dábamos la vuelta al cuerpo:

—Creo, señor, que tiene la espalda rota. Vea, tanto su brazo como su pierna derecha, así como el lado derecho de su rostro, están paralizados.

El asistente estaba absolutamente estupefacto, debido a que no se explicaba cómo había podido suceder algo semejante. Parecía absolutamente desconcertado y sus cejas estaban muy fruncidas cuando dijo:

—No puedo comprender ninguna de las dos cosas. Puede marcarse el rostro así, golpeando su cabeza contra el suelo. En cierta ocasión vi a una joven que lo hizo en el Asilo Eversfield, antes de que nadie pudiera impedírselo. Y supongo que hubiera podido romperse la espalda al caer de la cama, si lo hizo en una mala postura. Pero le aseguro que me es imposible imaginarme cómo pudieron suceder ambas cosas al mismo tiempo. Si tenía la espalda rota no podía golpearse la cabeza, y si tenía el rostro así ya antes de caerse de la cama, entonces habría rastro de sangre.

Entonces, le dije:

—Vaya a buscar al doctor van Helsing y ruéguele que tenga la bondad de venir aquí cuanto antes. Quiero verlo inmediatamente.

El hombre se fue corriendo y a los pocos minutos apareció el profesor, en pijama y con sus zapatillas. Cuando vio a Renfield en el suelo, lo miró agudamente y se volvió hacia mí. Creo que reconoció lo que estaba pensando, como si estuviera reflejado claramente en mis ojos, ya que dijo tranquilamente, manifiestamente para que lo oyera el asistente:

—¡Qué triste accidente! Necesitará una vigilancia muy atenta y muchos cuidados. Voy a quedarme con usted; pero, ante todo, voy a vestirme. Si quiere usted quedarse aquí, me reuniré con usted en unos momentos.

El paciente estaba respirando ahora de manera estentórea y era fácil comprender que había sufrido alguna herida terrible. Van Helsing regresó con extraordinaria celeridad, trayendo consigo un maletín con el instrumental de cirugía. Era evidente que había estado pensando y que se había decidido, puesto que, incluso antes de echarle una ojeada al paciente, me susurró:

—Mande salir al asistente. Tenemos que estar solos con él para cuando se recupere de la operación.

Por consiguiente, dije:

—Creo que eso es todo, Simmons. Hemos hecho ya todo lo que podíamos hacer. Será mejor que vaya a ocuparse de su ronda; el doctor van Helsing va a operar al paciente. En caso de que haya algo extraño en alguna parte, comuníquemelo inmediatamente.

El hombre se retiró y nosotros examinamos cuidadosamente al paciente. Las heridas de su rostro eran superficiales; la verdadera herida era una fractura del cráneo, que se extendía sobre la región motora. El profesor reflexionó durante un momento, y dijo:

—Debemos reducir la presión y volver a las condiciones normales, tanto como sea posible hacerlo; la rapidez de la sufusión muestra la naturaleza terrible del daño. Toda la región motora parece estar afectada. La sufusión del cerebro aumentará rápidamente, debemos practicar la trepanación inmediatamente, si no queremos que resulte demasiado tarde.

Mientras hablaba, se oyeron unos golpecitos suaves en la puerta; me dirigí a ella, la abrí y encontré a Quincey y a Arthur que estaban en el pasillo, en pijama y zapatillas; este último habló:

—Oí a su asistente que llamaba al doctor van Helsing y le hablaba de un accidente. Por consiguiente, desperté a Quincey o, más bien, lo llamé, ya que estaba despierto. Las cosas están sucediendo con demasiada rapidez y de manera muy extraña como para que podamos dormir profundamente en estos tiempos. He estado pensando en que mañana por la noche no veremos las cosas tal como han sucedido. Tendremos que mirar hacia atrás y hacia adelante un poco más de lo que lo hemos estado haciendo. ¿Podemos entrar?

Asentí, y mantuve la puerta abierta hasta que se encontraron en el interior; luego, volví a cerrarla. Cuando Quincey vio la actitud y el estado del paciente y notó el horrible charco de sangre que había en el suelo, dijo suavemente:

—¡Dios santo! ¿Qué le ha sucedido? ¡Pobre diablo!

Se lo expliqué brevemente y añadí que esperábamos que recuperaría el conocimiento después de la operación…, al menos durante un corto tiempo. Fue inmediatamente a sentarse al borde de la cama, con Godalming a su lado, y esperamos todos pacientemente.

—Debemos esperar —dijo van Helsing para determinar el mejor sitio posible en donde poder practicar la trepanación, para poder retirar el coágulo de sangre con la mayor rapidez y eficiencia posibles, ya que es evidente que la hemorragia va en aumento.

Los minutos durante los cuales estuvimos esperando pasaron con espantosa lentitud. Tenía un pensamiento terrible, y por el semblante de van Helsing comprendí que sentía cierto temor o aprensión de lo que iba a suceder. Temía las palabras que Renfield iba a pronunciar.

Temía verdaderamente pensar, pero estaba consciente de lo que estaba sucediendo, puesto que he oído hablar de hombres que han oído el reloj de la muerte. La respiración del pobre hombre se hizo jadeante e irregular. Parecía en todo momento que iba a abrir los ojos y a hablar, pero entonces, se producía una respiración prolongada y estertórea y se calmaba, para adquirir una mayor insensibilidad. Aunque estaba acostumbrado a los lechos de los enfermos y a los muertos, aquella expectación se fue haciendo para mí cada vez más intolerable. Casi podía oír con claridad los latidos de mi propio corazón y la sangre que fluía en mis sienes resonaba como si fueran martillazos.

Finalmente, el silencio se hizo insoportable. Miré a mis compañeros y vi en sus rostros enrojecidos y en la forma en que tenían fruncido el ceño que estaban soportando la misma tortura que yo. Un suspenso nervioso flotaba sobre todos nosotros, como si sobre nuestras cabezas fuera a sonar alguna potente campana cuando menos lo esperábamos.

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