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Authors: Bram Stoker

Tags: #Clásico, Fantástico, Terror

Drácula (18 page)

Cuando casi había llegado arriba pude ver el asiento y la blanca figura, pues ahora ya estaba lo suficientemente cerca como para distinguirla incluso a través del manto de sombras. Indudablemente había algo, largo y negro, inclinándose sobre la blanca figura medio reclinada. Llena de miedo, grité: «¡Lucy! ¡Lucy!»., y algo levantó una cabeza, y desde donde estaba pude ver un rostro blanco de ojos rojos y relucientes. Lucy no me respondió y yo corrí hacia la entrada del cementerio de la iglesia. Al tiempo que entraba, la iglesia quedó situada entre yo y el asiento, y por un minuto la perdí de vista.

Cuando la divisé nuevamente, la nube ya había pasado, y la luz de la luna iluminaba el lugar tan brillantemente que pude ver a Lucy medio reclinada con su cabeza descansando sobre el respaldo del asiento. Estaba completamente sola, y por ningún lado se veían señales de seres vivientes.

Cuando me incliné sobre ella pude ver que todavía dormía. Sus labios estaban abiertos, y ella estaba respirando, pero no con la suavidad acostumbrada sino a grandes y pesadas boqueadas, como si tratara de llenar plenamente sus pulmones a cada respiro.

Al acercarme, subió la mano y tiró del cuello de su camisón de dormir, como si sintiera frío. Sin embargo, siguió dormida. Yo puse el caliente chal sobre sus hombros, amarrándole fuertemente las puntas alrededor del cuello, pues temía mucho que fuese a tomar un mortal resfrío del aire de la noche, así casi desnuda como estaba. Temí despertarla de golpe, por lo que, para poder tener mis manos libres para ayudarla, le sujeté el chal cerca de la garganta con un imperdible de gran tamaño; pero en mi ansiedad debo haber obrado torpemente y la pinché con él, porque al poco rato, cuando su respiración se hizo más regular, se llevó otra vez la mano a la garganta y gimió. Una vez que la hube envuelto cuidadosamente, puse mis zapatos en sus pies y comencé a despertarla con mucha suavidad. En un principio no respondía: pero gradualmente se volvió más y más inquieta en su sueño, gimiendo y suspirando ocasionalmente. Por fin, ya que el tiempo pasaba rápidamente y, por muchas otras razones, yo deseaba llevarla a casa de inmediato, la zarandeé con más fuerza, hasta que finalmente abrió los ojos y despertó. No pareció sorprendida de verme, ya que, por supuesto, no se dio cuenta de inmediato de en dónde nos encontrábamos. Lucy se despierta siempre con bella expresión, e incluso en aquellos momentos, en que su cuerpo debía estar traspasado por el frío y su mente espantada al saber que había caminado semidesnuda por el cementerio en la noche, no pareció perder su gracia. Tembló un poco y me abrazó fuertemente; cuando le dije que viniera de inmediato conmigo de regreso a casa, se levantó sin decir palabra y me obedeció como una niña. Al comenzar a caminar, la grava me lastimó los pies, y Lucy notó mi salto. Se detuvo y quería insistir en que me pusiera mis zapatos, pero yo me negué. Sin embargo, cuando salimos al sendero afuera del cementerio, donde había un charco de agua, remanente de la tormenta, me unté los pies con lodo usando cada vez un pie sobre el otro, para que al ir a casa, nadie, en caso de que encontráramos a alguien, pudiera notar mis pies descalzos.

La fortuna nos favoreció y llegamos a casa sin encontrar un alma. En una ocasión vimos a un hombre, que no parecía estar del todo sobrio, cruzándose por una calle enfrente de nosotros; pero nos escondimos detrás de una puerta hasta que desapareció por un campo abierto como los que abundan por aquí, pequeños atrios inclinados, o
wind
s, como los llaman en Escocia. Durante todo este tiempo mi corazón palpitó tan fuertemente que por momentos pensé que me desmayaría. Estaba llena de ansiedad por Lucy, no tanto por su salud, a pesar de que podía afectarle el aire frío, sino por su reputación en caso de que la historia de lo sucedido se hiciera pública. Cuando entramos, y una vez que hubimos lavado nuestros pies y rezado juntas una oración de gracias, la metí en cama. Antes de quedarse dormida me pidió, me imploró, que no dijese una palabra a nadie, ni siquiera a su madre, de lo que había pasado aquella noche.

Al principio dudé de hacer la promesa; pero al pensar en el estado de salud de su madre, y cómo la excitaría la noticia de un acontecimiento como aquél, y pensando además cómo podía ser retorcida aquella historia (no, sería infaliblemente falsificada) en caso de que fuese conocida, pensé que era más cuerdo prometer lo que se me pedía. Espero que haya obrado bien. He cerrado la puerta y he atado la llave a mi muñeca, por lo que tal vez no vuelva a ser perturbada. Lucy está durmiendo profundamente; el reflejo de la aurora aparece alto y lejos sobre el mar…

Mismo día, por la tarde.
Todo marcha bien. Lucy durmió hasta que yo la desperté y pareció que no había cambiado siquiera de lado. La aventura de la noche no parece haberle causado ningún daño; por el contrario, la ha beneficiado, pues está mucho mejor esta mañana que en las últimas semanas. Me sentí triste al notar que mi torpeza con el imperdible la había herido. De hecho, pudo haber sido algo serio, pues la piel de su garganta estaba agujereada. Debo haber agarrado un pedazo de piel con el imperdible, atravesándolo, pues hay dos pequeños puntos rojos como agujeritos de alfiler, y sobre el cuello de su camisón de noche había una gota de sangre. Cuando me disculpé y le mostré mi preocupación por ello, Lucy rió y me consoló, diciendo que ni siquiera lo había sentido. Afortunadamente, no le quedará cicatriz, ya que son orificios diminutos.

Mismo día, por la noche.
Hemos pasado el día muy contentas. El aire estaba claro, el sol brillante y había una fresca brisa. Llevamos nuestro almuerzo a los bosques de Mulgrave; la señora Westenra conduciendo por el camino, Lucy y yo caminando por el sendero del desfiladero y encontrándonos con ella en la entrada. Yo me sentí un poco triste, pues pude darme cuenta de cómo hubiera sido absolutamente feliz si hubiera tenido a Jonathan a mi lado. Pero, ¡vaya! Sólo debo ser paciente. Por la noche dimos una caminata hasta el casino Terraza, y escuchamos alguna buena música por Spohr y Mackenzie, y nos acostamos muy temprano. Lucy parece estar más tranquila de lo que había estado en los últimos tiempos, y yo me dormí de inmediato. Aseguraré la puerta y guardaré la llave de la misma manera que antes, pues no creo que esta noche haya ningún problema.

12 de agosto.
Mis predicciones fueron erróneas, pues dos veces durante la noche fui despertada por Lucy, que estaba tratando de salir. Parecía, incluso dormida, estar un poco impaciente por encontrar la puerta cerrada con llave, y se volvió a acostar profiriendo quejidos de protesta. Desperté al amanecer y oí los pájaros piando fuera de la ventana. Lucy despertó también, y yo me alegré de ver que estaba incluso mejor que ayer por la mañana. Toda su antigua alegría parece haber vuelto, y se pasó a mi cama apretujándose a mi lado para contarme todo lo de Arthur. Yo le dije a ella cómo estaba ansiosa por Jonathan, y entonces, trató de consolarme. Bueno, en alguna medida lo consiguió, ya que aunque la conmiseración no puede alterar los hechos, sí puede contribuir a hacerlos más soportables.

13 de agosto.
Otro día tranquilo, y me fui a cama con la llave en mi muñeca como antes. Otra vez desperté por la noche y encontré a Lucy sentada en su cama, todavía dormida, señalando hacia la ventana. Me levanté sigilosamente, y apartando la persiana, miré hacia afuera. La luna brillaba esplendorosamente, y el suave efecto de la luz sobre el mar y el cielo, confundidos en un solo misterio grande y silencioso, era de una belleza indescriptible. Entre yo y la luz de la luna aleteaba un gran murciélago, que iba y venía describiendo grandes círculos. En un par de ocasiones se acercó bastante, pero supongo que, asustándose al verme, voló de regreso, alejándose en dirección al puerto y a la abadía. Cuando regresé de la ventana, Lucy se había acostado de nuevo y dormía pacíficamente. No volvió a moverse en toda la noche.

14 de agosto.
He estado en East Cliff, leyendo y escribiendo todo el día. Lucy parece haberse enamorado tanto de este lugar como yo, y es muy difícil arrancarla de aquí cuando llega la hora de regresar a casa para comer, tomar el té, o cenar. Esta tarde hizo un comentario muy extraño. Veníamos de camino a casa para la cena, y habíamos llegado hasta las gradas superiores del puente Oeste, deteniéndonos para mirar el paisaje como siempre lo hacemos. El sol poniente, muy bajo en el horizonte, se estaba ocultando detrás de Kettleness; la luz roja caía sobre East Cliff y la vieja abadía, y parecía bañarlo todo con un bello resplandor color de rosa. Estuvimos unos momentos en silencio, y de pronto Lucy murmuró como para sí misma:

—¡Otra vez sus ojos rojos! Son exactamente los mismos.

Aquella fue una expresión tan rara, sin venir a colación, que me dejó perpleja.

Me aparté un poco, lo suficiente para ver a Lucy bien sin parecer estar mirándola, y vi que estaba en un estado de duermevela, con una expresión tan rara en el rostro, que no pude descifrar; por eso no dije nada, pero seguí sus ojos. Parecía estar mirando nuestro propio asiento, donde en aquellos instantes estaba sentada una oscura y solitaria figura.

Yo misma me sentí un poco inquieta, pues por unos momentos pareció que aquel desconocido tenía grandes ojos como llamas fulgurantes; pero una segunda mirada disipó la ilusión. La roja luz del sol estaba brillando sobre las ventanas de la iglesia de Santa María, situada detrás de nuestro asiento, y al ponerse el sol había justamente suficiente cambio en la refracción y reflexión de la luz como para dar la apariencia de que la luz se movía. Llamé la atención de Lucy hacia ese efecto peculiar, y ella pareció volver en sí con un sobresalto, aunque al mismo tiempo pareció muy triste. Es posible que estuviera pensando en la terrible noche que había pasado allá arriba. Nunca hablamos de ella; por eso no dije nada, y nos fuimos a casa a cenar. Lucy tenía dolor de cabeza y se acostó temprano. Cuando la vi dormida, salí a dar un pequeño paseo yo sola; caminé a lo largo de los acantilados situados al oeste, y estaba llena de una dulce tristeza, pues pensaba en Jonathan. Al regresar a casa (la luz de la luna brillaba intensamente; tan intensamente que, aunque el frente de nuestra parte de la Creciente estaba en la sombra, todo podía verse distintamente) eché una mirada a nuestra ventana y vi la cabeza de Lucy reclinándose hacia fuera. Pensé que quizá estaba en espera de mi regreso, por lo que abrí mi pañuelo y lo agité. Sin embargo, ella no lo notó, no hizo ningún movimiento. En esos momentos, la luz de la luna se arrastró alrededor de un ángulo del edificio, y sus rayos cayeron sobre la ventana. Allí estaba Lucy, con la cabeza reclinada contra el lado del antepecho de la ventana, y con los ojos cerrados.

Estaba profundamente dormida, y a su lado, posado en el antepecho de la ventana, había algo que parecía ser un pájaro de regular tamaño. Sentí temor de que pudiera resfriarse, por lo que corrí escaleras arriba, pero cuando llegué al cuarto ella ya iba de regreso a su cama, profundamente dormida y respirando pesadamente; se llevaba la mano al cuello, como si lo protegiera del frío.

No la desperté, sino que la arropé lo mejor que pude; comprobé que la puerta estuviera bien cerrada, y la ventana también. ¡Es tan dulce cuando duerme! Pero está más pálida que de costumbre, y en sus ojos hay una mirada cansada, macilenta, que no me agrada. Temo que esté inquieta por algo. Desearía averiguar qué es.

15 de agosto.
Me levanté más tarde que de costumbre. Lucy está lánguida y cansada, y durmió hasta después de que habíamos sido llamadas. En el desayuno tuvimos una grata sorpresa. El padre de Arthur está mejorado, y quiere que el casamiento se efectúe lo más pronto posible. Lucy está llena de callado regocijo, y su madre está a la vez alegre y triste. Más tarde me dijo la causa. Está melancólica por tener que perder a Lucy, pero le alegra que pronto ella vaya a tener alguien que la proteja. ¡Pobre señora, tan querida y dulce! Me hizo la confidencia de que ya pronto morirá. No le ha dicho nada a Lucy, y me hizo prometer guardar el secreto; su médico le ha dicho que dentro de unos meses, a lo sumo, va a morir, pues su corazón se esta debilitando. En cualquier momento, incluso ahora, una impresión repentina le produciría casi seguramente la muerte. ¡Ah! Hicimos bien en no contarle lo ocurrido aquella terrible noche de sonambulismo de Lucy.

17 de agosto.
No he escrito nada durante dos días seguidos. No he tenido ganas de hacerlo. Una especie de oscuro sino parece estarse cirniendo sobre nuestra felicidad. Ninguna noticia de Jonathan, y Lucy parece estar cada vez más débil, mientras las horas de su madre se están acercando al desenlace final. No comprendo cómo Lucy se esta apagando como lo hace. Come bien y duerme bien, y goza del aire fresco; pero todo el tiempo las rosas en sus mejillas están marchitándose y día a día se vuelve más débil y más lánguida; por las noches la escucho boqueando como si le faltara el aire. Siempre tengo la llave de la puerta atada a mi puño durante la noche, pero ella se levanta y camina de un lado a otro del cuarto, y se sienta ante la abierta ventana. Anoche la encontré reclinándose hacia afuera, y cuando traté de despertarla no pude; estaba desmayada. Cuando conseguí hacer que volviera en sí estaba sumamente débil y lloraba quedamente entre largos y dolorosos esfuerzos por aspirar aire.

Cuando le pregunté como había podido ir hacia la ventana, sacudió la cabeza y la volvió hacia el otro lado de la almohada. Espero que su enfermedad no se deba a ese malhadado piquete de alfiler. Observé su garganta una vez que se hubo dormido, y las punturas no parecían haber sanado. Todavía están abiertas las cicatrices, e incluso más anchas que antes; sus bordes aparecen blanquecinos, como pequeñas manchas blancas con centros rojos. A menos que sanen en uno o dos días, insistiré en que las vea el médico.

Carta de Samuel F. Billington e hijo, procuradores, en Whitby a los señores Carter, Paterson y Cía., en Londres

17 de agosto
.

Estimados señores:

Anexas a la presente les enviamos las mercancías enviadas por el Gran Ferrocarril del Norte. Las mismas han de ser entregadas en Carfax, cerca de Purfleet, inmediatamente después de recibirse las mercancías en la estación de King’s Cross. Actualmente la casa está vacía, pero les enviamos también las llaves, todas ellas rotuladas.

Sírvanse depositar las cajas, cincuenta en total, las cuales constituyen el envío, en el edificio parcialmente derruido que forma parte de la casa, y que está marcado con «A» en el plano esquemático que les enviamos. Su agente reconocerá fácilmente el lugar, ya que es la antigua capilla de la mansión. Las mercancías, salen por tren a las 9:30 de la noche; llegarán a King’s Cross mañana por la tarde a las 4:30. Como nuestro cliente desea que la entrega se haga lo más rápidamente posible, mucho les agradeceríamos que tuvieran preparada alguna gente en King’s Cross a la hora indicada, para efectuar el traslado de la mercancía a su destino. Para evitar cualquier demora posible debida a trámites de rutina, tales como pagos en sus departamentos, les enviamos anexo cheque por diez libras (£10), cuyo recibo le agradeceríamos nos remitieran. Si los gastos son inferiores a esta cantidad, pueden devolver el saldo; si son más, les enviaremos de inmediato un cheque por la diferencia al tener noticias de ustedes. Al terminar la entrega, sírvanse dejar las llaves en el corredor principal de la casa, donde el propietario pueda recogerlas al entrar en la casa mediante la llave que él posee.

Por favor no piensen que nos excedemos en los límites de la cortesía mercantil, al insistir por todos los medios en que efectúen este trabajo con la mayor rapidez posible.

Quedamos de ustedes, estimados señores, sus Attos. y Ss. Ss.

S
AMUEL
F. B
ILLINGTON
E
H
IJO

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