Read Diario. Una novela Online

Authors: Chuck Palahniuk

Tags: #Relato

Diario. Una novela (3 page)

El Santo Grial de esos veraneantes es la mesa perfecta. El asiento del poder. La ubicación. El lugar en el que están sentados nunca es tan bueno como el lugar en el que no los han sentado. Y el sitio está tan abarrotado que cuando intentas cruzar el comedor, la gente te clava los codos y las caderas en la barriga. Te aporrean con los bolsos.

Antes de que sigamos, deberías ponerte algo más de ropa. Deberías hacer acopio de vitamina B. Tal vez conseguir unas neuronas extra. Si estás leyendo esto en público, déjalo hasta que lleves tu mejor ropa interior.

Antes de seguir, deberías apuntarte a alguna lista de donantes de hígado.

Ya te imaginas adonde va a parar esto.

Así es como ha terminado la vida de Misty Marie Klein. Uno se puede suicidar de mil formas distintas sin morirse de verdad.

Cada vez que viene alguien del continente con un grupo de amigas, todas delgadas y bronceadas y suspirando al ver la carpintería y los manteles blancos de las mesas, los jarrones de cristal llenos de rosas y heléchos y toda la cubertería de anticuario bañada en plata, cada vez que alguien dice «¡Ay, es que tendríais que servir tofu en lugar de ternera!», tómate una copa.

Algunos fines de semana a esas mujeres delgadas las acompaña uno de sus maridos, bajo, regordete y tan sudoroso que la pelusa negra que se pinta con espray en la parte calva de la cabeza se le escurre por el pescuezo. Arroyos viscosos de limo negro le manchan la parte trasera del cuello de la camisa.

Cada vez que una de las tortugas marinas locales llega agarrándose las perlas que le rodean el cuello marchito, la vieja señora Burton o la señora Seymour o la señora Perry, cada vez que una de ellas llega y ve a alguna veraneante delgada y bronceada sentada a la que ha sido su mesa favorita personal desde 1865 y te dice: «Misty, ¿cómo has podido? Sabes que soy clienta habitual todos los mediodías de martes a jueves. En serio, Misty...». Entonces necesitas dos copas.

Cada vez que las veraneantes piden cafés con espuma de leche o plata quelatada o sucedáneo de café a base de algarroba espolvoreado o cualquier cosa a base de soja, tómate otra copa.

Si no te dan propina, tómate otra.

Esas veraneantes. Llevan tanto delineador de ojos que parece que lleven gafas. Llevan pintura de labios de color marrón oscuro y cuando comen se les despinta la parte de adentro. Lo que queda es una mesa llena de niñas flacas con aros de suciedad alrededor de la boca. Sus uñas largas y ganchudas son del mismo color pastel que las peladillas.

Cuando es verano y aún así tienes que avivar el fuego humeante, quítate una pieza de ropa.

Cuando está lloviendo y las ventanas traquetean por culpa del viento frío, ponte una pieza de ropa.

Un par de copas. Un par de aspirinas. Repetir.

Cuando entra la madre de Peter con tu hija, Tabbi, y espera que sirvas a tu propia suegra y a tu hija como si fueras su esclava personal, tómate dos copas. Cuando las dos se sientan en la mesa ocho y la abuelita Wilmot le dice a Tabbi «Tu madre seria una artista famosa si se esforzara», tómate una copa.

Las veraneantes con sus anillos de diamantes y sus pendientes y sus pulseras de tem's, con todos los diamantes deslustrados y grasientos por culpa de la loción bronceadora... Cada vez que te pidan que les cantes el «Cumpleaños feliz», tómate una copa.

Cuando tu hija de doce años te mira de abajo arriba y te llama «señora» en vez de mamá...

Cuando su abuela, Grace, te dice:

—Misty, cariño, tendrías más dinero y más dignidad si volvieras a pintar...

Cuando todo el comedor lo oye...

Un par de copas. Un par de aspirinas. Repetir.

Cada vez que Grace Wilmot pide el surtido Deluxe de sandwiches para el té con queso cremoso y queso de cabra y nueces picadas en forma de una pasta fina y extendida sobre tostadas delgadas como el papel, luego se come un par de bocados y deja el resto para la basura y luego dice que te apunten a tu cuenta todo eso además de un té Earl Grey y un trozo de tarta y tú ni siquiera sabes que lo ha hecho hasta que te llega la paga y solamente hay setenta y cinco centavos después de todas las deducciones y hay semanas en las que acabas incluso debiendo dinero al hotel Waytansea, y al final te das cuenta de que eres una aparcera probablemente atrapada en el Comedor de Madera y Oro durante el resto de tu vida, entonces tómate cinco copas.

Cada vez que el comedor está abarrotado y todas las sillas de brocado dorado están ocupadas por alguna mujer, isleña o del continente, y están todas quejándose de que el trayecto en ferry es lentísimo y de que en la isla falta aparcamiento y de que antes nunca había que hacer reserva para comer y preguntando por qué no hay gente que se queda en su casa, porque caray, es que es demasiado, es que todo son codazos y voces estridentes y ansiosas preguntando direcciones y pidiendo crema para el café de origen no animal y vestidos de tirantes de la talla dos, y la chimenea sigue ardiendo porque es la tradición del hotel, quítate otra pieza de ropa.

Si llegado este punto no estás borracho y medio desnudo, es que no estás prestando atención.

Cuando Raymon el botones te coge en la cámara frigorífica, te pone una botella de jerez en la boca y te dice:

—¡Misty, cariño, salud!

Cuando eso pase, brindas con él usando la botella y dices:

—Por mi marido cerebralmente muerto. Por la hija a la que no veo nunca. Por nuestra casa que está a punto de quedarse la Iglesia católica. Por la chiflada de mi suegra, que apenas toca los sandwiches de brie y de cebollítas verdes... —Y luego dices—: Te amo, Raymon.

Y te tomas una copa extra.

Cada vez que algún viejo fósil acartonado de alguna buena familia de la isla intenta explicarte que ella es una Burton pero que su madre era una Seymour y que su padre era un Tupper y que la madre de él era una Carlyle y que de alguna forma eso la convierte en tu prima segunda, y luego te pone una mano arrugada, fría y blanda sobre la muñeca mientras tú intentas retirar los platos sucios de la ensalada y te dice: —Misty, ¿por qué ya no pintas?

Y tú te ves a ti misma envejeciendo más y más, y toda tu vida cae en espiral por el triturador de basura, entonces tómate dos copas.

Algo que no te enseñan en la facultad de bellas artes es que nunca, nunca tienes que decirle a la gente que antes querías ser artista. Para tu información, la gente te torturará durante el resto de tu vida explicándote que cuando eras joven te encantaba dibujar. Que te encantaba pintar.

Un par de copas. Un par de aspirinas. Repetir.

Solamente para que conste en acta, hoy a tu pobre mujer se le ha caído un cuchillo para mantequilla en el comedor del hotel. Cuando se ha agachado para recogerlo, ha visto algo reflejado en el filo. Unas palabras escritas debajo de la mesa número seis. A cuatro patas en el suelo, ha levantado el faldón del mantel. En la madera, entre los mocos secos y el chicle pegado, decía: «No dejes que te engañen otra vez».

La inmortalidad de fabricación casera de alguien. El efecto perdurable de ese alguien. Su vida después de la muerte.

Solamente para que conste en acta, el parte meteorlogico de hoy anuncia un tiempo parcialmente enturbiado por accesos ocasionales de desesperación e irritación.

El mensaje de debajo de la mesa seis, escrito con pulso débil y a lapiz, está firmado: “Maura Kincaid”.

29 DE JUNIO,
LUNA NUEVA

El hombre de Ocean Park abre la puerta de su casa con un vaso de vino en la mano. Alguna clase de vino de color anaranjado brillante llena el vaso hasta donde le llega el dedo índice. Lleva un albornoz blanco de tela de toalla con la palabra «Ángel» bordada en la solapa. Lleva una cadena de oro enredada en los pelos grises del pecho y huele a escayola en polvo. En la otra mano lleva la linterna. El hombre se bebe el vino hasta el dedo medio. Su cara parece hinchada y la barbilla le azulea por el nacimiento de la barba. Le han teñido o depilado las cejas hasta que casi no le quedan.

Solamente para que conste en acta, así es como se conocen el señor Ángel Delaporte y Misty Marie.

En la facultad de bellas artes te enseñan que el cuadro de Leonardo da Vinci, la Mona Lisa, no tiene cejas porque eran el último detalle que añadió el artista. Lo que hizo fue poner pintura húmeda sobre pintura seca. Y en el siglo XVII un restaurador usó el disolvente equivocado y se las borró para siempre.

Hay un montón de maletas en el lado de dentro de la puerta, maletas de cuero del bueno. El hombre señala más allá de las mismas, hacia el interior de la casa, con la linterna en la mano, y dice:

—Puede decirle a Peter Wilmot que tiene una gramática atroz.

A los veraneantes Misty Marie les dice que los carpinteros siempre están escribiendo dentro de las paredes. Que a todos se les ocurre la misma idea, escribir su nombre y la fecha antes de sellar la pared con láminas de yeso. Que a veces se dejan el periódico del día. Que es tradición dejar una botella de cerveza o de vino. Que los techadores escriben en la base del tejado antes de recubrirla de alquitrán y tejas. Que los decoradores escriben en el revestimiento antes de cubrirlo de listones o de estuco. Su nombre y la fecha. Una pequeña parte de sí mismos para que alguien la descubra en el futuro. Tal vez una idea. Estuvimos aquí. Construimos esto. Un recordatorio.

Llámalo costumbre o superstición o feng-shui. Es una especie de dulce inmortalidad tejida en casa. En historia del arte te enseñan que el papa Pío V le pidió a El Greco que pintara encima de unas figuras desnudas que Miguel Ángel había pintado en el techo de la capilla Sixtina. El Greco aceptó, pero solamente si podía repintar el techo entero. Te enseñan que El Greco solamente es famoso debido a su astigmatismo. Por eso distorsionaba los cuerpos, porque no veía bien: alargaba los brazos y las piernas de la gente y se hizo famoso por el efecto dramático resultante.

Desde los artistas famosos hasta las empresas de construcción, todos queremos dejar nuestra firma. Nuestro efecto perdurable. Nuestra vida después de la muerte.

Todos queremos explicarnos. Nadie quiere que lo olviden. Ese día en Ocean Park, Ángel Delaporte le enseña el comedor a Misty, los paneles de madera, el papel de pared a rayas azules. Hasta la mitad de una pared hay un agujero rodeado de papel roto y arrugado y polvo de yeso.

Los albañiles, le cuenta ella, emparedan un amuleto, una medalla religiosa sujeta a una cadena, y la cuelgan en el interior de la chimenea para impedir que bajen espíritus malignos por el tiro. En la Edad Media, los albañiles emparedaban un gato vivo dentro de las paredes de los edificios nuevos para traer buena suerte. O a una mujer viva. Para darle alma al edificio.

Misty está mirando el vaso de vino de él. Habla dirigiéndose al vaso en lugar de a la cara del tipo y lo sigue con la mirada, con la esperanza de que él se dé cuenta y le ofrezca una copa.

Ángel Delaporte acerca la cara hinchada y las cejas depiladas al agujero y dice:

—«... la gente de la isla de Waytansea os matará igual que han matado a todo el mundo...». —Sostiene la linternita junto a su cara para iluminar la oscuridad. El metal pinchudo y las llaves plateadas le cuelgan al lado del hombro, brillantes como joyas. Y dice—: Tendría que ver usted lo que pone aquí.

Despacio, igual que un niño que está aprendiendo a leer, Ángel Delaporte mira la oscuridad y dice:

—«... ahora veo a mi mujer trabajando en el hotel Waytansea, limpiando habitaciones y convirtiéndose en una gorda asquerosa con uniforme de plástico rosa...».

El señor Delaporte dice:

—«...llega a casa y las manos le huelen a los guantes de látex que tiene que llevar para recoger vuestros condones usados... el pelo rubio se le ha vuelto gris y cuando se me acuesta a mi lado le huele a la porquería esa que usa para limpiar vuestros retretes...».

—Mmm... —musita, y se bebe el vino hasta el dedo anular—. Hay un posesivo de más.

Y lee:

—«...las tetas le cuelgan como un par de carpas muertas. Hace tres años que no tenemos relaciones sexuales...».

El silencio es tan pesado que Misty suelta una risita.

Ángel Delaporte le ofrece la linterna. Se bebe el vino de color naranja brillante hasta la altura del dedo meñique, señala el agujero de la pared con la cabeza y dice:

—Léalo usted misma.

Su llavero es tan pesado que Misty tiene que flexionar los músculos para levantar la linternita, y cuando acerca la vista al agujero pequeño y oscuro, las pintadas de la pared de delante dicen: «... moriréis deseando no haber puesto nunca el pie...».

El cuarto para la ropa desaparecido en Seaview, el baño desaparecido en Long Beach, la sala de estar de Oysterville, siempre que la gente se pone a hurgar encuentra lo mismo. La misma rabieta de Peter.

Tu misma rabieta de siempre.

«... moriréis y el mundo será un lugar mejor para...»

En todas esas casas del continente en las que trabajó Peter, en todas esas inversiones, la misma mierda escrita y emparedada.

«... moriréis gritando con hatroz...»

Y detrás de ella, Ángel Delaporte dice:

—Dígale al señor Wilmot que ha escrito mal «atroz».

A todos esos veraneantes la pobre Misty les dice que durante el último año aproximadamente el señor Wilmot no fue él mismo. Que tuvo un tumor cerebral sin saberlo durante... no se sabe durante cuánto tiempo. Con la cara pegada al agujero en el papel de la pared, Misty le dice al tal Ángel Delaporte que el señor Wilmot hizo unas obras en el viejo hotel Waytansea y que ahora los números de las habitaciones pasan del 312 al 314. Donde antes había una habitación, ahora hay un pasillo perfectamente continuo, con molduras bajas, zócalo, enchufes nuevos cada metro y medio y acabado de alta calidad. Todo correctísimo, salvo la habitación emparedada.

Y el hombre de Ocean Park agita suavemente el vino de su copa y dice:

—Espero que por entonces la habitación trescientos trece no estuviera ocupada.

Misty lleva una barra de hierro en el coche. Pueden volver a abrir el umbral de la puerta en cinco minutos. No es más que pared sin mortero, le dice al hombre. No es más que el señor Wilmot volviéndose loco.

Cuando acerca la nariz al agujero, el papel de la pared huele como si un millón de cigarrillos hubieran ido a morir allí. Dentro del agujero huele a canela, a polvo y a pintura. En alguna parte del interior a oscuras se oye el zumbido de una nevera. El tictac de un reloj.

Other books

Black Hills Badman by Jon Sharpe
Deadline by Mira Grant
Pious Deception by Susan Dunlap
Catching Jordan by Miranda Kenneally
South of Heaven by Ali Spooner
The Flesh and the Devil by Teresa Denys
The Gospel of Sheba by Lyndsay Faye


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024