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Authors: John Verdon

Tags: #Intriga

Deja en paz al diablo (24 page)

BOOK: Deja en paz al diablo
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Holdenfield vaciló.

—Sea más específico.

—Cada dato, cada indicio, cada hecho plantea preguntas obvias. Las respuestas de todas ellas parecen proceder de la premisa, y no al revés.

—¿A eso lo llama ser más específico?

—Vale. Preguntas. ¿Por qué solo Mercedes? ¿Por qué solo negros? ¿Por qué detenerse en el sexto? ¿Por qué una Desert Eagle? ¿Por qué más de una Desert Eagle? ¿Por qué los animalitos de plástico? ¿Por qué viernes y sábados por la noche? ¿Por qué el manifiesto? ¿Por qué la combinación de un frío argumento racional con un lenguaje muy religioso? ¿Por qué la rígida repetición de…?

—David —intervino Holdenfield, exasperada—, todas esas cuestiones se examinaron y se discutieron minuciosamente. Todas y cada una de ellas. Las respuestas son claras, tienen perfecto sentido, forman una imagen coherente. La verdad es que no entiendo qué pretende.

—¿Me está diciendo que nunca se planteó una investigación alternativa?

—Nunca hubo base para ninguna. ¿Cuál es su problema?

—¿Se lo imagina?

—¿Imaginarme?

—Al Buen Pastor.

—¿Puedo imaginármelo? No lo sé. ¿Es una pregunta significativa?

—Creo que sí. ¿Cuál es su respuesta?

—Mi respuesta es que no estoy de acuerdo en que sea significativa.

—Creo que no puede imaginarlo. Yo tampoco. Podría haber contradicciones en el perfil que impiden siquiera imaginarnos una cara. Por supuesto, podría ser una mujer. Una mujer lo bastante fuerte para empuñar una Desert Eagle. O puede que sean varias personas. Pero, por ahora, dejaremos eso de lado.

—¿Una mujer? Eso es absurdo.

—No hay tiempo para discutirlo ahora mismo. Tengo una última pregunta para usted. Entre todo el consenso profesional, ¿usted o alguno de sus colegas psicólogos forenses, o alguien de la Unidad de Análisis de la Conducta, estuvo alguna vez en desacuerdo sobre algo en la hipótesis del caso?

—Por supuesto que sí. Hay opiniones diversas, diferencias sobre dónde centrar la atención.

—¿Por ejemplo?

—Por ejemplo, el concepto de patrón de resonancia hace hincapié en la transferencia de energía de un trauma original a una situación actual, lo cual provoca que la manifestación actual sea esencialmente un vehículo inanimado que toma vida del pasado. La aplicación del paradigma de instinto de imitación da a la situación actual una mayor validez de por sí. Es una repetición de un patrón pasado, pero tiene vida y energía propias. Otro concepto que podría aplicarse es el de la teoría de transmisión transgeneracional de la violencia, que es un modelo tradicional de conducta aprendida. Hubo un amplio debate sobre todas esas ideas.

Gurney se rio.

—¿Qué es lo que tiene gracia?

—Puedo imaginarlos mirando una palmera en el horizonte y debatiendo sobre el número de cocos que puede que tenga.

—¿Qué quiere decir?

—¿Y si la palmera en sí es un espejismo, una alucinación colectiva?

—David, si alguien está delirando en esta conversación no soy yo. ¿Ha acabado con sus preguntas?

—¿Quién se beneficia de la hipótesis vigente?

—¿Qué?

—¿Quién se beneficia de la…?

—Ya le he oído. ¿Qué demonios quiere decir?

—Me parece que hay una relación un poco extraña que conecta lo que sabemos del caso con los puntos débiles de la metodología del FBI y la dinámica curricular de la comunidad forense.

—No puedo creer que diga tal cosa. Es insultante, debería colgarle. ¿Quiere explicarse mejor?

—Rebecca, todos nos engañamos alguna vez. Dios sabe que yo lo hago. No pretendo insultar a nadie. Cuando usted analiza el caso del Buen Pastor, ve una historia sencilla de un esquizofrénico paranoico y brillante que da una salida trágica a su rabia sepultada. Lo hace mediante ataques a símbolos de riqueza y poder. Por mi parte, no estoy seguro de lo que veo, tal vez un caso en el que nadie debería estar tan seguro como todos parecen estarlo. Nada más. Solo pienso que se ha llegado a demasiadas conclusiones y que se han abrazado demasiado deprisa.

—¿Y eso adónde le lleva?

—No sé adónde me lleva. Pero ha despertado mi curiosidad.

—¿Curiosidad como la de Max Clinter?

—¿Eso es una pregunta real?

—Oh, desde luego que es una pregunta real.

—Al menos Max comprende que el caso no está tan claro como creen usted y sus colegas del FBI. Entiende que podría haber otra conexión entre las víctimas, más allá del hecho de que tuvieran un Mercedes.

—David, ¿qué tiene contra el FBI?

—En ocasiones se dejan llevar por su forma de hacer las cosas, por su forma de tomar decisiones, por su obsesión por el control, por sus rutinas.

—Lo más importante es que son muy buenos en lo que hacen. Son listos, objetivos, disciplinados, receptivos a las buenas ideas.

—¿Eso significa que pagan sus horas de asesoría sin quejarse?

—¿Se supone que esta es otra observación que no pretende resultar insultante?

—Solo digo que tendemos a ver lo bueno de la gente que ve lo bueno de nosotros.

—David, es usted tan hipócrita que sería un excelente abogado.

Gurney se rio.

—Eso está bien, me gusta. Le diré algo: si fuera abogado, no me importaría tener al Buen Pastor de cliente, porque me da la sensación de que el conocimiento que el FBI tiene del caso es tan sólido como el humo que se lleva el viento. De hecho, estoy bastante ansioso por probarlo.

—Ya veo. Pues buena suerte.

Había colgado.

Gurney se guardó el teléfono en el bolsillo. El tono inusualmente agresivo que había empleado hacía eco en su cabeza. Poco a poco, su mirada se desvió hacia el paisaje. Lo único que quedaba del crepúsculo era una mancha morada en el cielo gris, como un hematoma que se oscurecía por encima de la silueta de las colinas.

—¿Quién era? —preguntó Kim detrás de él.

Se volvió. La chica, Madeleine y Kyle permanecían sentados a la mesa, con los ojos fijos en él. Parecían preocupados, sobre todo Kim.

—Una psicóloga forense que ha escrito un libro sobre el caso del Buen Pastor y que ha asesorado al FBI en otros casos de asesinos en serie.

—¿Qué estás…? ¿Qué estás haciendo? —Había algo extraño en su voz, como si estuviera furiosa y tratara de disimularlo.

—Quiero saber todo lo que haya que saber del caso.

—¿Por qué has dicho que puede que todos estén equivocados?

—Puede que no estén equivocados. Puede que, simplemente, se apoyen en hechos poco sólidos.

—No sé de qué estás hablando. Ya te he dicho que Rudy Getz va a estrenar mi documental con la serie de entrevistas de prueba que hice con Ruthie Blum. Quiere usar la película tal cual la grabé con mi propia cámara. Dice que potencia la realidad. Te lo dije, te dije que va a emitir el programa a escala nacional, en RAM News Network. ¿Y ahora me estás diciendo que está todo mal, o que podría estar todo mal? No sé adónde quieres llegar con todo esto. No tiene nada que ver con lo que te pedí. Estás poniendo todo patas arriba. ¿Por qué?

—No he puesto nada patas arriba. Solo trato de entender qué está pasando. Nos han ocurrido cosas inquietantes, a ti y a mí, y no quiero…

—Eso no es motivo para lanzarse de cabeza contra el proyecto, destrozarlo, tratar de probar que todo está mal.

—El único sitio donde caí de cabeza fue en tu sótano. No quiero que nos engañen otra vez.

—¡Pues vigila al idiota de mi novio…! Al idiota de mi exnovio —se corrigió.

—Supongamos que no fue él. Supongamos…

—¡No seas estúpido! ¿Quién más podría haber sido?

—Alguien que conoce el proyecto y que no quiere que lo completes.

—¿Quién? ¿Por qué?

—Dos preguntas excelentes. Empecemos por la primera. ¿Cuánta gente sabe en qué estás trabajando?

—¿Cuánta gente? ¿Tal vez un millón de personas?

—¿Qué?

—Al menos, un millón. Tal vez más. El sitio web de RAM, comunicados de noticias de Internet, correo electrónico masivo a todas las emisoras y periódicos locales, páginas de Facebook de RAM, mi propia página de Facebook, la página de Facebook de Connie, mi cuenta de Twitter… Dios, hay muchos, todos los futuros participantes, todos sus contactos…

—Así pues, prácticamente cualquiera podría tener acceso a la información.

—Por supuesto. Máxima exposición. Lo antes posible. Ese es el objetivo.

—Vale. Eso significa que necesitamos abordar la cuestión de un modo diferente.

Kim lo miró, dolida.

—No hemos de abordarlo para nada, no tal como dices. Dios, Dave… —Empezaron a saltársele las lágrimas—. Este es un momento crítico. ¿No lo ves? No puedo creerlo. Mi primer episodio va a emitirse dentro de un par de días, y tú estás al teléfono diciéndole a la gente que todo el caso del Buen Pastor es…, es… ¿qué? Ni siquiera puedo entender qué les estás diciendo. —Negó con la cabeza, secándose las lágrimas de los ojos con las yemas de los dedos—. Lo siento… No… No… ¡Mierda! Disculpadme —dijo, y salió corriendo.

Al cabo de unos segundos oyeron un portazo en el cuarto de baño.

Gurney miró a Kyle, que había apartado la silla un palmo de la mesa y parecía estar estudiando un punto en el suelo. Madeleine lo observaba con esa sutil preocupación que resultaba tan inquietante.

Levantó las palmas de las manos en un gesto de duda.

—¿Qué he hecho?

—Piénsalo —le respondió su mujer—. Lo averiguarás.

—¿Kyle?

El chico levantó la mirada y se encogió de hombros ligeramente.

—Creo que la has asustado.

Gurney frunció el ceño.

—¿Por sugerir por teléfono a alguien que el FBI podría estar equivocado?

Kyle no respondió.

—Has hecho más que eso —dijo Madeleine con voz calmada.

—¿Qué exactamente?

Ella no hizo caso de la pregunta y empezó a llevar algunos de los platos de la cena al fregadero.

—¿Qué he hecho que sea tan espantoso? —insistió Gurney, lanzando su pregunta a un punto intermedio entre su mujer y su hijo.

—No has hecho nada espantoso, nada de manera intencionada —respondió Kyle—, pero… creo que Kim se ha llevado la impresión de que estás frenando en seco su proyecto.

—No solo acabas de decir que podría haber un fallo en alguna parte —añadió Madeleine—, has dejado entrever que todo estaba completamente equivocado. No solo eso, sino que vas a demostrarlo. En otras palabras, que planeas hacer trizas el caso.

Gurney respiró hondo.

—Había una razón para eso.

—¿Una razón? —Madeleine parecía divertida—. Por supuesto. Siempre tienes una razón.

Cerró los ojos un momento, como si la paciencia fuera más fácil de encontrar en la oscuridad.

—Quería que Holdenfield se enfadara lo suficiente para que se pusiera en contacto con el agente al mando del FBI, un tipo que se llama Trout, y que este se cabreara lo suficiente como para ponerse en contacto conmigo.

—¿Por qué iba a hacer eso?

—Para descubrir si de verdad sé algo del caso capaz de dejarlo en evidencia. Así tal vez podría averiguar si Trout sabe algo relevante que no se ha hecho público.

—Bueno, si tu estrategia era cabrear a la gente, ha sido todo un éxito. —Madeleine señaló el plato de su marido, todavía repleto de gambas y arroz—. ¿Vas a comerte eso?

—No. —Oyó el tono a la defensiva en su propia voz y añadió—: Ahora mismo no. Creo que voy a salir un rato a tomar el aire. Para despejarme.

Se alejó de la mesa, fue al lavadero y se puso una chaqueta fina. Al salir por la puerta lateral comprobó que ya estaba anocheciendo. Oyó que Kyle le decía algo a Madeleine en voz baja y en tono tentativo. No pudo entender bien sus palabras, solo dos: «papá» y «enfadado».

Sentado junto al estanque, vio cómo la tarde dio paso rápidamente a la oscuridad. Una estrecha franja de luz de luna detrás de un cielo tapado proporcionaba una sensación muy tenue e incierta del mundo que lo rodeaba.

El dolor de su antebrazo había vuelto. Iba y venía sin más, sin que pudiera hacer nada por evitarlo. Se sentía frustrado por eso y por la actitud de Holdenfield. Y después estaba cómo había actuado él mismo con Kim.

La noche nublada, con sus insondables formas negras y sus bordes mal definidos, parecía ser una suerte de metáfora del mundo tal como lo veía él en ese momento.

Era consciente de dos cosas que se oponían entre sí. En primer lugar, su éxito como detective siempre se había basado en su objetividad, fría y rigurosa. En segundo lugar, ahora sentía que su objetividad era cuestionable. Sospechaba que la lentitud de su recuperación, la sensación de vulnerabilidad y la impresión de ser dejado de lado, por irrelevante, lo llenaban de una agitación y una rabia que fácilmente podían turbar su buen juicio.

Se frotó el antebrazo, pero de poco servía: era como si la raíz del dolor estuviera en otra parte, tal vez en un nervio pinzado en la espalda, y su cerebro no supiera dilucidar dónde ubicar la inflamación. Le sucedía lo mismo que con los acúfenos: su cerebro malinterpretaba una alteración neuronal como un minúsculo sonido de eco.

Aun así, a pesar de las dudas sobre sí mismo, de la incertidumbre, podría poner la mano en el fuego por que había algo disparatado en el caso del Buen Pastor, algo que no encajaba. Su sentido para percibir la discrepancia nunca lo había defraudado y no pensaba…

Un sonido de pisadas que parecía proceder de la zona del granero interrumpió sus pensamientos. Vio una pequeña luz que se movía en el prado, entre el granero y la casa. Era la luz de una linterna de alguien que bajaba por la senda del prado.

—¿Papá? —dijo Kyle.

—Estoy aquí —contestó Gurney—. Junto al estanque.

El haz de la linterna se movió hacia él y lo encontró.

—¿Hay animales aquí, de noche?

Gurney sonrió.

—Ninguno que tenga interés en conocerte.

Kyle llegó al banco al cabo de un momento.

—¿Te importa que me siente?

—Por supuesto que no. —Gurney se movió un poco para dejarle más sitio.

—Vaya, está muy oscuro. —Oyeron un ruido procedente del otro lado del estanque—. ¡Oh, mierda! ¿Qué demonios ha sido eso?

—Ni idea.

—¿Estás seguro de que no hay animales en el bosque?

—El bosque está lleno de animales: ciervos, osos, zorros, coyotes, linces rojos…

—¿Osos?

—Osos negros. Por lo general son inofensivos. A menos que tengan oseznos.

—¿En serio que hay linces rojos?

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