Read Darth Maul. El cazador en las tinieblas Online

Authors: Michael Reaves

Tags: #Ciencia Ficción

Darth Maul. El cazador en las tinieblas (32 page)

Y apretó el gatillo.

Capítulo 36

E
l disparo fue certero. La descarga acertó al Sith en medio de la espalda, arrojándolo contra el mamparo. Volvió a disparar, acertando al Sith en la parte inferior de la espalda.

Lorn no podía creerlo. Se propulsó hacia adelante, cruzando toda la sala en dirección a su adversario, que en esos momentos flotaba inerte hacia él en un lento rebote del impacto inicial. Lorn cogió al Sith por sus ropas, pistola en mano, aún con un disparo en la recámara, y le dio la vuelta para mirarle a la cara. Cuando buscaba el sable láser, notó un brillo de luz reflejado, proveniente del compartimento semiabierto de su cinturón.

Era el cristal holocrón. Lo cogió y se lo metió en el bolsillo. Entonces buscó el sable láser.

Estaba mirando su siniestro rostro tatuado cuando los amarillentos ojos del Sith se abrieron.

Lorn se quedó paralizado, hipnotizado por esa feroz mirada. Se olvidó del sable láser que estaba cogiendo, se olvidó de la pistola que aún tenía en la otra mano. Y entonces se vio arrojado hacia atrás por una fuerza invisible pero poderosa que le dejó boqueando y sin aire.

El sable láser del Sith saltó a su negro puño enguantado, brotando sus hojas gemelas en posición. Una de ellas titiló en su dirección como un relámpago escarlata. Lorn sintió un golpe en su mano derecha y vio cómo ésta giraba alejándose de él a cámara lenta, todavía agarrando la pistola, y seguida por unas cuantas gotas de sangre. No sintió ningún dolor, y de hecho, no se dio cuenta de lo sucedido hasta que no vio el muñón ennegrecido y cauterizado al extremo de su brazo.

El Sith giraba ya en el aire, usando la energía de su último golpe para rotar y volver a ponerse en posición de ataque. Lorn sintió que ese momento se prolongaba, de forma increíblemente clara y precisa. Su enemigo enseñaba los dientes en un rictus de odio animal. El sable láser empezó a trazar un arco horizontal que podría cortarle el cuello menos de un segundo después.

Se encontraba flotando ante la escotilla abierta por su enemigo, con la pierna izquierda doblada y el pie rozando el lateral de uno de los contenedores de almacenamiento. Le dio una patada, propulsándose hacia atrás, atravesando la escotilla. La hoja de energía cortó allí donde un momento antes estaba su cuello.

Encogió las piernas mientras cruzaba la escotilla. Giró en el aire, sacando la cabeza y alargando la mano izquierda hacia los controles de la escotilla. Vio al Sith enmarcado por la puerta, saltando hacia él. Apretó el botón y la escotilla se cerró ante las narices de su enemigo. Se encendió una luz roja, indicando que la escotilla se había sellado. Pasó los dedos sobre el teclado del panel de acceso para alterar así el código.

A través de la mirilla pudo ver el rostro del Sith. Era una visión que helaba la sangre en las venas. Entonces, oyó el débil sonido del metal fundiéndose y vio un ligero brillo rojo aumentando de intensidad en el centro de la escotilla.

Su adversario estaba usando su sable láser para fundirla.

Lorn se giró y empezó a empujarse frenéticamente por el pasillo en que estaba. No sabía a dónde conducía ni cómo iba a escapar de la venganza del monstruo que tenía detrás. En su mente no había lugar para nada que no fuera el pánico, ni siquiera para el dolor de su mano cortada ahora que ya se le empezaban a pasar los efectos del shock.

— o O o —

Darth Maul había sido pillado por sorpresa, posiblemente por primera vez en su vida.

Antes de ser acertado por los disparos láser, no había sentido ninguna vibración de aviso de la Fuerza. El asombro que le provocaron los impactos casi igualaba la sorpresa de darse cuenta de que el ataque provenía de Lorn Pavan. Había estado tan seguro de la muerte del corelliano en Coruscant, que despertarse para verle vivo y saqueando su cinturón había hecho que se cuestionara momentáneamente su cordura.

Había sido el shock combinado de esos dos hechos, además del desconcierto que suponía ver a Pavan delante de él y no poder sentirlo con la Fuerza, lo que había aminorado su tiempo de reacción lo bastante como para que pudiera escapársele por la escotilla, cerrándosela en las narices. Tendría que abrirse paso fundiendo el mecanismo del cierre. En cuanto lo consiguió, la abrió salvajemente de un tirón y salió tras Pavan, usando la Fuerza para propulsar su cuerpo sin peso. No había tiempo que perder. No sabía cómo había podido escapar a la explosión de aquel almacén, ni cómo había podido bloquear su presencia en la Fuerza, y no le importaba. Pero su Maestro llegaría dentro de unos minutos al punto de encuentro y Maul pretendía acudir a la cita con el holocrón en una mano y la cabeza cortada de Pavan en la otra.

Esa historia ya había durado demasiado.

— o O o —

Lorn se propulsó por otro conducto vertical, moviéndose todo lo rápidamente que le era posible con una sola mano para ayudarse. Le parecía notar en la nuca el cálido aliento del Sith; no se atrevía a mirar hacia atrás por si de verdad veía su demoníaco rostro. Si volvía a mirar a esos ojos amarillos, estaba seguro de que el terror le paralizaría.

Su única esperanza residía en llegar a la sección principal de la estación, donde se encontraría seguro. Estaría a salvo si conseguía poner las suficientes pistolas láser entre el Sith y él.

Le parecía imposible haber llegado a pensar alguna vez, aunque sólo fuera por un momento, que podría matar a esa criatura vestida de negro. El mero hecho de haber podido quitarle el holocrón le parecía ya casi milagroso. Aunque no lo conservaría por mucho tiempo si no encontraba ayuda.

Y entonces consiguió abrirse paso por un último puerto de acceso y se encontró en un gran solarium. Al cruzar la entrada sintió que recuperaba de repente el peso.

Miró a su alrededor. Había plantas y árboles enanos distribuidos con sumo gusto, conformando un pequeño jardín. La mitad de la cúpula del techo estaba hecha de acero transparente polarizado, obteniéndose así un magnífico paisaje estrellado y una imagen creciente del planeta. Por todo el jardín había individuos pertenecientes a diversas especies, algunos de ellos vistiendo ropajes de miembros del Senado de la República, así como otros con el atuendo ajustado y oscuro de guardias de Coruscant.

Reconoció a uno de los senadores. Cuando trabajaba para los Jedi, le había oído hablar varias veces, mostrándose siempre como hombre de mente clara y práctica, ajeno a la corrupción y la intriga. Si había alguien que pudiera proteger la información del holocrón y encargarse de entregarla sana y salva en el santuario del Templo Jedi era este hombre.

Lorn se tambaleó hacia adelante. Uno de los senadores, un gran, le vio llegar y reaccionó con cierto temor. Varios de los guardias se movieron para proteger a sus protegidos, desenfundando las pistolas láser.

—¡Esperad!

La orden provenía del senador al que había reconocido Lorn. Avanzó hacia adelante con expresión preocupada.

—¿Qué te sucede, mi buen amigo? ¿Qué te trae por aquí en ese estado?

El corelliano sacó el cristal de un bolsillo y lo mantuvo en alto. Vio que los ojos del otro se estrechaban al reconocerlo.

—¿Un cristal holocrón?

—Sí —jadeó Lorn, soltándolo en la mano extendida del senador—. Debe entregarse a los Jedi. Es muy importante.

El senador asintió, escondiendo el holocrón en un pliegue de su túnica. A continuación se fijó en el muñón donde antes había estado la otra mano de Lorn.

—¡Está herido! —repuso, volviéndose hacia uno de sus guardias, llamándolo con un gesto rápido e imperioso—. ¡Este hombre necesita ser hospitalizado de inmediato! ¡Y, por lo que parece, también necesita protección ante un posible asesino!

Lorn se derrumbó sobre una silla. Cuando los demás se acercaron a él, se arriesgó a mirar por encima del hombro, a la puerta de servicio por la que había entrado. No había ni rastro del Sith.

El alivio le inundó. La pesadilla había pasado, por fin.

Sintió que empezaba a perder la consciencia y se dio cuenta de que por primera vez en días podía permitirse el lujo del agotamiento.

—Asegúrese… de que… el holocrón… —murmuró, pero estaba demasiado cansado para terminar la frase.

Su benefactor se inclinó sobre él y sonrió.

—No se preocupe, mi valiente amigo. Yo me ocuparé de ello. Todo saldrá bien.

—Gracias… senador Palpatine —consiguió murmurar.

Y todo se desvaneció.

Capítulo 37

C
uando Obi-Wan Kenobi llegó al Templo, se dio cuenta enseguida de que pasaba algo. Y no sólo por las ominosas reverberaciones de la Fuerza que latían invisibles a su alrededor. Todos los padawan y mensajeros con los que se cruzaba en los salones parecían estar concentrados y preocupados. Uno de ellos le vio y se detuvo.

—Padawan Kenobi, debes presentarte de inmediato ante tu Maestro —dijo, continuando su camino antes de que Obi-Wan pudiera preguntarle la causa de la palpable atmósfera de tensión.

Encontró abierta la puerta de la sala del Maestro Qui-Gon. El Jedi estaba dentro, cargando su cinturón de accesorios con objetos de combate como una pistola de ascensión y cápsulas de comida. Mostró alivio al ver a Obi-Wan parado en el umbral.

—Excelente. Has vuelto justo a tiempo.

—¿Qué ha pasado, Maestro?

—La Federación de Comercio ha bloqueado Naboo. Nos han elegido a ti y a mí para que seamos embajadores ante la nave capitana de la Federación de Comercio y arreglemos la situación.

Obi-Wan se sintió aturdido ante la importancia de la noticia.

—El Senado de la República condenará esa acción.

—Sospecho que los neimoidianos cuentan con el historial del Senado para que éste sea poco efectivo en este asunto. En cualquier caso, debemos salir de inmediato.

—Lo comprendo, pero antes debo decirte que tanto el Maestro Anoon Bondara como su padawan Darsha Assant han muerto. No hay ninguna duda de ello.

El Maestro Qui-Gon interrumpió por un momento la labor de hacer el equipaje y miró a su discípulo. El padawan vio tristeza en los ojos de su mentor.

—¿Y la causa de esa tragedia?

—No estoy muy seguro, pero sospecho de la participación del Sol Negro.

—Quiero oír toda la historia, y también querrá oírla el Consejo. Pero ahora la rapidez es esencial. Ya harás tu informe mediante una holotransmisión una vez estemos de camino.

—Sí, Maestro.

Obi-Wan siguió a su Maestro cuando éste se ajustó el cinturón alrededor de la cintura y salió de la habitación.

Naturalmente, haría lo que le pedía su Maestro. Era obvio que esa nueva crisis era mucho más importante que lo sucedido en el Pasillo Carmesí. Mientras seguía a Qui-Gon, se preguntó si alguna vez conocería toda la historia de lo que les había sucedido a Darsha y al Maestro Bondara. Ella tenía potencial para ser un buen Caballero Jedi, y le apenaba su muerte.

— o O o —

El Sith se lanzó contra él, con las hojas gemelas brillando.

Lorn despertó con un sobresalto. Miró a su alrededor, sintiendo todavía el pánico de su pesadilla. Entonces, fue relajándose lentamente a medida que sus ojos se acostumbraban a su entorno.

Se dio cuenta de que estaba en la habitación privada de un hotel. No era muy elegante, pero sí mejor que a lo que se había acostumbrado en los cinco años anteriores. Le habían tratado la muñeca cortada con carne sintética, y el senador Palpatine le había dicho que en pocos días tendría una prótesis. Y, lo que era más importante, le había dicho que el cristal de información se había entregado en el Templo Jedi y que habían capturado al asesino.

En resumen, que Lorn había ganado.

No del todo, claro. Aún lloraba la muerte de Darsha. También le preocupaba el paradero de I-Cinco, ya que el androide no había llegado nunca al Templo Jedi. Pero, aun así, había sido una victoria.

Le habían dado a elegir entre dos futuros: relocalización en una colonia de algún lugar del Borde, o una dirección permanente en una mónada de Coruscant. Se le había asegurado que, en cualquiera de ambos casos, se habían retirado las denuncias de fraude bancario y que se le concedería un estipendio con el que podría vivir cómodamente en compañía de I-Cinco. Aún no había decidido lo que haría, aunque se inclinaba a quedarse en Coruscant. Puede que quedándose consiguiera reanudar algún tipo de relación con Jax. Los Jedi le debían al menos eso.

Y también se lo debía a sí mismo. Ya era hora de que volviera a tener una vida, pero una vida de verdad, no el simulacro vacío en el que llevaba tanto tiempo atrapado. Necesitaría mucho tiempo para dejar de tener pesadillas, pero acabaría por conseguirlo. Acabaría conociendo la paz.

Se levantó de la cama. En el armario tenía ropas nuevas y se las puso. No tenía ningún sitio en especial al que ir, pero le apetecía salir afuera, sentir el sol en su rostro, respirar aire puro. Hacía mucho tiempo que no disfrutaba de esos placeres tan simples.

Abrió la puerta.

El Sith estaba ante él.

Lorn se quedó demasiado aturdido para tener miedo. Su enemigo avanzó, implacable, imparable, y conectó su sable láser. Lorn sabía que no podía hacer nada. El cuarto del hotel era pequeño, desprovisto de armas, con sólo una puerta.

Esa vez no había escapatoria.

Descubrió con sorpresa que, en ese momento, el último de su vida, no estaba asustado. De hecho, descubrió que se sentía de una forma muy similar a la que Darsha le había descrito cuando estaba profundamente sumida en el abrazo de la Fuerza.

Estaba en paz.

La información sobre los Sith había llegado a los Jedi. Que el asesino hubiera escapado a su encierro no cambiaría eso. Se dio cuenta de que su muerte servía a un objetivo más elevado.

Estaba contento de que fuera así.

La hoja del sable láser rieló en su dirección. Su último pensamiento fue para su hijo; su última emoción fue orgullo porque algún día Jax sería un Caballero Jedi.

— o O o —

Cuando miró a Lorn Pavan a los ojos, Darth Maul supo lo que pensaba el hombre. Podría haberlo leído con claridad en los ojos y la expresión de su enemigo, incluso sin ser sensible a la Fuerza.

No dijo nada.

Aunque Maul no tenía problemas para matar a quien se interpusiera en el camino de su Maestro, no por ello carecía de sentido del honor. Lorn Pavan se las había arreglado contra toda previsión para ser un reto mucho mayor que el de muchos asesinos profesionales del Sol Negro. Era un contrincante digno y se había ganado el derecho a morir con rapidez.

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