—Miles, ¿qué te pasa?
Eso había sido un beso. Por los dioses… con un monstruo…
—Nada —jadeó él—. Me encontraba mal… Quizá no debería haberme levantado, pero tenía que hacer la inspección.
Ahora ella parecía muy alarmada.
—¡Claro que no tendrías que haberte levantado, estás temblando! No puedes ni tenerte en pie. Ven, voy a llevarte a la enfermería. ¡Loco!
—¡No, no! Estoy bien. Quiero decir que estoy siguiendo un tratamiento. Lo único que tengo que hacer es descansar y recuperarme… nada más.
—Bueno, pues entonces ahora mismo a la cama.
—Sí.
Él giró en redondo. Ella le dio una palmada en el trasero. Él se mordió la lengua y ella dijo:
—Por lo menos estos días comes más. Cuídate, ¿eh?
Él hizo un gesto con la mano por encima del hombro y huyó sin mirar atrás. ¿Qué era eso? ¿Camaradería militar? ¿De una sargento a un almirante? No. Eso era
intimidad. Naismith, hijo de puta, ¿qué hacías en tu tiempo libre? Yo no creía que tuvieras tiempo libre. Seguramente eres un maníaco suicida… Si estuviste follándote a eso
…
Cerró la cabina detrás de él y se quedó apoyado allí, temblando, riéndose con incredulidad histérica. Mierda, él había estudiado todo lo que había que estudiar sobre Naismith, todo. No, no era cierto, no podía ser cierto.
Con amigos así, ¿quién necesita enemigos?
Se desnudó y se quedó tendido en la cama, tenso, pensando en la compleja vida de Naismith/Vorkosigan y preguntándose qué otras trampas para bobos habría en ella más adelante. Por fin, un cambio leve en los susurros y crujidos de la nave que lo rodeaba, un tirón breve de los campos de gravedad cambiantes le indicó que el
Ariel
se alejaba de la órbita de Escobar. Había logrado robar un crucero militar rápido totalmente equipado y armado y nadie lo sabía. Ahora iban hacia Jackson's Whole, hacia el destino de quien los guiaba. Su destino, no el de Naismith. Sus pensamientos descendieron en espiral hacia el sueño.
Pero si reclamas tu propio destino
—le susurró su voz demoníaca en el último momento, antes de sumirse en el olvido de la noche—,
¿por qué no tu propio nombre?
Salieron del tubo flex desde la nave de pasajeros. Iban juntos, del brazo. Quinn con el equipo bajo el hombro, Miles con la bolsa de vuelo en su mano libre. En el vestíbulo de desembarque de la estación orbital de transferencia, las cabezas de la gente se volvieron hacia ellos. Miles echó una mirada a su compañera femenina mientras caminaban ante las miradas envidiosas y disimuladas de los hombres.
Mi Quinn
.
Esa mañana —¿era por la mañana?, tendría que controlar el tiempo de la Flota Dendarii—, Quinn tenía un aspecto particularmente fuerte… Había vuelto, aunque fuera a medias, a su persona normal. Se las había arreglado para que los pantalones grises de su uniforme parecieran a la moda, remetiéndolos en botas de gamuza roja (no se veían las puntas de acero bajo los dedos gordos) y poniéndose encima un top escarlata muy reducido. La piel blanca le brillaba en contraste con el rojo y los bucles cortos y oscuros. Los colores de superficie distraían la atención de su cuerpo atlético, que no se notaba a menos que se conociera el peso del maldito equipo.
Los ojos diáfanos y castaños daban a la cara de Quinn un aspecto inteligente. Pero lo que dejaba a los hombres con la boca abierta, en mitad de la frase, eran los planos y curvas de la cara, perfectos, esculpidos. Una cara obviamente sofisticada, el trabajo de un auténtico artista cirujano. El observador casual podía imaginar que quien había pagado la cara era el hombre feo con el que iba cogida del brazo, y que por lo tanto la mujer también era una compra. El observador casual nunca hubiera adivinado el precio que había pagado ella: su cara anterior, quemada en combate en Tau Verde. Casi la primera baja en combate del almirante Naismith hacía… ¿cuánto, diez años ya? El observador casual era un imbécil, pensó Miles.
El último representante de la especie fue un ejecutivo rico que a Miles le parecía una versión rubia y civil de su primo Ivan, y que había pasado gran parte del viaje de dos semanas desde Sergyar a Escobar con esas ideas sobre Quinn en la cabeza mientras trataba de seducirla. Miles lo vio cargando su equipaje en una plataforma flotante y dejando escapar un último suspiro de derrota antes de alejarse. Pese a que le recordaba a Ivan, Miles no le tenía inquina. En realidad, el hombre le daba pena porque el sentido del humor de Quinn era tan malvado como sus mortales reflejos.
Miles giró la cabeza hacia el escobariano y murmuró:
—¿Y qué le dijiste para sacártelo de encima, amor?
Los ojos de Quinn siguieron al hombre para identificarlo. Se rió abiertamente.
—Si te lo dijera, te daría vergüenza.
—No, no. Dímelo.
—Le dije que podías hacer flexiones sobre la lengua. Creo que pensó que no podía competir.
Miles se puso rojo.
—No lo habría dejado llegar tan lejos, pero no estaba totalmente segura de que no fuera una especie de agente —se disculpó ella.
—¿Ahora sí estás segura?
—Sí. Lástima. Tal vez hubiera sido más entretenido…
—Para mí no. Yo estaba más que listo para tomarme una buenas vacaciones.
—Sí. Y ahora se te ve mejor, en serio. Descansado.
—Me encanta esto de hacer de pareja de casados para cubrirnos —declaró él—. Ya tuvimos la luna de miel, ¿por qué no el casamiento para completar?
—Nunca te das por vencido, ¿eh? —dijo ella en tono intrascendente. Sólo la leve sacudida en el brazo, bajo el de Miles, le indicó a su compañero que esas palabras la habían lastimado, y se maldijo en silencio.
—Lo lamento. Dije que no iba a volver a tocar ese tema.
Ella encogió el hombro sin peso, y sus brazos se liberaron fortuitamente. Mientras caminaba, empezó a balancear el brazo con agresividad.
—El problema es que tú no quieres que yo sea Madame Naismith, Terror de los Dendarii. Tú quieres que yo sea Lady Vorkosigan de Barrayar. Y ése es un puesto que me rebaja. Yo nací en el espacio. Y si me casara con un chupapolvo, bajara a un pozo con gravedad y nunca volviera a salir… desde luego no elegiría Barrayar. Y no es por insultar a tu casa.
¿Por qué no? Todos la insultan menos tú
.
—A mi madre le gustas mucho —ofreció él como consuelo.
—Y yo la admiro. La conocí. Nos vimos… ¿cuántas veces? Creo que cuatro, y en cada ocasión estoy más impresionada. Y cuanto más impresionada estoy, más furiosa me pongo por la forma criminal en que Barrayar desperdicia sus talentos. Sería Inspectora General de Investigación Astronómica Betanesa si se hubiera quedado en Colonia Beta. O cualquier otra cosa que quisiera ser.
—Quería ser la condesa Vorkosigan.
—Quería que tu padre la atontara como un bloqueador y admito que tu padre es como para atontar a cualquiera. El resto de la casta Vor le importa un pepino. —Quinn se detuvo porque estaban a punto de llegar al área de inspectores de aduana de Escobar. Miles se quedó a su lado. Los dos miraron a su alrededor, no al compañero—. A pesar de sus aires, es una mujer cansada bajo la piel. Barrayar le ha sacado mucho. Barrayar es su cáncer. La está matando lentamente.
Miles meneó la cabeza, mudo.
—Y a ti también, lord Vorkosigan —agregó Quinn con seriedad. Esta vez fue él quien levantó la mano, levemente herido.
Ella se dio cuenta y giró la cabeza.
—Pero el almirante Naismith sí es mi tipo de maníaco. Comparado con él, lord Vorkosigan es un ser aburrido, un ser abrumado por la responsabilidad. Te vi en tu casa, en Barrayar. Allí no eres ni la mitad de ti mismo. Estás como apagado. Hasta la voz se te baja. Es de lo más raro.
—No puedo… Tengo que encajar ahí. Hace apenas una generación alguien con un cuerpo como el mío habría muerto al nacer por sospecha de mutación. No puedo exagerar las cosas. No puedo ir demasiado rápido. Soy un blanco demasiado fácil.
—¿Y por eso Seguridad Imperial de Barrayar te manda en tantas misiones fuera del planeta?
—Para que me perfeccione como oficial. Para ampliar mis conocimientos, para adquirir más experiencia.
—Y algún día te van a atar allá abajo para siempre, te van a llevar a casa y te van a estrujar para que les devuelvas toda esa experiencia, para que la pongas a su servicio. Como si fueras una esponja.
—Ahora también estoy a su servicio, Elli —le recordó él con suavidad, con voz tan grave y uniforme, tan baja que ella tuvo que girar la cabeza para oírlo—. Ahora, antes, siempre.
Ella desvió la mirada.
—De acuerdo… Cuando metan tus botas en un cepo y te dejen allá abajo, en Barrayar, yo quiero que me des tu puesto. Quiero ser la Almirante Quinn algún día.
—Me parece muy bien —dijo él amablemente. El trabajo, sí. Era tiempo de que lord Vorkosigan y sus deseos personales volvieran a la bolsa. Tenía que dejar de repasar es conversación estúpida sobre matrimonio con Quinn. Era masoquista. Quinn era Quinn. Él no quería que ella fuera otra cosa, ni siquiera por… ni siquiera por lord Vorkosigan.
A pesar de ese momento de depresión autoinflingida, la idea de volver a los Dendarii le aceleró el paso mientras pasaban por la aduana y entraban en la monstruosa estación de transferencia. Quinn tenía razón. Ya estaba sintiendo cómo Naismith le llenaba la piel, generado desde algún lugar muy adentro en su psiquis hasta la punta de los dedos. Adiós, aburrido teniente Miles Vorkosigan, agente encubierto de Seguridad Imperial de Barrayar (que por cierto ya se merecía un ascenso). Hola, maravilloso almirante Naismith, mercenario espacial y soldado de fortuna.
O mala fortuna. Redujo la velocidad al pasar frente a una fila de cabinas comerciales de comuconsolas a los lados del pasillo para pasajeros, e hizo un gesto hacia las puertas con espejos.
—Primero veamos lo que está cocinando el Escuadrón Rojo. Si ya están suficientemente bien, me gustaría bajar personalmente y saltarles encima.
—De acuerdo. —Quinn dejó caer el equipo peligrosamente cerca de los pies de Miles, calzados con sandalias, se metió con un ágil movimiento en la cabina vacía más cercana, introdujo la tarjeta en la ranura y marcó un código en el teclado.
Miles apoyó en el suelo la bolsa de vuelo, se sentó sobre el equipo y la miró desde fuera. Vio su propia imagen parcialmente reflejada en el mosaico de espejos de la puerta baja de la cabina siguiente. Los pantalones oscuros y la camisa suelta y blanca que usaba tenían un estilo ambiguo en cuanto a origen planetario y eran muy civiles, como correspondía a un agente encubierto. Relajados, informales. No estaban mal.
En otro tiempo había usado uniformes como un caparazón de tortuga, un escudo de alta protección social por las peculiaridades vulnerables de su cuerpo. Una armadura de pertenencia, un
No se metan conmigo. Tengo amigos poderosos
. ¿Cuándo había dejado de sentir que necesitaba todo eso con desesperación? No estaba seguro.
En realidad la pregunta era: ¿Cuándo había dejado de odiar su cuerpo? Habían pasado dos años desde la última herida seria, en la misión de rescate de rehenes que había venido justo después de ese lío increíble con su hermano en la Tierra. Se había recuperado completamente y ya hacía cierto tiempo de eso. Flexionó las manos, llenas de huesos de repuesto, huesos de plástico, y las encontró tan familiares como antes de que se las aplastaran. Como antes de que se las aplastaran por primera vez. Hacía meses que no tenía ataques de osteoinflamación…
No tengo dolor
, se dio cuenta de pronto con una triste sonrisa. Y no era sólo Quinn, aunque Quinn había sido… muy terapéutica.
¿Me estoy volviendo cuerdo ahora que estoy envejeciendo?
Disfrútalo mientras puedas
. Tenía veintiocho años y seguramente estaba en algún tipo de cumbre, de perfección, físicamente hablando. Sentía esa cumbre, la excitación maravillosa del apogeo. El arco descendente era un destino seguro pero para algún día futuro.
Las voces del comu lo devolvieron al presente. Quinn tenía a Sandy Hereld al otro lado de la línea y estaba diciendo:
—Hola, ya he vuelto.
—Hola Quinnie. Te esperaba. ¿Qué puedo hacer por ti? —Sandy había estado haciendo cosas raras con su pelo otra vez, notó Miles desde un lado.
—Acabo de salir de la nave de salto, en la estación de transferencia. Quiero hacer un desvío. Transporte abajo para llevarme a los supervivientes del Escuadrón Rojo, luego otra vez al
Triumph
. ¿Cuál es el estado del Escuadrón?
—Espera un momento. —La teniente Hereld golpeó las teclas de una computadora a su izquierda.
Por el pasillo lleno de gente pasó un hombre vestido con el uniforme gris de los Dendarii. Vio a Miles, asintió una vez, dudando, como si pensara que tal vez la ropa de civil del almirante significaba que estaba en una misión encubierta y no quería que lo saludaran. Miles movió la mano, para tranquilizarlo y el hombre sonrió y siguió adelante. El cerebro de Miles le devolvió datos que él no había pedido. El hombre se llamaba Travis Gray. Era un tecno de campo asignado en general al
Peregrine
, seis años de antigüedad por ahora, experto en equipos de comunicaciones. Coleccionaba música terrestre, específicamente clásica pre-Salto… ¿Cuántos de esos archivos personales llevaba Miles en la cabeza? ¿Cientos? ¿Miles?
Y ahí venían más. Hereld volvió la cabeza.
—Ives se fue de permiso y Boyd volvió al
Triumph
para recibir más terapia. Y el Centro de Vida de Beauchene informa que Durham, Vifian y Aziz pueden salir ya, pero quieren hablar con alguien que esté a cargo antes de dejarlos.
—De acuerdo.
—Kee y Zelaski… de ellos también quieren hablar.
Los labios de Quinn se tensaron.
—Correcto —agregó con voz aséptica. A Miles se le hizo un nudo en el estómago. Sospechaba que ésa no iba a ser una conversación agradable—. Entonces, diles que vamos para allá —dijo Quinn.
—Sí, capitana, de acuerdo. —Hereld hojeó unos archivos en el vídeo—. ¿Qué transbordador quieres?
—El transbordador personal pequeño del
Triumph
me parece bien, a menos que tengas que llevar una carga para ese lado desde el aeropuerto de transbordadores de Beauchene.
—No, de ahí, no.
—Entonces, de acuerdo.
Hereld hizo un control en el vídeo.
—Según el control de vuelos de Escobar, puedo poner el Transbordador Dos en la compuerta del muelle J-26 en treinta minutos. Y tendrás permiso de salida inmediatamente.