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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Danza de espejos (21 page)

BOOK: Danza de espejos
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Él meneó la cabeza, sin palabras.

—Fue por ti, mierdecita, por ti. El almirante tenía un trato con el barón Bharaputra. Íbamos a comprar al Escuadrón Verde por un cuarto de millón de dólares betaneses. No habría costado mucho más que la misión, contando el equipo que perdimos con el transbordador de Thorne. Y las vidas. Pero el barón se negó a ponerte a ti en el trato. No entiendo por qué razón no quería venderte… No vales nada… Pero Miles no quiso dejarte…

Mark se miró las manos, que tenía unidas. Levantó la vista y vio a Bothari-Jesek que lo estudiaba de nuevo como si fuera un criptograma vital.

—El almirante no quiso dejar a su hermano —dijo Bothari-Jesek lentamente—, Mark no quiere dejar a los clones, ¿eh?

Él hubiera tragado saliva, pero ya no tenía.

Harías cualquier cosa para salvarlos, lo que te dijéramos, ¿verdad?

Él abrió y cerró la boca, como un sí sin sonido, hueco.

—¿Vas a hacer de almirante para nosotros? Nosotros te diremos cómo, claro está.

Él casi asintió pero se las arregló para murmurar:

—¿Y qué promesa…?

—¡Elena! —objetó Quinn.

—Quiero —dijo él, tragando esta vez—, quiero la palabra de la mujer de Barrayar. Su palabra —le dijo a Bothari-Jesek.

Quinn se mordió el labio y guardó silencio. Después de un buen rato, Bothari-Jesek asintió.

—De acuerdo, tienes mi palabra. Pero vas a cooperar plenamente, ¿te enteras?

—¿Su palabra como qué?

—Mi palabra. Sólo eso.

—Sí. De acuerdo.

Quinn se levantó y lo miró.

—Pero, ¿puede hacerlo ahora?

Bothari-Jesek siguió la mirada de la capitana.

—En esas condiciones, supongo que no. Que se asee, que coma, que descanse un rato. Después, veremos.

—Tal vez el barón Fell no nos dé tiempo para todo eso.

—Le diremos que está en la ducha. Y además va a ser cierto.

Una ducha.
Comida
. Estaba tan hambriento que le parecía que había pasado más allá del hambre: le dolía el estómago, no tenía fuerza en los músculos. Y tenía frío. Mucho frío.

—Lo único que puedo decir —dijo Quinn —es que es una imitación muy mala del auténtico Miles Vorkosigan.

Pero si eso es lo que quise decir desde el principio

Bothari-Jesek meneó la cabeza en un gesto que posiblemente era de conformidad y exasperación.

—Ven —le dijo a él.

Lo escoltó a un camarote de oficial, pequeño pero agradablemente privado. Estaba sin usar, vacío y limpio, austero, militar, con el aire un poco rancio. Él supuso que Thorne tendría cerca uno parecido.

—Voy a pedir que te manden algo de ropa desde el
Ariel
. Y comida.

—Primero comida, por favor.

—Claro.

—¿Por qué me trata bien? —La voz le salió lastimera y recelosa, haciéndole parecer débil y paranoico, o eso le pareció.

La cara aguileña de ella se puso de pronto introspectiva.

—Quiero saber… quién eres. Lo que eres.

—Pero eso usted ya lo sabe. Soy un clon fabricado. Fabricado aquí mismo, en Jackson's Whole.

—No me refiero al cuerpo.

Él se encogió en una posición defensiva involuntaria, automática, aunque sabía que esa posición acentuaba sus deformidades.

—Estás muy cerrado —observó ella—, muy solo. En eso no te pareces a Miles en absoluto. En general.

—Él no es un hombre, es una multitud. Tiene todo un ejército a sus espaldas. —
Para no mencionar el enorme harén
—. Supongo que eso es lo que le gusta.

Los labios de ella se curvaron en una sonrisa inesperada. Era la primera vez que él la veía sonreír. Le cambiaba la cara.

—Sí, supongo que le gusta —La sonrisa de ella se desvaneció—. Le gustaba.

—Está haciendo esto por él, ¿verdad? Me trata así porque imagina que es lo que él querría. —No por su propio convencimiento, no, eso nunca, todo por Miles y su maldita obsesión de hermano.

—En parte.

Correcto
.

—Pero sobre todo —dijo ella —porque algún día la condesa Vorkosigan me preguntará qué hice por su hijo.

—Está pensando en cambiar al barón Bharaputra por él, ¿no es cierto?

—Mark… —Él no pudo discernir si los ojos de Bothari-Jesek reflejaban lástima o ironía—. Ella se va a referir a ti.

Giró sobre sus talones y lo dejó solo, encerrado en el camarote.

Él se dio la ducha más caliente que podía ofrecerle la diminuta unidad del camarote y se quedó bajo el calor del chorro de aire de secado hasta que la piel se le puso roja. Sólo entonces dejó de temblar. Estaba confuso y agotado. Cuando terminó de ducharse descubrió que alguien le había dejado comida y ropa. Se puso la ropa interior a toda velocidad, una camiseta negra de los Dendarii y unos pantalones grises de su progenitor. Después cayó sobre la cena. Esta vez no era un especial de la dieta de Naismith sino más bien una bandeja de raciones estándar listas para comer, de las que se preparan para mantener a un miembro de la tropa físicamente activo y satisfecho. No tenía nada que ver con lo que hubiera pedido un gourmet, pero era la primera vez en semanas que tenía suficiente comida en el plato. Lo devoró todo, como si el hada madrina que lo había llevado hasta allí pudiera reaparecer y llevárselo de nuevo. Con el estómago dolorido, rodó sobre la cama y se quedó allí de costado. Ya no temblaba de frío ni se sentía agotado y sacudido por el bajo nivel de azúcar en la sangre, pero había una especie de reverberación física que rodaba en su cuerpo como una marea negra.

Por lo menos, sacaste a los clones
.

No
, Miles sacó a los clones.

Mierda, mierda, mierda

Ese desastre a medio cocinar no era la gloriosa redención con la que había soñado. Pero ¿qué había esperado de las secuelas de su intento? En sus planes desesperados no había pensado absolutamente nada para el momento en que volviera a Escobar en el
Ariel
. A Escobar, sonriente, con los clones bajo las alas. Se había imaginado a sí mismo negociando con un Miles furioso, pero hubiera sido demasiado tarde para que Miles lo detuviera, demasiado tarde para que le robara su victoria. Había esperado que lo arrestaran, pero pensaba que iría a su encierro feliz, silbando. ¿Qué había esperado en realidad?

¿Liberarse de la culpa de ser un superviviente? ¿Ganarle a esa vieja maldición?
Ni uno de los que conociste está vivo
… Era el motivo que se había dado siempre cuando pensaba en todo eso. Tal vez las cosas no eran tan simples. Había querido liberarse de algo, eso era cierto… En los últimos dos años, libre de Ser Galen y los komarreses por los actos de Miles Vorkosigan, liberado de nuevo por Miles en una calle de Londres al amanecer, no había encontrado la felicidad que soñaba durante su esclavitud entre los terroristas. Miles sólo había roto las cadenas físicas que lo ataban; las otras, invisibles, habían llegado tan adentro que el cuerpo les había crecido alrededor.

¿Qué pensaste? ¿Que si eras tan heroico como Miles tendrían que tratarte como a Miles? ¿Que tendrían que amarte?

¿Y quiénes eran «ellos», los que debían amarlo? ¿Los Dendarii? ¿Miles? ¿Esas sombras fascinantes y siniestras, el conde y la condesa Vorkosigan, que estaba detrás de Miles?

Su imagen de los padres de Miles era borrosa, incierta. El desequilibrado de Galen le había presentado a sus odiados enemigos como villanos negros, el Carnicero de Komarr y la arpía de su mujer. Sin embargo, le había pedido a Mark que los estudiara con materiales de fuentes inéditas: sus escritos, sus discursos públicos, sus vídeos privados. Los padres de Miles eran claramente personas complejas, no santos, claro, pero tampoco el sodomita sádico y la perra asesina de las paranoias de Galen. En los vídeos, el conde Aral Vorkosigan parecía sólo un hombre corpulento de cabello gris con una voz sonora, ronca, equilibrada, y ojos extraños e intensos en una cara más bien pesada. La condesa Cordelia hablaba menos a menudo, una mujer alta, pelirroja, de extraordinarios ojos grises, demasiado poderosa para calificarla de guapa, y sin embargo tan centrada que parecía hermosa aunque no fuera en el sentido estricto de la palabra.

Y ahora, Bothari-Jesek amenazaba con mandarlo con ellos…

Se sentó y encendió la luz. Una ojeada rápida al camarote no revelaba nada con qué suicidarse. Ni armas ni hojas cortantes: los Dendarii lo habían desarmado cuando subió a bordo. Ningún cinturón o soga para colgarse. Hervirse en la ducha no era buena opción: un sensor de seguridad la desconectaba automáticamente cuando excedía la tolerancia física. Volvió a la cama.

La imagen de un hombrecito que giraba mientras le explotaba el pecho en una lluvia carmín volvía a él una y otra vez. Se sorprendió cuando empezó a llorar. Era la conmoción, tenía que ser la conmoción que había diagnosticado Bothari-Jesek.
Odiaba a ese bicho cuando estaba vivo, ¿por qué estoy llorando?
Absurdo. Tal vez se estaba volviendo loco.

Dos noches sin dormir lo habían dejado completamente embotado, pero ahora no podía conciliar el sueño. Sólo dormitaba, pasando de los sueños a la vigilia, a los recuerdos recientes. Cuando al cabo de una hora vino a buscarlo Quinn, él alucinaba. Creía estar en una balsa neumática sobre un río de sangre, gritando frenético en la corriente roja, y la presencia de Quinn fue casi un alivio.

9

—Hagas lo que hagas, no menciones el tratamiento de rejuvenecimiento betanés —dijo el capitán Thorne.

Mark frunció el ceño.

—¿Qué rejuvenecimiento betanés? ¿Existe eso?

—No.

—¿Entonces por qué coño lo voy a mencionar?

—No importa. No lo hagas.

Mark apretó los dientes, giró a su alrededor en su asiento mirando la placa de vídeo y presionó la almohadilla que bajaba el asiento hasta que los pies con botas quedaron contra el suelo. Tenía puesto el uniforme gris de oficial de Naismith. Quinn lo había vestido como si fuera una muñeca o un niño idiota. Quinn, Bothari-Jesek y Thorne le habían llenado la cabeza con un montón de instrucciones, contradictorias a veces, sobre cómo ser Miles en la entrevista.
Como si yo no supiera hacerlo
. Los tres capitanes estaban sentados fuera del alcance de la cámara de la habitación de táctica del
Peregrine
, listos para darle indicaciones a través de un auricular oculto. Y él, que había pensado que Galen era un titiritero… Le dolía el oído y meneó el auricular, irritado, lo cual provocó un gesto severo de Bothari-Jesek. Quinn nunca había dejado de mirarlo así.

Tampoco había dejado de moverse. Seguía usando el traje ensangrentado. Había heredado bruscamente el comando de esa debacle y eso le había impedido descansar. Thorne se había aseado y usaba la ropa gris del interior de las naves, pero obviamente no había dormido. Las dos caras estaban pálidas entre las sombras, con los rasgos demasiado marcados. Quinn le había hecho tomar a Mark un estimulante cuando, al vestirlo, le había visto demasiado atontado para su gusto, y a él no le gustaban los efectos. Tenía la cabeza y los ojos muy claros pero el cuerpo vencido. Las superficies y bordes de la habitación parecían destacarse con demasiada claridad. Los sonidos y las voces tenían una claridad aguda, como de sierra, dolorosa, definida y borrosa al mismo tiempo. Se dio cuenta de que Quinn también había tomado lo mismo cuando la vio hacer una mueca debido al agudo ruido electrónico del equipo de comu.

—(De acuerdo, ahí vamos.)

Quinn le hablaba por el auricular mientras la placa de vídeo empezaba a encenderse frente a él. Todos se callaron al mismo tiempo.

Pronto se materializó la imagen del barón Fell, y también él lo miró con el ceño fruncido. Georish Stauber, barón Fell de la Casa Fell, era extraño para ser líder de una de las Grandes Casas Jacksonianas porque todavía usaba su propio cuerpo, el cuerpo de un viejo. El barón era flaco, de cara rosada, con un cráneo brillante rodeado de cabello blanco bien cortado. La túnica de seda verde que usaba (el color de su Casa) le daba un aspecto de enano hipotiroideo. Pero no había nada de enano en sus ojos fríos y penetrantes. Miles no se dejaba intimidar por el poder de un barón de Jackson, recordó Mark. Miles no se dejaba intimidar por ningún poder respaldado por menos de tres planetas enteros. Su padre, el Carnicero de Komarr, podía comerse a las Grandes Casas Jacksonianas para el desayuno.

Él, por supuesto, no era Miles.

¡A la mierda con eso! Soy Miles en los próximos quince minutos
.

—Bueno, almirante —gruñó el barón—. Veo que a pesar de todo nos volvemos a encontrar.

—Cierto. —Mark se las arregló para que no se le quebrara la voz.

—Veo que no ha perdido su orgullo, ni su falta de información, por cierto.

—Probablemente.

(—Empieza a hablar, coño), —le siseó Quinn al oído.

Mark tragó saliva.

—Barón Fell, no era parte del plan original de batalla involucrar a la Estación Fell en este ataque. Yo estoy tan ansioso por irme con mis fuerzas como usted por que me vaya. Por eso le pido su ayuda como intermediario. Supongo que sabe usted que secuestramos al barón Bharaputra.

—Así me han dicho. —Uno de los ojos de Fell tenía un tic—. Me parece que usted se ha equivocado en sus previsiones de apoyo, ¿sabe?

—¿Usted cree? —Mark se encogió de hombros—. La casa Fell y la Casa Bharaputra se odian a muerte, ¿no es cierto?

—No exactamente. La Casa Fell estaba a punto de terminar esa enemistad mortal con la Casa Bharaputra. Últimamente, tanto unos como otros la consideraban poco rentable. En realidad, estoy empezando a sospechar que el ataque fue intencionado. —El ceño fruncido de Fell se hizo más profundo.

—Ah… —el pensamiento terminó con el susurro de Thorne.

(—Dile que Bharaputra está sano y salvo.)

—El barón Bharaputra está sano y salvo —dijo Mark —y puede seguir así, por lo que a mí me concierne. Como intermediario, me parece que si usted ayuda a devolver al barón a su ciudad demostraría su buena fe hacia la Casa Bharaputra. Sólo quiero una cosa a cambio de él, de él intacto quiero decir. Y me voy.

—Qué optimista es usted —dijo Fell con sequedad.

Mark siguió adelante.

—Un negocio simple, ventajoso. El barón por mi clon.

(—Hermano.) —Thorne, Quinn y Bothari-Jesek lo corrigieron al mismo tiempo en el oído.

—… hermano —siguió Mark, nervioso—. Desgraciadamente, mi… mi hermano recibió un disparo en el ataque, pero por suerte lo congelaron con éxito en una crío-cámara de emergencia. El problema es que la crío-cámara se quedó en tierra por accidente. Un hombre vivo por uno muerto; no veo el problema.

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