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Authors: Craig Russell

Tags: #Intriga, #Policíaco

Cuento de muerte (27 page)

Había muchos aspectos de ese caso que Fabel sentía que se le iban de las manos. Olsen parecía haber desaparecido de la faz de la tierra; llevaba ya una semana evadiendo el arresto. Los primeros tres asesinatos habían despertado el típico interés de los medios, en especial el doble homicidio en el Naturpark. Pero todo había cambiado con el asesinato de Laura von Klostertadt. En vida, Laura tenía un alto estatus social, celebridad y belleza. Como víctima de un homicidio, esos elementos se habían combinado como una especie de fisión nuclear que estalló hasta convertirse en la noticia principal de los medios de prensa de Hamburgo. Por lo tanto, y como era inevitable, la férrea seguridad con que Fabel había intentando rodear el caso se había puesto en peligro. El sospechaba que sus temores de que Van Heiden transmitiera tanta información a Ganz ya se habían justificado. No era que Ganz quisiera avivar las llamas de la opinión pública, pero estaba demostrando ser poco juicioso a la hora de escoger confidentes. La verdad era que la filtración podría haberse producido a través de cien fuentes diferentes. Fuera cual fuese el origen, pocos días antes Fabel había sintonizado las noticias en la televisión y había visto el anuncio de que la Polizei de Hamburgo estaba persiguiendo al
«Märchenmörder
», el «Asesino de los Cuentos de Hadas». Al día siguiente vio cómo entrevistaban a Gerhard Weiss en el
Hamburger journal
de la NDR. Al parecer las ventas del libro de Weiss se habían disparado de la noche a la mañana y ahora él estaba anunciando al público que la Polizei de Hamburgo ya le había pedido consejo sobre los últimos homicidios.

Fabel se puso de pie, salió del dormitorio y pasó a la sala. Los ventanales de su apartamento enmarcaban el resplandeciente paisaje nocturno del lago Aussenalster y, más allá, las luces de Uhlenhorst y Hohenfelde. Incluso a esa hora, pudo ver el recorrido de los faros de una pequeña embarcación que cruzaba el Alster. Esa vista siempre conseguía calmarlo. Pensó en Laura von Klostertadt, nadando hacia su propia vista panorámica. Pero mientras Fabel adoraba ese paisaje, porque le daba una sensación de conexión con la ciudad que lo rodeaba, Laura había gastado una fortuna en una arquitectura de lejanía, creando una panorámica del cielo y desconectándose del entorno, distanciándose de la gente. ¿Qué era lo que había hecho que una joven tan bella e inteligente se aislara de esa manera?

Fabel imaginó a Laura, nadando hacia el cielo; aquel cielo nocturno enmarcado por esos inmensos ventanales. Pero sólo pudo verla a ella. Sola. Todo lo que había en su casa sugería aislamiento, un retiro de una vida delante de las cámaras y de la opinión pública. Una mujer hermosa y solitaria haciendo olas pequeñas y silenciosas en las sedosas aguas mientras nadaba hacia el infinito. Nadie más. Pero alguien más tuvo que haber estado allí, en el agua, junto a ella. La autopsia había revelado que se había ahogado en aquella piscina, y los moretones inmediatos post mórtem daban a entender que la habían sujetado debajo del agua. Möller, el patólogo, había sugerido que había sido una sola mano, que los moretones correspondían a un pulgar extendido de un lado y al apretón de los dedos del otro. Pero había aclarado que tenía que haber sido una mano inmensa.

Manos grandes. Como las de Olsen. Pero también como las de Gerhard Weiss.

«¿Quién ha sido, Laura? ¿Quién estaba en la piscina contigo? ¿Por qué aceptaste compartir el aislamiento que habías construido tan cuidadosamente?». Fabel contempló el paisaje que se extendía ante él mientras formulaba en su cabeza preguntas a una mujer muerta; su familia no había podido contestarlas. Fabel visitó a sus padres en su enorme finca en los Altes Land. Fue una experiencia perturbadora. Hubert, el hermano de Laura, estuvo presente y presentó a Fabel a sus padres. Peter von Klostertadt y su esposa Margarethe fueron el epítome de la frialdad aristocrática. Peter, sin embargo, parecía un poco ajado; la combinación del desfase horario y de la pena se le notaba en los ojos y en el embotamiento de sus acciones. Pero Margarethe von Klostertadt mantuvo una compostura helada. Su falta de emoción le recordó a Fabel las primeras impresiones que había tenido de Hubert. Estaba claro que Laura había heredado su belleza de su madre, pero en el caso de Margarethe se trataba de una belleza dura, inflexible y cruel. Tal vez tuviera poco más de cincuenta años, pero su figura y la firmeza de su piel habrían causado la envidia de una mujer de la mitad de su edad. Fabel tuvo la sensación de que los trataba a Maria y a él con una especie de estudiada altanería, hasta que se dio cuenta de que, incluso en reposo, sus rasgos siempre tenían la misma expresión, como una máscara. Aquella mujer le cayó mal desde el momento en que la vio. También le perturbó lo poderoso que era su atractivo sexual. El encuentro no le sirvió para mucho, tan sólo para apuntar a Fabel en la dirección de Heinz Schnauber, el agente de Laura, quien probablemente había sido su confidente más íntimo y que estaba totalmente devastado por la muerte de Laura. Lo que, según la descripción de Margarethe von Klostertadt, era previsible.

Fabel percibió la presencia de Susanne a sus espaldas. Ella le rodeó la cintura con los brazos y descansó el mentón sobre su hombro mientras compartía la vista sobre el Alster, y él sintió el calor de ese cuerpo femenino contra su espalda.

—Lo siento —dijo él con su voz de las tres de la mañana—. No quería despertarte.

—Está bien. ¿Qué ocurre? ¿Otra pesadilla?

Él volvió la cabeza y la besó.

—No. Tan sólo cosas que se me ocurren.

—¿Qué?

Fabel se dio la vuelta, la tomó en sus brazos y le dio un largo beso en los labios. Luego dijo:

—Me gustaría que vinieras a Norddeich conmigo. Me gustaría que conocieras a mi madre.

35

Miércoles, 14 de abril. 10:30 h

NORDERSTEDT, HAMBURGO

Henk Hermann había hecho un esfuerzo por mantener algo semejante a una conversación pero, después de tantas respuestas monosilábicas, se había dado por vencido y se había dedicado a contemplar el paisaje urbano mientras Anna conducía el coche hasta Norderstedt. Cuando aparcaron frente a la casa de la familia Ehlers, Anna se volvió hacia Hermann y pronunció la primera frase completa desde que salieron del Präsidium.

—Ésta es mi entrevista, ¿de acuerdo? Estás aquí para observar y aprender, ¿está claro?

Hermann suspiró y asintió.

—¿Herr Klatt sabe que hemos venido? ¿El tipo de la KriPo de Norderstedt? —Anna no respondió; en cambio, salió del coche y empezó a caminar por el sendero que daba a la puerta principal de la casa antes de que Hermann se hubiera desabrochado el cinturón.

Anna Wolff había llamado a Frau Ehlers antes de emprender el viaje. No quería que creyeran que habían encontrado el cuerpo de Paula o que se había producido algún adelanto significativo en el caso. Era sólo que necesitaba revisar algunos detalles con ellos. Lo que Anna no había revelado era que el enigma central que estaba tratando de resolver era por qué el nombre de Paula había aparecido en la mano de la víctima «sustituta». Pero lo más importante de todo era que sentía la abrumadora necesidad de ser ella quien encontrara a Paula. Devolvérsela a su familia, incluso aunque ello implicara llevar un cadáver.

A Anna le sorprendió que Herr Ehlers también se encontrara en la casa. Llevaba un mono azul claro, oscurecido por una película de polvo de ladrillo muy fino o alguna sustancia similar, que colgaba flojo en su cuerpo alto y delgado. Trajo una silla de la cocina y se sentó en ella, para no manchar el tapizado de la sala. Anna supuso que Frau Ehlers lo había llamado al trabajo y que él había venido directamente. Otra vez vio Anna una intensidad en la postura de ambos Ehlers que le resultaba desconcertante e irritante; ella había dejado muy claro que no tenía ninguna novedad. Les presentó a Henk Hermann. Antes de sentarse, Frau Ehlers entró en la cocina y volvió con una bandeja en la que había una jarra de café, tazas y algunas galletas.

Anna fue directa al grano. Y el grano era Heinrich Fendrich, el antiguo profesor de alemán de Paula.

—Ya hemos hablado de esto muchas veces. —La cara de Frau Ehlers tenía un aspecto cansado y demacrado, como si llevara tres años sin dormir lo suficiente—. No creemos que Herr Fendrich tuviera algo que ver con la desaparición de Paula.

—¿Por qué están tan seguros? —Henk Hermann habló desde un rincón, donde estaba sentado, apoyando una taza de café en la rodilla. Anna lanzó una mirada feroz en su dirección, que él pareció no notar—. Quiero decir, ¿hay algo en particular que les dé esa certeza?

Herr Ehlers se encogió de hombros.

—Después… Quiero decir, después de que Paula desapareciera, él nos ayudó y nos apoyó mucho. Su preocupación por Paula era genuina. Era algo que no podría haber fingido. Incluso a pesar de que la policía no dejaba nunca de interrogarlo, nosotros sabíamos que estaban buscando en el lugar equivocado.

Anna asintió con un gesto reflexivo.

—Escuchen, sé que ésta es una pregunta incómoda, pero ¿alguna vez sospecharon que el interés de Herr Fendrich por Paula fuera, bueno, inapropiado?

Herr y Frau Ehlers intercambiaron una mirada que Anna no pudo descifrar. Luego Herr Ehlers sacudió la cabeza con su pelo color ceniza.

—No, no. Nunca.

—Herr Fendrich parecía ser el único profesor al que Paula le dedicaba tiempo, por desgracia —dijo Frau Ehlers—. El vino a vernos… unos seis meses antes de la desaparición de Paula, más o menos. A mí me pareció extraño que un profesor viniera a casa y todo eso, pero él estaba muy… no sé cómo decirlo… muy convencido de que Paula era brillante, especialmente en a alemán, y que nosotros deberíamos ir a la escuela a tener una reunión con el director. Pero al parecer ninguno de los otros profesores creía que había algo especial en Paula y nosotros no queríamos que se fijara expectativas demasiado altas sólo para que luego se desilusionara.

Anna y Hermann se sentaron en el Volkswagen de ella en la puerta de la casa de los Ehlers. Anna cogió el volante y se quedó inmóvil, con la mirada fija en el parabrisas.

—¿Tengo razón si creo que estamos en un callejón sin salida? —preguntó Hermann.

Anna lo contempló inexpresivamente durante un momento antes de girar la llave en la ignición con un movimiento decidido.

—Aún no. Primero tengo que hacer un desvío…

Dada la sensibilidad de Fendrich a las investigaciones policiales, Anna decidió que también lo llamaría para avisarle, lo que hizo desde su teléfono móvil mientras conducía hacia el sur alejándose de Norderstedt. Llamó a la escuela en la que él enseñaba, pero sin revelar que lo hacía de parte de la Polizei de Hamburgo. Fendrich no estaba muy contento cuando llegó al teléfono pero accedió a encontrarse con ellos en el café de la Rahlstedt Bahnhofsvorplatz.

Aparcaron en una Parkplatz a una manzana de distancia del café, y caminaron bajo un cielo que pasaba alternativamente de la luz a la sombra cuando las irregulares nubes cubrían el sol. Fendrich ya estaba allí cuando llegaron, revolviendo un
capuccino
con aire contemplativo. Cuando entraron, Fendrich levantó la mirada y observó a Hermann con una mezcla de sospecha y desinterés. Anna presentó a su nuevo compañero y los dos se sentaron a la mesa redonda.

—¿Qué es lo que quiere de mí, Kommissarin Wolff? —preguntó Fendrich con un tono de cansada protesta.

Anna se corrió las gafas de sol a la parte superior de la cabeza.

—Quiero encontrar a Paula, Herr Fendrich. O bien está viva y ha sido sometida a Dios sabe qué tormentos durante los últimos tres años, o, y los dos sabemos que eso es lo más probable, está muerta en alguna parte. Escondida del mundo y de su familia, que lo único que quiere es llorarla. No sé cuál era la base de su relación con ella, pero sí creo que, en el fondo, a usted Paula le importaba verdaderamente. Sólo necesito encontrarla. Y lo que quiero de usted, Herr Fendrich, es cualquier cosa que pueda decirme para indicarme la dirección correcta.

Fendrich volvió a revolver su
capuccino
, contemplando la espuma. Cuando levantó la mirada, dijo:

—¿Está familiarizada con la obra del dramaturgo George Bernard Shaw?

Anna se encogió de hombros.

—Eso tiene más que ver con mi jefe. Al Kríminalhauptkommissar Fabel le interesa todo lo inglés.

—Shaw era irlandés, en realidad. Una vez dijo: «Los que pueden, hacen; los que no, enseñan». Básicamente calificaba a todos los maestros de fracasados. Pero también negaba que uno pudiera «hacer» la enseñanza. Yo no vine a parar a esta profesión, Frau Wolff. Para mí es una vocación. Me encanta. Cada día me enfrento a clase tras clase de mentes jóvenes. Mentes que aún no se han formado ni desarrollado plenamente. —Se echó hacia atrás y lanzó una risita amarga. Su mano seguía posada sobre la cuchara y volvió a contemplar la superficie del café—. Por supuesto que hay tanta… bueno, polución, podríamos llamarla. Polución cultural… de la televisión, de Internet, y de todas las tecnologías descartables que les imponen a los jóvenes hoy en día. Pero en ocasiones uno se encuentra con una mente fresca y clara que está esperando que sus horizontes se expandan, que exploten. —Los ojos de Fendrich parecían haber recuperado la vida—. ¿Tiene idea de lo que se siente al ser objeto de una investigación policial por un crimen como éste? No. Claro que no. Tampoco puede tener ninguna idea de lo que se siente en esa posición cuando uno es profesor. Alguien a quien los padres le confían lo que es más valioso para ellos. Su colega, Herr Klatt, prácticamente destruyó mi carrera. Casi me destruyó a mí. Los alumnos trataban de no estar a solas conmigo. Los padres, y hasta mis colegas, me miraban sin disimular su hostilidad. —Hizo una pausa, como si hubiera estado corriendo y de pronto no pudiera deducir hacia dónde iba. Miró a ambos agentes de policía—. Yo no soy un pedófilo. No tengo ningún interés sexual en las chicas o en los muchachos. Ningún interés físico. Son sus mentes lo que me interesa. Y la mente de Paula era un diamante. Un intelecto claro, cristalino, temiblemente agudo y penetrante, en bruto. Necesitaba que lo refinaran y lo lustraran, pero era sobresaliente.

—Si eso es cierto —dijo Anna—, entonces no entiendo por qué usted parece que fue el único en notarlo. Ningún otro profesor veía a Paula como más que una alumna promedio, como mucho. Incluso los padres parecían pensar que usted se equivocaba.

—Tiene razón. Nadie más se daba cuenta. Y eso se debía a que no prestaban atención. Paula muchas veces parecía haragana y soñadora, más que lenta. Que es precisamente lo que ocurre cuando un niño dotado queda atrapado en un ámbito educativo, o doméstico, para el caso, que no le presenta ningún desafío intelectual. La otra cosa es que las dotes de Paula se manifestaban en mi materia; ella tenía un oído y un talento natural para el idioma alemán. Y cuando escribía… Cuando escribía era como si cantara. En cualquier caso, además de aquellos que no se daban cuenta, estaban los que no querían darse cuenta.

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