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Authors: Henning Mankell

Tags: #Policíaco

Cortafuegos (80 page)

Ernst sonrió al tiempo que le tendía la mano.

—Ya sabía yo que me ayudarías. Perdona que te haya molestado.

Wallander lo siguió con la mirada.

Se sentía como si acabase de hablar con una persona procedente de un mundo que ya no existía.

El avión aterrizó puntual. Linda fue una de las últimas en salir. Cuando se saludaron, la angustia de Wallander se esfumó al punto. Su hija era la de siempre: contenta y abierta. Su actitud alegre se oponía a la de él. Por otro lado, la joven había desistido ya de la llamativa vestimenta que había utilizado últimamente. Recogieron el equipaje y se marcharon del aeropuerto. Wallander le mostró su nuevo coche. Si él no se lo hubiese hecho notar, ella no se habría dado cuenta de que había cambiado de vehículo.

Finalmente, partieron hacia Ystad.

—¿Cómo te va? —inquirió Wallander—. ¿A qué te dedicas? Has estado muy misteriosa de un tiempo a esta parte.

—Hace muy buen tiempo —comentó ella evasiva—. ¿No podríamos bajar a la playa?

—Te he hecho una pregunta.

—Y tendrás tu respuesta.

—¿Cuándo?

—Aún no.

Wallander giró a la derecha en dirección a la playa de Mossby. El aparcamiento estaba desierto y el puesto de perritos cerrado a cal y canto. Ella abrió la maleta y sacó un jersey grueso antes de iniciar el paseo hasta la orilla.

—Recuerdo que solíamos pasear por aquí cuando yo era muy pequeña. Es uno de mis primeros recuerdos.

—Sí, casi siempre tú y yo solos, cuando Mona quería estar a solas.

En el horizonte se vislumbraba el lento avance de un buque hacia el oeste. El mar estaba en calma.

—Oye, aquella fotografía del periódico… —comentó ella de repente.

Wallander sintió un nudo en el estómago.

—Ya es agua pasada —la tranquilizó el inspector—. La chica y su madre se han retractado de su declaración inicial. Ya pasó todo.

—Ya. El caso es que vi otra fotografía en una revista que había en el restaurante —insistió ella—. De algo que había sucedido a la puerta de una iglesia de Malmö. Decían que habías amenazado a un fotógrafo.

Wallander recordó el incidente acontecido en el entierro de Stefan Fredman y el carrete pisoteado y concluyó que debía de haber otro fotógrafo por allí. Él había echado aquel suceso en el olvido…, pero ahora le refino a Linda su enfrentamiento con el fotógrafo.

—Hiciste lo correcto —opinó ella—. Quisiera pensar que yo habría actuado del mismo modo.

—Tú no tendrás que verte en semejantes situaciones. Tú no eres policía.

—Todavía no.

Wallander se paró en seco y la miró fijamente.

—¿Qué acabas de decir?

Ella se demoró un instante antes de contestar, y siguió caminando. Unas gaviotas aullaban en torno a sus cabezas.

—Dices que he estado muy misteriosa últimamente, ¿no? Y has estado preguntándome qué me traía entre manos. Pero no quería decirte nada hasta que no me hubiese decidido del todo.

—¿Qué has querido decir con «todavía no»?

—Pues que pienso hacerme policía. He solicitado mi admisión en la Escuela Superior. Y creo que me admitirán.

Wallander estaba atónito.

—¿Es verdad eso?

—Sí.

—¡Pero si nunca habías dicho ni una palabra!

—Lo he estado meditando durante mucho tiempo.

—¿Y por qué no comentaste nada?

—No quería.

—Pues yo creía que querías estudiar tapicería de muebles…

—Sí, yo también. Pero ahora ya sé lo que quiero. Y por eso he venido. Para contártelo. Y para preguntarte qué opinas y para que me des tu aprobación.

Tras la sorpresa inicial, habían reanudado el paseo.

—Pues, la verdad, es muy repentino —se excusó Wallander.

—Bueno, tú me has hablado de cómo reaccionó el abuelo cuando le contaste que habías decidido hacerte policía. Según dijiste, él contestó enseguida.

—Así es. Me dijo que no antes de que hubiese terminado.

—Y tú, ¿qué dices tú?

—Dame un minuto para meditarlo.

Ella se sentó sobre un viejo leño medio enterrado en la arena mientras Wallander bajaba hasta el borde del agua. Jamás se habría imaginado que, un día, Linda se decantase por seguir sus pasos. Y le costaba decidir qué opinaba de ello en realidad.

Contempló el mar y la luz del sol espejeando sobre el agua.

Ella le avisó de que ya había transcurrido un minuto y él regresó a su lado.

—Pues opino que es una buena idea. Creo que serás una de esas agentes que necesitaremos en el futuro.

—¿Lo dices en serio?

—Como lo oyes.

—Tenía miedo de contártelo. No sabía cómo reaccionarías.

—Pues no era necesario tener miedo.

Ella se incorporó.

—Tenemos mucho de que hablar —afirmó la joven—. Y, además, me muero de hambre.

Regresaron al coche y pusieron rumbo a Ystad. Tras el volante, Wallander se esforzaba por digerir la gran noticia. No dudaba que Linda llegase a ser una buena policía, pero ignoraba si ella sabía qué significaba dedicarse a aquella profesión, el abandono del que él se había sentido víctima durante tantos años.

Al mismo tiempo, experimentaba otra sensación más placentera. La resolución de su hija significaba, en cierto modo, que su propia elección se vela justificada. Era un sentimiento oscuro e impreciso, pero allí estaba, intenso y gratificante.

Aquella noche, se quedaron hasta tarde despiertos, charlando. Wallander le habló de la difícil investigación que había visto su principio y su fin ante un simple cajero automático.

—Sí, hablamos del poder en general. Pero, en realidad, nadie menciona instituciones como el Banco Mundial ni el poder que acumulan en sus manos en nuestro tiempo, ni cuánto sufrimiento humano provocan sus decisiones.

—¿Quieres decir que comprendes lo que Carter y Falk pretendían hacer?

—No —sostuvo ella—. Al menos, no el método que eligieron.

Wallander fue convenciéndose de que la decisión de su hija había ido madurando poco a poco, que no respondía a un impulso que lamentaría más tarde.

—Estoy segura de que tendré que pedirte consejo en más de una ocasión —comentó la muchacha justo antes de irse a la cama.

—Pero no estés tan segura de que yo tenga algún buen consejo que darte —advirtió Wallander.

El inspector permaneció un rato más en la sala de estar. Eran las dos y media de la mañana, tenía sobre la mesa una copa de vino y, a un volumen muy bajo, una de las óperas de Puccini.

Cerró los ojos y vio ante sí una pared de fuego. En su imaginación, tomó impulso.

Después, se precipitó contra ella. Se quemó superficialmente la piel y el cabello.

Cuando volvió a abrir los ojos, sonrió.

Había cerrado un capítulo.

Otro estaba a punto de comenzar.

Al día siguiente, el jueves 13 de noviembre, los mercados de la Bolsa asiáticos empezaron a hundirse de forma inesperada.

Las explicaciones de lo que estaba sucediendo fueron muchas y contradictorias.

Pero nadie logró jamás responder a la pregunta fundamental: ¿cuál había sido el factor desencadenante de aquel tremendo descenso de las cotizaciones?

Epílogo

Los hechos narrados en esta novela se desarrollan en una zona fronteriza.

Entre la realidad, lo que sucedió en verdad, y la literatura, lo que podría, haber ocurrido.

Y ello implica que, de vez en cuando, me he tomado ciertas libertades.

Una novela es siempre un acto de creación despótico y arbitrario.

Lo cual explica, a su vez, que yo haya desplazado viviendas de su lugar original, que haya cambiado los nombres de alguna calle e incluso, en algún caso, que haya añadido otra que no existe.

Asimismo, he convocado a la escarcha para que enfríe las noches de Escania cuando le ha convenido a mis intereses.

Y he establecido mi propio horario de salidas y llegadas de los transbordadores de Polonia.

Por añadidura, he construido para Escania un sistema de suministro de energía absolutamente particular, lo que no ha de interpretarse como una queja velada por mi parte con respecto a los servicios de Sydkraft: la compañía me ha proporcionado siempre la energía que necesité.

Finalmente, me he tomado la libertad de modificar a placer el mundo de la electrónica.

En cualquier caso, yo tengo la firme sospecha de que cuanto se dice en este libro sucederá muy pronto.

No son pocas las personas que me han prestado su ayuda en esta empresa.

Ninguna de ellas ha pedido que la mencione, de modo que no lo haré. Aunque a todas exprese aquí mi agradecimiento.

Cuanto aquí puede leerse es responsabilidad únicamente mía.

Maputo, abril de 1998, Henning Mankell.

HENNING MANKELL (Estocolmo, 1948), divide su tiempo entre Suecia y Mozambique, donde dirige el teatro nacional Avenida de Maputo. Autor de numerosas obras de ficción y uno de los dramaturgos más populares de su país, es conocido en todo el mundo por su serie de novelas policíacas protagonizadas por el inspector Kurt Wallander, traducidas a treinta y siete idiomas, aclamadas por el público, merecedoras de numerosos galardones (como el II Premio Pepe Carvalho) y adaptadas al cine y la televisión (entre otros, por el actor Kenneth Branagh).

Notas

[1]
El autor hace aquí referencia a una conocida y popular marca sueca de huevas ahumadas de gambas que se venden en tubos decorados con el rostro sonriente de un niño y denominadas Kalles Kaviar, es decir, «el caviar de Kalle», nombre del niño que sirvió de modelo para el diseño del tubo. (
N. de la T
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[2]
Véase La quinta mujer, Tusquets Editores, colección Andanzas, Barcelona, 2000. (
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[3]
Véase La falsa pista, Tusquets Editores, colección Andanzas 456, Barcelona. (
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[4]
El tuteo inmediato entre desconocidos y personas de distinto rango es la forma habitual de comunicación en Suecia. Aunque pueda resultar llamativo para los lectores de habla hispana, se ha optado por mantener este rasgo sociológico en la traducción. (
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[5]
Systembolaget, únicos establecimientos comerciales suecos con Licencia para la venta de bebidas alcohólicas. (
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[6]
Cantante y actriz cómica sueca (Landskrona, 1936) que goza de enorme popularidad tanto en Suecia como en Alemania. En 1969 representó a su país en el festival de Eurovisión y ha participado en varios festivales de la canción sueca, el más reciente en 2004. (
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[7]
Véase Los perros de Riga, Tusquets Editores, colección Andanzas 493, Barcelona, 2002. (
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[8]
Véase Pisando los talones, Tusquets Editores, colección Andanzas 537, Barcelona, 2004. (
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[9]
Véase La leona blanca, Tusquets Editores, colección Andanzas 507, Barcelona, 2003. (
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[10]
Redbar: honrado, íntegro, probo. (
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[11]
Véase El hombre sonriente, Tusquets Editores, colección Andanzas 523, Barcelona, 2003. (
N. de la T
.)
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[12]
SIDA, acrónimo del Consejo para la Colaboración Internacional al Desarrollo, instancia estatal sueca dependiente del Ministerio de Asuntos Exteriores y cuyos miembros y director general son nombrados directamente por el Gobierno. La organización responde de la mayor parte de las contribuciones económicas suecas a la mejora de las condiciones de vida en los países en vías de desarrollo. (
N. de la T
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[13]
Véase La leona blanca, Tusquets Editores, colección Andanzas 507, Barcelona. (
N. de la T
.)
<<

[14]
Véase La quinta mujer, Tusquets Editores, colección Andanzas 408, Barcelona, 2000. (
N. de la T
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[15]
Hedvig Antoinette Isabella Eleonora Jensen, llamada Elvira Madigan (1867-1889). Equilibrista de circo danesa, amante del noble y militar sueco Sixten Sparte, con el que protagonizó un escandaloso romance que concluyó en tragedia, con la muerte y enterramiento conjunto de ambos en Bregninge, Dinamarca. Su historia fue llevada la cine por el director sueco Bo Widerberg en 1967 en el largometraje titulado Elvira Madigan. (
N. de la T
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[16]
Véase La falsa pista, 2001. (
N. de la T
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[17]
Hans Alfredsson, nacido en 1931, estudió Literatura, Arte y Filosofía en la Universidad de Lund, donde se licenció en Arte. Comenzó su carrera como periodista y escritor satírico hasta que en 1956 conoció al actor y realizador Tage Danielsson, con el que escribió varias obras radiofónicas y teatrales que alcanzaron gran éxito y popularidad. Durante los anos sesenta y setenta, tras haber formado la compañía Svenska Ord («Palabras suecas»), produjeron una importante cantidad de series cómicas de radio y de televisión. Guionista, actor de teatro y de cine y, más recientemente, tarnbién director cinematográfico así como excelente actor dramático, mereció el título de «El hombre más divertido de Suecia». (
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