Read Blonde Online

Authors: Joyce Carol Oates

Tags: #Biografía, Drama

Blonde (58 page)

Esa noche…

Esa noche, ¡la primera que pasarían juntos!

Esa noche, ¡la primera de la nueva vida de Norma Jeane!

Esa noche viajaron en un Rolls-Royce negro prestado, un modelo de 1950, hacia el mar por encima de Santa Mónica. A esas horas el viento soplaba con fuerza en la ancha playa, que estaba desierta. Había una radiante luna nacarada y jirones de nubes surcaban el cielo. ¡Y ellos cantaban, reían! Hacía demasiado frío para desnudarse y nadar, incluso para caminar entre las olas que rompían en la orilla, pero allí estaban, corriendo por la playa, riendo y gritando como niños enloquecidos, cogidos por la cintura. Qué torpes eran, pero qué encantadores a la vez: tres personas hermosas en la flor de su temeraria juventud, dos muchachos vestidos de negro y una rubia enfundada en un vestido de fiesta rojo: ¿eran tres enamorados? ¿Es posible que tres personas se amen tan desesperadamente como una pareja? Norma Jeane se quitó los zapatos dando un par de puntapiés al aire, corrió hasta destrozarse las medias y aun así siguió corriendo, abrazada a los hombres, tirando de ellos, que querían detenerse para besarse y algo más que besarse, porque estaban excitados como briosos animales jóvenes y Norma Jeane los provocaba, esquivándolos, pues había que ver lo rápido que corría descalza la preciosa rubia, igual que un muchacho, gritando y riendo a carcajadas, rebosante de alegría. Ya no recordaba la fiesta de Bel Air. No recordaba el abandono de su amante, que le había dado la espalda, una espalda erguida e inflexible, y desaparecido de su vida. Había olvidado su breve y devastador juicio:
No mereces vivir, ésta es la prueba
.

En su estado de exaltación, quizá pensara que estos jóvenes príncipes habían acudido a rescatarla del orfanato, a liberarla de la prisión donde la habían recluido unos despiadados padres adoptivos. Le había costado identificar a los hombres, aunque, naturalmente, los conocía: Cass Chaplin y Eddy G. Robinson Jr., hijos de padres célebres que los despreciaban, príncipes destronados. Eran pobres, pero vestían ropa cara. No tenían casa, pero vivían con lujo. Se rumoreaba que bebían en exceso y que consumían drogas peligrosas, pero quién lo diría al verlos: eran el prototipo perfecto del estadounidense joven y viril. ¡Cass Chaplin y Eddy G. habían ido a buscarla! ¡La querían! A
ella
, a quien otros hombres despreciaban, usaban y tiraban como si fuera un pañuelo de papel. De acuerdo con la historia que los jóvenes contaban una y otra vez, Norma Jeane llegó a la conclusión de que habían asistido a la fiesta del magnate de Texas con el único propósito de verla a ella.

Lo que no podía saber entonces era que harían posible mi vida. Que, entre muchas otras cosas, me permitirían interpretar a Rose
.

Uno de ellos la arrojó sobre la arena fría y húmeda, compacta como si fuera tierra. Ella luchaba, riendo, con el vestido desgarrado y el liguero y las medias de encaje negro torcidos. El viento le alborotaba el pelo y le hacía llorar los ojos, de modo que no veía prácticamente nada. Cass Chaplin comenzó a besarla en la boca, primero con suavidad y luego con creciente pasión, metiéndole la lengua, recuperando el tiempo perdido. Norma Jeane se abrazó a él desesperadamente, rodeándole la cabeza con los brazos, mientras Eddy G. se arrodillaba para bajarle las bragas y por fin las desgarraba. La acarició con sus hábiles dedos, y con su lengua igualmente hábil la besó entre las piernas, frotando, restregando, moviéndose a un ritmo vertiginoso; Norma Jeane enlazó las piernas alrededor de los hombros y la cabeza del joven: comenzaba a balancear las caderas, estaba a punto de correrse, de modo que Eddy, rápido y ágil como si hubiera practicado esa maniobra muchas veces, se puso en cuclillas sobre ella mientras Cass adoptaba la misma postura sobre su cara, y los dos la penetraron: el delgado pene de Cass en la boca y el más grueso de Eddy en la vagina, empujando con rapidez y maestría hasta que la chica se puso a gritar como no había gritado nunca, como si fuera a morirse, abrazando a sus amantes en semejante paroxismo de emoción que más tarde todos reirían de la escena con pesar.

Cass acabó con arañazos, pequeños hematomas y marcas rojas en las nalgas. Eddy, por su parte, parodiando una exhibición de culturismo en la playa, haciendo ostentación de su desnudez, les enseñó los morados de sus nalgas y muslos.

—Es obvio que nos estabas esperando, Norma, ¿verdad?

—Parece que nos deseabas con desesperación, ¿no?

Sí.

Rose, 1953

1

—Nací para interpretar a Rose. Nací
siendo
Rose.

2

Fue una etapa de nuevos comienzos. Ahora era Rose Loomis en
Niágara
, la película de La Productora que más había dado que hablar, y también era Norma, la amante de Cass Chaplin y Eddy G.

¡Ahora todo era posible!

Y Gladys estaba en un hospital privado.
Sólo pretendo cumplir con mi obligación. Supongo que no la quiero. ¡Ay, sí, la quiero!

Fue como si un temblor de tierra la despertara de su letargo. Un temblor en la frágil corteza del suelo de California. No se había sentido tan llena de vida desde aquellos felices días en los que era una estrella del equipo de atletismo femenino en el Instituto de Van Nuys, cuando la vitoreaban mientras corría, la elogiaban y la habían premiado con una medalla de plata.
Lo único que deseo es saber que me quieren. Que alguien me necesita
. Siempre que no estaba con Cass y Eddy G., fantaseaba con ellos; cuando no estaba haciendo el amor con los dos jóvenes, recordaba la última vez que lo habían hecho, aunque hubieran pasado pocas horas y aún sintiera en su cuerpo el calor y el frenesí del placer sexual.
Como un tratamiento de choque, una descarga eléctrica en el cerebro
.

A veces, los hermosos Cass Chaplin y Eddy G. pasaban por La Productora para visitar a Norma Jeane en el plató. Le llevaban a Rose una rosa roja de tallo largo. Si ella tenía un momento libre y las circunstancias lo permitían, los tres se encerraban en el camerino para pasar un rato juntos. (¿Y qué más daba si las circunstancias no eran ideales?)

Tenía la mirada vidriosa, como si acabaran de follarla. Y el olor que despedía era inconfundible. ¡Así era Rose!

3

Le sobraba energía ahora que V había desaparecido de su vida.

Ahora que también habían desaparecido de su vida las crueles esperanzas vanas.

—Lo único que quiero es saber qué es real. Qué es verdadero. Nunca volverán a mentirme.

No era oportuno pero sí sintomático de la vida en que comenzaba a convertirse su vida —aún más acelerada y absorbente, llena de citas, llamadas telefónicas, entrevistas y reuniones a las que Marilyn Monroe a veces no asistía o llegaba con horas de retraso, agitada y deshaciéndose en disculpas—, no era oportuno, pero una semana antes de empezar a rodar
Niágara
, Norma Jeane se dejó convencer de que debía mudarse a un apartamento nuevo, más luminoso y grande que el anterior, en un bonito edificio de estilo colonial situado cerca de Beverly Boulevard. El cambio de barrio sería un claro paso al frente. Aunque Norma Jeane no podía permitirse un apartamento más caro (¿adónde iba a parar su sueldo?, a veces debía retrasar varias semanas el pago del hospital de Lakewood) y tuvo que pedir dinero prestado para el depósito y los muebles nuevos, se trasladó debido a la insistencia de sus amantes.

—Marilyn será una estrella —dijo Eddy G.—. Marilyn merece algo mejor que esto.

—¡Este sitio! —exclamó Cass con desdén—. ¿Sabes a qué huele? A un amor pasado y deprimente. A sábanas sucias de semen rancio. Nada apesta tanto como un amor pasado y deprimente.

Cuando él y Eddy G. se quedaban a pasar la noche con ella en el viejo apartamento, los tres acurrucados como cachorrillos en la cama de bronce que Norma Jeane había comprado al Ejército de Salvación, los hombres insistían en dejar las ventanas abiertas para que entrara aire fresco y se negaban a echar las cortinas. Les traía sin cuidado que todo el mundo los mirara. Tanto Cass como Eddy G. habían sido actores de niños, estaban acostumbrados a que los observaran y no les importaba quién lo hiciera. Los dos se jactaban de haber trabajado en películas pornográficas en la adolescencia.

—Sólo por diversión —explicó Cass—, no por dinero.

—Yo no despreciaba el dinero —dijo Eddy G. haciendo un guiño a Norma Jeane—. Nunca lo hago.

Norma Jeane no sabía si debía creer aquellas historias. Los dos jóvenes eran unos embusteros descarados, pero siempre salpicaban sus mentiras con alguna verdad, como quien espolvorea un postre dulce con cianuro: te desafiaban a creer y a desconfiar. (Contaban increíbles anécdotas de sus famosos / infames padres. Como hermanos rivales, competían entre sí para escandalizar a Norma Jeane: ¿quién era más monstruoso, el pequeño Charlot o el bravucón de
Hampa dorada
?) Sin embargo, los dos hermosos jóvenes se paseaban desnudos por el apartamento de la actriz con el aire inocente e inofensivo de un par de niños malcriados. Cass decía que no lo hacían por negligencia, sino por una cuestión de principios.

—El cuerpo humano está hecho para ser visto, admirado y deseado; no hay motivo para esconderlo como si fuera una antiestética herida infectada.

Eddy G., el más vanidoso de los dos (quizá porque era algo más joven e inmaduro), le corregía:

—Bueno, hay muchos cuerpos que parecen antiestéticas heridas infectadas y deberían esconderse. Pero no el mío; ni el tuyo, Cass, y mucho menos el de Norma, nuestra chica.

Era igual que la Amiga Mágica que tenía Norma Jeane en la infancia. La Amiga Mágica del Espejo, que era mucho más hermosa cuando estaba desnuda.

Una noche les habló a Cass y a Eddy de su Amiga Mágica. Eddy G. rió y dijo:

—¡Yo hacía lo mismo! Incluso ponía un espejo delante cuando me sentaba en la taza del váter. Cuando hacía cualquier cosa ante el espejo, me parecía oír aplausos.

—En mi casa —comentó Cass—, que estaba bajo un malvado encantamiento, la única magia era Chaplin, mi padre. Los grandes hombres atraen la magia y la absorben como si fuera un rayo invertido. No dejan nada para los demás.

El nuevo apartamento de Norma Jeane estaba en la octava y última planta del edificio, donde era difícil que los observaran. Sin embargo, cuando pasaba la noche con Cass y Eddy en casa de alguno de sus amigos, ¿cómo sabían si los observaban desde fuera?

La joven sólo se sentía segura cuando la casa estaba rodeada de árboles o protegida por una valla alta. Sus amantes se burlaban de ella, llamándola mojigata.

—Nada más y nada menos que Miss Sueños Dorados.

—Tengo miedo de que nos hagan fotos —protestaba la chica—. No me importaría que se limitaran a mirarnos.

Los ojos y los oídos del mundo. Algún día, ése será tu único refugio, pero todavía no
.

4

Aproximadamente en esta época, Norma Jeane se compró un coche nuevo: un descapotable Cadillac de 1951 color verde lima, con una gran calandra de cromo y elegantes alerones. Neumáticos de banda blanca, una antena de radio de un metro ochenta de longitud y asientos tapizados en auténtica piel de caballo. Lo consiguió a través de un amigo de un amigo de Eddy G. y le costó setecientos dólares, una verdadera ganga. Sin embargo, Norma Jeane veía este vehículo, que aparcado en la calle parecía una imagen escapada de una pesadilla —una bebida tropical convertida en vidrio y metal—, con los ojos fríos y críticos de Warren Pirig:

—¿Por qué es tan barato?

—Porque mi amigo Beau hace tiempo que admira a Marilyn Monroe. Dice que tuvo una erección al verte en
La jungla de asfalto
, pero que te conoció como Miss Productos de Papelería o algo por el estilo. ¿Eras tú la preciosa rubia que, según dice, iba vestida con un traje de baño de papel y tacones altos y a la que se le incendió el traje de baño? ¿Te acuerdas?

Norma Jeane rió, pero insistió con sus preguntas. (¡A veces era tan terca y palurda! Como un personaje de
Las uvas de la ira
.)

—¿Dónde está tu amigo Beau? ¿Por qué no me lo presentas?

Eddy G. se encogió de hombros y dijo con aire evasivo pero encantador:

—¿Quieres saber dónde está Beau ahora mismo? En algún lugar donde no sienta la vergüenza pública de no tener coche. Digamos que está donde se siente más cómodo.

Norma Jeane tenía más preguntas, pero Eddy G. le tapó la boca cubriéndola firmemente con la suya. Estaban solos en el apartamento nuevo, casi vacío de muebles. Rara vez se quedaba a solas con uno de sus amantes. Se le antojaba extraño ver a Eddy G. sin Cass o a Cass sin Eddy G. En momentos semejantes, la ausencia del otro era tan palpable como una presencia, o incluso más, porque parecían esperar con inquietud que el tercero entrara en la habitación. Era como oír unos pasos en la escalera que no acababan de llegar arriba. Como oír el suave campanilleo que a veces precede a los timbrazos del teléfono, pero en este caso el aparato no sonaba. Eddy G. rodeó el talle de Norma Jeane con sus brazos y la estrechó con tanta fuerza que casi le impedía respirar. Su sinuosa lengua penetró en la boca de Norma Jeane, silenciando sus protestas.

No estaba bien que hicieran el amor en ausencia de Cass, ¿no? ¿Cómo podían tocarse, siquiera, cuando Cass no estaba con ellos?

Eddy G. parecía enfadado. ¡Semejante personaje, enfadado! Eddy G., que había saboteado su propia carrera de actor al reírse del guión en las audiciones, llegar tarde o bebido al rodaje (o tarde y bebido a la vez) o directamente no presentarse, el mismo Eddy G. que ahora se lanzaba sobre Norma Jeane como un ángel vengador. Con sus ojos castaño oscuro, su brillante cabello moreno y una palidez que a la chica le parecía hermosa. La arrojó hábilmente al suelo, indiferente a la dureza de ese suelo de madera, pues había una urgencia canina en su necesidad de copular y de hacerlo de inmediato; le abrió las piernas y la penetró, y Norma Jeane sintió una punzada de vergüenza, de arrepentimiento, de culpa porque a quien quería en realidad era a Cass Chaplin, con él deseaba casarse, él estaba destinado a ser el padre de su hijo. También amaba a Eddy G., naturalmente, al joven que medía un metro noventa y sin embargo no era desgarbado sino robusto como su famoso padre, con músculos prietos, una adorable cara infantil, pálida y casi bonita, y unos enfurruñados labios carnosos creados para chupar. Sin saber lo que hacía, Norma Jeane se agarró a Eddy G. con los brazos, las piernas y los irritados muslos. Irritados de tanto hacer el amor. Hambrienta de afecto y sexo. Fue como si un globo cálido y delicioso empezara a expandirse en su interior —una sensación que la sorprendió porque siempre se sentía tensa, habitada por un caos de pensamientos fallidos, de pensamientos imposibles de expresar—, allí, en el fondo de su vientre, en esos lugares secretos para los cuales las palabras disponibles, como «vagina», «matriz», «útero», eran inadecuadas, mientras que otros términos, como «coño», sólo tenían un sentido caricaturesco, acuñado por el enemigo. El globo se hinchó y se hinchó. La columna de Norma Jeane era un arco que se tensaba más y más. Se removía sobre el duro suelo de madera, girando la cabeza a un lado y al otro, con los ojos ciegos.

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