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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

Anochecer (9 page)

—No hay nada que vaya mal en el ordenador, Theremon. Créeme.

—¿Puedes estar seguro de eso?

—Completamente.

—Entonces, ¿qué...?

—Puede que le haya dado al ordenador unas cifras erróneas, quizás. Es un ordenador magnífico, pero no puede darte la respuesta correcta si tú le proporcionas datos erróneos.

—Entonces, ¿por qué estás tan trastornado, Beenay? Escucha, hombre, es humano cometer algún error de tanto en tanto. No debes culparte por ello. Tú...

—Antes que nada necesitaba estar completamente seguro de que le había introducido los datos correctos al ordenador, y también de que le había proporcionado los postulados teóricos correctos para usar en el procesado de esos datos —dijo Beenay, aferrando su vaso con tanta fuerza que su mano tembló. El vaso estaba vacío ahora, observó Theremon—. Como tú dices, es humano cometer algún error de tanto en tanto. Así que llamé a un par de jóvenes estudiantes graduados muy capaces y dejé que ellos elaboraran el problema. Hoy me han traído los resultados. Ésa era la reunión tan importante que tenía, cuando dije que no podía verte. Theremon, sus cálculos confirmaron los míos. Obtuvieron la misma desviación en la órbita que yo.

—Pero, si el ordenador no se equivocó, entonces..., entonces... —Theremon agitó la cabeza—. ¿Entonces qué? ¿La Teoría de la Gravitación Universal está equivocada? Eso es lo que estás diciendo.

—Sí.

La palabra pareció brotar de labios de Beenay a un terrible precio. Parecía aturdido, desconcertado, desolado.

Theremon lo estudió. Sin duda esto resultaba confuso para Beenay, y probablemente muy embarazoso. Pero el periodista seguía sin acabar de comprender por qué el impacto de todo aquello era tan poderoso.

Luego, bruscamente, lo comprendió todo.

—¡Se trata de Athor! Tienes miedo de hacerle daño a Athor, ¿verdad?

—Exacto —dijo Beenay, y dirigió a Theremon una mirada de casi patética gratitud por haber visto la auténtica situación. Se dejó caer en su silla, con los hombros hundidos y la cabeza baja. Con voz ahogada dijo—: El saber que alguien ha abierto un agujero en su maravillosa teoría podría matar al viejo. El que yo, de entre toda la gente, haya abierto ese agujero. Ha sido un segundo padre para mí, Theremon. Todo lo que he conseguido en los últimos diez años ha sido bajo su guía, con su aliento, con..., bueno, con su amor, en cierto modo. Y ahora se lo pago de esta manera. No sería sólo destruir el trabajo de toda su vida..., sería apuñalarle, Theremon, apuñalarle.

—¿Has pensado en olvidar simplemente tu descubrimiento?

Beenay pareció asombrado.

—¡Sabes que no puedo hacer eso!

—Sí. Sí, lo sé. Pero tenía que saber lo que pensabas al respecto.

—¿Si pensaba en lo impensable? No, por supuesto que no. Nunca se me pasó por la cabeza. Pero, ¿qué voy a hacer, Theremon? Supongo que simplemente podría tirar todos los papeles y fingir que nunca estudié el tema. Pero eso sería monstruoso. Así que todo se reduce a elegir entre violar mi conciencia científica o arruinar a Athor. Arruinar al hombre al que considero no sólo la cabeza de mi profesión sino mi propio mentor filosófico.

—Entonces no puede haber sido tan mentor como dices.

Los ojos del astrónomo se abrieron mucho, con asombro y furia.

—¿Qué quieres decir, Theremon?

—Tranquilo. Tranquilo. —Theremon abrió las manos en un gesto conciliador—. Me parece que estás siendo demasiado condescendiente con él, Beenay. Si Athor es realmente el gran hombre que piensas que es, no va a poner su propia reputación por encima de la verdad científica. ¿Entiendes lo que quiero decir? La teoría de Athor es sólo eso: una teoría. Tú la llamaste la Ley de la Gravitación hace unos minutos, y luego te corregiste a ti mismo. Es una teoría, una hipótesis..., una suposición. La mejor suposición de este tipo que haya hecho nadie hasta ahora, por supuesto, pero eso no quiere decir que sea definitiva. La ciencia se construye a partir de aproximaciones que gradualmente se acercan a la verdad, me dijiste hace tiempo, y nunca lo he olvidado. Bueno, eso significa que todas las teorías se hallan sometidas a constante comprobación y modificación, ¿no? Y si finalmente resulta que ninguna de ellas se acerca lo suficiente a la verdad, entonces necesitan ser remplazadas por algo que se le aproxime más. ¿Correcto, Beenay? ¿Correcto?

Beenay temblaba ahora. Estaba muy pálido.

—¿Puedes pedirme otra copa, Theremon?

—No. Escúchame: todavía hay más. Dices que estás muy preocupado por Athor: es viejo, supongo que más bien frágil..., no tienes el valor necesario para decirle que has hallado un fallo en su teoría. De acuerdo. Es una postura decente y considerada que tomar. Pero piensa en ello, ¿quieres? Si calcular la órbita de Kalgash es algo tan importante, es muy probable que alguna otra persona tropiece con el mismo fallo en la teoría de Athor más pronto o más tarde, y esa otra persona no creo que tenga el tacto de hacérselo saber primero a Athor como tú harías. Puede que se trate incluso de un rival profesional de Athor, un enemigo declarado suyo..., todos los científicos tienen enemigos, tú mismo me lo has dicho multitud de veces. ¿No sería mejor para ti ir a Athor y decírselo todo, suavemente, con cuidado, contarle lo que has descubierto, antes de que lo descubra por sí mismo cualquier mañana en el Crónica?

—Sí —murmuró Beenay—. Tienes toda la razón.

—¿Irás a él, entonces?

—Sí. Sí. Tengo que hacerlo, supongo. —Beenay se mordió el labio—. Me siento despreciable por eso, Theremon. Me siento como un asesino.

—Lo sé. Pero no es Athor a quien asesinas, es una teoría defectuosa. No debería permitirse nunca subsistir a las teorías defectuosas. Le debes a Athor, tanto como a ti mismo, hacer que emerja la verdad. —Theremon dudó. Acababa de ocurrírsele una repentina y sorprendente idea nueva—. Por supuesto, hay otra posibilidad. Yo sólo soy un lego en esas materias, ya sabes, y es muy probable que te eches a reír. ¿Es posible que la Teoría de la Gravitación sea correcta pese a todo, y que las cifras del ordenador para la órbita de Kalgash sean también correctas, y que algún otro factor completamente distinto, algo hasta ahora desconocido, pueda ser el responsable de la discrepancia en los resultados?

—Supongo que podría ser —dijo Beenay, con voz llana y desanimada—. Pero, una vez empiezas a hurgar en misteriosos factores desconocidos, empiezas a moverte en el reino de la fantasía. Te daré un ejemplo. Digamos que hay un séptimo sol invisible ahí fuera..., tiene masa, ejerce una fuerza gravitatoria, pero simplemente no podemos verlo. Puesto que no sabemos que está ahí, no lo hemos incluido en nuestros cálculos gravitatorios, y así las cifras salen desviadas. ¿Es eso lo que quieres decir?

—Bueno, ¿por qué no?

—¿Por qué no cinco soles invisibles, entonces? ¿Por qué no cincuenta? ¿Por qué no un gigante invisible que tire de los planetas a su alrededor según sus caprichos? ¿Por qué no un enorme dragón cuyo aliento desvíe Kalgash de su órbita correspondiente? No podemos desecharlo, ¿verdad? Cuando empiezas con los por qué no, Theremon, todo se vuelve posible, y luego nada tiene ningún sentido. Al menos, no para mí. Sólo puedo tratar con lo que sé que es real. Puede que tengas razón en que existe un factor desconocido, y que en consecuencia las leyes gravitatorias no sean válidas. Ciertamente espero que así sea. Pero no puedo efectuar ningún trabajo serio sobre esta base. Todo lo que puedo hacer es ir a Athor, cosa que haré, te lo prometo, y contarle lo que el ordenador me ha revelado. No me atrevo a sugerirle, ni a él ni a nadie, que culpo de todo este lío a un hasta ahora no descubierto "factor desconocido". De otro modo sonaría tan loco como los Apóstoles de la Llama, que afirman conocer todo tipo de revelaciones místicas. Theremon, realmente necesito esa otra copa ahora.

—Sí. De acuerdo. Y hablando de los Apóstoles de la Llama...

—Quieres una declaración mía al respecto, lo recuerdo. —Beenay se pasó una cansada mano por el rostro—. Sí. Sí. No te dejaré en la estacada. Has sido una tremenda ayuda para mí esta tarde. ¿Qué es exactamente lo que dicen ahora los Apóstoles? Lo he olvidado.

—Fue Mondior 71 —indicó Theremon—. El Gran Sumo Espantajo en persona. Lo que dijo fue, déjame pensar, que estaba muy cerca el tiempo en que los dioses tienen intención de purgar el mundo de sus pecados, y que ha calculado el día exacto, incluso la hora exacta, en que llegará la condenación.

Beenay gruñó.

—¿Y qué hay de nuevo en ello? ¿No es lo mismo que han estado diciendo desde hace años?

—Sí, pero ahora empiezan a ofrecer muchos más detalles espeluznantes. La teoría de los Apóstoles, ya lo sabes, es que ésta no será la primera vez que el mundo ha sido destruido. Su doctrina enseña que los dioses han hecho deliberadamente imperfecta a la Humanidad, como una prueba, y que nos han concedido un solo año, uno de sus años divinos, por supuesto, no uno de los pequeños nuestros, para automodelarnos. A eso le llaman un Año de Gracia, y corresponde exactamente a 2.049 de nuestros años. Una y otra vez, cuando termina el Año de Gracia, los dioses descubren que seguimos siendo perversos y pecadores, y así destruyen el mundo enviando las Llamas Celestiales desde los lugares santos en el cielo que son conocidos como Estrellas. Eso dicen los Apóstoles, al menos.

—¿Estrellas? —dijo Beenay—. ¿Se refieren a los soles?

—No, Estrellas. Mondior dice que las Estrellas son específicamente distintas de los seis soles. ¿No has prestado nunca atención a ese asunto, Beenay?

—No. ¿Por qué demonios debería?

—Bueno, en cualquier caso, cuando el Año de Gracia termina y nada sobre Kalgash ha mejorado, moralmente hablando, esas Estrellas dejan caer alguna especie de fuego santo sobre nosotros y nos hacen arder. Mondior dice que esto ha ocurrido ya un número indeterminado de veces. Pero, cada vez que ocurre, los dioses son piadosos, o al menos una fracción entre ellos lo es: cada vez que el mundo es destruido, los dioses más compasivos prevalecen sobre los más inflexibles y la Humanidad recibe una nueva oportunidad. Y así los más devotos de entre los supervivientes son rescatados del holocausto y se establece un nuevo plazo: la Humanidad recibe otros 2.049 años para echar fuera sus malas acciones. El tiempo se está agotando de nuevo, dice Mondior. Han pasado ya casi 2.048 años desde el último cataclismo. En algo más de catorce meses, los soles desaparecerán todos, y esas horribles Estrellas de su voluntad arrojarán sus llamas desde un cielo negro para barrer a todos los inicuos. El año próximo, el 19 de theptar, para ser exactos.

—Catorce meses —dijo Beenay, con aire meditabundo—. El 19 de theptar. Es muy preciso al respecto, ¿no crees? Supongo que sabe también la hora exacta del día en que ocurrirá.

—Eso es lo que él dice, sí. Por eso me gustaría una declaración de alguien conectado con el observatorio, preferiblemente tú. El último anuncio de Mondior fue que la hora exacta de la catástrofe puede ser calculada científicamente..., que no es tan sólo algo establecido como un dogma en el Libro de las Revelaciones, sino que está sometido al mismo tipo de cálculos que emplean los astrónomos cuando..., cuando...

Theremon dudó y calló.

—¿Cuándo calculamos los movimientos orbitales de los soles y del mundo? —preguntó ácidamente Beenay.

—Bueno, sí —dijo Theremon, con aire avergonzado.

—Entonces quizás haya esperanza para el mundo después de todo, si los Apóstoles no pueden hacer un mejor trabajo en eso que nosotros.

—Necesito una declaración, Beenay.

—Sí. Me doy cuenta de ello. —La siguiente ronda de bebidas había llegado. Beenay rodeó su vaso con una mano—. Prueba esto —dijo al cabo de un momento—. "La tarea principal de la ciencia es separar lo verdadero de lo falso, con la esperanza de revelar la forma en que funciona realmente el Universo. Poner la verdad al servicio de lo falso no es la forma en que esta Universidad cree que deba elaborarse el método científico. En la actualidad somos capaces de predecir los movimientos de los soles en el cielo, sí..., pero, aunque usemos nuestros mejores ordenadores, no estamos más cerca de lo que estábamos antes de ser capaces de predecir la voluntad de los dioses. Como no lo estaremos nunca, sospecho..." ¿Qué te parece?

—Perfecto —dijo Theremon. Déjame ver si lo he captado correctamente. "La tarea principal de la ciencia es separar lo verdadero de lo falso, con la esperanza de..., de..." ¿Qué sigue a continuación, Beenay?

Beklimot repitió toda la declaración palabra por palabra, como si la hubiera memorizado unas horas antes.

Luego vació su tercera copa en un solo y sorprendentemente largo sorbo.

Y luego se puso en pie, sonrió por primera vez en toda la tarde, y se derrumbó de bruces al suelo.

9

Athor 77 entrecerró los ojos y escrutó el pequeño fajo de hojas de impresora que tenía ante él sobre su escritorio como si fueran mapas de continentes que nadie había sabido nunca que existieran.

Estaba muy tranquilo. Se sorprendía de lo tranquilo que estaba.

—Muy interesante, Beenay —dijo con voz lenta—. Muy, muy interesante.

—Por supuesto, señor, siempre cabe la posibilidad de que no sólo haya cometido algún error crucial en las hipótesis fundamentales, sino que también Yimot y Faro...

—¿Que los tres hayáis planteado mal vuestros postulados? No, Beenay. Creo que no.

—Yo sólo pretendía indicar que la posibilidad existe.

—Por favor —dijo Athor—. Déjame pensar.

Era media mañana. Onos brillaba con toda su gloria en el cielo visible a través de la alta ventana de la oficina del director del observatorio. Dovim apenas era evidente, un pequeño y nítido punto rojo de luz que seguía camino hacia el Norte allá en lo alto.

Athor hojeó los papeles, trasladándolos en grupos de un lado para otro del escritorio. Y trasladándolos de nuevo. Qué extraño era que se lo tomara con tanta tranquilidad, pensó.

Beenay era el que parecía más alterado por todo aquello; él apenas había reaccionado.

Quizá me hallo en estado de shock, especuló.

—Aquí, señor, tengo la órbita de Kalgash de acuerdo con los cálculos del almanaque generalmente aceptados. Y aquí, en la copia de impresora, tenemos la predicción orbital que el nuevo ordenador...

—Por favor, Beenay. He dicho que deseaba pensar.

Beenay asintió crispadamente. Athor le sonrió, cosa que no le resultaba fácil. El formidable jefe del observatorio, un hombre alto, delgado, de aspecto autoritario, con una impresionante melena blanca, se había dejado encajar hacía tanto tiempo en el papel de Austero Gigante de la Ciencia que ahora le resultaba difícil salirse de él y permitirse mostrar respuestas normales humanas. Al menos, le resultaba difícil mientras estaba en el observatorio, donde todo el mundo le contemplaba como una especie de semidiós. En casa, con su esposa, con sus hijos, y sobre todo con su ruidosa bandada de nietos, era un asunto completamente distinto.

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