—Si tan sólo pudiera aceptar su planteamiento básico...
—¿Que las Llamas llegarán el año próximo? Lo hará. Lo hará. Lo que falta por ver es si lo aceptará usted con la suficiente antelación como para convertirse en uno de los supervivientes, uno de los guardianes de nuestra herencia, o descubrirá tan sólo en el momento de la destrucción, en el momento de su propia agonía, que hemos estado diciendo la verdad desde un principio.
— Me pregunto cuál de las dos cosas será —dijo Theremon.
—Permítame confiar en que esté usted de nuestro lado el día que se cierre este Año de Gracia —dijo Folimun. Se levantó bruscamente y ofreció a Theremon su mano—. Ahora debo irme. Su Serenidad el Sumo Apóstol me espera dentro de pocos minutos. Pero tendremos más conversaciones, de eso estoy seguro. En término de unos días, o quizá menos..., intentaré estar disponible para usted. Espero nuestra próxima conversación. Por extraño que pueda sonar, tengo la sensación de que usted y yo estamos destinados a trabajar muy unidos. Tenemos mucho en común, ¿sabe?
—¿De veras?
—En asuntos de fe, no. En asuntos del deseo de sobrevivir, y de ayudar a otros a sobrevivir..., sí, creo que sí, muy definitivamente. Sospecho que llegará un momento en el que usted y yo nos busquemos el uno al otro y unamos nuestras fuerzas contra la Oscuridad que se acerca. De hecho, estoy seguro de ello.
Seguro, pensó Theremon. Será mejor que me haga confeccionar de inmediato mi hábito negro.
Pero no tenía ningún sentido ofender a Folimun con algún tipo de rudeza. Este culto de los Apóstoles estaba creciendo, al parecer, día tras día. Había un gran artículo aquí; y Folimun era probablemente el hombre de quien iba a depender para conseguirlo.
Theremon se metió el ejemplar del Libro de las Revelaciones en el maletín y se puso en pie.
—Le llamaré dentro de unas semanas —dijo—, Después de que haya tenido la oportunidad de examinar esto con cierto detalle. Entonces habrá otras cosas que desearé preguntarle. ¿Y con qué anticipación necesita que le llame para una entrevista con Mondior 71?
Folimun no era tan fácil de engatusar.
—Como ya le he explicado, el trabajo de Su Serenidad desde ahora hasta el Tiempo de la Llama es tan crítico que no se hallará disponible para cosas como entrevistas personales. Lo siento realmente. No hay ninguna forma en la que pueda alterar esto. —Folimun adelantó la mano—. Ha sido un placer.
—Para mí también —dijo Theremon.
Folimun se echó a reír.
—¿De veras lo ha sido? ¿Perder media hora hablando con un loco? ¿Un chiflado? ¿Un fanático? ¿Un cultista?
—No recuerdo haber usado esas palabras.
—No me sorprendería que me dijeran que las había pensado, sin embargo. —El Apóstol ofreció a Theremon otra de sus curiosamente desarmantes sonrisas—. Tendría razón a medías. Soy un fanático. Y un cultista, supongo. Pero no un loco. Ni un chiflado. Aunque me gustaría serlo. Y a usted también.
Despidió a Theremon con un gesto de la mano. El monje que le había conducido hasta allí aguardaba fuera de la puerta para llevarlo de vuelta a la antesala-ascensor.
Una extraña media hora, pensó el periodista. Y no muy fructífera, en realidad. De alguna forma sabía menos aún sobre los Apóstoles que antes de haber entrado allí.
Que fueran unos chiflados y unos fanáticos de las supersticiones resultaba aún claro para Theremon. Evidentemente no tenían ni un asomo de nada que se pareciera a una auténtica prueba de que se preparaba algún gigantesco cataclismo en el planeta tan pronto. Sin embargo, si eran auto-engañados estúpidos o claros fraudes buscando llenarse los bolsillos era algo que no podía decidir con claridad.
Era todo más bien confuso. Había un elemento de fanatismo, de puritanismo, en su movimiento que no acababa de gustarle. Y sin embargo, y sin embargo: aquel Folimun, aquel portavoz suyo, había parecido una persona inesperadamente atractiva. Era inteligente, inteligible..., incluso, a su propia manera, racional. El hecho de que pareciera tener una especie de sentido del humor había sido una sorpresa, y un punto a su favor. Theremon nunca había oído a un maníaco que fuera capaz de burlarse ni siquiera ligeramente de sí mismo..., ni a un fanático tampoco. A menos que aquello formara parte de la actuación de Folimun como relaciones públicas: a menos que Folimun hubiera estado proyectando deliberadamente el tipo de personalidad que alguien como Theremon hallaría probablemente atractiva.
Ve con cuidado, se dijo a sí mismo. Folimun quiere utilizarte.
Pero eso era lógico. Su posición en el periódico era influyente. Todo el mundo deseaba utilizarle.
Bueno, pensó, veremos quién utiliza a quién.
Sus pasos resonaron secamente mientras caminaba a buen ritmo a través del inmenso vestíbulo de entrada del cuartel general de los Apóstoles y salía a la brillante tarde de tres soles.
Ahora, de vuelta a la oficina del Crónica. Un par de piadosas horas dedicadas a un atento estudio del Libro de las Revelaciones; y luego ya sería hora de empezar a pensar en la columna de mañana.
La estación estival de las lluvias estaba en pleno apogeo la tarde que Sheerin 501 regresó a Ciudad de Saro. El regordete psicólogo salió del avión a un fuerte aguacero que había transformado el aeropuerto en algo parecido a un lago. Grises torrentes de lluvia caían casi horizontales, arrastrados por violentas ráfagas de viento.
Gris, gris, todo gris...
Los soles tenían que estar ahí arriba en alguna parte en medio de toda aquella lobreguez. Aquel débil resplandor en el Oeste era probablemente Onos, y había asomos de la helada luz de Tano y Sitha al otro lado. Pero la capa de nubes era tan densa que el día resultaba desagradablemente oscuro. Incómodamente oscuro para Sheerin, que aún —pese a lo que había dicho a sus anfitriones en Jonglor— se sentía turbado por los efectos residuales de su trayecto de quince minutos a través del Túnel del Misterio.
Se hubiera sometido a un ayuno de diez días antes que admitirlo a Kelaritan y Cubello y al resto de aquella gente. Pero había llegado peligrosamente cerca del punto de peligro ahí dentro.
Durante tres o cuatro días después, Sheerin experimentó un roce, sólo un roce, del tipo de claustrofobia que había enviado a tantos ciudadanos de Jonglor al hospital mental. Estaba en su habitación del hotel, trabajando en su informe, cuando de pronto sentía la Oscuridad cerrarse sobre él, y le era necesario levantarse y salir a la terraza, o incluso abandonar completamente el edificio para dar un largo paseo por los jardines del hotel. ¿Necesario? Bueno, quizá no. Pero preferible. Ciertamente preferible. Y siempre se sentía mejor haciéndolo.
O estaba dormido y la Oscuridad caía entonces sobre él. Naturalmente, la luz de vela estaba encendida en su habitación cuando dormía —siempre dormía con una, no sabía de nadie que no lo hiciera—, y desde el trayecto por el Túnel se había acostumbrado a utilizar una auxiliar también, en caso de que la batería de la primera fallara, aunque el indicador señalaba claramente que le quedaban seis meses de energía. Aún así, la mente dormida de Sheerin llegaba a convencerse de que su habitación se había sumido de pronto en las profundidades de la ausencia de luz, y estaba completamente a oscuras, invadida por la auténtica y completa Oscuridad. Y despertaba, temblando, sudando, convencido de que se hallaba en la Oscuridad pese a que al amistoso resplandor de las dos luces de vela estaba allí a cada lado de él para decirle que eso no era cierto.
Así que ahora, cuando bajó del avión a aquel sombrío paisaje crepuscular..., bueno, se alegró de estar en casa, pero hubiera preferido una llegada más veraniega. Tuvo que luchar contra una leve inquietud, o quizá no tan leve, cuando entró en el pasillo de plexiglás contra el mal tiempo que conducía del avión a la terminal. Deseó que no estuviera allí. Mejor no sentirse encerrado en estos momentos, pensó Sheerin, aunque eso significara mojarse. Mejor estar al aire libre bajo un cielo abierto, bajo la reconfortante luz (por débil que fuera, oculta tras las nubes) de los amistosos soles.
Pero la intranquilidad pasó. Cuando recuperó su equipaje, la alegre realidad de estar de vuelta en casa en Ciudad de Saro había triunfado por encima de los efectos residuales de su roce con la Oscuridad.
Liliath 221 le aguardaba fuera del departamento de recogida de equipajes con su coche. Eso le hizo sentir mejor también. Era una mujer esbelta y de aspecto agradable a punto de cumplir los cincuenta, una colega del Departamento de Psicología, aunque se dedicaba a trabajos experimentales, animales en laberintos, sin ningún punto de contacto con el trabajo de él. Se conocían desde hacía diez o quince años. Probablemente Sheerin le hubiera pedido que se casara con él hacía mucho si hubiera sido del tipo de los que se casan. Pero no lo era; ni, por todas las indicaciones que le había dado, lo era ella tampoco. De todos modos, la relación que mantenían parecía perfecta para ambos.
—De todos los días asquerosos que podía elegir para volver... —dijo, mientras se deslizaba en el coche al lado de ella y se inclinaba para darle un rápido y amistoso beso.
—Llevamos tres días así. Y dicen que todavía nos quedan otros tres, hasta el próximo Día de Onos. Supongo que por aquel entonces ya nos habremos ahogado todos. Parece como si hubieras perdido algo de peso ahí arriba en Jonglor, Sheerin.
—¿De veras? Bueno, ya sabes, la comida septentrional..., nunca ha sido de mi gusto.
No había esperado que fuera tan evidente. Un hombre de sus dimensiones debería ser capaz de perder cinco o seis kilos sin que se apreciara en absoluto. Pero Liliath había tenido siempre unos ojos agudos. Y quizás él había perdido más de cinco o seis kilos. Desde el Túnel no había hecho más que picotear su comida. ¡Él! Ahora que pensaba en ello, le resultaba difícil creer lo poco que había comido.
—Tienes buen aspecto —dijo ella—. Saludable. Vigoroso.
—¿De veras?
—No es que piense que necesites estar más delgado, no a esta edad. Pero no te haría ningún daño perder un poco de peso. ¿Así que te lo pasaste bien en Jonglor?
—Bueno...
—¿Fuiste a ver la Exposición?
—Sí. Fabulosa. —No consiguió expresar mucho entusiasmo—. ¡Dios mío, esta lluvia, Liliath!
—¿No llovía en Jonglor?
—Todo el tiempo claro y seco. Como estaba aquí cuando me marché de Saro.
—Bueno, las estaciones cambian, Sheerin. No puedes esperar tener el mismo tiempo durante seis meses consecutivos, ¿sabes? Con un conjunto distinto de soles en el ascendente cada día, no podemos esperar que los esquemas se mantengan mucho tiempo.
—No puedo decir si pareces más una meteoróloga o una astróloga —dijo Sheerin.
—Ninguna de las dos. Parezco una psicóloga. ¿No vas a contarme nada del viaje, Sheerin?
Él vaciló.
—La Exposición estuvo muy bien. Lamento que te la perdieras. Pero el trabajo fue muy duro la mayor parte del tiempo. Tenían un verdadero lío entre las manos allá en el Norte, con ese Túnel del Misterio.
—¿Es cierto que ha muerto gente en él?
—Algunas personas. Pero sobre todo están los que han salido de allá traumatizados, desorientados. Claustrofóbicos. Hablé con algunas de las víctimas. Necesitarán meses para recobrarse. Para algunos la incapacidad será permanente. Y, pese a ello, el Túnel siguió abierto durante semanas.
—¿Después de que empezara el problema?
—A nadie pareció importarle. La que menos, la gente que dirige la Exposición. Tan sólo estaban interesados en vender entradas. Y los que acudían al parque de diversiones se sentían curiosos acerca de la Oscuridad. Curiosos acerca de la Oscuridad, ¿puedes imaginar eso, Liliath? ¡Hacían cola ansiosamente para poner sus mentes en peligro! Por supuesto, todos estaban convencidos de que no les ocurriría nada a ellos. Y a muchos no les ocurrió nada malo. Pero no a todos. ¿Sabes?, yo efectué también el trayecto del Túnel.
—¿Lo hiciste? —exclamó ella, asombrada—. ¿Cómo fue?
—Un mal asunto. Pagaría todo lo que fuera necesario por no tener que hacerlo de nuevo.
—Pero evidentemente te saliste con bien de ello.
—Evidentemente —dijo él con cuidado—. Pero también me saldría con bien de ello si me tragara media docena de peces vivos. No es algo que desee repetir. Les dije que cerraran definitivamente su maldito Túnel. Ésa fue mi opinión profesional, y creo que van a seguirla. Simplemente no estamos diseñados para resistir tanta Oscuridad, Liliath. Un minuto, dos minutos quizá..., luego empezamos a hacernos pedazos. Es una cosa innata, estoy convencido de ello, millones de años de evolución nos han modelado para ser lo que somos. La Oscuridad es la cosa más innatural del mundo. Y la idea de venderla a la gente como diversión... —Se estremeció—. Bueno, hice mi viaje a Jonglor, y ahora estoy de vuelta. ¿Han ocurrido muchas cosas por la universidad?
—No muchas —respondió Liliath—. Las habituales pequeñas y mezquinas disputas, las acostumbradas reuniones de facultad, encumbradas declaraciones de ultraje sobre éste y aquel candente problema social..., ya sabes. —Guardó silencio por un instante, con ambas manos aferrando la barra de dirección mientras conducía el coche a través de los profundos charcos de agua que inundaban la carretera—. Por cierto, al parecer hay alguna especie de revuelo en el observatorio. Tu amigo Beenay 25 te ha estado buscando. No me dijo mucho, pero parece que están efectuando una importante reevaluación de una de sus teorías clave. Todo el mundo está agitado. El viejo Athor en persona dirige las investigaciones, ¿puedes imaginarlo? Creía que su mente se había osificado hacía ya un siglo. Beenay llevaba a un periodista consigo, uno de esos que escriben una columna popular. Theremon, creo que se llama. Theremon 762. No me fijé mucho en él.
—Es muy conocido. Una especie de cizañero, creo, aunque no estoy muy seguro de qué tipo de causas se dedica a fulminar. Él y Beenay pasan mucho tiempo juntos.
Sheerin tomó nota mental de llamar al joven astrónomo después de deshacer el equipaje. Hacía ya casi un año que Beenay llevaba viviendo con la hija de la hermana de Sheerin, Raissta 717, y Sheerin había establecido una firme amistad con él, tan firme como era posible teniendo en cuenta la diferencia de veintitantos años en sus edades. Sheerin sentía un interés de aficionado hacia la astronomía: ése era uno de los lazos que los mantenían juntos.
¡Athor de vuelta al trabajo teórico! ¡Resultaba difícil de imaginar! ¿De qué podía tratarse? ¿Había publicado algún novato un artículo atacando la Ley de la Gravitación Universal? No, pensó Sheerin..., nadie se atrevería.