Read Anatomía del crimen. Guía de la novela y el cine negros Online
Authors: Mariano Sánchez Soler
Tags: #Ensayo
Cubierta de una edición de bolsillo de
Los mares del Sur
.
El cartero ha traído el Bangkok Post
el Thailandia Travel
una carta sellada
la muerte de un ser querido
para la muchacha de mi American Breakfast
cada mañana
aunque he pedido mi carta no estaba
o no me la han dado compasivos
con el extranjero que espera la vida o la muerte
ignorado en un rincón de Asia.
Todas estas sensaciones, colgadas de mi memoria personal, han vuelto con la lectura del manuscrito de Michael Eaude, mientras devoraba con placer este magnífico ensayo crítico sobre la relación de Vázquez Montalbán con su ciudad natal. Es —como explico en su prólogo— un texto escrito con erudita sensatez, cargado de conocimiento de causa y de solvencia analítica, pero también con un contenido sugerente capaz de reactivar emociones y hacer que recordemos a una persona como Manolo, en cuyo espejo nos mirábamos muchos escritores y activistas de mi generación, jóvenes universitarios que, con dieciocho años, saltamos a la militancia revolucionaria en los estertores del franquismo. Sí, entonces la militancia era revolucionaria, no nos dejaban otra opción cuando lo viejo comenzaba a morir y lo nuevo ni siquiera había empezado a nacer. Un estudio como el de Eaude, un ensayo sobre la presencia de Barcelona en la obra narrativa de Manuel Vázquez Montalbán, puede llegar también acompañado, para muchos lectores, por un equipaje sentimental. Es el poder de la literatura, de la palabra escrita con talento por este escritor británico, afincado en Barcelona desde 1990.
«Cuando fui a vivir a Barcelona —escribe Eaude—, descubrí que [Vázquez Montalbán] era un poeta que cantaba con amor a las calles de la Barcelona más frecuentada por los turistas jóvenes: la Ciutat Vella. Hasta cierto punto, aprendí castellano, conocí Barcelona y entré en la literatura española moderna, leyendo a Vázquez Montalbán».
A través de él, Michael Eaude —que es autor de otros libros sobre Barcelona— recorre y busca la verdadera ciudad del narrador, del poeta, del escritor político. Está escrito para ser leído como una nueva y necesaria aportación al conocimiento de la figura de Manuel Vázquez Montalbán a través de las calles de Barcelona. El autor británico persigue la mirada urbana y profunda que Manolo dejó escrita en sus novelas y ensayos, desde la saga de Carvalho hasta las
Barcelonas
, desde la memoria dolorida de la ciudad derrotada y clandestina tras la guerra (aquel viejo pianista del poum) hasta la destrucción de los paisajes de la infancia en aras de la ciudad del diseño, del metacrilato olímpico y de las grandes avenidas.
Fotograma de
Tatuaje
, dirigida por Bigas Luna, con Carlos Ballesteros como primer Carvalho cinematográfico.
Con la serie protagonizada por Carvalho, libro tras libro, desde
Tatuaje
hasta
Milenio Carvalho
, Vázquez Montalbán ha diseñado una crónica de España desde los estertores del franquismo hasta la actualidad. Novelas-crónica que rezuman bondad literaria, memoria sentimental y balance honesto de la sociedad española. Al prologar uno de mis libros, Manolo escribió que soy «un novelista de los que creen que la novela policíaca es una vía de conocimiento social que contribuye a hacer necesaria la operación de fabular, escribir y leer». Cualquier aventura de Carvalho se puede leer hoy de esa manera, como una vía de conocimiento social, como un fragmento novelado de la visión de un mundo cambiante.
El recuerdo de Manuel Vázquez Montalbán, su reflexión moral, vuelve una y mil veces desde aquel día en que supimos su muerte en el aeropuerto de Bangkok. Entonces busqué consuelo en los versos de Cesare Pavese, que a él tanto le gustaba, y leí: «Me estremece sentir la mañana, como si ninguno de nosotros estuviera despierto».
John Huston dirigió a Sterling Hayden en
La jungla de asfalto
.
E
n 1974, cuando nació oficialmente la nueva novela policíaca española, yo estaba todavía en un período de aprendizaje literario y ni siquiera me había planteado escribir una novela. Me dedicaba a la militancia política antifascista y lo mío era la poesía. Aunque reconozco la estela dejada por
Tatuaje
entre algunos escritores de mi generación, de alguna manera me considero parte de una hipotética promoción posterior. Llegué quince años más tarde. Incluso en edad, soy más joven que aquellos estupendos colegas que se lanzaron sobre la literatura a bocajarro. Algún estudioso, como Valles Calatrava, me sitúa en la «segunda oleada» de la novela negra española; soy de los que publicaron sus primeras novelas negras a finales de los años ochenta.
Mi primer thriller negro-policial,
Carne fresca
, lo escribí y publiqué en 1988; el segundo,
Festín de tiburones
, en 1990; el tercero,
Para matar
, en ¡1996! El siguiente,
Lejos de Orán
, es de 2003. El último ha sido
Nuestra propia sangre
, premio de narrativa Francisco García Pavón 2009, y cuenta la historia de un parricidio que, de alguna manera, me perseguía desde mis comienzos.
Como puede comprobarse, aunque tengo un relato publicado en el concurso de cuentos de
Gimlet
, en 1980, mi dedicación literaria al género es posterior al grupo inicial formado por Juan Madrid, Andreu Martín, Julián Ibáñez, Jorge Martínez Reverte y Fernando Martínez Laínez, entre otros, que publicaron sus primeras obras policíacas en colecciones como
Circulo del Crimen
, de Sedmay, o
Club del Misterio
, de Bruguera.
Yo era entonces un joven periodista que buscaba trabajo; colaboraba en
Interviú
y en
El Periódico de Catalunya
y no tenía ninguna intención de escribir novelas policíacas. Me dedicaba a la poesía y al relato urbano con bastante fortuna: varios premios literarios y algunas críticas elogiosas en revistas muy intelectuales, como a mí me gustaba. Ahí queda como prueba el volumen de cuentos
Historias del viajero metropolitano
.
De modo que difícilmente puedo hablar de la «época dorada» del género porque yo llegué a él cuando comenzaba la crisis, cuando todo el pescado estaba vendido y Vázquez Montalbán hablaba ya de «la supuesta novela negra española» y aseguraba —como ya he escrito antes— que sólo conocía a dos autores del género: Juan Madrid (en Madrid) y Andreu Martín (en Barcelona). Una declaración pública que él mismo matizó posteriormente para no herir demasiadas sensibilidades desplazadas del
Olimpo negro
y que hizo bastante daño a quienes realmente deseábamos abrir nuevos caminos en la novela criminal española.
Yo escribí mi primera novela de una manera inevitable, casi natural. Quería relatar una historia realista, sin monólogos interiores, de acción y aventura, donde ocurrieran cosas y ningún personaje tardara quince páginas en afeitarse o en subir una escalera. Manejaba demasiados datos, detalles y personajes reales (policías de verdad, delincuentes, documentos…) producto de mi trabajo en la sección de tribunales y sucesos de
El Periódico
y de
Tiempo
. Todo esto desembocó en
Carne fresca
. Envié el libro a Ediciones B y el editor Héctor Chimirri, un gran tipo que ya no está entre nosotros, me dijo entusiasmado que había escrito una magnífica novela negra. ¡Abracadabra! ¡Inconsciente de mí!
Mis narraciones negras fueron escritas en una época nada dorada. Las editoriales quemaron el mercado y dejaron de publicar novelas de género. No se vendían ya, según ellos. Se había terminado el boom. Después de ordeñar la vaca hasta el paroxismo, decidieron descuartizarla y vender su carne a un precio muy barato. Eso explica que tardara tanto tiempo en publicar
Para matar
, un libro que estaba conmigo desde el asesinato de Yolanda González en 1980, y que lo hiciera en una editorial marginal. Se vendieron doscientos ejemplares y el editor ni siquiera lo distribuyó. Pero yo necesitaba librarme de esa novela tan personal y dejé que muriera en sus manos. También explica que mi siguiente novela haya sido publicada siete años después.
A pesar de ser entonces el más joven del grupo, inmediatamente conecté con ellos, identificado con el planteamiento de nuestro gurú (al que todos rendían pleitesía literaria, aunque no reconocieran su liderazgo moral). En un prólogo para la historia, Manuel Vázquez Montalbán escribió un texto para presentar la antología
Negro como la noche
, coordinada por Manuel Quinto, en la que estábamos incluidos todos los cultivadores del género negro de la década de los noventa. Nosotros, «los mirones del subsuelo». En la capital del imperio: Juan Madrid, Andreu Martín, Pérez Merinero, Julián Ibáñez… En Barcelona, Andreu Martín, Francisco González Ledesma, Jaume Fuster, Manuel Quinto, Jaume Ribera, José Luis Muñoz, David C. Hall… Incluso Eduardo Mendoza y Mario Lacruz se dejaron ver en alguna ocasión. Entre copa y copa. Con una fantasmal Asociación Española de Escritores Policíacos que jamás llegó a zarpar realmente, mientras los editores nos daban la espalda y se centraban en un par de nombres con presencia mediática. Aquella cofradía circulaba en la negritud más absoluta y no exenta de ácido humor negro. Éramos amigos unidos por la literatura, por una forma de entender la narración y la realidad. Cada cual siguió su camino literario, fiel a su manera de hacer las cosas.
Han pasado más de treinta años desde entonces y a la nómina negra se han incorporado algunos autores que empezaron a escribir dentro del género en el 2000 y que siguen en sus trece. También escritores más jóvenes con otras maneras de entender «lo negro», con una memoria sentimental distinta a la nuestra, que vuelven al enigma, al mestizaje, al juego metaliterario, y que olvidan o minimizan la denuncia, la capacidad reveladora de la ficción literaria como herramienta de conocimiento social.
Deseo acabar esta guía recordando a los autores que estaban allí hace tres décadas y siguen con nosotros, como reincidentes cultivadores de la mejor literatura del mundo; un género que, paradójicamente, tiene en contra su limpieza narrativa, su potencia para contar historias verdaderas, su compromiso directo con los lectores.
También quiero añadir una confesión a modo de posdata. La voluntad de explicar el mundo a través de historias reales y ficticias es para mí una necesidad inevitable, un impulso contundente. Mis libros no tendrían sentido si no fueran instrumentos de conocimiento, de revelación. La actividad literaria es para mí la única manera que conozco de seguir vivo en este mundo tan bestia.
En mis novelas negras, la realidad y la ficción se mezclan hasta formar un todo indivisible. Donde no puede llegar el periodismo ni la historiografía, la literatura de ficción criminal se convierte en la verdadera narradora de la verdad oculta. Escribo historias realistas, documentadas, inspiradas en personas y sucesos verdaderos; interpreto los hechos, reflexiono. Y lo hago con novelas de acción, sin monólogos interiores, donde las peripecias de los personajes nos conducen al retrato social y muestran las miserias y grandezas de la condición humana.
Mis narraciones utilizan el procedimiento de investigación y buscan respuesta a las grandes preguntas. La literatura, tal como yo la practico, es una actividad social, de contrapeso crítico frente a tanta estupidez organizada. Soy un escritor comprometido conscientemente con mi tiempo, y mi objetivo es tratar de iluminar las zonas de sombra. Por eso escribo novela negra, porque es un género que nos permite contar historias desde el mismísimo infierno.
Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares