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Authors: León Tolstói

Tags: #Narrativa, Clásico

Ana Karenina (85 page)

—¡Dolli, qué inesperada felicidad! —exclamó abrazando a la viajera y mirándola con una sonrisa de agradecimiento—. No puedes imaginarte cuánto bien me haces. ¡Qué dicha! —añadió, volviéndose hacia el coche.

Vronski se acercó, descubriéndose cortésmente.

—Nos complace en alto grado la visita de usted —dijo con un acento particular de satisfacción.

Váseñka agitó su gorra escocesa sin desmontar.

—Es la princesa Varvara —dijo Anna, contestando a una mirada interrogadora de Dolli al ver el tílburi.

—¡Ah! —exclamó, tomando cierta expresión de descontento.

La princesa Varvara, una tía de su esposo, no gozaba de la consideración de la familia; su afición al lujo la había puesto bajo la dependencia humillante de parientes ricos, y solo por la fortuna de Vronski había buscado amistad con Anna. Esta última observó la desaprobación de Dolli, y no pudo menos de ruborizarse.

El cambio de cumplido entre Daria Alexándrovna y la princesa fue bastante frío; Sviyazhski preguntó por su amigo Lievin, el original, y por su joven esposa; y después de dirigir una mirada al vetusto coche vacío, ofreció el tílburi a las damas.

—Tomaré este vehículo para volver —dijo—, y la princesa lo llevará, pues sabe conducir muy bien.

—No —replicó Anna—, quédese usted donde está y yo iré con Dolli.

Jamás Daria Alexándrovna había visto un tren tan brillante; pero lo que más la admiró fue la especie de transfiguración de Anna, que tal vez no hubieran notado ojos menos cariñosos y observadores que los suyos; para ella, en Anna resplandecía el brillo de esa belleza pasajera, por la cual la mujer tiene la certidumbre de ser amada; toda su persona, desde los hoyuelos de sus mejillas y el pliegue de sus labios hasta el sonido de su voz, respiraba una seducción que la misma Anna no desconocía.

Las dos mujeres experimentaron un momento de timidez cuando estuvieron solas; Anna sentía, sin verla, la mirada interrogadora de Dolli, mientras que esta última, recordando la reflexión de Sviyazhski, estaba confusa por la pobreza de su carruaje. Los hombres que iban en el pescante participaban de esta impresión; pero Filip, el cochero, resuelto a protestar, sonrió irónicamente al examinar el trotón negro del tílburi. «Ese cuadrúpedo —pensó— podrá ser bueno para el paseo, pero no sería capaz de recorrer cuarenta
verstas
en un día de calor.»

Los campesinos abandonaron sus carros para contemplar el encuentro de los amigos.

—Me parece que se alegran mucho de verse —observó el viejecillo.

—Mira esa mujer con pantalones —dijo otro, señalando a Veslovski, que montaba en silla de mujer.

—No, es un hombre.

—Muchachos, ¿no dormiremos más?

—No —contestó el anciano, mirando el cielo—; ha pasado ya la hora; vamos a trabajar.

XVIII

A
L
observar Anna que Dolli parecía muy cansada y que iba cubierta de polvo, estuvo a punto de decirle que había enflaquecido; pero conociendo que era para su amiga objeto de admiración, se contuvo.

—Veo que me examinas —dijo a Dolli, dejando escapar un suspiro—, y sin duda te preguntas cómo puedo parecer feliz en mi posición. Confieso que lo soy de una manera imperdonable. Lo que ha pasado en mí tiene alguna cosa de encanto, pues he salido de mis miserias como se sale de una pesadilla. ¡Qué despertar, sobre todo desde que estamos aquí!

Y miró a Dolli con tímida sonrisa.

—Me complace oírte hablar así, y te doy la enhorabuena —contestó Daria Alexándrovna, más fríamente de lo que hubiera querido—. Pero ¿por qué no me has escrito?

—No he tenido valor.

—¿Aun tratándose de mí? Si supieras cuánto… —y Dolli iba a explicar sus reflexiones durante el viaje, cuando se le ocurrió que el momento no era oportuno—. Ya hablaremos más tarde —añadió—. ¿Qué agrupación de edificios es esa, semejante a una pequeña ciudad? —preguntó después, señalando unos tejados verdes y rojos que se divisaban a través de los árboles.

—Dime lo que piensas de mí —repuso Anna, sin contestar a la pregunta.

—Creo… —comenzó Daria Alexándrovna, pero en aquel instante Váseñka Veslovski pasó junto a ellas. Dolli pensó de nuevo que el coche no era el lugar apropiado para aquella conversación. Y se limitó a decir—: No pienso en nada; te estimo y siempre te estimaré; cuando se ama a una persona, se la quiere tal como es y no como se la desearía.

Anna apartó la vista y cerró los ojos a medias —Dolli no había conocido ante ella esa costumbre— como para reflexionar mejor sobre el sentido de estas palabras.

—Si tuvieras pecados, se te dispensarían por tus visitas y tus buenas palabras —dijo Anna, interpretando favorablemente la contestación de su cuñada, y fijando en ella sus ojos llenos de lágrimas.

Dolli estrechó su mano silenciosamente.

—Esos tejados son los de las dependencias de las cuadras —contestó Anna a una segunda pregunta de la viajera—; y ahí comienza el parque. A Vronski le gusta mucho esta propiedad, que estaba muy abandonada, y con gran asombro mío, ahora se aficiona a la agronomía. ¡Qué notables disposiciones las suyas! Se distingue en cuanto emprende. Será un agrónomo de primer orden, económico, casi avaro, aunque solo en agricultura, pues ya no cuenta cuando se trata de gastar en otros objetos miles de rublos. ¿Ves ese gran edificio? Es un hospital. Le ha costado más de cien mil rublos. ¿Y sabes por qué lo mandó construir? —añadió, con la sonrisa de una mujer que habla de las debilidades de un hombre amado—. Pues solo porque lo acusé de avaro a consecuencia de una disputa con varios campesinos que reclamaban una pradera. El hospital está ahí para probarme la injusticia de mi acusación; será una pequeñez, si quieres; pero yo no lo aprecio menos. Ahí verás también la mansión; data de su abuelo, y no se ha cambiado nada exteriormente.

—¡Es magnífico! —exclamó involuntariamente Dolli al contemplar el edificio, adornado con columnas y circundado de árboles seculares.

—¿Verdad que es hermoso? Desde el primer piso la vista es magnífica.

El coche rodó sobre la fina arena del patio de honor, adornado con arbustos, que varios obreros rodeaban en aquel momento de piedras toscamente cortadas, y se detuvo bajo un peristilo cubierto.

—Esos señores han llegado ya —dijo Anna, al ver que traían los caballos de silla—. ¿No te parece que son hermosos animales? Ahí tienes mi favorito… ¿Dónde está el conde? —preguntó a dos lacayos con librea—. ¡Ah! míralos ahí —añadió, al ver a Vronski y Veslovski que iban a su encuentro.

—¿Dónde alojaremos a la princesa? —preguntó Vronski, volviéndose hacia Anna, después de besar la mano de Dolli—. ¿En la cámara del balcón?

—¡No! Es demasiado lejos; me parece mejor la cámara del ángulo, porque así estaremos próximas una a otra. Bueno, vamos —dijo Anna mientras daba azúcar a su caballo favorito—.
Et vous oubliez votre devoir
—se dirigió a Veslovski.


Pardon, j’en ai tout plein les poches
—respondió sonriente Veslovski e introdujo los dedos en el bolsillo del chaleco.


Mais vous venez trop tard
—dijo Anna secándose la mano después de dar azúcar al caballo—. ¿Supongo que permanecerás algún tiempo con nosotros? —añadió, dirigiéndose a Dolli—. ¿Un solo día? Es imposible.

—Lo he prometido a causa de los niños —contestó Dolli, avergonzada del mezquino aspecto de su saco de viaje y del polvo que cubría su ropa.

—¡Oh!, es imposible, querida Dolli; pero, en fin, ya hablaremos de eso. Ahora subamos a tu cuarto.

La habitación que se le destinaba, con excusas de que no fuera la de honor, tenía un lujoso mobiliario, que recordó a Dolli el de los más suntuosos hoteles del extranjero.

—¡Qué dichosa soy al verte aquí, querida amiga! —repitió Anna, sentándose junto a Dolli con su traje de amazona—. Háblame de tus hijos; Tania debe de ser ya una mujercita.

—Sí, sí —replicó Dolli, admirada de hablar tan fríamente de los niños—. Todos estamos en casa de Lievin, y a la verdad muy contentos.

—Si hubiera sabido que no me despreciabais, habría rogado que vinierais aquí; tu esposo es un antiguo amigo de Alexiéi —añadió Anna, ruborizándose.

—Sí, pero allí estamos perfectamente —contestó Dolli, algo confusa.

—La felicidad de verte me hace desatinar —dijo Anna, abrazando a su amiga tiernamente—; pero prométeme ser franca y no ocultarme nada de lo que piensas sobre mí, ahora que ves el género de vida que hago. No tengo otra idea sino la de no hacer daño a nadie más que a mí misma, y creo que esto me será permitido. Hablaremos despacio sobre el particular ahora voy a cambiar de traje, y te enviaré la doncella.

XIX

U
NA
vez sola, Dolli examinó la habitación como mujer que conocía el precio de las cosas; jamás había visto un lujo comparable con el que observaba desde el encuentro con su amiga, solo por la lectura de las novelas inglesa; recordaba que se vivía así en Inglaterra; pero en Rusia, y sobre todo en el campo, no se encontraba nada análogo en ninguna parte. El lecho tenía somier elástico; la mesa-tocador, tabla de mármol del más fino; las figuras de bronce de la chimenea, los tapices, las alfombras, los cortinajes, todo era nuevo y de la más refinada elegancia.

La doncella que se presentó para ofrecer sus servicios vestía mucho mejor que Dolli, lo cual no pudo menos de avergonzarle al presentarse ante ella con el raído saco de viaje y sus menudencias de tocador, sin contar una camiseta de dormir algo remendada. Estas composturas tenían para Dolli su mérito, porque representaban una pequeña economía, pero la humillaron a los ojos de aquella brillante camarera. Por fortuna, Anna la llamó en el mismo instante, y, con gran satisfacción de Dolli, en lugar de ella se presentó Ánnushka, la antigua doncella de Anna, que la había acompañado en otro tiempo a Moscú. Ánnushka, muy contenta al ver a Daria Alexándrovna, charló tanto como pudo sobre su ama y la ternura del conde, a pesar de los esfuerzos que Dolli hacía para cambiar de conversación.

—Me he criado con Anna Arkádievna —decía—, y la amo más que a todo el mundo; no me toca a mí juzgarla, y el conde es su marido…

La entrada de Anna, que se había puesto un vestido de batista de costosa sencillez, puso término a estas confidencias; Anna, dueña ya de sí misma, parecía escudarse con un tono tranquilo e indiferente.

—¿Cómo sigue tu niña? —preguntó Dolli.

—Muy bien. ¿Quieres verla? No hemos tenido pocos trabajos con su nodriza italiana; buena mujer, pero muy estúpida. Sin embargo, como la pequeña se ha encariñado con ella, ha sido forzoso conservarla.

—Pero ¿qué has hecho… —comenzó a decir Dolli, queriendo preguntar el nombre de la niña; mas se detuvo al ver que el rostro de Anna cambiaba de expresión—. ¿La has criado?

—No es eso lo que ibas a decir —replicó Anna, comprendiendo la reticencia de Dolli—; tú pensabas seguramente en el nombre de la niña. El tormento de Alexiéi es que no tenga otros más que el de Karenin —al decir esto cerró los ojos a medias, nueva costumbre que Dolli no conocía—. En fin, ya hablaremos de eso después.

La «habitación de los niños», espaciosa y con buena luz, se había arreglado con el mismo lujo que el resto de la casa; allí se veían los procedimientos más nuevos para enseñar a los niños a trepar y andar, bañera, balancines y cochecitos; todo era nuevo, de origen inglés y evidentemente muy costoso.

La niña, en camisa, sentada en un sillón, servida por una muchacha de servicio rusa, comía en aquel momento una sopa, con la que había manchado todo el babero; ni el aya ni la nodriza estaban presentes, pero se oía en la habitación contigua la jerga francesa que les servía para comprenderse.

El aya inglesa se presentó al oír la voz de Anna, excusándose de mil maneras, aunque no se le dirigía ninguna reprensión; era una mujer alta, de cabello rubio y malencarada; la expresión de su fisonomía desagradó a Dolli, desde luego; a cada palabra de Anna contestaba: «
Yes, lady
».

En cuanto a la niña, su cabello negro, su aspecto de salud y su manera de arrastrarse sedujeron a Daria Alexándrovna; sus bonitos ojos miraban con aire satisfecho a las espectadoras, como para demostrar que era sensible a su admiración; y sirviéndose de pies y manos, avanzaba resueltamente hacia ellas, semejante a un bonito animal.

Pero la atmósfera de aquella habitación tenía algo desagradable. ¿Cómo podía Anna conservar a su lado un aya de tan poco atractivo exterior? ¿Sería porque ninguna otra más conveniente había consentido en servir a una familia irregular? Dolli creyó reconocer también que Anna era casi una forastera en aquel sitio; no vio ninguno de los juguetes de la niña, y, cosa singular, la madre no sabía cuántos dientes le habían salido ya.

—Me creo inútil aquí —dijo Anna al salir, levantando la cola de su vestido para no engancharse en algún objeto—. ¡Qué diferencia con el mayor!

—Yo hubiera creído, por el contrario… —comenzó a decir Dolli, tímidamente.

—¡Oh, no! ¿No sabes que volví a ver a Seriozha? —dijo Anna, mirando a lo lejos, cual si buscase alguna cosa en el horizonte—. Estoy como una criatura que se muere de hambre, o que hallándose en un festín no supiera por dónde comenzar. Tú eres ese festín para mí. ¿Con quién sino contigo podría hablar yo con toda franqueza?
Mais je ne vous ferai gráce de rien
. Por lo mismo no te ocultaré nada cuando podamos hablar tranquilamente, y por ahora te haré un bosquejo de la sociedad que encontrarás aquí. Por lo pronto, la princesa Varvara; ya conozco tu opinión y la de Stepán Arkádich respecto a ella, pero debo decirte que tiene algo bueno, y te aseguro que le estoy muy agradecida, pues me ha servido de mucho en San Petersburgo, donde me vi rodeada de dificultades a causa de mi posición. Pero hablemos de los demás; ya conoces a Sviyazhski, el mariscal de distrito; este necesita a Alexiéi, que con su fortuna puede adquirir mucha influencia si vivimos en el campo; tenemos también a Tushkevich, a quien has visto en casa de Betsi, y que ha recibido su licencia; como dice Alexiei, es un hombre muy agradable si se le toma por lo que quiere parecer, y la princesa le tiene por un hombre
comme il faut;
y, por último, tenemos como huésped a Veslovski, a quien ya conoces, y que nos ha referido una historia inverosímil de Lievin —añadió Anna, sonriendo—; es un muchacho muy galante e ingenuo. Deseo conservar esta sociedad, porque los hombres necesitan distraerse, y porque a Vronski le conviene un público, a fin de que no tenga tiempo de desear otra cosa. Se me olvidaba decirte que también encontrarás aquí al intendente, un alemán que entiende bien su negocio; al arquitecto y al doctor; este último, no es que sea un nihilista consumado, pero come con cuchillo…
Une petite cour
.

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