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Authors: Lucía Etxebarría

Amor, curiosidad, prozac y dudas (23 page)

Conducimos por la calle de San Bernardo abajo, con el loro a todo volumen. Suena una cinta que el pincha me ha regalado esta misma noche y yo, con mucho afán didáctico pero escaso éxito, intento iniciar a Gema en los misterios de la cultura cyberchic.

—¿Ves, Gemita?, esto que suena ahora mismo es trance.

—¿Quieres decir que lo que sonaba hace cinco minutos no era trance? —preguntó Gema con cara de no enterarse.

—No, lo que sonaba hace cinco minutos era hardcore techno.

—¿Jarcotezno? —Gema abre mucho los ojos y me dedica su mejor mueca escéptica.

—Hardcore techno —repito yo, con perfecto acento, que para algo he tenido un novio irlandés—, que es lo que aquí se conoce como bacalao.

—¿Y qué diferencia hay entre el jarcotezno y el trans? —pregunta ella—. Lo digo porque a mí me ha sonado a lo mismo.

—Pues que el hardcore techno es como más machacón, más maquinita, o sea chunda-chunda-chunda-chunda, mientras que el trance es como más envolvente y espacial. Una cosa tipo tiritiritiritiririlili-tiritiritiritiririllilili-uauuuú-uauuuú. Y luego está el ambient, que es mucho más relajado, tin ... plin ... tirirrirín ... plin. Algo así como la New Age de la música de baile. Y luego está el jungle...

—¿Yanguel? —La cara de susto de Gema se hace más evidente por segundos.

—Jungle, que es algo así como el sonido tribal de la música de baile, pero hecho con ordenador y aceleradísimo. —Hago una pausa en mi discurso cuando advierto que lo que suena es uno de mis temas favontos—. Vaya, esto que suena ahora mismo son los Underworld. Me encantan.

—Cristina, que diferencies entre estilos ya me parece sorprendente, pero que llegues al punto de reconocer las canciones tiene un punto preocupante, qué quieres que te diga —advierte Gema.

—No, si a mí también me parecía un horror, pero desde que trabajo en el bar me he enganchado completamente. Allí es que no oyes otra cosa. Lo peor es que me he grabado algunas recopilaciones de trance, me las he llevado a casa, y ya no escucho nada más. Me levanto escuchando trance, me lavo los dientes oyendo trance, me ducho con trance, y hago la comida a ritmo de trance... Estoy totalmente enganchada.

—No, si al final vas a acabar necesitando una terapia de desprogramación... Te veo en El Patriarca antes de fin de año. —Line, que iba muy calladita en el asiento de atrás, abre la boca por primera vez—. Por cierto —continúa—, hablando de desprogramaciones, ¿has sabido algo de Iain?

—No, ni ganas —respondo yo, seca como el esparto. Gema se dirige a mí, curiosa.

—¿El tal Yan es el novio ese del que me hablabas?

—Sí, mi novio —confirmo yo, decidida (la falta de costumbre), pero enseguida rectifico—. O sea, mi ex novio. Era mi novio hasta anteayer, como quien dice.

Gema me mira asombrada.

—¿Lo habéis dejado?

—Lo hemos dejado hace un mes, y estoy hecha polvo. Como casi ni me ves últimamente ni te habías enterado.

—Si se trata de un reproche velado te recuerdo una vez más que he estado muy ocupada con mi tesis.

—Tú y tu tesis... «Melibea, la primera feminista.» Típico tema de bollera concienciada. Resulta que ahora una mema que no hace más que quedarse en casa y suspirar por un lechuguino es la primera feminista. Lo que hay que oír. A vosotras las de hispánicas se os va un poco la olla.

He tocado su talón de Aquiles, su tesis, su obra magna, su alhaja, su prenda, la niña de sus ojos.

—No empieces, que lo de mi tesis lo hemos discutido muchas veces. Aparte que la tuya tampoco es una maravilla. «Diferentes concepciones del sentimiento amoroso a lo largo de la historia.» Te darán un punto extra por la originalidad...

—Vale. Tregua. Dejo el tema. Tu tesis es cojonuda. No sé, creo me pongo borde cuando oigo hablar de Iain.

—Hala, no te preocupes —me tranquiliza Gema—, que a una chica tan guapa como tú no le faltarán novios.

—¿Repite eso?

—¿El qué?

—Lo de que soy guapa.

—Pues nada, pues eso, que eres muy guapa.

—Pues nunca me lo habías dicho.

—Supongo que no hace falta decirlo. Es bastante obvio. Además, no eres el tipo de chica a la que parece que haga falta decírselo, ni tampoco apetece.

—¿Y por qué no va a apetecer?

—Porque, Cristinita querida, con lo borde que eres no sólo no ibas a dar las gracias, sino que ibas a soltar una frasecita de las tuyas; un «mira que eres babosa», o algo peor.

—¿Borde yo?

—No, qué va. Dejémoslo en que a tu lado Cruella de Vile era una santa.

—No creas —digo, un poco pensativa—, si ya me lo han dicho muchas veces... El propio Iain, por ejemplo. Éste ya ni me habla.

—¿Es inglés?

—Peor aún, irlandés —concreta Line desde atrás—. Católicos y borrachos.

—Pero los mejores amantes. Ya lo dijo Marilyn Monroe —completo yo.

—Pero se refería a los Kermedy, que eran yanquis —rectificaLine—. Además, seguro que follaba muy bien, pero era un pedante de cuidado. Con ese rollo de que era escritor...

—¿Escritor? —Interviene Gema—. Eso no lo sabía yo. ¿Qué escribía?

—Cuentos cortos. Comeduras de tarro. Nada del otro mundo. En realidad vive de un fideicomiso, así que le da igual —le explico yo.

—¿Un fideicomiso? Entonces era rico, ¿no?

—Él no. Su familia sí, por lo visto. Pero es un cutre, como toda la gente de pelas. Por ejemplo, cuando cortamos me envió una caja con mis pertenencias, lo que me había dejado en su apartamento. Y al principio estaba tan jodida que ni me atreví a abrirla. Y hace dos días, cuando por fin la abro, veo que el muy cabrón se ha quedado con lo que le interesa. Mis mejores camisetas, por ejemplo. Y mis bolas chinas.

—¿Bolas chinas? ¿Eso qué es? —pregunta Gema.

—Pues es como una especie de vibrador —le informo—, pero son dos bolas. Hija, pensé que vosotras las lesbianas sabríais más de eso... Y se supone que una te la metes por el coño y la otra... Bueno, olvida las instrucciones de uso. El caso es que debe de estar utilizando mis bolas chinas con cualquier otra, de la misma manera que debe de estar saliendo por ahí con MIS camisetas, y por eso no me las devuelve.

—Mujer, lo dudo bastante —opina Gema.

—¿El qué?

—Lo de que esté usando las bolas chinas...

—Pues no veo por qué vas a dudarlo. No creo que sea fiel a mi recuerdo. ¡Si él no aguanta pasar dos días sin follar ... ! Estoy segura de que ya está con otra tía.

—No, no lo has cogido, Cris. Yo no te digo que no folle. Lo que quiero decir es que tampoco es muy normal, tratándose de una chica con la que no llevas mucho tiempo, pues eso, sacar un vibrador como si tal cosa de la mesilla de noche y proponerle montar un numerito. Vamos, por lo menos no con el tipo de chicas que yo he conocido. «Oye, mira que tengo aquí un juguetito que se dejó mi novia en casa, que por qué no lo usamos.» No me negarás que suena un poco fuerte.

—Me estás decepcionando, Gema. Yo pensé que las lesbianas os pasabais el día jugando con vibradores.

—Tú has visto mucho porno —me responde Gema.

—Además tampoco hace falta que explique que se trata de un juguetito de su novia —añade Line—. Siempre puede decir que le tocó en una rifa de una despedida de soltero, y que le apetece ver cómo funciona.

—Pues peor me lo pones... —otra vez Gema—. ¿Qué iba a pensar la chica de sus amistades? Y, por cierto, ¿cuánto tiempo llevabas con ese novio?

—¿Qué pasa? ¿Quieres que te dicte mis memorias, o qué?

—¿Ves? Si cuando yo digo que eres una borde, lo digo por algo.

—No, si es verdad. Ya te he dicho que por eso me dejó Iam. Se hartó de mis numeritos, de mis desplantes, de mis depresiones y de mis psicólogos.

—¿Y cómo lo llevas?

—Así, así... tirando. La verdad es que andaba dudando entre hacerme lesbiana o meterme a monja.

—Ambas cosas son compatibles. Y si no acuérdate de esa monja que nos contabas que te perseguía por los pasillos de tu colegio... —me recuerda Line.

—¡Qué horror! Ni me la menciones.

—Pero si buscas consejo, yo de ti optaba por la primera opción. No sólo porque suena más interesante, sino porque, ahora que has adelgazado, sería una pena que ocultaras tus encantos bajo un hábito talar —dice Gema.

—¿Me estás tirando los tejos?

—Bueno, ya que has dicho que ibas a hacerte lesbiana, quiero apuntarme la primera al club de tus admiradoras —avisa Gema, sonriente y, supongo, irónica.

—Tía, que nos conocemos desde hace seis años...

—Nunca es tarde si la dicha es buena.

—Oye, que si sobro no tenéis más que decirlo y me bajo del coche, ¿eh? —interrumpe Line.

Yo finjo no haberme enterado y cambio de tercio.

—Puedo hacerte una pregunta indiscreta? —le suelto a Gema.

—Las preguntas no son indiscretas, tal vez las respuestas, dijo Oscar Wilde —cita Line.

—Creíamos que el pedante era mi novio —le recuerdo yo.

—Ex novio —puntualiza ella.

—¿Cuál era la pregunta indiscreta? —pregunta Gema.

—Que si te lo has hecho con un tío alguna vez, como si lo viera —suelta Line desde atrás.

—¿Era ésa? —pregunta Gema.

—Era ésa —confirmo yo.

—A partir de hoy, llamadme Sibila —dice Line.

—Pues tampoco era tan indiscreta, hija. La respuesta es sí. Con unos cuantos. Me lo hice con el profesor de lingüística de primero, por ejemplo.

—¿EL DE LINGÜíSTICA? —chilla Line—. ¿Con aquel monstruo? ¡Qué asco! Si debía de rondar los ciento veinte kilos... No me extraña que decidieras hacerte bollera. Después de una experiencia semejante, cualquier cosa.

—No me seas reaccionaria. Ser gay no es ser cualquier cosa —replica Gema indignada.

—Es un decir, joder. No te me pongas concienciada ahora, que son las seis de la mañana.

—¿Y vosotras, ya que preguntáis? ¿Os lo habéis hecho con una tía?

—No —contesto.

—Bueno, sí —responde Line a su vez—. Ésta y yo nos hemos dado algún que otro morreo y una vez lo hicimos las dos con Santiago...

—O sea, que no —la corta Gema.

—Supongo que no. —Me lo pienso un segundo—. No.

—No —confirma Line.

—Y, dime, ¿es muy diferente? —pregunto yo.

—¿El qué? —Gema, a la gallega, responde con una pregunta.

—El qué va a ser... Follar con un tío y follar con una tía.

—Sí y no. A ver, cómo te explico... —El éxtasis debe de estar subiéndole. Si no ¿a qué viene semejante talante comunicativo? En otras circunstancias me habría mandado a la mierda—. En una relación con un hombre está claro desde el principio que nunca se llegará a una comprensión absoluta. Con los hombres se parte de la contraposición, y con las mujeres de la identificación. Con las mujeres es quizá más ingenuo, los roles no están preestablecidos, ni en la cama ni fuera de ella, y todo se hace más fácil. Hay muchas cosas que un hombre no puede comprender porque simplemente no sabe lo que significa ser mujer. Y hay otra diferencia muy grande: los hombres no tienen pechos, y las mujeres no tienen los músculos de los hombres...

—Y te ahorras eso de la felación, que es bastante incómodo, a no ser que tengas la boca muy grande... —Line interrumpe el formativo discurso de Gema.

—O que él la tenga muy pequeña —completo yo.

—A mí me echa un poco para atrás. ¿Sabe bien? —Line, siempre tan directa.

—¿El qué? —pregunta Gema.

—El qué va a ser... comérselo a una tia, coño —responde Line.

—Mujer, depende, pero en general, sí. Sí, sabe bien, pregúntaselo a cualquier tío. Además, el sexo de una tía visto desde cerca es muy bonito. Parece una flor. Una orquídea. Y es blandito, da gusto jugar con él. Qué quieres que te diga, a mí me resulta mucho más desagradable tener que chupársela a un tío, que a veces te atragantas y no puedes ni respirar...

—Y que hay mucho guarro que no se lava... —Line de nuevo. —Yo lo que detesto es cuando te agarran la cabeza con las manos y te obligan a meterte el aparato hasta la campanilla, y tú ahí, medio asfixiada, que vas notando cómo te falta el aire —explico yo.

—Pues eso con una tía no te va a pasar. —Gema sentando cátedra.

—No, si al final acabarás por convencerme. Además, después del modo en que me ha tratado Iain casi se me han quitado las ganas de relacionarme con más.

En ese momento nos fijamos en un par de maderos que están de pie en la acera, haciendo un control. Han aparcado el coche a un lado de la calle y están parando a algunos automóviles. Se ha formado un embotellamiento importante.

—¿Esto qué es? —pregunta Line.

—Un control. Terroristas, seguro. Me juego la vida a que ha habido un atentado —predice la agorera de Gema.

—Para mí que es un control de alcoholemia —opino. Los maderos nos hacen señas de que nos detengamos, supongo que porque el viejo cuatro latas de Gema, lleno de pegatinas, tiene bastante mala pinta. Una panda de pijos engominados pasan a nuestro lado en un Golf GTI. A ellos, claro, no les paran.

Uno de los maderos le dice a Gema que salga del coche. Line y yo contemplamos cómo el tipo le pide el carnet de conducir y los papeles del vehículo. Gema, muy calmada, los saca de la guantera y se los enseña.

El madero nos mira a Line y a mí y nos hace una seña. Ahora nos toca a nosotras salir del coche. Lo hacemos. El tío abre mi bolso y lo primero que saca es la pitillera de plata que me regaló Iain (por cierto, yo no fumo. El listo de Iain se lució con el regalito). La abre y se encuentra la bolsita.

Me doy cuenta de lo estúpidas que hemos sido. Ni se nos había pasado por la cabeza que la madera pudiera ponerse a controlar a la gente que salía del Planeta X para pillar éxtasis. Yo ya había oído que eso se hacía, pero siempre había pensado que se apostaban a la puerta de las macrodiscotecas del extrarradio, en Atica o el Central, no en pleno centro de Madrid. Aunque, en realidad, que hagan un control aquí es lo más lógico, porque el Planeta X es un nido de pastilleros y farloperos, como todo el mundo sabe. Maderos incluidos, por lo visto.

Oigo un zumbido en los oídos. Se trata de la sangre, que se me agolpa en las sienes.

—¿Esto qué es? —pregunta el madero.

—Pastillas.

—Ya veo. ¿Alguna de vosotras tiene más pastillitas de éstas? —añade él, dirigiéndose a Gema y Line.

Line y Gema no abren la boca. Nos advierte que van a registrarnos de todas formas, así que más vale que soltemos lo que llevamos. Será más rápido y menos humillante, dice.

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