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Authors: Charlaine Harris

Vivir y morir en Dallas (30 page)

BOOK: Vivir y morir en Dallas
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Y además no quería.

—Ha sido... —empecé a decir, y tuve que parar. Tomé una larga bocanada de aire—. Puedes llamarme paleta ingenua si quieres, no te culparé. Después de todo fue idea mía. Pero ¿sabes lo que pienso? Creo que esto es horrible. ¿De verdad os gusta esto a los hombres? Es más, ¿les gusta a las mujeres? ¿Es divertido tener sexo con alguien que ni siquiera te gusta?

—¿Te gusto yo, Sookie? —preguntó Eric. Dejó caer su peso un poco más sobre mí y se movió un poco.

Oh, oh.

—Eric, ¿recuerdas por qué estamos aquí?

—Nos vigilan.

—Aunque nos vigilen, ¿lo recuerdas?

—Sí, lo recuerdo.

—Pues tenemos que irnos.

—¿Tienes alguna prueba? ¿Ya has descubierto lo que querías saber?

—No tengo más pruebas de las que tenía antes de esta noche, al menos ninguna que se sostenga ante un tribunal —rodeé sus costillas con mis brazos—. Pero sé quién lo hizo. Fueron Mike, Tom y puede que Cleo.

—Interesante —dijo Eric con una absoluta falta de sinceridad. Su lengua jugueteó con mi oreja. Resulta que ésa es una de las cosas que más me gustan, y pude sentir cómo se me aceleraba la respiración. Quizá no fuese tan inmune al sexo sin sentimientos como había creído. En esos momentos, cuando no le tenía miedo, Eric me atraía.

—No, esto es odioso —dije, alcanzando una especie de conclusión interior—. No me gusta esta historia en absoluto —intenté apartar a Eric con fuerza, pero no conseguí moverlo—. Eric, escúchame, he hecho todo lo que podía por Lafayette y Andy Bellefleur, aunque en realidad no haya logrado casi nada. Tendrá que seguir él solo a partir de los detalles que le dé. Es poli. Podrá encontrar una prueba convincente. No soy tan altruista como para seguir sola con esto.

—Sookie —dijo Eric. Estaba segura de que no había escuchado una sola palabra de todo lo que acababa de contarle—. Entrégate a mí.

Vaya, eso había sido bastante directo.

—No —dije con la voz más decidida que pude encontrar—. No.

—Te protegeré de Bill.

—¡Tú eres el que va a necesitar protección! —no me sentí muy orgullosa cuando reflexioné acerca de esa frase.

—¿Crees que Bill es más fuerte que yo?

—No estoy teniendo esta conversación —pero procedí a tenerla—. Eric, agradezco tu ofrecimiento para ayudarme, y también tu buena predisposición para acompañarme a un lugar tan horrible como éste.

—Créeme, Sookie, esta pequeña reunión de escoria no es nada, nada, en comparación con los lugares en los que he estado.

No pude sino creerle.

—Vale, pero es horrible para mí. Bien, me doy cuenta de que tendría que haberme imaginado que esto, eh, aumentaría tus expectativas, pero sabes que no he venido aquí esta noche a tener sexo con nadie. Bill es mi novio —si bien las palabras «Bill» y «novio» sonaban ridiculas en la misma frase, lo cierto era que su función en mi mundo era la de ser mi novio.

—Me alegra oírlo —dijo una voz fría y familiar—. De lo contrario, esta escena me haría dudar.

Oh, genial.

Eric se apartó de mí y yo me deslicé del capó para tambalearme en dirección a la voz de Bill.

—Sookie —me dijo cuando estuve cerca—, llegará un momento en el que no podré dejarte ir sola a ninguna parte.

Hasta donde podía distinguir bajo la escasa luz, no parecía alegrarse mucho de verme. Pero no podía culparle.

—He cometido un gran error —dije desde lo más hondo de mi corazón, y lo abracé.

—Hueles a Eric —le dijo a mi pelo. Vaya, vaya, para Bill, siempre olía a otros hombres. Sentí una oleada de tristeza y vergüenza, y supe que iba a pasar algo.

Pero lo que pasó no era lo que me esperaba.

Andy Bellefleur apareció de entre los matojos con una pistola en la mano. Su ropa estaba arrugada y manchada, y la pistola parecía enorme.

—Sookie, apártate del vampiro —dijo.

—No —me abracé a Bill. No tenía muy claro si lo estaba protegiendo a él o si era al revés. En todo caso, si Andy nos quería separados, yo que siguiéramos juntos.

Hubo un repentino estallido de voces en el porche de la cabaña. Estaba claro que alguien había estado mirando por la ventana (me preguntaba si todo fue idea de Eric), porque, si bien no hablábamos en voz alta, la escena del claro había atraído la atención de los participantes de la fiesta. Mientras Eric y yo habíamos estado fuera, la fiesta había progresado. Tom Hardaway estaba desnudo, igual que Jan. Huevos Tallie parecía más borracho aún.

—Hueles a Eric —repitió Bill con un siseo por voz.

Di un paso atrás, olvidándome por completo de Andy y su pistola. Y perdí los estribos.

No era muy habitual que eso ocurriera, aunque cada vez se hacía más frecuente. De algún modo me desahogaba.

—Sí, claro, ¡yo ni siquiera sabría decir a qué hueles tú! ¡Hasta donde yo sé, has estado con seis mujeres! No es muy equitativo, ¿no crees?

Bill se quedó boquiabierto. Eric empezó a desternillarse detrás de mí. Los demás estaban envueltos en un embelesado silencio. Andy, por su parte, pensaba que no debíamos ignorar al que llevaba el arma.

—Juntaos —bramó. Había bebido demasiado.

Eric se encogió de hombros.

—¿Alguna vez has lidiado con vampiros, Bellefleur? —preguntó.

—No —dijo Andy—. Pero te puedo tumbar de un tiro. Llevo balas de plata.

—Eso... —empecé a decir, pero Bill me tapó la boca con la mano. Las balas de plata sólo eran mortales para los hombres lobo, si bien producían una terrible alergia a los vampiros, y un balazo en un punto vital resultaría ciertamente doloroso.

Eric arqueó una ceja y se dirigió con paso tranquilo hacia los participantes de la orgía. Bill me cogió de la mano y nos unimos a ellos. Por una vez, me habría encantado saber qué se le estaba pasando por la cabeza.

—¿Quién de vosotros fue, o acaso fuisteis todos? —inquirió Andy.

Todos permanecimos en silencio. Yo me encontraba junto a Tara, que estaba temblando en ropa interior. Estaba lógicamente asustada. Me pregunté si conocer los pensamientos de Andy resultaría de alguna ayuda, así que me concentré en su mente. No es fácil leer a los borrachos, creedme, porque sólo piensan en cosas estúpidas, y sus ideas son poco fiables. Sus recuerdos tampoco es que sean como para tirar cohetes. Andy no albergaba muchos pensamientos en ese momento. No le gustaba nadie de los que estábamos en el claro, ni siquiera él mismo, y estaba decidido a sacarle la verdad a alguien.

—Sookie, ven aquí —gritó.

—No —dijo Bill con una voz que no admitía mucha discusión.

—¡Si no está a mi lado dentro de treinta segundos, le pegaré un tiro! —dijo Andy, apuntándome con su arma.

—Si haces eso, morirás antes de que pasen otros treinta segundos —dijo Bill.

Le creí. Evidentemente, Andy también.

—Me da igual —dijo Andy—. Su muerte no será una gran pérdida para el mundo.

Vaya, eso volvió a encenderme el piloto de la ira. Había empezado a calmarme, pero aquello volvió a ponerme al rojo vivo.

Me desembaracé de la mano de Bill y avancé a grandes zancadas por los peldaños que conducían al claro frente a la casa. No estaba tan ciega de ira como para pasar por alto la pistola, aunque estaba muy tentada de agarrar a Andy por las pelotas y retorcérselas. Me dispararía de todos modos, pero él también se llevaría su ración de dolor. No obstante, eso resultaba tan autodestructivo como la bebida. ¿Merecería la pena el momento de satisfacción?

—Ahora, Sookie, vas a leer la mente de esa gente y me vas a decir quién lo hizo —ordenó Andy. Me agarró por detrás del cuello con sus grandes manos, como si fuese un animal, y me dio la vuelta para que mirara hacia la terraza.

—¿Qué crees que estaba haciendo aquí, condenado gilipollas? ¿Crees que me gusta perder el tiempo con capullos de este calibre?

Andy me zarandeó por el cuello. Soy muy fuerte, y tenía muchas posibilidades de zafarme y quitarle el arma, pero no estaba lo suficientemente cerca como para hacerlo con garantías. Decidí esperar un momento. Bill trataba de decirme algo con la cara, pero no entendía a qué se refería. Eric trataba de arrimarse a Tara, o a Huevos, no estaba segura.

Un perro aulló en el linde del bosque. Volví la mirada en esa dirección, incapaz de mover la cabeza. Genial, sencillamente genial.

—Es mi collie —le dije a Andy—.
Dean,
¿recuerdas? —no me habría venido mal algo de ayuda en forma humana, pero ya que Sam se había presentado en el lugar en su forma canina, más le valdría permanecer así o arriesgarse a ser descubierto.

—Sí. ¿Qué coño hace tu perro aquí?

—No lo sé, pero no le dispares, ¿de acuerdo?

—Nunca le dispararía a un perro —dijo, sonando genuinamente conmocionado.

—Ah, pero dispararme a mí está bien —dije con aspereza.

El collie se acercó trotando hacia donde estábamos. Me pregunté qué idea llevaba Sam en mente. No sabía si conservaba parte de su raciocinio humano mientras estaba en su forma favorita. Volví los ojos hacia la pistola, y Sam/
Dean
hizo lo propio, pero no estaba segura de su grado de comprensión.

El collie empezó a gruñir, mostrando los dientes y sin perder de vista la pistola.

—Atrás, perro —dijo Andy, molesto.

Si tan sólo pudiera mantener inmovilizado a Andy durante un momento, los vampiros podrían reducirlo. Traté de reproducir mentalmente todos los movimientos posibles. Tendría que agarrar la mano que sostenía el arma con las dos mías y obligarle a subirla. Pero, al tenerme agarrada Andy frente a él, no iba a ser tarea sencilla.

—Cariño, no —dijo Bill.

Mis ojos se clavaron en él. Estaba completamente asombrada. Los ojos de Bill pasaron de mi cara al espacio que había detrás de Andy. Pillé la indirecta.

—Vaya, ¿a quién tienen agarrada como a una pequeña cachorrita? —inquirió una voz detrás de Andy.

Eso sí que era una voz aterciopelada.

—Pero ¡si es mi mensajera! —la ménade rodeó a Andy describiendo un amplio círculo y se quedó a escasos metros a su derecha. No se interponía entre él y el grupo de la terraza. Esa noche estaba limpia y completamente desnuda. Supuse que ella y Sam habían estado en el bosque haciendo sus cosillas, antes de escuchar las voces. Su pelo negro caía en una enredada masa hasta sus caderas. No parecía tener frío. Los demás (salvo los vampiros) no éramos inmunes al frescor de la noche. Estábamos vestidos para una orgía, no para una fiesta al aire libre.

—Hola, mensajera —me dijo la ménade—. La última vez olvidé presentarme, me lo ha recordado mi amigo canino. Me llamo Callisto.

—Señora Callisto —dije, dado que no tenía la menor idea de cómo dirigirme a ella. Habría hecho un gesto con la cabeza, pero Andy me tenía bien sujeta del cuello. Empezaba a dolerme.

—¿Quién es este fornido valiente que te tiene apresada? —Callisto se acercó un poco más.

No sabía qué aspecto tenía Andy, pero todos los que estaban en la terraza estaban tan embelesados como aterrados, a excepción de Bill y Eric, claro está. Estaban retrocediendo con respecto a los humanos. Eso no pintaba bien.

—Es Andy Bellefleur —contesté con voz ronca—. Tiene un problema.

Por el leve tirón de mi piel, supe que la ménade se había acercado un poco más.

—Nunca has visto nada como yo, ¿verdad? —le preguntó a Andy.

—No —admitió éste. Parecía aturdido.

—¿Crees que soy bella?

—Sí —dijo sin titubeos.

—¿Merezco un tributo?

—Sí —dijo.

—Me gusta la ebriedad, y tú estás muy ebrio —dijo Callisto, alegre—. Me gustan los placeres de la carne, y esas personas están llenas de lujuria. Me gustan los sitios así.

—Oh, bien —dijo Andy, inseguro—. Pero una de esas personas es una asesina, y necesito saber quién es.

—No sólo una —murmuré. Recordando que me tenía agarrada, Andy volvió a zarandearme. Empezaba a cansarme de eso.

La ménade se había acercado lo suficiente para tocarme. Me acarició la cara con dulzura, y pude oler la tierra y el vino en sus dedos.

—No estás ebria —observó.

—No, señora.

—Y no has gozado de los placeres de la carne esta noche.

—Dame tiempo —dije.

Se rió. Era una risa aguda y muy alegre. Creció y creció.

Andy aflojó la presa, y la cercanía de la ménade hizo que su desconcierto fuera a más. No sé lo que la gente de la terraza pensó que vio, pero Andy sabía que estaba ante una criatura de la noche. De repente, me dejó marchar.

—Eh, la nueva, vente con nosotros —gritó Mike Spencer—. Queremos echarte un ojo.

Estaba sobre una protuberancia del terreno, junto a
Dean,
que me lamía con mucho entusiasmo. Desde esa posición pude ver cómo el brazo de la ménade se deslizaba por la cintura de Andy. Este se pasó la pistola a la mano izquierda para poder corresponder el gesto.

—¿Qué era lo que querías saber? —le preguntó a Andy. Su voz era tranquila y razonable. Movía ociosamente la vara rematada de hojas. Recibía el nombre de «tirso»; me había asegurado de buscar «ménade» en la enciclopedia. Sabía que ya podía morirme sabiendo algo más.

—Una de esas personas ha matado a un hombre que se llamaba Lafayette, y quiero saber quién ha sido —dijo Andy con la beligerancia de un borracho.

—Por supuesto que sí, cariño —canturreó la ménade—. ¿Quieres que lo averigüe para ti?

—Sí, por favor —le rogó.

—Está bien.

Escrutó a la gente y extendió un dedo torcido hacia Huevos. Tara se aferró a su brazo, como si quisiera impedir que se lo fuesen a quitar, pero él descendió los peldaños y se dirigió hacia la ménade con una sonrisa burlona.

—¿Eres una mujer? —preguntó Huevos.

—Ni en tus sueños más atrevidos —dijo Callisto—. Has tomado mucho vino —le tocó con su tirso.

—Ah, claro —convino. Ya no se reía. Miró a los ojos de Callisto, se estremeció y sufrió una sacudida. Sus ojos brillaban. Miré a Bill y comprobé que tenía la mirada clavada en el suelo. Eric miraba al capó de su coche. Ajena a la atención de todos, empecé a arrastrarme hacia Bill.

La situación pintaba muy mal.

El perro trotó junto a mí, golpeándome con el hocico ansiosamente. Tuve la sensación de que quería que me moviera más deprisa. Llegué hasta las piernas de Bill y me aferré a ellas. Sentí su mano en mi pelo. Estaba demasiado asustada para realizar el llamativo movimiento de ponerme de pie.

Callisto rodeó a Huevos con sus delgados brazos y empezó a susurrarle algo. El asintió ante sus palabras y devolvió el susurro. Ella le besó, y él se puso rígido. Cuando ella lo dejó para deslizarse por la terraza, él se quedó inmóvil, mirando hacia el bosque.

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