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Authors: Patrick Dunne

Tags: #Intriga

Villancico por los muertos (43 page)

Me quedé viendo el ballet durante un rato y luego me fui a la cocina. Aprovechando que mi madre estaba de espaldas, piqué un poco de jamón y me lo metí en la boca; estaba tan delicioso y especiado como siempre.

—Me voy a dormir —dijo, mientras colocaba las últimas cosas en el lavaplatos—. No te acuestes muy tarde. Pareces agotada.

—No lo haré —le contesté dándole un beso en la mejilla cuando pasó.

Cogí un cartón de leche del frigorífico y estaba a punto de darle un sorbo cuando observé algo que no me cuadraba entre los juguetes de Eoín que se hallaban amontonados en una cesta sobre la encimera. Dejé la leche y aparté a Spiderman a un lado para descubrir la talla que Keelan había intentado vender a Traynor.

Con todo lo que pasó, me había olvidado completamente de ella. El último recuerdo que tenía era de Gallagher pasándosela de una mano a otra. Supuse que se la había llevado como prueba, pero debió de escurrirse por un lateral del sofá, y Eoín la encontró. Tenía todo el aspecto de que había estado jugando con ella todo el día.

Llené la taza, me senté en un taburete y saqué la talla. Richard y Greta asomaron la cabeza por la puerta para dar las buenas noches. Miré la hora: era casi medianoche. Finian ya habría llegado y estaría disfrutando de un vaso de vino en estos momentos. Le mandé un mensaje pidiéndole que me llamara y puse el móvil en silencio.

Como símbolos de fertilidad, las mujeres han sido representadas de todas las formas que la naturaleza ha permitido, y más: desde caderas con forma de balón, musas paticortas con anchos estómagos y pechos balanceantes, hasta estilizados y finos arquetipos de figuras abstractas. La pequeña talla que sostenía en mi mano tenía las proporciones de una mujer baja y robusta. Su rostro era una máscara serena con el pelo liso pegado a cada lado, la nariz y las cejas formando una T alrededor de los ojos almendrados y la boca con un rictus enigmático. A excepción de la cinta del pelo y de un adorno en el cuello, estaba desnuda. Sus manos se ahuecaban bajo sus pechos en forma de manzana; bajo ellos, el vientre ligeramente curvado, y más abajo un triángulo entre las piernas cruzadas pudorosamente.

Por alguna razón, de espaldas su desnudez era más sensual, posiblemente porque sus caderas y nalgas eran más suaves y redondeadas y el collar le añadía un punto de coquetería. Si ésta era la hermana fea, entonces Ricitos de oro debía de ser impresionante. Observé también que la incisión del cuello era un intento de representar un torques, el símbolo de la fertilidad de la diosa.

Puse la figura boca abajo y comprobé que estaba hueca: la cavidad del hueso animal del que había sido tallada formaba una abertura circular en las plantas de los pies. Había algo extrañamente antinatural en ella. Encontré mi lupa y examiné la base del hueso. La entrada de la cavidad había sido deliberadamente agrandada y redondeada, creando una muesca que recorría el interior del borde.

¿Qué significaría? ¿Habría estado la figura originariamente pegada a algo? Si era, como yo había supuesto en un principio, otro adorno que Mona lucía alrededor del cuello, ¿por qué no tenía ningún aro o perforación a través del cual pudiera colgarse de una cinta de cuero?

Entonces lo entendí. Este objeto había estado colgado de la otra talla.

Mi móvil vibró. Era Finian.

—¿Qué tal estás? ¿Lo ves todo de color de rosa? —apunté en voz baja.

—Sí, mi amor. Pero estoy seguro de que algo te ronda la cabeza. ¿Qué es?

—Estoy preocupada por el inspector Gallagher —y le puse al corriente.

Finian trató de ser positivo.

—A estas alturas, si tenía que visitar a su familia y no ha aparecido, puedes apostar a que tiene que haber un montón de policías buscándolo.

Eso no se me había ocurrido, quizá por lo que me había dicho Fitzgibbon sobre la relación de Gallagher y su ex mujer. Pero al menos sirvió para tranquilizarme un poco.

—Hay algo más que quiero contarte —le describí la figurita y cómo pensaba que podía haber servido de colgante.

—¿Por qué no lo compruebas? Todavía tienes la otra, ¿no es así?

—Sí. Tienes razón. Espera un segundo.

Con el teléfono y la talla en una mano, entré en la oficina, encendí las luces y abrí los cajones del escritorio. Al fondo de uno de ellos estaba la bolsa de plástico que contenía el colgante fálico. Sujeté el teléfono con la barbilla y fui contándoselo a Finian mientras lo sacaba de la bolsa y lo introducía en la figura hueca, al final de la base.

—Si sólo… —apreté un poco más y la coloqué en su posición enrasada con los pies—. Eh, adivina, no sólo encajan, sino que nunca te imaginarías lo que es. Se trata de una pieza con un trabajo muy preciso…

—Por lo que me estás describiendo, se llevaba boca abajo.

—Sí.

—A mí me parece que tiene pinta de ser una especie de relicario portátil, un objeto sagrado. Debía de llevarlo bajo la ropa, aunque incluso si ocasionalmente quedara a la vista, no sería fácilmente reconocible, al menos no el símbolo implícito en él.

—Entonces es un amuleto de fertilidad que simboliza los dos principios masculino y femenino. No proviene de una religión con un único dios o diosa, sino de una que veneraba a ambos.

—Y que obviamente conmemoraba todo lo relativo al sexo. Lo que encaja perfectamente con algo que he estado pensando durante los últimos días. Es un hecho histórico que los anglo-normandos recibieran el beneplácito papal para invadir Irlanda mucho antes de que pusieran un pie en ella. Y lo consiguieron acusándonos de todo tipo de vicios que necesitaban redención, en concreto los sexuales. Por lo tanto podría decirse que justificaron sus actos alegando que estaban emprendiendo una cruzada moral. Y supongo que eso significaba que tenían que encontrar unas pobres víctimas y usarlas como ejemplo. Creo que el colgante de Mona fue descubierto y levantó las sospechas de que ella tuviera un especial interés en los placeres de la carne. Puede que incluso fuera contemplada como una sacerdotisa pagana. Eso es seguramente el motivo de su muerte.

—Un poco exagerado, diría yo, incluso para aquellos tiempos.

—Desgraciadamente para la gente como Mona, tras los sucesivos concilios celebrados en San Juan de Letrán se obsesionaron cada vez más con la herejía y pidieron a los poderes seglares que lucharan contra ella. Si a eso añadimos el hecho de que Enrique II estaba intentando ganarse los favores del Papa después de haber asesinado a Thomas Becket, ya tienes la fórmula para semejante caza de brujas.

Y como la hermana Campion me había recordado, Enrique llegó a Irlanda en 1171.

Capítulo 34

«Hace mucho, mucho tiempo, en pleno invierno, mientras la nieve caía como plumas del cielo, una hermosa reina estaba cosiendo cuando, accidentalmente, se pinchó el dedo con una hoja de acebo y tres gotas de sangre cayeron en la nieve. Entonces ella exclamó: “¡Si pudiera tener una hija con la piel tan blanca y las mejillas tan sonrosadas!”

»Las mejillas tan rojas como las bayas, la piel tan negra como el carbón…

»Espejito, espejito, ¿quién es la más hermosa de nosotras? ¿Greta Ricitos de oro? ¿La hermana Campion? ¿El Dios sol?

»La fea hermana Ursula bajó corriendo las escaleras de la abadía lo más rápido que pudo… El reloj marcaba el amanecer. “Traed a Ricitos de oro a Monashee”, dijo Úrsula; “acuchilladla hasta que muera y traedme de vuelta sus labios, orejas y ojos…”

»Cenicienta perdió su espejo al huir de la cripta… Hay muerte en el cristal, sangre en la nieve, demonios en la abadía…

»Lully, lullay, al pequeño niño…

»Si pudiera tener un hijo… ¡No! Herodes y Enrique derramarán su sangre… Entonces su piel se volverá blanca como la nieve, tan negra como el carbón…

»¿Querrías tener un hijo así?»

—¡No, nunca!

Me desperté, sobresaltada por mi propia voz, con el corazón desbocado. Podía sentir la aspereza de mi garganta a causa del grito.

La inconexa pesadilla me había dejado a las puertas de alguna revelación que se diluyó en el mismo momento en que traté de llevarla a la consciencia. El reloj señalaba las 4.05. Muy pronto sería la mañana de Navidad en el hogar de los Bowe. Eoín se despertaría en unas tres horas o menos, a juzgar por mi infancia y la de Richard. Comprobé de nuevo el móvil. No había ningún mensaje de Gallagher. «Si no tienes noticias mías, ven a rescatarme».

Esto era ridículo. Gallagher estaría profundamente dormido en su cama. Pero necesitaba estar segura. Y eso significaba ir hasta allí por mi cuenta. Finian estaba en Galway; Seamus Crean, indispuesto, y posiblemente en el hospital; y no quería arruinar la magia de la Nochebuena despertando a mi hermano o a Fran.

Hice un trato conmigo misma. Si llegaba hasta la abadía y no veía su coche, entonces daría la vuelta y volvería satisfecha.

No encontré un solo vehículo en los treinta kilómetros de carretera, aunque a lo largo de todo el camino me crucé con sombras que se fundían en el borde de la hierba, ojos rojos centelleando tras los setos. Hay algunas épocas del año en las que los humanos desaparecen. Esta era una de ellas, y las criaturas de la noche se estaban aprovechando.

Lo mismo que harían las monjas de la abadía de Grange. Finalmente había llegado a la conclusión de que la Navidad sería seguramente el día del año en el que estaban libres de sus votos. Cuando la hermana Campion me había contado lo de liberarse de ellos como un tecnicismo, había estado a punto de revelarme la fecha, aunque se dio cuenta y reaccionó a tiempo. Sin embargo, a continuación hizo referencia al periodo de Navidad y al rey Enrique, lo que ahora veía como una revelación inconsciente. No es que creyera que las monjas necesitaban un castigo por lo que fuera que estuvieran tramando, sino que simplemente intuía que era la propia Geraldine Campion la que quería hacerlo siguiendo las normas.

Estaba empezando a descender hacia el valle cercano a Newgrange cuando me topé con la niebla que me acompañó mientras ascendía, alejándome del río hacia la abadía de Grange. Fui a paso de tortuga por la estrecha carretera, examinando cada entrada, hasta que divisé
«La Croix du Dragon…»

La niebla espesó aún más mientras bajaba por la avenida, y para cuando llegué a la abadía era imposible ver nada. Tuve que abrir la ventana y escuchar el crujido de la grava para asegurarme de que estaba en el patio de entrada. Al apagar los faros, me encontré sumida en las tinieblas hasta que abrí la guantera para coger la linterna. Salí del coche y comprobé que no servía de nada dirigir la luz hacia el frente, por lo que enfoqué hacia mis pies, que acababan de pisar la grava.

Con la visibilidad bajo cero no era capaz de saber si el coche de Gallagher estaba aparcado fuera o no, salvo que me tropezara con él. Después de dar algunos pasos me di cuenta de que ni siquiera podía ver en qué dirección estaba andando. Tracé un círculo con la luz pero no conseguí orientarme. Encontrar el camino de vuelta al coche iba a ser un problema. Entonces mi pie chocó con algo y vi la esquina del primer escalón que llevaba a la puerta de la casa.

Vislumbré una luz rodeada por un halo de niebla. Cuando llegué al final de los escalones, ésta se apagó y pude ver un oscuro resplandor detrás del cristal de la puerta. Entonces observé que ésta no estaba totalmente cerrada. Empujé hacia dentro. No habían echado el cerrojo; alguien debía de haber salido recientemente de la casa con la intención de volver a entrar.

El vestíbulo inmediato a la puerta estaba encendido, pero las escaleras y el resto permanecían a oscuras. Dirigí la linterna hacia las escaleras y vi que la alfombra había sido recogida. El lugar parecía desierto. Tuve que enfrentarme a una difícil elección: encontrar el camino de vuelta al coche y esperar fuera hasta que la niebla se disipara, o quedarme allí, donde al menos podía ver a mi alrededor. Me decidí y fui hacia las escaleras. Dos rellanos más arriba llegué a un largo pasillo y empecé a recorrerlo. Había habitaciones a ambos lados; las puertas estaban todas abiertas, y dirigí la linterna al interior de cada una al pasar. Ninguna tenía muebles. Al acercarme al final de los dormitorios, decidí encender la luz de una de las habitaciones para poder contemplarla mejor. Tuve que intentarlo en tres de ellas antes de encontrar un interruptor que funcionara.

Al suelo de madera le faltaban algunos listones, el yeso de las paredes estaba desconchado, los marcos de las ventanas llenos de polvo, y una bombilla desnuda colgaba del cable de la luz. Nadie había ocupado esta habitación, ni ninguna de las otras, durante mucho tiempo.

Apagué la luz y continué hasta el final del pasillo, llegando hasta una galería de techos altos que daba al claustro. Me dirigí hacia la iglesia guiada de una repentina ayuda: podía oír a las monjas cantando. ¿Qué hora de los oficios divinos era ésa? Miré el reloj, las 5.50. Los maitines eran alrededor de la medianoche, o una hora después como mucho, y después seguía, ¿el qué? Los laudes al romper el día. Pero faltaban todavía dos horas para que saliera el sol.

Me metí por una puerta del fondo de la galería y me encontré en un rellano. De allí partían otras dos puertas: la de la izquierda bajaba hacia el claustro, la de enfrente debía de ser la entrada a la iglesia.

Abrí la puerta de la iglesia, que crujió, y me asomé. Unos cuantos escalones de piedra llevaban hacia el transepto sur, que estaba en semi-penumbra. Pero había luces encendidas en la nave y mientras bajaba los escalones pude ver que también había luz a lo largo de los muros de ambos lados, revelando un interior totalmente vacío. A mi derecha, el altar de mármol estaba todavía en su lugar, en el presbiterio, pero no había nada más. A mi izquierda el suelo estaba desnudo hasta la puerta oeste, que parecía cerrada.

Las voces venían de detrás del altar; las monjas debían de estar reunidas al final del presbiterio. Escuché, tratando de entender lo que decían.

In hoc anni circulo…
En esta época del año…

Vita datur saeculo…
La vida vuelve a nacer…

Ascendí por los escalones del altar y me asomé. Directamente detrás, un rectángulo de rejas de hierro con una puerta en un extremo bordeaba los escalones de la cripta. Apoyados contra la reja y esparcidos alrededor había picos y martillos, un taladro, baldes, tablones y un par de carretillas.

Las monjas estaban llegando al final del villancico. Bajé la cabeza y rodeé el lateral del altar para tener una mejor visión del extremo este de la iglesia. Estaba vacío, pero cerca de la entrada a la cripta había una mesa de borriquetas, sobre la cual podía verse, sorprendentemente, un aparato de música con dos altavoces.

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