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Authors: David Mamet

Tags: #Ensayo, Referencia

Una profesión de putas (39 page)

BOOK: Una profesión de putas
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Como en el caso de cualquier grupo oprimido, las ventajas no son
concedidas
, sino conquistadas, y por eso la visión de una mujer pilotando un avión de línea representa un saludable reproche para el hombre; algo así como «he llegado hasta aquí sin tu ayuda, y ni siquiera te imaginas lo difícil que me ha resultado. ¿Crees que

serías capaz de hacer lo mismo?».

Y a los jóvenes del público que no han tenido el ejemplo de James Bond con su armamento ni Hugh Hefner con su albornoz, les ofrezco las siguientes observaciones:

Nuestro Mundo Occidental está involucionando hacia una sociedad más primitiva y más eficaz. Cuando esa sociedad más primitiva haya arraigado, vosotros o vuestros descendientes sabréis llevaros bien con las mujeres obedeciendo la tradición, la religión y siguiendo los consejos de vuestro tío. Mientras tanto: 1) sed directos; 2) recordad que las mujeres, al ser más inteligentes que los hombres, responden a la cortesía y la amabilidad; 3) si queréis saber qué tal esposa será una muchacha, observad cómo funciona con sus padres; 4) en cuanto a quién sale primero del ascensor, ahí no puedo ayudaros.

El lobo de Central Park

Las bicicletas y los perros no son bien recibidos en la pista de más arriba del estanque de Central Park. Hay letreros indicando que no están permitidos, pero la única sanción que se aplica a los infractores es una mirada indignada por parte de los corredores a los que dicha pista está consagrada.

Por alguna razón, la costumbre es que los corredores recorran la pista en sentido contrario al de las agujas del reloj. La verdad es que, en cualquier momento dado, puede haber una mayoría de corredores corriendo en el sentido de las agujas del reloj, pero tanto ellos como los que se cruzan con ellos son conscientes de que están corriendo
en dirección contraria
.

Hasta el miércoles pasado (28 de marzo), lo más emocionante que me había sucedido corriendo alrededor del estanque me ocurrió la primavera pasada: un tipo sentado junto a la casa de bombas del sur señalaba hacia mí cada vez que pasaba frente a él y, sin razón aparente, me gritaba «Bula, bula». Más tarde me di cuenta de que llevaba puesta la camiseta de Yale de un primo mío.

El miércoles pasado iba corriendo por la pista en sentido contrario a las agujas del reloj y vi un perro pastor alemán que caminaba despacio hacia mí. Queriendo ejercer mis prerrogativas, traté de localizar a su dueño para mirarlo indignado, pero no vi a nadie.

El perro era blanco y canelo, con una herida en el costado izquierdo, y no llevaba collar.

«Tendría gracia», pensé, «que fuera un perro rabioso. Me vería obligado a saltar la valla. Alguien debería llamar a la policía».

A la vuelta siguiente, al pasar por la casa de bombas del sur en dirección norte, por el lado de la Quinta avenida, vi de nuevo al perro, que seguía andando en la misma dirección. Un momento después, varios vehículos marciales aparecieron en el camino de herradura que discurre bajo la pista.

Llegaron primero dos coches de policía, rodando muy deprisa marcha atrás. Les seguían un coche patrulla que avanzaba normalmente, una furgoneta blanca y más coches de policía.

Gamo no me crié en Nueva York, me siento muy orgulloso de entender sus peculiaridades, y me alegré de captar al instante el significado de aquella procesión: alguien estaba filmando una persecución de coches (algo relativamente frecuente en los alrededores de Central Park).

Eché a correr de nuevo hacia el norte, cuando oí atronar los altavoces de uno de los coches de policía: «¡Apártense del perro! ¡Apártense del perro!» Miré hacia atrás y vi que los coches se habían detenido a la altura del perro y que los policías estaban saliendo de sus coches.

«Estupendo», me dije. «Tú sí que conoces Nueva York. Evidentemente, el perro es el protagonista de la escena. Evidentemente, él es el objeto de la persecución. Debe tratarse de una película sobre un perro rabioso o sobre un perro que sabe dónde están escondidas las joyas, o algo por el estilo.»

Pensándolo bien, estaba claro que tenía que tratarse de un perro adiestrado, perfectamente capaz de rondar en tomo al estanque sin control humano. Era un perro amaestrado, y debía haber cámaras ocultas filmando su avance alrededor del estanque. A lo mejor, yo también salía en la película.

La policía seguía gritando «¡Apártense del perro! ¡Apártense del estanque!». Volví la mirada y los vi trepando por el terraplén en dirección al perro, acompañados por un hombre y una mujer que llevaban lazos corredizos y que acababan de apearse de un sedán blanco con las siglas A.S.P.C.A.

Al llegar a la escalinata de la calle 86 le pregunté a otra corredora si sabía qué estaba pasando. «Es un lobo», me dijo.

El lobo se asustó y echó a correr alrededor del estanque, en el sentido de las agujas del reloj. La policía y los del A.S.P.C.A subieron apresuradamente a sus vehículos y lo persiguieron.

Yo seguí corriendo hacia el norte y pude ver bien la persecución: el centelleo de las luces policiales y los altavoces que voceaban «¡Apártense del perro!» sobresaltaban a los corredores que miraban indignados.

La persecución concluyó en la casa de bombas del norte, con la policía y la gente del A.S.P.C.A. amontonándose en la pista de hormigón y los corredores y paseantes relegados al camino de herradura.

Las radios de los coches y la furgoneta no paraban de zumbar, y las personas que contemplaban la escena se aseguraban unas a otras que todo iba bien.

Dos miembros de la Brigada de Emergencia del A.S.P.C.A., de aspecto muy competente, permanecían sentados en su furgoneta. Me acerqué a ellos y les pregunté qué ocurría. Me dijeron que habían capturado un lobo. Les pregunté qué estaba haciendo un lobo en Central Park, y me dijeron que se había escapado la noche anterior del refugio de animales del East Side. Llevaban varias horas buscándolo.

Les pregunté qué hacía un lobo en su refugio de Manhattan, y me dijeron que su dueño lo había llevado allí.

Más tarde, cuando les conté la historia a mis amigos, la opinión mayoritaria fue que alguien habría comprado un cachorro de lobo como mascota, para conmemorar alguna ocasión especial, y, como sucede con las tortugas, las iguanas, los caimanes o los pollitos de Pascua, el cachorro había crecido hasta dejar de constituir una mascota aceptable.

Introducción a
Un manual práctico para actores

La mayor parte del adiestramiento para la actuación se basa en la vergüenza y la culpa. Si has estudiado actuación, sin duda te habrán pedido que hagas ejercicios que no comprendías, y cuando los hiciste mal, según sentenció tu profesor, te sometiste culpablemente a las críticas. También te habrán pedido que hagas ejercicios que sí comprendías, pero cuya aplicación al oficio de actuar se te escapaba por completo, y te dio vergüenza pedir que te explicaran su utilidad.

Mientras hacías estos ejercicios te parecía que todos a tu alrededor comprendían su propósito excepto tú, así que, sintiéndote culpable, aprendiste a fingir. Aprendiste a fingir «oler el café» en los ejercicios sensoriales. Aprendiste a fingir que el «ejercicio del espejo» era agotador y que, si lo hacías bien, contribuiría de algún modo a ponerte más a cono en el escenario. Aprendiste a fingir «oír la música con los dedos de los pies» y «utilizar el espacio».

Mientras pasabas de una clase a la siguiente y de un profesor al siguiente ocurrieron dos cosas: puesto que eres humano, tu necesidad de creer acabó por imponerse. Te repugnaba creer que tus profesores eran unos farsantes, así que empezaste a creer que
tú mismo
eras un farsante. Este autodesprecio se convirtió en desprecio hacia todos aquellos que no compartían la orientación particular de tu escuela de aprendizaje.

Aun manteniendo una apariencia exterior de estudio constante, empezaste a creer que no existía una técnica de actuación real y practicable, y ésta era la única creencia posible que los hechos respaldaban. Ahora bien, ¿cómo sé todas estas cosas acerca de ti? Las sé porque yo también las sufrí. Las sufrí durante un largo tiempo como estudiante de actuación y como actor. Las sufro de segunda mano como profesor de actuación, como director y como dramaturgo.

Sé que eres aplicado y anhelante; que anhelas aprender, anhelas
creer
, anhelas encontrar la manera de llevar al escenario ese arte que percibes en tu interior. Estás legítimamente dispuesto a sacrificarte, y crees que el sacrificio que se te exige es tu sumisión a la voluntad de un profesor. Pero el sacrificio exigido es aún más exigente: debes seguir los dictados de tu sentido común.

Estaría muy bien que hubiera muchos grandes profesores de actuación, pero no los hay. La mayor parte de los profesores, por desgracia, son unos farsantes, y para sobrevivir dependen de tu complicidad. Esto no sólo te priva de un adiestramiento adecuado, sino que también ahoga tu mayor don como artista: tu sentido de la verdad. Es este sentido de la verdad, junto con cierta sencillez y la sensación de maravilla y reverencia —cosas que tú ya posees— lo que ha de revitalizar el teatro.

¿Cómo lograrás trasladar eso al escenario? La respuesta a esta pregunta puede reducirse a una sencilla filosofía estoica: sé aquello que deseas parecer.

Stanislavsky escribió que deberías «actuar bien o mal, pero actuar verdaderamente». No depende de ti que tu actuación sea brillante; lo único que está bajo tu control es tu intención. No depende de ti que tu carrera sea brillante; lo único que está bajo tu control es tu intención.

Si pretendes manipular, lucirte, impresionar, puede que experimentes un sufrimiento moderado y triunfos placenteros. Si quieres seguir la verdad que percibes en tu interior —seguir tu sentido común y obligar a tu voluntad a que te sirva en la búsqueda de disciplina y sencillez— conocerás una profunda desesperación y soledad, y dudarás constantemente de ti mismo. Y, si perseveras, el Teatro, al que estás aprendiendo a servir, te recompensará, de vez en cuando, con el mayor alborozo que se puede conocer.

Guerra convencional

Hotel Sahara, Las Vegas, junto a la piscina

A las siete de la mañana, la zona de la piscina se llenó de asambleístas en uniforme de camuflaje. Se anunció que elementos indeseables habían capturado rehenes y se habían hecho fuertes en la tercera planta del hotel. Dichos elementos, terroristas que esgrimían armas automáticas, aparecieron en un balcón y nos enseñaron a los rehenes atados.

Tres hombres con uniformes negros empezaron a descolgarse rápidamente desde el tejado del hotel.

Los jactanciosos terroristas vocearon sus demandas mientras los tres hombres de negro descendían por sus cuerdas y tomaban posiciones encima y a los lados de su balcón. Una granada cayó en medio de los terroristas, las fuerzas atacantes se lanzaron contra el balcón y se oyeron detonaciones de armas de fuego simuladas. Una mujer con traje de noche violeta apareció en el balcón de abajo y miró a su alrededor con extrañeza.

El equipo de S.W.A.T., con sus uniformes negros, surgió de entre el humo del tercer piso y alzó sus armas, indicando que la victoria era suya. Los asambleístas de la piscina —incluyéndome a mí— estallaron en ovaciones. La mujer del segundo piso se encogió de hombros y volvió a entrar en su habitación. El capitán Dale Dye, Medalla Militar de Estados Unidos (retirado) anunció entonces que iba a dar comienzo el campeonato de lucha con bastón.

Esto me interesaba de manera especial, ya que me había apuntado en la lista para competir en dicho campeonato.

Mientras esperaba a que vocearan mi nombre, me preguntaba si sería capaz de aguantar un combate a porrazos con auténticos hombres, o si no sería más que otro Intelectual del Este amariconado, con un gran talento para los diálogos.

¿Qué estaba haciendo en Las Vegas? Había ido a divertirme y a pasar el rato con mi amigo Bagwell y sus amigos.

Sus amigos eran la gente de la revista
Soldado de fortuna
. La revista celebraba su quinto congreso anual en el hotel Sahara. Bagwell, que se gana la vida fabricando cuchillos, es el director de la sección de cuchillos de la revista.

Soldado de fortuna
fue creada hace diez años por el coronel Robert K. Brown, un veterano de las Fuerzas Especiales; y los temas de los que se ocupa la revista estaban bastante bien representados por las actividades del congreso, que incluían una competición con tres armas (rifle, pistola y escopeta) con un jugoso premio de 40.000 dólares en metálico; la Operación Cazador de Cabezas, que era una carrera campo a través de ocho kilómetros, de estilo militar/obstáculos/ orientación/resistencia; saltos en paracaídas; una demostración de potencia de fuego; una exposición de armas; conferencias diversas; campeonato de lucha con bastón; y banquete.

Los congresistas eran hombres —y unas pocas mujeres— interesados en la historia, teoría y práctica de la guerra, y en especial de la guerra no convencional o de guerrillas. En su mayor parte eran miembros o ex miembros de las fuerzas armadas y los cuerpos de seguridad y aficionados a las armas de fuego, y supongo que también habría una o dos personas como yo, que sólo pretendían salir un poco de casa.

Yo nunca había estado en ninguna clase de congreso, y estaba encantado de llevar una de esas etiquetas con tu nombre, que parecen una ridiculez cuando se las ves a otros, pero que resultan de lo más reconfortantes cuando eres tú quien se la pone.

Los congresistas me parecieron gente encantadora. No estaba de acuerdo con algunas de sus ideas, pero tampoco estoy de acuerdo con algunas de
mis propias
ideas, y aun así no soy capaz de librarme de ellas.

Una de las ideas del congreso que me resultó particularmente atractiva fue la del patriotismo sin tapujos. Aquellos tipos parecían amar el concepto de los Estados Unidos de la misma manera que cualquier otro puede amar el concepto del Teatro: como una institución perfecta.

También parecía encantarles el concepto de Pasarlo Bien.

Yo ya me lo estaba pasando fenomenal. El taxi que tomé en el aeropuerto me dejó en el Sahara, y el taxista me preguntó si quería jugarme a cara o cruz los cuatro dólares de la carrera. Dije que de acuerdo y empecé a buscar una moneda, pero él dijo «Alto ahí, usaremos
mi
moneda». «Vale, muy bien», pensé, «todo el mundo tiene que comer». Y el tipo lanzó su moneda y perdió.

«Qué gran comienzo para un Fin de Semana con los Amigotes», pensé. Me inscribí en el hotel y empecé a buscar a Bagwell.

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