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Authors: Jack McDevitt

Un talento para la guerra (16 page)

BOOK: Un talento para la guerra
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«El nombre de una buena persona ha sido injustamente arrastrado por el fango. Si pudiéramos, aunque fuera en cierta medida, ayudar a rectificar su condición, habríamos servido a una causa noble. Y si en el camino lográramos pasar una hora de apacible amistad, embellecida con uno o dos brindis apropiados, ¡cuánto mejor!»

Adrian Coyle

Propósito de la fundación de la Sociedad Talino

Machesney le había dado una pista. Aunque yo sabía positivamente que la referencia era Rashim Machesney, muerto doscientos años atrás (como la mayoría de los protagonistas de este curioso asunto), le di instrucciones a Jacob para que contactara con cualquiera que tuviera ese apellido.

No eran muchos.

Ninguno sabía nada de Gabriel Benedict ni tenía ningún lazo con la Resistencia; nadie había escrito sobre eso, ni se había interesado en los tiempos de la guerra, ni era coleccionista de antigüedades. (Había cierta dificultad en adquirir esta información porque las personas que poseían tan famoso nombre tendían a asumir una actitud teatral cuando les hablábamos de la Resistencia.)

Mi paso siguiente fue aprender lo que pudiera acerca del gran hombre. Pero, si el problema con Leisha Tanner había sido la escasez de datos, en el caso de Machesney sucedía lo contrario. Había una enorme cantidad de cristales, libros, artículos, análisis científicos, de todo. Sin contar las propias obras de Machesney. Jacob contó unos mil cien volúmenes escritos específicamente acerca de él, sobre sus logros científicos y diplomáticos; y muchos, escritos por él mismo. Rashim Machesney había sido tal vez el físico más eminente de su época. Y, cuando se inició la guerra, mientras la mayoría de sus colegas se mantenía neutral, él advirtió acerca del peligro común y decidió apoyar a los dellacondanos «hasta los límites de mis fuerzas». Su mundo natal trató de detenerlo (una vergüenza que a día de hoy aún no han logrado superar) pero Machesney escapó con algunos de sus seguidores y se unió a Sim.

Su valor para la causa confederada fue, hasta donde se sabe, primordial-mente diplomático. Puso en juego su enorme prestigio en el esfuerzo de inducir a los neutrales a unirse a esa guerra desigual. Hizo campañas a través de unos cincuenta mundos, suscribió brillantes tratados, convocó audiencias planetarias, sobrevivió a intentos de asesinato y, en una memorable escapada, fue capturado por el Ashiyyur y rescatado unas horas más tarde. La mayoría de los historiadores le atribuían haber convencido a la Tierra para que interviniese.

—Jacob —dije, saturado ya de tanta información—, de ningún modo puedo procesar todo esto. Hazlo tú; encuentra la relación. Yo voy a intentar otra clase de aproximación.

—¿Qué tengo que buscar exactamente, Alex?

—Resulta difícil. Pero lo sabrás cuando lo veas.

—Eso no ayuda mucho.

Estuve de acuerdo. Le pedí que tratara de trabajar lo mejor posible y me conecté con la institución que había sido creada en memoria de Machesney.

El Instituto Rashim Machesney es en realidad un templo de estirpe griega. Construido en mármol blanco, adornado con graciosas columnas y estatuas, se yergue majestuoso en los bancos del Melony. En la rotonda, puede verse la estatua del gran hombre esculpida en piedra. Más arriba, alrededor de un techo circular, está su famosa frase, dicha a la Legislatura de Toxicón: «Amigos, el peligro espera a que bajemos la guardia».

El Rashim albergaba una estación receptora de datos astronómicos que actuaba como central transmisora a unos mil observatorios de los vuelos de Investigaciones, de las búsquedas en el espacio profundo y de Dios sabe qué. Aunque primordialmente era un muestrario de ciencia y tecnología, un lugar al que la gente llevaba a la familia para ver cómo era la vida en las afueras de los mundos cilíndricos. O cómo los ordenadores y el pulsar Hércules X-l se combinaban para crear el Tiempo Universal Uniforme. Era una simulación de un paseo por un agujero negro ambientado en un teatro.

Por suerte, la biblioteca y la librería estaban bien provistas de material sobre Machesney. Me habría gustado llevar a cabo una investigación en los archivos de la biblioteca para ver si Gabe había hecho su búsqueda, pero el empleado dijo que no era posible obtener ese tipo de información.

—Lo más que podemos hacer es mirar fuera de la guía. Tenemos mejores registros en la línea externa que hay que revisar físicamente. Aunque haya inconvenientes, lo lograremos, pese a todo. —Se encogió de hombros.

—No se preocupe —le dije.

Había ido allí esperando encontrar algún experto para poder hablar en privado y encarar de lleno el asunto. Pero al final me di cuenta de que no podía formular una sola pregunta; así que terminé tomando algunos materiales de la línea externa, los copié en un cristal y los agregué a la pila que ya tenía Jacob. Este no obtuvo ningún progreso en su primera búsqueda.

—Estoy procesando a baja velocidad, para obtener una mejor percepción. Pero eso funcionaría si usted pudiera definir los parámetros de la búsqueda.

—Busca sugerencias acerca de un artefacto perdido —insinué—. Preferentemente un rompecabezas para el cual el doctor Machesney habría de encontrar una solución. O algo que se hubiera perdido, que pudiéramos considerar un artefacto.

Me hice casi experto en Rash Machesney. Arriesgó todo en esa guerra. La comunidad científica lo condenó. Su mundo natal abrió contra él procesos criminales y lo sentenció
in absentia
a dos años de prisión. El Movimiento para la paz denunció su proceder y dijo que debía equiparársele a Iscariote. Y el Ashiyyur lo equiparó a una prostituta, diciendo que vendía su ciencia para fabricar armamentos. Fue un cargo que nunca negó. También fue acusado de ser un excéntrico, un mujeriego y de darle a la botella. Empecé a sentir un afecto especial por él.

Como no llegaba a ninguna parte, me di por vencido después de varias noches. No había indicaciones de nada valioso perdido y ninguna conexión con La Dama Velada. Esa nebulosa estaba lejos del escenario de la guerra. Fue un sitio sin batallas; no había blancos de ataque en sus pliegues ondulantes. (El interés estratégico en La Dama Velada era un tema que solo recientemente estaba empezando a desarrollarse, debido a la expansión de la Confederación en esa zona. Durante el tiempo de Sim, no habría habido ningún punto de avanzada en el interior de la nebulosa, ya que había rutas más fáciles en el corazón de la Confederación. Hoy, sin embargo, las cosas han cambiado.)

Chase se ofreció a ayudar. Acepté. Ella se hizo cargo de leer y mirar un paquete. No era importante.

Cuando la Sociedad Ludik Talino celebró su encuentro mensual al mes siguiente, yo estuve allí.

Jana Khyber tenía razón: era más un encuentro social que académico. La conversación en el vestíbulo se desarrollaba con buen humor y risas, y se veía con claridad que todos estaban dispuestos para una fiesta. Parecía una función de teatro. La gente acudía bien vestida, iba de un lado a otro a saludar, se relacionaban con facilidad. No era el tipo de reunión que uno encontraría en una sociedad de historiadores o de Amigos del Museo Universal.

Vagué de un lado a otro, intercambié algunas frivolidades con un par de mujeres y me aseguré algo para beber. Permanecíamos en una serie de salas de conferencia conectadas, la mayor de las cuales tenía una capacidad de trescientas butacas. Era lo adecuado.

La decoración de aquel lugar denotaba cierta riqueza: alfombras gruesas, paredes tapizadas, candelabros de cristal con velas eléctricas, estanterías talladas, cuadros de Manois y Romfret. La imagen de Talino aparecía expuesta en un retrato en la habitación principal, y la imagen de la arpía de Sim estaba montada en un podio.

Se exhibían además las obras más relevantes de los miembros del centro: historias, análisis de las batallas, debates acerca de varios detalles destacables de esa tan discutida guerra. En su mayor parte habían sido producidos de forma privada, aunque algunos ostentaban el sello de importantes editoriales.

Por encima de la plataforma de los oradores, de nuevo asomaba el
Corsario
de Marcross.

Se estableció un orden del día. Los panelistas evaluarían la validez de los documentos históricos clasificados, examinarían las relaciones entre dos personas que yo no conocía (que resultaron ser dos desconocidas que, podrían haber conocido a Talino y que en la opinión de muchos de aquellos presentes, habrían peleado por sus favores) y estudiarían algunos aspectos esotéricos de las tácticas de batalla del Ashiyyur.

En su momento, la presidenta, una mujer grandota y hostil, con una mirada similar a un rayo láser, nos convocó. Nos dio la bienvenida, presentó a algunos invitados, discurseó acerca de los viejos temas, aceptó el informe del tesorero (mostraba un beneficio considerable) y presentó a un hombre de cara roja que propuso invitar a un «orador» ashiyyurense de Maracaibo Caucus.

Murmurando a mi intercomunicador, le pregunté a Jacob qué era Maracaibo Caucus.

—Está compuesto por oficiales militares retirados —respondió—. Tanto nosotros como los ashiyyurenses estamos dedicados a conservar la paz. Es una de las pocas organizaciones de la Confederación con miembros extranjeros. ¿Qué está pasando allí? ¿Qué es todo ese tumulto?

La audiencia manifestaba su descontento con la sugerencia. El hombre de la cara roja gritó por encima del ruido y fue abucheado. Yo me preguntaba si habría algún lugar en la Confederación en que los sentimientos contra el Ashiyyur fueran tan adversos como en la Sociedad Ludik Talino.

La presidenta volvió a su puesto, mientras el hombre de la cara roja se marchaba con disgusto y se mezclaba con el resto. Se elevó un brindis, seguido de risas y entrechocar de copas. Era un juego. O un ritual.

La presidenta calmó a la audiencia con una mirada amenazante y continuó con la introducción del primer orador de la noche, un hombre alto y calvo que estaba sentado a su lado y que trataba de no mostrarse afectado por la cantidad usual de elogios. Cuando ella hubo concluido y anunció su nombre, Wyler, él ascendió a la tarima y se aclaró la voz.

—Señoras, señores, estoy encantado de estar con ustedes esta noche. —Levantó el mentón con delicadeza y adoptó una pose que debió de considerar de la mayor dignidad. De hecho, tenía una figura desagradable, todo codos y ángulos desiguales, con cejas como alambres y un tic nervioso—. Han pasado varios años desde la última vez que estuve en esta habitación. Muchas cosas han cambiado. Me pregunto solo una: si la guerra no está otra vez, como entonces, a la vuelta de la esquina. Ciertamente, cunde la desestabilización. En cada lugar que visito hay reclamos de independencia. —Sacudió la cabeza e hizo un ademán con la mano, balanceándola—. Bueno, no importa realmente. Esta noche estamos juntos, y sospecho que, pase lo que pase fuera, la Sociedad Talino continuará sirviendo como baluarte de civilización. —Le brillaban los ojos, y apuntó con un dedo hacia el candelabro—. Yo recuerdo que estaba sentado allí…

Miré en la dirección que señalaba, volví a mirar al orador y tomé conciencia de haber visto a alguien conocido.

Cuando miré de nuevo, cuando me fijé en la mujer cuya cara había captado mi atención, solo vi a una extraña. Aunque había algo familiar en la curva graciosa de su cuello y en sus pómulos, o tal vez en la expresión casi introspectiva o la gracia sutil con la que se llevaba la copa a los labios.

Yo conocía ese rostro. No podía relacionarlo con un nombre, aunque ella era demasiado atractiva como para haberla olvidado.

—Yo era todavía joven cuando llegué por primera vez a Rimway. Estaba fascinado por los misterios que rodeaban la vida y la muerte de Talino. He ahí un hombre que había peleado por los dellacondanos contra Toxicón, y antes contra Cormoral, y antes contra los toscanos. Había recibido casi todos los premios al valor que su mundo podía ofrecerle. Estuvo a punto de morir al menos en dos ocasiones. Y una vez, incluso se negó a salir de una nave dañada solo para auxiliar a un amigo, sin saber si llegaría el rescate. ¿Tiene alguien idea de lo que significa estar allí, frente al vacío, sin nada más que un delgado traje de presión
? ¿
Sin ningún lazo con el hogar más que la débil señal de una radio? Creedme, eso no lo hace un cobarde.

Al otro lado del cuarto, la mujer se había fijado en mí. Concentraba su atención en el orador y miraba a su derecha, pero nunca en mi dirección. ¿Quién diablos sería?

—Cómo podía ese hombre, me preguntaba a mí mismo, abandonar su puesto en un momento tan crítico. La única respuesta era que no pudo hacerlo. Debía de haber otra explicación. Así, como estudiante recién graduado, yo estaba ansioso por tener la oportunidad de volver aquí a buscar la explicación en el lugar donde Talino había pasado la mayor parte de su vida, para estudiar los documentos de primera mano, caminar por donde él había caminado, y sentir lo que habría sentido en esos años finales. No debéis sorprenderos al saber que, durante mi primer día en Andiquar, visité la casa Hatchmore, donde él murió.

Se retiró del podio momentáneamente, buscó un vaso y lo llenó de agua helada antes de continuar.

—Recuerdo haber estado fuera de la habitación del segundo piso donde lo habían reducido y pensaba que casi podía sentir su presencia. Lo que muestra el poder de la imaginación. Tuve luego mucho tiempo para meditar acerca de la verdad de todos esos asuntos. Y la verdad es que el hombre que murió en Rimway hace ciento cincuenta años proclamando su inocencia no era Ludik Talino.

La audiencia estalló. La mujer, tal vez conmovida por la noticia, me miró directamente. Yo, irritado por una aserción que sabía falsa, ¡de pronto me di cuenta de quién era! Era una niña, todavía no había llegado a la adolescencia, cuando la vi por última vez. Su nombre era Quinda y acostumbraba a ir con su abuelo a visitar a Gabe.

—Era en realidad Jeffrey Kolm, un actor —continuó Wyler—. Kolm desempeñaba el papel de custodio del trono en
Omicar
; era el emisario que era asesinado casi en el mismo momento en que ponía el pie en el escenario en
César y Cleopatra
, y el que dejaba el mensaje crítico en
Trinidad.
Esta carrera no debe de haber sido muy satisfactoria y, ciertamente, tampoco lucrativa. Kolm tuvo distintos oficios, la mayoría subvencionados. Por lo que no es difícil pensar que buscara algo mejor para obtener un buen beneficio. Encontró la oportunidad en el papel de Ludik Talino.

»Pensadlo, después de Rigel solo había confusión. Sim había muerto. Los dellacondanos estaban desesperados, la guerra aparentemente perdida. Nadie sabía con precisión qué había ocurrido ni lo que pasaría. Los mundos de la Confederación buscaban sobrevivir diplomática y militarmente, y nadie prestaba demasiada atención a los detalles de los sucesos de Rigel.

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