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Authors: Fernando Alberca

Tags: #Pedagogía

Todos los niños pueden ser Einstein (8 page)

— Necesidad de poder.

A estas tres descritas por Keller, habría que añadir una más:

— La necesidad de llamar la atención.

3°. Expectativas:

Las expectativas del niño y adolescente son fruto del concepto de sí mismo y lo eficaz que se considere.

Si es escasa o excesiva, en ambos casos, puede llevar al fracaso.

La confianza que padres y profesores ponen en el niño son pilares de su motivación.

Si ante un problema un niño piensa que lo más probable es que fracase, por experiencias anteriores o porque así se lo han advertido, lo normal es que no consiga superar el obstáculo. Al contrario, si cree que puede y así lo ha oído a sus padres y profesores, lo más probable es que lo supere.

A menudo son los juicios de los profesores los que hacen que un alumno sepa que puede solucionar un problema y lo solucione. Y al contrario.

4°. Resultados o consecuencias:

Si alguien estudió o hizo algo y el resultado conllevó una recompensa, esta generará la motivación necesaria para afrontar el estudio del siguiente texto o para hacer lo siguiente.

Si no hubo aquella primera recompensa, la motivación o no aparece o lo hace con menor intensidad.

De las motivaciones externas a las internas

Las motivaciones externas (premios y castigos, por ejemplo) pueden pasar a internas cuando, como consecuencia de las gratificaciones recibidas por cuanto se hizo con motivación externa, han sido tan satisfactorias en lo emocional y afectivo, que se acaban interiorizando.

Esto es muy frecuente con el estudio. Hay niños que estudian ocasionalmente por lograr un premio, y al hacerlo les satisface tanto emocionalmente el éxito conseguido de una nota y la repercusión en el entorno, que el conocimiento adquirido le mueve a seguir estudiando esa asignatura.

Evitar un fracaso o lograr un éxito

La mayoría de niños encuentran motivación para estudiar o hacer algo en intentar lograr un éxito. Pero hay otros cuya motivación radica en intentar evitar el fracaso que temen, si no lo consiguen hacer bien. Estos niños motivados por miedo al fracaso son:

— Los que tienen dificultades para obtener resultados incluso mediocres: Para salir de este pozo, no deben ponerse metas demasiado altas ni demasiado bajas. Deben escoger metas accesibles, en las que pueda triunfar, y así aumentar su confianza.

— Los que sacando resultados mediocres, presumen ante cualquier éxito: Deben ser alabados solo en lo que merece la pena destacar de su logro y silenciar el resto, para que adquieran un mayor realismo sobre su capacidad.

— Los que eluden las tareas, escolares o domésticas: Deben mandárseles tareas que realicen bien y con cierta satisfacción desde el inicio e ir estimulándoles para resolver tareas cada vez más complicadas.

— Los serviles ante la autoridad o ante los compañeros más inteligentes.

— Los que por falta de conocimientos básicos, ven las tareas más difíciles de lo que son.

Como un piano

La persona es como un piano. Cuantiosas teclas, cuerdas que emiten notas capaces de infinitas melodías. Pero un piano en manos de un aficionado es incomparable a lo que puede dar de sí en manos de un prestigioso músico, capaz de las melodías más grandiosas de la humanidad.

Solo dependiendo de quien esté tras el piano. Porque el piano en sí es el mismo. Cuanto es capaz un niño y un adolescente, al igual que el piano, depende de quien esté detrás estimulando su motivación.

Controlar lo que ocurre

Cuando una persona e incluso un animal se da cuenta de que no puede controlar lo que le ocurre, ni controlar cómo le ocurre, se vuelve pasivo o tiende a huir de aquella situación:

— Dejando de aprender. Su motivación se derrumba.

— Otras, ausentándose. Si no le es posible físicamente fingiendo enfermedades, lo hará psicológicamente, con la imaginación.

— Aislándose.

— Mostrando pasividad.

— Indecisión.

— O agresión contra sí mismo, contra los profesores, padres, instituciones o contra los demás en general. Provocando comportamientos con los que espera ser castigado o expulsado.

Por el contrario, una persona siente que tiene el control de cuanto le ocurre y cómo sucede, cuando cree que los acontecimientos dependen de su propio comportamiento y habilidad.

Los niños que triunfan

Los niños que triunfan tienen la sensación de poderlo controlar todo.

Los que fracasan adquieren un sentimiento de minusvalía y escasa capacidad de control. Lo que quieren o desean se les escapa de las manos.

Si a los niños se les hace responsables y libres para conseguir sus logros, los alcanzarán mejor que si se les obliga.

La influencia materna

Richard Teevan, de la Universidad de Albany (Nueva York), ha demostrado que cuando las madres reaccionan ante los logros de sus hijos de manera objetiva y neutral, aparece por lo general en el hijo la motivación de evitar un miedo al fracaso más que una necesidad de logro, que sería la óptima.

Los niños que se mueven por evitar el fracaso se fijan metas muy bajas para estar seguros de alcanzarlas y se niegan a correr riesgos en cuestiones intelectuales. Prefieren decir
«no lo sé»
. Tirar la toalla, antes del combate.

Como consecuencia, reciben de la propia madre castigos o gestos de desaprobación y decepción. Por lo que su motivación decrece aún más.

La influencia paterna

Los estudios del profesor John McClelland revelan una estrecha relación entre la actitud del padre y el grado de motivación del hijo.

Muchos niños con excesiva necesidad de logro, también dañina, tienen padres distantes y demasiado exigentes.

Con poca comprensión de las verdaderas necesidades y facultades del niño, que insisten en exigirles una excelencia por encima de la realidad en lo que el niño intenta.

Solo la perfección les parece buena; pero hay estudios, como los de Turner, de la Universidad de Nueva York, que asocian estos padres desproporcionadamente exigentes, con hombres:

— Que se dedican profesionalmente a trabajar con objetos y no con personas.

— Que tienen pocas responsabilidades y escasas oportunidades de tomar decisiones independientes.

— Con pocas ocasiones de ejercer la autoridad en el trabajo, lo que buscan compensar en casa.

— Que supervisan a los hijos muy de cerca.

— Que los corrigen con formas demasiado agresivas.

— Y que ponen a los hijos límites muy estrictos en la expresión de su opinión y su propia personalidad.

Por el contrario, los padres de los niños con una saludable necesidad de logro —la óptima—, en su trabajo suelen enfrentarse más con las personas que con las cosas y ocupan puestos que implican responsabilidad y control sobre los demás.

Seis reglas de oro para motivar a un hijo

1. Empezar a alentar su independencia de pensamiento y acción lo más pronto posible.

2. Dejarle hacer las cosas por sí mismo, aunque dude y cometa errores.

3. Recompensarle por sus éxitos. Una palabra de elogio suele ser suficiente. Pero la reacción ante los fracasos ha de ser neutra. No demostrar ningún disgusto. Tratar de ver lo positivo. Indicar la solución de lo negativo y aprovechar el error como valiosa experiencia.

4. Convencerle de un lema:
«El trabajo, aún haciéndolo mal, siempre es valioso»
.Lo que implica que nunca se ha de renunciar a una tarea porque no pueda lograrse la perfección en ella. Que el niño intente lo que crea conveniente, aunque se intuya que fracasará. El ser humano, porque es inteligente, necesita experimentar sus propias limitaciones. Y en consecuencia, tener en cuenta los consejos sabios de sus padres, no va contra su personalidad.

5. En su aprendizaje, no tratar de evitarle cada posible golpe o contratiempo.

6. No ver a los hijos como quienes realizarán las ambiciones de los padres. Puede ser, de forma natural, que los hijos manifiestan gusto por las aficiones que vieron en sus padres, pero han de ser ellos mismos, libremente, quienes opten por ellas y se exijan en consecuencia.

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Esfuerzo + Necesidad = Capacidad

Juan y Esther vinieron a mi despacho. Ambos con la misma preocupación:
«El examen de diciembre tenemos que aprobarlo, es muy importante; además para la media... Queremos los dos hacer Medicina, ¿sabe? Aún falta, pero es que ya estamos agobiados. ¿Qué podemos hacer?, porque necesitamos aprobar»
.
«¿Esta tarde vais a estudiar?»
, pregunté. Se miraron y dijeron sorprendidos y sinceramente:
«Bueno, es que esta tarde y mañana hay Champions League (fútbol en tv)»
. ¿Aprobaron?... Con un 5, por suerte no había fútbol televisado todos los días. La capacidad del ser humano es inimaginable. Cualquier persona ha visto a su alrededor, cercanamente o mediante los medios de comunicación, ejemplos de personas que demuestran una capacidad mayor de lo que se podría pensar que el ser humano es capaz de soportar.

Ninguna persona conoce realmente sus límites. De sufrimiento, felicidad, esfuerzo, ni de logro. Nadie imagina lo que le depara la vida tras una puerta que se abre.

Se dice que querer es poder. Que quien pone los medios, consigue lo que busca. Dicho de otro modo, que es capaz de algo quien se lo propone y pone los medios acertados que le llevan a lograrlo.

Así, la capacidad del hombre sería cuestión de voluntad. Pero la realidad es que muchas personas se proponen metas que no alcanzan. Que quieren poner voluntad y no la ponen. Que no saben dónde encontrar la voluntad. Que no saben siquiera que es la voluntad ni cómo ser voluntarioso.

Querer es poder. Muchos quieren poder. Lo desean. Y no lo logran. La razón es que no es una cuestión de desear, ni siquiera de diseñar los pasos adecuados. Sino de llevarlos a cabo. Tan difícil como eso. Porque muchos niños y adolescentes se ven en el conflicto que les genera frustración y ansiedad de querer algo, pero no hacer nada eficaz para ello o no lo suficiente, y en consecuencia no poder. ¿Saben acaso dónde encontrar las fuerzas reales para hacer lo que aún les falta para conseguir lo que quieren?

Desear no basta. Ya lo saben. Pero experimentan cómo el desear algo va creciendo cada vez más y no aciertan en el diseño de los medios o les faltan las fuerzas en su ejecución. Y el resultado es que no son capaces de lograrlo. Y se sienten mal.

Para lograr algo hay que ser capaz de hacerlo y realmente hacerlo. Pero cómo y dónde encontrar las fuerzas para poner los medios.

¿Cómo?

1° Convenciéndose de la capacidad que tiene el ser humano de lograr la meta que se propone, si pone los medios.

2° Seleccionando y diseñando adecuadamente esos medios que le llevarán a conseguirlo. A veces tendrán que preguntar a alguien experimentado en conseguir la misma meta.

3° Convencerse de que necesita lograrlo. Vitalmente.

4° Convencerse de que es capaz de poner el esfuerzo que requiere la meta que desea. Pensando en momentos en los que sí lo puso. Por ejemplo cuando hacían algo que le gustaba: deporte, hobbie. Imaginarse esa agradable tarea que realizó con esfuerzo y que luego le llenó tanto. E imaginarse capaz del esfuerzo que le llevará al fin que le hará tan feliz.

5° Poner ese esfuerzo. Algo que quizá no está acostumbrado a hacer, pero puede si siente la necesidad tan intensamente como el deseo de conseguir la meta.

La voluntad, a la que dediqué un capítulo en Guía para ser buenos padres de hijos adolescentes (Toromítico) donde explicaba más extensamente esta idea, es solo cuestión de necesidad. Quieres, tienes necesidad, pones esfuerzo... entonces, puedes.

Al poner esfuerzo y añadir la necesidad, la capacidad de cualquier persona se activa. A mayor esfuerzo y mayor necesidad, mayor capacidad.

El niño y el adolescente, como el resto de personas, no conocen sus límites en el esfuerzo cuando realmente están motivados. Se ignora cuánto puede aguantarse hasta el momento en que no le queda a alguien más remedio que hacer algo; o alegrarse, emocionarse y, fruto de ello, hacer el esfuerzo.

Igual que no se es consciente de la capacidad de esfuerzo, tampoco se es consciente de la necesidad de algo, y por eso el ser humano a menudo se incapacita. Se cree incapaz y acaba resultándolo en la práctica.

Podría, pero no es capaz. Podría, pero no se esfuerza. Podría, pero no es suficientemente consciente de cuanto lo necesita en realidad. No pone emoción al diseño racional de cómo lograrlo.

Y el resultado es que no lo logra. Podría, pero no resulta capaz.

Todos los seres humanos tenemos una capacidad infinita a efectos prácticos. Si ponemos no solo deseo, sino esfuerzo y tenemos necesidad real y humana de ello.

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