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Authors: Fernando Alberca

Tags: #Pedagogía

Todos los niños pueden ser Einstein

 

Es sabido que Albert Einstein fue considerado por sus profesores como un mal estudiante, no consiguió ingresar en la Escuela Politécnica de Suiza para ser ingeniero y pasó desapercibido en la oficina de patentes de Berna en la que trabajó. Hubiera terminado allí su historia si no hubiese sido por personas que influyeron fuertemente en él: un profesor de matemáticas que creyó en sus capacidades y le dejó asistir a sus clases como oyente, pese a no haber aprobado el examen de ingreso en la Universidad; su padre adoptivo, que le quiso por lo que era, una persona única e irrepetible; o un amigo que le prestó revistas de divulgación científica que le apasionaron. Es decir, recibió estimulación, motivación y confianza.

El autor de este libro, especializado en temas de educación, considera que son muchos los talentos que quedan perdidos en el sistema educativo. Son muchos los niños con malas notas y poco rendimiento escolar que tienen importantes capacidades. Una motivación adecuada puede conseguir un uso más eficaz de la infinita inteligencia que todos poseemos, pero que no utilizamos más que en una pequeña parte, de la misma manera que el convencimiento de nuestra incapacidad merma considerablemente nuestras posibilidades. La motivación, el esfuerzo y la autoestima intervienen de forma decisiva en el desarrollo de las personas y los padres y educadores son los primeros responsables.

El libro ofrece también estrategias para aumentar la concentración, la atención, potenciar la memoria, aumentar la compresión lectora o manejar el estrés antes, durante y después de los exámenes.

Fernando Alberca

Todos los niños pueden ser Einstein

Un método eficaz para motivar la inteligencia

ePUB v1.1

Volao
23.05.12

Título original:
Todos los niños pueden ser Einstein

Fernando Alberca, 2012.

Editor original: Volao (v1.0 a v1.1)

ePub base v2.0

A mi amigo Alberto Fernández-Martos.

A cada uno de mis alumnos en Huelva, Cáceres, Zaragoza, Asturias y Córdoba.

A Eva, a Juan y a mi editor, Antonio Cuesta.

A mis ahijados Javier y Nicolás.

A mis hijos.

«El aprendizaje es experiencia, lo demás es información.»

Albert Einstein

1

Einstein no sacaba buenas notas

Albert Einstein fue el genio más reconocido del siglo XX y uno de los más célebres de toda la historia. Según uno de los más brillantes científicos contemporáneos, César Nombela, con la Teoría de la Relatividad formuló la última de las grandes leyes físicas del mundo —si él lo dice ha de ser cierto—. Su capacidad para explicar cómo la naturaleza no varía pese a la falta de destreza del observador —
«lo que el observador no ve»
—, le hizo imaginar la curvatura del espacio-tiempo, que supuso una forma nueva de describir la realidad, y un avance extraordinario que transformó nuestra visión del espacio y del tiempo, desplazando para siempre a la física de Newton. Y todo ello lo hizo en las dificultades sociales y vitales de una época entre dos guerras mundiales; porque Albert fue mucho más que un Premio Nobel y uno de los mejores científicos de la historia de la Humanidad. Es un caso para descubrir
«lo que el observador no ve»
.

En muchas ocasiones la grandeza intelectual y emocional de muchos niños pasa desapercibida por el
«sistema»
, rígido encorsetado. Como Einstein, muchos niños parecen abocados al fracaso, pero afortunadamente pueden evitarlo, porque como le gustaba repetir:
«Dios no juega a los dados»
.

De pequeño era intelectualmente
«lento»
. Tan lento que, según sus palabras, solo alguien que iba tan despacio hubiese sido capaz de elaborar una teoría como la de la relatividad:

«Un adulto normal no se inquieta por los problemas que plantean el espacio y el tiempo, pues considera que todo lo que hay que saber al respecto lo conoce ya desde su primera infancia. Yo, por el contrario, be tenido un desarrollo tan lento que no he empezado a plantearme preguntas sobre el espacio y el tiempo basta que he sido mayor.»

Cuando Albert nació, su madre pensó que era un ser deforme —debido al tamaño y forma de su cabeza, enorme y angulosa—, y retrasado mental —por su lentitud para comenzar a hablar—. Pero aquel niño, grueso y ensimismado, callado y gris, con el tiempo aprendió a poner en duda todo lo que los demás decían.

El padre de Albert, como muchos otros, no había podido estudiar porque su familia no contaba con los recursos económicos suficientes. Era un hombre apocado, influenciable, con poblado bigote —como luego imitara su hijo—, que fue de fracaso en fracaso. Bueno y pasivo, se acomodaba a las circunstancias. Querido por muchos, de gran corazón, tendía a la ensoñación... Soñar fue una cualidad, quizás la más importante de todas, que transmitió a su hijo. Su esposa, la madre de Albert, provenía de una estirpe donde la riqueza, el tesón y el éxito, eran fundamentales, y no soportaba la degradación económica a la que les conducían los sucesivos fracasos de su marido, bienintencionado y cabal, pero desmañado, según ella.

Cuando Einstein cumplió cuatro años su madre lo
«abandonó»
en medio de las calles más transitadas de Munich para asegurarse de que aprendía a volver a casa solo. Tuvo que hacerlo en más de una ocasión.

A los cinco años le asignaron una profesora particular para ver si así lograba acceder al segundo grado en la escuela primaria. Era una profesora muy exigente y muy firme, que no soportaba las continuas excusas a las que Albert recurría siempre.

El caso es que ser
«abandonado»
por las calles más pobladas de Munich, para que con cuatro años se las arreglara solo, no casaba demasiado con la necesidad de tener una profesora particular, para que le acompañara a realizar todas las tareas diarias. Le exigían independencia por un lado y dependencia al mismo tiempo. Libertad —poder elegir cómo llegar a casa— y obediencia ciega —obedecer sin pensar lo que propusiese la profesora particular.

Fue, según él mismo confesó:
«un niño solitario y soñador, que no encontraba fácilmente amigos»
, que evitaba las peleas y siempre prefería los pasatiempos difíciles en solitario o los juegos de bloques de construcción, cualquier cosa antes que empatizar con los demás.

A menudo cogía rabietas, incluso en sus primeros años de colegio; otras veces era tan tranquilo que su cuidadora le puso el apodo de
«Pater Langweil»
(Padre Aburrimiento).

Hasta los nueve años no habló con fluidez. Aguantaba sus sentimientos y no los comunicaba, salvo con sus rabietas. En la música, afición de su madre, encontró uno de los pocos medios para expresar sus sentimientos. Einstein tocaba el violín. Su madre el piano. Nunca fue un violinista brillante, pero se esforzó hasta que el violín se convirtió en su compañero más fiel. Con él pensaba, resolvía problemas, se refugiaba... Pero no hablaba sobre su afición al violín, de lo que sentía al tocarlo. Según decía, su afición a la música era:
«escuchar, tocar, amar, reverenciar y cerrar la boca»
.

Cuando tenía siete años matricularon a Einstein en una escuela primaria donde era el único judío. Según el testimonio de Einstein, eran sus compañeros de clase, no los profesores, los antisemitas.

En varias ocasiones soportó malos tratos cuando iba camino del colegio. Con frecuencia le atacaban y se burlaban de él.

Su hermana Maja escribió refiriéndose a aquella época:
«Su especial aptitud para las matemáticas era entonces desconocida. Ni siquiera era bueno en aritmética en el sentido de que fuese rápido y preciso, aunque sí perseverante.»

A los nueve años ingresó en el Luitpold Gymnasium y vuelta a empezar. Einstein hablaba con amargura de su educación en esta nueva escuela. Allí era uno más entre los 1.130 alumnos sometidos al autoritarismo y a los métodos de educación mecánicos y aburridos. En aquella escuela tampoco logró adaptarse. Su profesor de griego se cubrió de gloria cuando afirmó que Einstein
«nunca llegaría a nada»
.Le dijo que su actitud irrespetuosa era autodestructiva. Que sería mejor que se marchara.

Pese al apoyo que sí encontró en el profesor de Matemáticas, la educación fundamental de Einstein en esa época vino desde fuera de la escuela. Le rodeaban familiares adultos dedicados a las telecomunicaciones y la electro tecnología, entonces en la vanguardia de la tecnología. Su tío, que se había graduado en la Escuela de Ingeniería Politécnica, le introdujo en la geometría y el álgebra, enseñándole esta última como un alegre juego a la caza del animal
«X»
.

También influyeron en él las lecturas de libros de divulgación científica que le facilitaba un estudiante de medicina judío y pobre, al que los padres habían dado protección. De los diez a los quince años Einstein tenía la oportunidad semanal de debatir sobre temas intelectuales y científicos con este singular compañero, Max Talmey. De aquellos libros, uno de los temas que más le llamó la atención fue la invisibilidad de las fuerzas que unifican el universo... casi nada.

Pero a sus quince años su familia se trasladó a Italia, y él se quedó solo en una pensión de Munich para acabar los estudios. Sus padres anteponían los estudios de su hijo a tenerle cerca de ellos.

Falsificó y abandonó

Einstein abandonó de repente la escuela. No llegó a hacer los exámenes finales. Para poder huir presentó a los profesores un certificado médico falso, en el que se decía que Albert sufría de problemas nerviosos. Le ayudó un médico amigo muy
«comprensivo»
. Lo cierto es que echaba de menos a sus padres y se sentía francamente triste.

Fracaso escolar

Sus padres se alarmaron por la transformación de su hijo en un fracasado escolar. Einstein, para tranquilizar a sus padres, intentó ingresar en la Escuela Politécnica Federal Suiza de Zurich, actualmente la Eidgenossiche Technische Hocbschule o ETH. Se propuso ser ingeniero o técnico electrotécnico. Albert prefería una carrera más teórica, pero su padre le dijo que se olvidara de
«esas tonterías filosóficas»
,que buscara una profesión más sensata. Albert cedió amargamente.

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