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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

Srta. Marple y 13 Problemas (3 page)

—No, querido —replicó miss Marple—, pero tú no sabes de la vida tanto como yo. Un hombre como Jones, rudo y jovial. Tan pronto como supe que había una chica bonita en la casa me convencí de que no la dejaría en paz. Todo esto son cosas muy penosas y no demasiado agradables de comentar. No puedes imaginarte el golpe que fue para Mrs. Hargraves y la sorpresa que causó en el pueblo.

Capítulo II
-
La casa del ídolo de astarté

—Y ahora doctor Pender, ¿qué va usted a contarnos?

El anciano clérigo sonrió amablemente.

—Mi vida ha transcurrido en lugares tranquilos —dijo—. He sido testigo de muy pocos acontecimientos memorables. No obstante, en cierta ocasión, cuando era joven, tuve una extraña y trágica experiencia.

—¡Ah! —exclamó Joyce Lempriére en tono alentador.

—Nunca la he olvidado —continuó el clérigo—. Entonces me causó una profunda impresión, e incluso ahora, con un ligero esfuerzo de mi memoria, puedo sentir de nuevo todo el horror y la angustia de aquel terrible momento en que vi caer muerto a un hombre al parecer sin causa aparente.

—Ha conseguido ponerme la piel de gallina, Pender —se lamentó sir Henry.

—A mí sí que se me puso la piel de gallina, como usted dice —replicó el otro—. Desde entonces nunca he vuelto a reírme de las personas que emplean la palabra «
atmósfera
». Existe. Hay ciertos lugares saturados de buenos o malos influjos que hacen sentir sus efectos.

—Esa casa, The Larches, es uno de esos lugares infortunados —señaló miss Marple—. El viejo Mr. Smither perdió todo su dinero y tuvo que abandonarla. Luego la alquilaron los Carlslake y Johnny se cayó por la escalera y se rompió una pierna, y Mrs. Carlslake se vio obligada a marcharse al sur de Francia para reponerse. Ahora la tienen los Burden y he oído decir que el pobre Mr Burden tendrá que ser operado de urgencia.

—Hay mucha superstición en lo que toca a todos estos temas —dijo Mr. Petherick—. Y por culpa de muchos de los estúpidos rumores que corren se ocasionan innumerables daños a estas fincas.

—Yo he conocido un par de fantasmas que tenían una robusta personalidad —comentó sir Henry con una risita.

—Creo —dijo Raymond —que deberíamos dejar que el doctor Pender continuara su historia.

Joyce se puso en pie para apagar las dos lámparas, dejando la habitación iluminada solamente por el resplandor de las llamas.

—Atmósfera —explicó—. Ahora podemos continuar.

El doctor Pender le dirigió una sonrisa y, tras acomodarse en su butaca y quitarse las gafas, comenzó su relato con voz suave y evocadora.

—Ignoro si alguno de ustedes conocerá Dartmoor. El lugar de que les hablo se halla situado cerca de los límites de Dartmoor. Era una preciosa finca, aunque estuvo varios años en venta sin encontrar comprador. Tal vez resulta algo apartada en invierno, pero la vista es magnífica y la casa misma posee características ciertamente curiosas y originales. Fue adquirida por un hombre llamado Haydon, sir Richard Haydon. Yo lo había conocido en la universidad y, aunque le perdí de vista durante algunos años, seguíamos manteniendo lazos de amistad y acepté con agrado su invitación de ir al Bosque Silencioso, como se llamaba su nueva propiedad.

“La reunión no era muy numerosa. Estaba el propio Richard Haydon, su primo Elliot Haydon y una tal lady Mannering con su hija, una joven pálida e inconspicua, llamada Violeta. El capitán Rogers con su esposa, buenos jinetes, personas curtidas que sólo vivían para los caballos y la caza. En la casa estaba también el joven doctor Symonds y miss Diana Ashley. Yo había oído algo sobre esta última. Su fotografía aparecía a menudo en las revistas de sociedad y era una de las bellezas destacadas de la temporada. Desde luego era realmente atractiva. Morena, alta, con un hermoso cutis de tono crema pálido y unos ojos oscuros y rasgados que le daban una pícara expresión oriental. Poseía además una maravillosa voz, profunda y musical.

“Vi en seguida que mi amigo Richard Haydon estaba muy interesado por la muchacha y deduje que aquella reunión había sido organizada únicamente por ella. De los sentimientos de ella no estaba tan seguro. Era caprichosa al conceder sus favores. Un día hablaba con Richard como si los demás no existiéramos y, al otro, el favorito era su primo Elliot y no parecía notar la existencia de Richard, para acabar dedicándole sus más seductoras sonrisas al tranquilo y retraído doctor Symonds.

“La mañana que siguió a mi llegada, nuestro anfitrión nos mostró el lugar. La casa en sí no era nada extraordinaria, y estaba sólidamente construida con granito de Devonshire para resistir las inclemencias del tiempo. No era romántica, pero sí muy confortable. Desde sus ventanas se divisaba el panorama del páramo y las vastas colinas coronadas por peñascos moldeados por el viento.

“En las laderas de los peñascos más cercanos a nosotros había varios círculos de menhires, reliquias de los remotos días de la Edad de Piedra. En otra colina se veía un túmulo recientemente excavado y en el que habían sido encontrados diversos objetos de bronce. Haydon sentía un gran interés por las antigüedades y nos hablaba con gran entusiasmo de aquel lugar que, según nos explicó, era particularmente rico en reliquias del pasado.

“Se habían encontrado restos de refugios neolíticos, de druidas celtas, de romanos, e incluso indicios de los primeros fenicios.

“—Pero este lugar es el más interesante de todos —nos dijo—. Ya conocéis su nombre, el Bosque Silencioso. Bien, no es difícil comprender por qué se llama así.

“Señaló con el brazo. En aquella zona, el paisaje se mostraba especialmente desolado; rocas, brezos, helechos, pero a unos cien metros de la casa había una magnífica y espesa arboleda.

“—Es una reliquia de tiempos muy remotos —dijo Haydon—. Los árboles han ido muriendo, pero han sido replantados y en conjunto se ha conservado tal como estaba tal vez en tiempos de los fenicios. Vengan a verlo.

“Todos le seguimos. Al entrar en el bosquecillo me sentí invadido por una curiosa opresión. Creo que fue el silencio, ningún pájaro parecía anidar en aquellos árboles. Se podía palpar la desolación y el horror en el aire. Vi que Haydon me contemplaba con una extraña sonrisa.

“—¿No le causa alguna sensación este lugar, Pender? —me preguntó—. ¿De hostilidad? ¿O de intranquilidad?

“—No me gusta —repliqué tranquilamente.

“—Está en su derecho. Este lugar fue la plaza fuerte de uno de los antiguos enemigos de la fe. Este es el Bosque de Astarté.

“—¿Astarté?

“—Astarté, Isthar, Ashtoreth o como quiera llamarla. Yo prefiero el nombre fenicio de Astarté. Creo que se conoce otro Bosque de Astarté en este país, al norte de la muralla de Adriano. No tengo pruebas, pero me gusta pensar que el de aquí es el auténtico. Ahí, en el centro de ese espeso círculo de árboles, se llevaban a cabo los ritos sagrados.

“—Ritos sagrados —murmuró Diana Ashley con mirada soñadora—. Me gustaría saber cómo eran.

“—Nada recomendables —dijo el capitán Rogers con una risa estruendosa pero inexpresiva—. Imagino que algo fuertes.

“Haydon no le prestó atención.

“—En el centro del bosque debía de haber un templo —dijo—. No es que haya conseguido encontrar alguno, pero me he dejado llevar un poco por mi imaginación.

“Para entonces ya habíamos penetrado en un pequeño claro en el centro de la arboleda, donde se elevaba una especie de glorieta de piedra. Diana Ashley miró inquisitivamente a Haydon.

“—Yo la llamo la Casa del Ídolo —dijo éste—. Es la Casa del Ídolo de Astarté.

“Y avanzó hacia ella. En su interior, sobre un tosco pilar de ébano, reposaba una curiosa imagen que representaba a una mujer con cuernos en forma de media luna y que estaba sentada sobre un león.

“—Astarté de los fenicios —dijo Haydon—. La diosa de la Luna.

“—¡La diosa de la Luna! —exclamó Diana—. Oh, organicemos una fiesta pagana para esta noche. Disfrazados. Vendremos aquí a medianoche para celebrar los ritos de Astarté.

“Yo hice un gesto brusco y Elliot Haydon, el primo de Richard Haydon, se volvió rápidamente hacia mí.

“—A usted no le gusta todo esto, ¿verdad, Pender? —me dijo.

“—Sí —repliqué en tono grave—, no me gusta. —Me miró con extrañeza.

“—Pero si es una broma. Dick no puede saber si esto era realmente un bosque sagrado. Sólo es pura imaginación. Le gusta jugar con la idea. Y de todos modos, si de verdad lo fuera...

“—¿Y si lo fuera...?

“—Bueno —dijo con una sonrisa un tanto incómoda—. Usted no puede creer en esas cosas, ¿no? Es un párroco.

“—Precisamente, no estoy seguro de como párroco no deba creer en ello.

“—Aun así, todo es ya parte del pasado.

“—No estaría tan seguro —dije pensativo—. Yo sólo sé una cosa. Por lo general no soy hombre que se deje impresionar fácilmente por un ambiente, pero desde que he penetrado en este círculo de árboles, tengo una extraña sensación de maldad y amenaza a mi alrededor.

“ Miró intranquilo por encima de su hombro.

“—Sí —dijo—, es curioso en cierto modo. Sé lo que quiere decir, pero supongo que es sólo nuestra imaginación lo que nos produce esa sensación. ¿Qué dice a esto, Symonds?

“El doctor guardó silencio unos momentos antes de replicar con calma:

“—No me gusta esto y no sé decirles por qué. Pero sea por lo que sea no me gusta.

“En aquel momento se acercó a mi Violeta Mannering.

“—Aborrezco este lugar —exclamó—, lo aborrezco. Salgamos de aquí.

“Echamos a andar y los demás nos siguieron. Sólo Diana Ashley se resistía a marcharse. Volví la cabeza y la vi ante la casa del ídolo contemplando fijamente la imagen.

“El día era magnífico y excepcionalmente caluroso, y la idea de Diana Ashley de celebrar una fiesta de disfraces aquella noche fue recibida con entusiasmo general. Hubo las acostumbradas risas, los cuchicheos, el frenesí de los preparativos y, cuando hicimos nuestra aparición a la hora de la cena, no faltaron exclamaciones de alegría. Rogers y su esposa iban disfrazados de hombres del neolítico, lo cual explicaba la repentina desaparición de ciertas alfombras. Richard Haydon se presentó como un marino fenicio y su primo como un capitán de bandidos. El doctor Symonds se vistió de cocinero, lady Mannering de enfermera y su hija de esclava circasiana. Yo mismo me había arreglado para parecerme en lo posible a un monje. Diana Ashley bajó la última y nos quedamos algo decepcionados al verla aparecer envuelta en un dominó negro.

“—Lo Desconocido —declaró con aire alegre—, eso es lo que soy. Y ahora, por lo que más quieras, vamos a cenar.

“Después de cenar salimos afuera. Hacía una noche deliciosa y cálida, y empezaba a salir la luna.

“Paseamos de un lado a otro, charlando, y el tiempo pasó muy de prisa. Debió de ser aproximadamente una hora más tarde cuando nos dimos cuenta de que Diana Ashley no estaba con nosotros.

“—Seguro que no se ha ido a la cama —dijo Richard Haydon.

“Violeta Mannering negó con la cabeza.

“—No —dijo—. La vi marcharse en esa dirección hará cosa de un cuarto de hora.

“Y al hablar señaló el bosquecillo de árboles que se alzaban negros y sombríos a la luz de la luna.

“—Quisiera saber qué se propone —dijo Richard Haydon—. Alguna diablura, seguro. Vayamos a ver.

“Avanzamos en pelotón intrigados por saber qué tramaba miss Ashley. No obstante, yo sentía de nuevo cierto recelo ante la idea de penetrar en el oscuro cinturón de árboles. Algo más fuerte que yo parecía retenerme y me urgía a que no entrara allí. Sentí más claramente que nunca el maleficio de aquel lugar. Creo que algunos de los demás experimentaron la misma sensación que yo, aunque no lo hubieran admitido por nada del mundo. Los árboles estaban tan juntos que no dejaban penetrar la luz de la luna y, a nuestro alrededor, se oían multitud de ruidos, susurros y suspiros. Era un lugar que imponía y, de común acuerdo, todos nos mantuvimos juntos.

“De pronto llegamos al claro del centro de la arboleda y nos quedamos como clavados en el suelo, pues en el umbral de la Casa del Ídolo se alzaba una figura resplandeciente, envuelta en una vestidura de gasa muy sutil y con dos cuernos en forma de media luna surgiendo de entre la oscura cabellera.

“—¡Cielo santo! —exclamó Richard Haydon mientras su frente se perlaba de sudor.

“Pero Violeta Mannering fue más aguda.

“—¡Vaya, si es Diana! —observó—. ¿Y qué ha hecho? Oh, no sé qué es, pero está muy distinta.

“La figura del umbral elevó sus manos y, dando un paso hacia delante, en voz alta y dulce, recitó:

“—Soy la sacerdotisa de Astarté. Guardaos de acercaros a mí porque llevo la muerte en mi mano.

“—No hagas eso, querida —protestó lady Mannering—. Nos estás poniendo nerviosos de verdad.

“Haydon avanzó hacia ella.

“—¡Dios mío, Diana! —exclamó—. Estás maravillosa.

“Mis ojos se habían acostumbrado ya a la luz de la luna y podía ver con más claridad. Desde luego, como había dicho Violeta, Diana estaba muy distinta. Su rostro tenía una expresión mucho más oriental, sus ojos rasgados un brillo cruel y sus labios la sonrisa más extraña que viera jamás en mi vida.

“—¡Cuidado! —exclamó—. No os acerquéis a la diosa. Si alguien pone la mano sobre mí, morirá.

“—Estás maravillosa, Diana —dijo Haydon—, pero ahora ya basta. No sé por qué, pero esto no me gusta en absoluto.

“Iba avanzando sobre la hierba y ella extendió una mano hacia él.

“—Detente —gritó—. Un paso más y te aniquilaré con la magia de Astarté.

“Richard Haydon se echó a reír apresurando el paso y entonces ocurrió algo muy curioso. Vaciló un momento, tuvimos la sensación de que tropezaba y cayó al suelo cuan largo era.

“No se levantó, sino que permaneció tendido en el lugar donde cayó.

“De pronto, Diana comenzó a reírse histéricamente. Fue un sonido extraño y horrible que rompió el silencio del claro.

“Elliot se adelantó y lanzó una exclamación de disgusto.

“—No puedo soportarlo —exclamó—. Levántate, Dick, levántate, hombre.

“Pero Richard Haydon seguía inmóvil en el lugar en que había caído. Elliot Haydon llegó hasta él y, arrodillándose a su lado, le dio la vuelta. Se inclinó sobre él y escudriñó su rostro.

“Luego se puso bruscamente en pie, medio tambaleándose.

“—Doctor —dijo—, doctor venga, por amor de Dios. Yo... yo creo que está muerto.

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