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Authors: Gilles Deleuze

Tags: #Filosofía

Spinoza: filosofía práctica (12 page)

Muy otras son las ideas adecuadas. Éstas son ideas verdaderas, que están en nosotros igual que están en Dios. Son representativas no ya de estados de cosas y de lo que nos sucede, sino de lo que nosotros somos y de lo que son las cosas. Forman un conjunto sistemático de tres cúspides, idea de nosotros mismos, idea de Dios, idea de las demás cosas (tercer tipo de conocimiento): 1.° estas ideas adecuadas
se explican
por nuestra esencia o potencia, como potencia de conocimiento y comprensión (causa formal).
Expresan
una idea diferente como causa y la idea de Dios como determinando esta causa (causa material); 2.° no pueden, pues, separarse de un encadenamiento autónomo de ideas en el atributo pensamiento. Este encadenamiento o
concatenatio
, que une la forma y la materia, es un orden del entendimiento que conforma al espíritu como
autómata espiritual

Observaremos que, si la idea es representativa, su representatividad (ser objetivo) nada explica de su naturaleza; por el contrario, se sigue de los caracteres internos de la idea (II, def. 4). Cuando Spinoza dice «adecuado», se trata de algo muy diferente al claro-distinto cartesiano, aunque siga empleando estas palabras. No se busca la forma de la idea por el lado de una conciencia psicológica, sino por el de una potencia lógica que supera la conciencia; no se busca la materia de la idea en un contenido representativo, sino en un contenido expresivo, una materia epistemológica mediante la cual la idea remite a otras ideas distintas y a la idea de Dios; por fin, potencia lógica y contenido epistemológico, explicación y expresión, causa formal y causa material de la idea, se reúnen en la autonomía del atributo pensamiento y el automatismo del espíritu pensante. La idea adecuada sólo representa con verdad algo determinado, sólo representa el orden y la conexión de las cosas, porque desarrolla en el atributo pensamiento el orden autónomo de su forma y las conexiones automáticas de su materia.

Bien claro queda, a partir de aquí, qué le falta a la idea inadecuada o a la imaginación. La idea inadecuada es como una consecuencia sin premisas (II, 28, dem.). Está separada, privada de sus dos premisas, formal y material, puesto que no se explica formalmente por nuestra potencia de comprensión ni expresa materialmente su propia causa, y se atiene por ello a un orden de encuentros fortuitos en lugar de alcanzar la concatenación de las ideas. En este sentido, lo falso no tiene forma y no consiste en nada positivo (II, 33). Empero, algo hay que es positivo en la idea inadecuada; cuando veo el sol a doscientos pies, esta percepción, esta afección, representa precisamente el efecto del sol en mí, aunque permanezca separada de las causas que la explican (II, 35; IV, 1). Lo que es positivo en la idea inadecuada ha de definirse así: ocurre que
engloba
el grado más bajo de nuestra potencia de comprensión sin
explicarse
por ella, e
indica
su propia causa sin
expresarla
(II, 17, esc.). «El espíritu no yerra porque imagine, sino solamente en cuanto que se lo considera privado de la idea que excluye la existencia de las cosas que imagina presentes. Pues si el espíritu, al imaginar presentes las cosas que no existen, supiera al mismo tiempo que realmente no existen, tendría a esta potencia de imaginar por una virtud de su naturaleza y no por un vicio» (II, 17, esc.).

Todo el problema se resume así: ¿como conseguimos tener, formar ideas adecuadas cuando nuestra condición natural nos condena a poseer solamente ideas inadecuadas? Hemos definido la idea adecuada sin tener la menor idea de la manera en que podemos alcanzarla. Se responderá a esto mediante la producción de
nociones comunes
e incluso así Spinoza empieza definiendo lo que es la noción común (libro II) antes de mostrar cómo podemos producirlas (libro V). Consideraremos el problema más adelante. Pero de una idea, adecuada o inadecuada, siempre se desprenden sentimientos-afectos
(affectus)
que proceden de ella como de su causa, aunque sean de una naturaleza distinta. Inadecuado y adecuado califican, pues, ante todo una idea, pero también califican una causa (III, def. 1). Puesto que la idea adecuada se explica por nuestra potencia de comprensión, no tenemos una idea adecuada sin que nosotros mismos seamos la causa adecuada de los sentimientos que se desprenden de ella, que, desde ese momento, son activos (III, def. 2). Por el contrario, mientras tenemos ideas inadecuadas, somos causa inadecuada de nuestros sentimientos, que entonces son pasiones (III, 1 y 3).

IMAGEN, IMAGINACIÓN: Cf. Afecciones, Idea, Nociones comunes.

INDIVIDUO: Este término designa a veces la unidad de una idea en el atributo pensamiento y de su objeto en un atributo determinado
(Ética
., II, 21, esc.). Pero más generalmente designa la compleja organización del modo existente en un atributo cualquiera.

En efecto: 1.° el modo posee una esencia singular que es un grado de potencia o parte intensiva,
pars aeterna
(V, 40), siendo cada esencia absolutamente simple y conviniendo a todas las demás; 2.° esta esencia se expresa en una relación característica, que es a su vez una verdad eterna referida a la existencia (por ejemplo, una determinada relación de movimiento y de reposo en la extensión); 3.° el modo pasa a la existencia cuando su relación subsume actualmente una infinidad de partes extensivas. El proceso de un determinismo externo determina que estas partes entren en la relación característica o la realicen. El modo deja de existir cuando condiciones externas provocan el que sus partes entren en otra relación distinta que no pueda componerse con la primera. La duración se dice entonces no de las relaciones mismas, sino de la pertenencia de partes actuales conforme a tal o cual relación. Y los grados de potencia, que convienen todos entre sí en cuanto que constituyen las esencias de modos, entran necesariamente en lucha en la existencia, en la medida en que las partes extensivas que son propias de uno, según cierta relación determinada, pueden ser sometidas por otro distinto en una nueva relación (IV, ax. y V, 37, esc.).

Así pues, un individuo se compone siempre de una infinidad de partes extensivas en cuanto que pertenecen a una esencia singular de modo, según una relación característica (II, después de 13). Estas partes
(corpora simplicissima)
no son de por sí individuos; no existe una esencia para cada una, se definen únicamente por su determinismo exterior y siempre proceden por infinidades; pero constituyen un individuo existente en la medida en que una infinidad de ellas entran en tal o cual relación que caracteriza tal o cual esencia de modo; constituyen la materia modal infinitamente variada de la existencia. Estos conjuntos infinitos son los que la carta a Meyer define como mayores o menores y como refiriéndose a algo limitado. En efecto, dados dos modos existentes, si uno posee un grado de existencia que es el doble del otro, tendrá, conforme a su relación, una infinidad de partes dos veces mayor que el otro conforme a la suya, e incluso podrá tratarle como una de sus partes. Sin duda, cuando dos modos se encuentran en la existencia puede ocurrir que uno de ellos destruya al otro o, por el contrario, lo ayude a conservarse, según que las relaciones características de ambos modos se descompongan o se compongan directamente. Pero en todo encuentro siempre hay
ciertas
relaciones como verdades eternas. De tal manera que, conforme a este orden, concebiremos la Naturaleza entera como un Individuo que combina todas las relaciones y posee todos los conjuntos infinitos de partes extensivas a distintos grados.

Como proceso modal, la individuación siempre es, para Spinoza, cuantitativa. Pero se dan dos individuaciones muy diferentes: la de la esencia, definida por la singularidad de cada grado de potencia como
parte intensiva
simple, indivisible y eterna; la de la existencia, definida por el conjunto divisible de partes extensivas que realizan temporalmente la relación eterna de movimiento y de reposo en la que se expresa la esencia de modo. (Sobre estos dos tipos de «partes» en el alma, cf. V.)

INFINITO: La carta XII a Meyer distingue tres infinitos:

1.° Lo que es ilimitado por naturaleza (ya sea infinito en un género como cada atributo, ya sea absolutamente infinito como la substancia). Este infinito es una de las propiedades de un Ser que engloba la existencia necesaria, junto con la eternidad, la simplicidad, la indivisibilidad: «Si, en efecto, la naturaleza de este ser fuera limitada y concebida como tal, en el exterior de estos límites sería conocida como no existente» (carta XXXV).

2.° Lo que es ilimitado por su causa: se trata de los modos infinitos inmediatos, en los cuales los atributos se expresan absolutamente. Y sin duda estos modos son indivisibles; empero, poseen una infinidad actual de partes, todas convenientes e indisociables entre sí; así son las esencias de modos contenidas en el atributo (cada esencia es una parte intensiva o un grado). Por esta razón, si consideramos abstractamente una de estas esencias, separada de las demás y de la substancia que las produce, la captamos como limitada, exterior a las otras. Más aún, como la esencia no determina la existencia ni la duración del modo, captamos la duración como capaz de ser más o menos larga, la existencia como compuesta por más o menos partes; las aprehendemos abstractamente, como cantidades divisibles.

3.° Lo que no puede ser igual a número alguno, aunque sea más o menos grande y comporte un máximo y un mínimo (el ejemplo de la suma de desigualdades de distancia entre dos círculos no concéntricos, en la carta a Meyer). Este infinito remite ahora a los modos finitos existentes y a los modos infinitos mediatos que éstos componen conforme a determinadas relaciones. En efecto, cada esencia de modo como grado de potencia comporta un máximo y un mínimo, y, mientras el modo exista, una infinidad de partes extensivas
(corpora simplicissima)
le pertenecen conforme a la relación que corresponda a su esencia. Este infinito no se define por el número de sus partes, puesto que éstas proceden siempre por infinidades que superan cualquier número; y puede ser más o menos grande, puesto que a una esencia, cuyo grado de potencia es el doble del de otra distinta, corresponde una infinidad de partes extensivas dos veces mayor. Este infinito variable es el de los modos existentes, y el conjunto infinito de todos estos conjuntos, con todas las relaciones características, constituye el modo infinito mediato. Pero cuando concebimos la esencia de modo abstractamente, también concebimos la existencia abstractamente, midiéndola, contándola y haciéndola depender de un número de partes arbitrariamente determinadas (cf. 2.°).

No existe, pues, nada que sea indefinido, salvo abstractamente. Todo infinito es en acto, o actual.

INMANENCIA: Cf. Atributo, Causa, Eminencia, Naturaleza.

LEY: Cf. Signo, Sociedad.

LIBERTAD: Todo el esfuerzo de la
Ética
está destinado a romper el vínculo tradicional entre la libertad y la voluntad —ya sea que se conciba la libertad como el poder de una voluntad de elegir o aun de crear (libertad de indiferenda), ya sea como el poder de ajustarse a un modelo y realizarlo (libertad ilustrada). Si se concibe así la libertad de Dios, como la de un tirano o como la de un legislador, se la vincula o bien a la contingencia física, o bien a la posibilidad lógica: así introducimos la inconstancia en la potencia de Dios, puesto que habría podido crear otra cosa, o, peor aún, la impotencia, puesto que su potencia se encuentra limitada por modelos de posibilidad. Además, concedemos existencia a abstracciones, como la nada en la creación
ex nihilo
, o el Bien y lo Mejor en la libertad ilustrada
(Ética,
I, 17, esc.; 33, esc. 2). Spinoza tiene por principio el que la libertad nunca es propiedad de la voluntad, «la voluntad no puede llamarse causa libre»: la voluntad, finita o infinita, siempre es un modo determinado por otra causa distinta, aunque esta causa sea la naturaleza de Dios conforme al atributo pensamiento (I, 32). Por una parte, las mismas ideas son modos, y la idea de Dios no es sino un modo infinito conforme al cual Dios comprende su propia naturaleza y todo lo que de ella se deriva, sin nunca concebir posibles; por otra parte, las voliciones son modos englobados en las ideas, que se confunden con la afirmación o la negación procedentes de la idea misma, sin que jamás haya algo que sea contingente en estos actos (II, 49). Por esta razón, ni el entendimiento ni la voluntad pertenecen a la naturaleza o esencia de Dios ni son causas libres. Siendo la necesidad la modalidad única de todo lo que es, sólo debe llamarse libre a una causa «que existe por la sola necesidad de su naturaleza y por sí sola se determina a obrar»: así es Dios, constituido por una infinidad de atributos y causa de todas las cosas en el mismo sentido que es causa de sí mismo. Dios es libre porque todo se sigue necesariamente de su propia esencia sin que conciba posibles ni cree contingentes. Lo que define la libertad es un «interior» y un «sí mismo» de la necesidad. Nunca se es libre por propia voluntad y por aquello sobre lo cual ésta se regula, sino por la esencia y lo que de ella se deriva.

¿Podrá decirse, en este sentido, que un modo es libre porque jamás remite siempre a otra cosa? La libertad es una ilusión fundamental de la conciencia en la medida en que ésta ignora las causas, imagina lo posible y lo contingente, y cree en la acción voluntaria del alma sobre el cuerpo (I, ap.; II, 35, esc.; III, 2, esc.; V, pref.). Para el modo es aún más imposible que para la substancia vincular la libertad a la voluntad. Por el contrario, el modo posee una esencia, es decir, un grado de potencia. Cuando consigue formar ideas adecuadas, estas ideas son o bien nociones comunes que expresan su conveniencia interna a otros modos existentes (segundo tipo de conocimiento), o bien la idea de su propia esencia que conviene necesaria e interiormente a la esencia de Dios y todas las demás esencias (tercer tipo). De estas ideas adecuadas se derivan necesariamente afectos o sentimientos activos de tal manera que se explican por la propia potencia del modo (III, def. 1 y 2). Entonces, al modo existente se lo llama libre; así, el hombre no nace libre, sino que llega a serlo o se libera, y el libro IV de la
Ética
retrata a este hombre libre o fuerte (IV, 54, etc.). El hombre, el más potente de los modos finitos, es libre cuando se apodera de su capacidad de obrar, o sea cuando su
conatus
está determinado por ideas adecuadas de las que se derivan afectos activos, los cuales se explican por su propia esencia. La libertad está siempre vinculada a la esencia y a lo que de ella se deriva, no a la voluntad y a lo que la regula.

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