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Authors: Neal Stephenson

Tags: #Ciencia-Ficción

Reamde (64 page)

—No —dijo Zula en voz baja.

—Considéralo una actuación —dijo Jones.

—Por favor, diles que paren.

—No lo entiendes —continuó Jones—. Eres tú quien tiene que actuar. Quieren reducirte a la histeria. Y cuanto más tiempo continúes haciéndote la dura, más tiempo estará ella sin oxígeno.

Zula se abalanzó hacia delante y casi lo consiguió. Jones le puso una zancadilla y la derribó. Cayó de cara, la mano estirada solo a unos pocos centímetros de la base del cubo. Se dispuso a saltar de nuevo, pero una bota descendió y le atrapó la mano. Se retorció y vio el rostro de Khalid mirándola directamente con expresión de fascinado éxtasis. Con la mano libre, le arañó el tobillo. Él llevaba botas militares con ganchos para los cordones. Uno de ellos se enganchó en la venda que cubría su meñique, y la venda salió despedida de su mano y se llevó la uña consigo. El otro pie de Khalid pisó su brazo izquierdo, atrapándolo también. Zula se había retorcido, de modo que yacía de lado, ambas manos inmovilizadas, a pocos centímetros del cubo con el que Yuxia luchaba ahora por su vida, su bello cabello negro agitándose contra el plástico transparente mientras ella se movía de un lado a otro intentando volcarlo y la superficie del agua borboteaba mientras sus pulmones se vaciaban.

Zula no sentía nada de lo que ellos querían que sintiera. Simplemente, quería matarlos. Y si no hubiera sido por la valiosa sugerencia de Jones, tal vez no les hubiera podido ofrecer la actuación que ellos querían: lo único que podía salvarle la vida a Yuxia. Pero un par de detalles (el pelo de Yuxia agitándose en el agua, y la sangre que corría libremente por la yema del meñique de Zula) fueron suficientes para sacarla de sus casillas y empujarla a una especie de estado de actuación basado en el método donde finalmente dio salida a toda la pena y toda la furia que se habían estado acumulando en su amortiguador emocional durante los últimos días, y se permitió perder el control y degenerar en el llanto, los gemidos y los estertores sin control que estos tipos aparentemente querían ver.

Comprendió lo que le había estado intentando decir Jones. Estos hombres necesitaban saber que estaba rota. Porque solo entonces podrían fiarse de ella.

Lo cual planteaba la pregunta: ¿Fiarse de ella para que hiciera qué? Porque si solo querían matarla, bueno...

¿Qué podía hacer Zula para estos hombres que mereciera todas estas molestias?

—¡Por favor, por favor, por favor —se oyó farfullar—, por favor, por favor, soltadla!

Khalid retiró el pie de su mano y le dio una patada al cubo, que rodó bajo la cabeza de Yuxia y vació su contenido en el suelo, lo que significaba que Zula acabó empapada. La cabeza de Yuxia seguía colgando boca abajo fuera de su alcance. Tosió, escupiendo agua de los pulmones, jadeó una vez, y luego vomitó. Cuando terminó con eso, la volvieron a enderezar y la sentaron en la silla. Lo primero que Yuxia debió de haber visto fue a Zula tirada en el suelo a sus pies, con el meñique lastimado sangrando. Zula no pudo verla bien hasta que Jones la puso en pie. Quiso ir y abrazar a Yuxia y decirle lo muchísimo que sentía que hubiera pasado todo eso, simplemente porque, unos cuantos días atrás, Yuxia se había hecho amiga de un grupo de occidentales perdidos por las calles de Xiamen. «Ninguna buena acción es castigada» era uno de los aforismos favoritos del tío Richard. Pero Jones sujetaba por detrás los dos brazos de Zula y la arrastraba hacia la escala.

—Hora de irse —decía—. Cuanto antes nos pongamos en camino, más pronto será libre.

La hizo volverse hacia la escala, y luego la empujó con tanta fuerza hacia delante que tuvo que extender ambas manos para no chocar de cara contra un peldaño.

Lo miró por encima del hombro. En su rostro debió de asomar alguna expresión que indicaba su falta de comprensión, porque de repente él pareció disgustado.

—El sentido de todo lo que acabas de ver —dijo—, es que tu amiga se quedará aquí como rehén, y que si no te portas bien en todo momento durante lo que va a suceder a continuación, simplemente la arrojarán por la borda con algo pesado atado a los pies y sufrirá el destino que acaba de insinuarse.

Zula se volvió para ver a Qian Yuxia, sentada en su silla, todavía respirando entrecortadamente, mirando a nada en concreto. Era difícil imaginar cómo una persona podía estar más tranquila, más impertérrita, tras la experiencia de la tortura y casi la muerte por ahogamiento. Tal vez Yuxia estaba solo aturdida, o tenía alguna lesión cerebral, o contenía algún profundo trauma emocional que más tarde saldría a la luz de forma dramática e impredecible.

Pero no parecía así en ese momento. Parecía estar calculando cómo vengarse mejor de aquellos hijos de puta.

—Amiga querida, haré lo que pueda para asegurarme de que no te vuelvan a hacer daño —dijo Zula.

—Lo sé —murmuró Yuxia.

Entonces Jones empujó a Zula escala arriba, y ella empezó a ascender hacia la luz de las estrellas.

Un barco más pequeño, similar al que los había traído de Xiamen, pero sin un agujero de taxi en la bodega de carga, se había abarloado a ellos. Zula recibió la orden de bajar a él. Así lo hizo y buscó un sitio para sentarse donde no estuviera por medio.

Al menos pasó una hora entre discusiones y preparativos. Le pareció que estaban recogiendo un montón de equipo de los diversos camarotes y bodegas y taquillas distribuidos por el barco grande y que todo estaba siendo analizado, etiquetado, comprobado y redistribuido. Y tras haberse pasado toda la vida entre armas, supo por el sonido, por el peso y simplemente por las posturas de los hombres que las llevaban, que parte del equipo era armamento. Le interesaba enormemente lo que se decían los hombres unos a otros y estaba enloquecedoramente cerca de poder entender el árabe. Oyó claramente decir avión y aeropuerto, cosa que complació a una parte infantil de su alma («¡Sí, vamos de viaje!») aunque su cerebro superior iba llevando la cuenta de todas las cosas malas que podrían suceder cuando hombres como Jones estuvieran cerca de un avión.

Estaba también bastante segura de haber oído la palabra «ruso». Pero era difícil distinguir nada, ya que todas las conversaciones eran
sotto voce
, y todo el que alzara la voz a nivel de conversación era reprendido con la mirada y silenciado.

Parecían estar haciendo una especie de clasificación. Había advertido que algunos de los hombres de Jones tenían rasgos de Oriente Medio y preferían hablar en árabe al lenguaje que empleaban los otros hombres, de aspecto más chino. Estos hombres se quedaron atrás mientras los primeros ocupaban el barco más pequeño.

De un modo conocido para todo el que hubiera hecho alguna vez las maletas para un viaje familiar, la confusión general dio paso a la impaciencia, luego a furiosos ultimátums, luego a decisiones de última hora. Finalmente soltaron los cabos y el barco más pequeño empezó a alejarse.

Tras haber delegado aparentemente en Khalid para que le diera órdenes al piloto y dirigiera la función, Jones se separó del grupo general y se acercó a sentarse junto a Zula.

—Antes —dijo—, buscaba un modo de decirte que has caído entre hombres que son felices lapidando hasta la muerte a las mujeres jóvenes como castigo por conductas equívocas.

Y señaló con la cabeza en dirección a la tripulación de Khalid, que se ocupaba de distribuir y volver a guardar todo el material que habían traído a bordo.

—Pero probablemente ya lo habrás deducido —se volvió y la miró sonriente—. Entonces recordé algo sobre Khalid. ¿Sabes cuál es?

—¿El que me está mirando ahora mismo?

Jones se volvió.

—Sí. Ese —devolvió su atención a Zula—. Cuando Khalid combatía a los cruzados en Afganistán...

—¿Y eso se refiere a qué? ¿A caballeros con cruces rojas en el escudo?

—Los norteamericanos, en este caso —dijo Jones—. Su grupo y él fueron expulsados, durante un tiempo, del distrito que habían controlado durante varios años. Los americanos lo ocuparon y empezaron a imponer su cultura en el lugar. Las cosas cambiaron. Se estableció una escuela para niñas.

—Déjame adivinarlo... ¿Khalid no lo aprobó?

—En modo alguno. Pero no había nada que pudiera hacer excepto vigilar desde las montañas y esperar su ocasión. Naturalmente, nada impedía que él y otros miembros de su grupo se colaran en la ciudad de vez en cuando, solo para realizar operaciones de espionaje. Se disfrazaban (esto te gustará), poniéndose burkas, de modo que la gente pensaba que eran mujeres. Khalid tenía un montón de cosas en que pensar aparte de la escuela para niñas, pero hizo incursiones de vez en cuando. Dos hombres en moto, uno conduciendo, otro con una botella de plástico llena de ácido. Esperas hasta ver a un grupito de niñas caminando por la calle camino del colegio, pasas ante ellas, les apuntas a la cara...
zas zas.

Jones hizo la pantomima, apuntando una botella de plástico imaginaria a la cara de Zula, y ella trató de no dar un respingo.

—Asustó a algunas de ellas. Y el ataque con gas venenoso casi acabó por cerrar la escuela. Pero la maestra era una mujer dura. Indomable. Incontenible. El tipo de mujer que tú aspiras a ser, Zula. Y por eso, con mucha ayuda de los americanos, la escuela siguió abierta a pesar de todos los esfuerzos de Khalid. Pero al final los americanos decidieron, como hacen siempre, que habían pacificado lo suficiente el lugar y que estaban cansados de enviar a sus jóvenes a que fueran abatidos uno a uno por los francotiradores y los atentados con bombas. Así que dieron el trabajo por terminado y se retiraron de esa ciudad. ¿Sabes lo que hizo Khalid entonces?

—Por la forma en que estás contando la historia, yo diría que cerró la escuela y lapidó a muerte a la maestra o algo por el estilo.

—Es lo que hizo antes de lapidarla a muerte lo que resulta especialmente interesante —dijo Jones.

—¿Y qué hizo?

—La violó.

—Muy bien —dijo Zula—, ¿cuál es entonces la lección de la historia? ¿Que no es tan musulmán como dice ser?

—Al contrario —respondió Jones—, lo hizo por la más islámica de las razones. Según sus luces, al menos. Yo estoy en desacuerdo con él en este detalle teológico.

—¿Estás diciendo que hay una justificación teológica para lo que hizo?

—Más bien un motivo teológico —dijo Jones—. Verás, al violar a la maestra, la convirtió en adúltera. ¿Y sabes lo que le sucede a una adúltera cuando es lapidada hasta la muerte?

—¿Va al infierno? —Zula intentaba mantenerse firme, pero su voz se quebró.

—Exactamente. Así que, para Khalid, no estaba simplemente matando a la maestra... lo estaba haciendo de un modo que la condenaba a...

—Sé lo que es el infierno.

—Solo intento que comprendas el peligro de estar en poder de gente como Khalid.

—Me lo figuro.

—Puede que te lo figures, pero ahora has hecho algo más que figurártelo. Ahora lo sientes de forma que guiará tus acciones.

—¿Guiará o controlará?

—Eso es una distinción occidental. Da igual, Ahora ellos tienen lo que querían de ti: histeria sollozante. Bien interpretada. Para mí, su patente falsedad casi lo hizo más conmovedor.

—Gracias.

—Yo, por otro lado, occidental como soy, necesito algo que sea un poco más intelectual.

—¿Como por ejemplo?

—Islam —dijo él—. Sumisión.

—Quieres que me someta.

—Ese detalle de astucia en la bodega esta mañana —dijo—. Enviar a Sokolov al apartamento equivocado. Me costó mucho.

—¿Cómo crees que me siento ahora mismo?

—No tanto como te mereces.

Ella había conocido a hombres como este, acechando en las ramas exteriores del árbol familiar. Hombres que parecían asistir a la reunión por el único propósito de hacer que los niños pequeños se sintieran mal consigo mismos. Por fortuna, el tío John y el tío Richard siempre los habían mantenido a raya.

Sus tíos, claro, no estaban aquí.

Se estaba cansando de esto.

—Me someto —dijo.

—¿No más jugarretas?

—No más jugarretas.

—¿No más planes astutos?

—No más planes astutos.

—¿Obediencia perfecta y total?

Esto fue más difícil. Aunque en realidad no tanto, cuando pensó en Yuxia y el cubo.

—Obediencia. Perfecta. Y total.

—Buena elección.

Cuando pusieron a Yuxia boca abajo, su mayor temor no fue que la metieran de cabeza en el cubo de agua (pues se dio cuenta, de algún modo, de que esto no era más que una demostración), sino que el teléfono se le cayera de la bota.

Se había estado preguntando si estos hombres habrían visto alguna vez una película. Porque en las películas los prisioneros eran cacheados siempre para asegurarse de que no llevaran nada encima. Pero Qian Yuxia no había recibido ese tratamiento. Tal vez porque eran islamitas y tenían algún tabú contra tocar a las mujeres. Tal vez porque era mujer, y por tanto era considerada inofensiva. O tal vez porque llevaba puestos un par de vaqueros ajustados y una camiseta sin mangas igualmente ceñida que dejaban claro que no tenía nada más. Fuera cual fuese el motivo, no se habían molestado en cachearla: la habían metido en un camarote grande en la cubierta principal y la habían esposado a la pata de una mesa. El camarote era un lugar abarrotado, pues servía como cocina y comedor de la tripulación, y la mesa a la que la encadenaron era donde comían y bebían té. Siempre había alguien allí, y por eso no le había parecido aconsejable sacar el teléfono de la bota y usarlo para algo. De vez en cuando un zumbido contra el tobillo le informaba de que ella, o más bien Marlon, acababa de recibir otro mensaje de texto. Si el lugar hubiera sido más tranquilo, le habría preocupado que alguien pudiera oír el zumbido, pero con el gruñido de los motores, el lamido de las olas contra el casco, el claqueteo y el sisear de los utensilios de cocina, y los estallidos de estática y conversación que surgían de la emisora de radio, estaba a salvo de eso. Habían llevado a Zula a otra parte, al parecer a un camarote separado, y Yuxia se había estado preguntando, si sus prisiones hubieran sido al revés, y ella hubiera estado sola, ¿qué habría hecho con el teléfono? La dos opciones básicas eran comunicarse con Marlon o llamar a la policía y contárselo todo.

Cuando los hombres entraron a amarrarla, uno se arrodilló delante de ella y Yuxia contuvo un jadeo, pensando que sabía lo del teléfono en su bota y que estaba a punto de meter la mano allí dentro para sacarlo. Yuxia cruzó los tobillos para ocultarlo. Pero el hombre no prestó ninguna atención al contenido de sus botas. En cambio, pasó una cuerda tras sus tobillos y sacó los extremos por delante y los amarró por encima del teléfono, lo que significaba que quedó atrapado allí dentro. De manera tan firme que cuando la pusieron boca abajo no se soltó.

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