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Authors: Neal Stephenson

Tags: #Ciencia-Ficción

Reamde (118 page)

—Espere un momento —dijo Csongor. El bolso de cuero de Ivanov estaba en el suelo entre sus pies. Le habían robado el dinero, pero las carteras de Peter y Zula y otros efectos personales estaban allí todavía, dentro de las bolsas de autocierre. En unos instantes, pudo sacar la cartera de Peter y encontró cierto compartimento, sellado tras una cremallera diminuta, donde había un trocito de papel.

Algo se movió en la pantalla, y advirtió que se les había unido otro personaje llamado Trébol, al parecer un invitado de Egdod.

Había cinco líneas escritas en el papel. Cada una empezaba con lo que aparentemente era el nombre de un ordenador y terminaba con lo que obviamente era una contraseña.

—¿Tiene un nombre o algo para el sistema que intentan craquear?

—Esto no era un servidor per se —respondió Trébol—, solo un backup en una red.

—¿Marca Li-Fi, por un casual?

—Esa misma.

—Entonces aquí está la contraseña —anunció Csongor, y leyó la correspondiente serie de símbolos.

—Estoy en ello —dijo Trébol, y entonces se quedó quieto, un signo claro de que su propietario, fuera quien fuese, estaba atendiendo otra cosa en vez de jugar a T’Rain.

—Por favor, continúa —dijo Richard, y Csongor continuó contando la historia. Recibió ayuda entonces por parte de Marlon, que pudo relatar las partes que Csongor no había visto o en las que había estado inconsciente. Pero cuando intentaban explicar la explosión y el rescate de Csongor del sótano, Trébol despertó y los interrumpió.

—Era la contraseña correcta. He podido desencriptar el archivo.

—¿Puedes enviármelo por e-mail? —preguntó Richard. Por lo cual Csongor dedujo que Richard y quien fuera que estaba jugando con Trébol no estaban en el mismo sitio.

—Lo hice en tu servidor —respondió Trébol—. Los archivos ya estaban allí. Todo lo que tuve que hacer fue enviar la orden.

Pronunció el nombre de un directorio.

Csongor y Marlon continuaron la historia, un poco inseguros porque consideraban que ya no contaban con toda la atención de Richard. La sospecha fue refrendada solo unos minutos más tarde cuando Richard interrumpió:

—Puedo verlo.

Su voz era ronca y hablaba despacio, como si estuviera levemente sorprendido.

—Este tipo encuentra un modo de entrar. No puedo oír nada: todo es lenguaje corporal, pero dejadme deciros que he contratado a un montón de gente en mi vida, y este tipo es un zafio. Un palurdo. Un epsilon minus.

Csongor no conocía el significado de ninguno de esos términos, pero el tono de voz de Richard era bastante fácil de interpretar.

—Casi esperaba que hubiera sido Sokolov —explicó Richard—. Pero supongo que eso es imposible: todos estabais en Xiamen en ese momento. Y un día después desapareció en Kinmen.

Csongor miró a Marlon y Yuxia, que se encogieron de hombros.

—¿Creéis que Sokolov sobrevivió a la explosión? —preguntó.

—Sabemos que lo hizo —anunció Seamus.

—Es difícil de creer —dijo Yuxia—. Si hubieras estado allí...

—Tenemos el testimonio más directo y más convincente posible de que sobrevivió —le aseguró Seamus, con un pequeño movimiento de cejas que hizo que Yuxia se ruborizara.

—Sokolov sigue vivo —repitió Csongor, intentando obligarse a creerlo.

—No he dicho eso —intervino Richard—. Estuvo implicado en un tiroteo en Kinmen al día siguiente.

—Déjame decirte algo —dijo Csongor—, si estuvo en un tiroteo, me preocupa más la gente con la que estuvo luchando. —Eso causó una mirada apreciativa y un gesto de asentimiento por parte de Seamus.

—El palurdo llega a la puerta llevando un equipo que, según otra investigación que he estado haciendo —continuó Richard—, encaja con la descripción del soplete de plasma. Lo lleva al piso de arriba y lo acerca a la caja fuerte de armas de Peter y tira un enorme cable de extensión escaleras abajo hasta el taller de Peter, donde lo enchufa en una gran clavija tipo industrial.

—¿Caja fuerte de armas? —preguntó Csongor, asombrado.

—No eres de por aquí, ¿no? —replicó Richard—. Lo creas o no, son tan comunes en la Tierra de la Libertad y el Hogar de los Valientes como, digamos, los bidets en Francia. Bien, la imagen se fastidia por completo cuando este tipo conecta el soplete y abre la caja. Solo quita la parte superior. Adelantamos un poco... creo que está esperando que el metal se enfríe. Luego mete la mano y saca... oh, por el amor de Dios. ¿Quién sabía que nuestro Peter era un pirado de las armas?

—¿Qué ve? —preguntó Seamus.

—Una bonita caja de metal. Dentro de ella, un AR-15 manipulado —dijo Richard, y entonces se puso a dar un montón de detalles técnicos que parecían significar algo para Seamus y para él pero que no eran nada para Csongor—. Raíles Picatinny en los cuatro lados, montados con miras Swarovski y lo que podría ser una mira láser. Luz tac. Bípode táctico. Sí, fueran cuales fuesen los otros inconvenientes que pudiera haber tenido, Peter era muy bueno añadiendo artículos a su carro de la compra.

—Así que ese tipo debió de advertir la caja fuerte durante la incursión y decidió volver más tarde y ver qué había dentro.

—Si es así, dio en el clavo. Estoy mirando un rifle que debe de valer cuatro mil pavos. ¿Quieres ver una imagen?

—Claro.

Hubo un breve interludio para cliquear y teclear, y entonces Seamus dijo:

—La tengo.

Empezó a prestar atención a algo en su pantalla. Csongor, que no tenía nada más que hacer de momento, se levantó y se colocó tras él para ver de qué se trataba. Evidentemente, T’Rain contenía algún tipo de instalación para enviar archivos de imágenes, y Egdod lo había utilizado para enviar este JPEG a Thorakks. Era una imagen sorprendentemente bien definida de un hombre fornido de cabeza afeitada que empuñaba un rifle de asalto, sin cargador, y lo examinaba.

—No es lo que me va —dijo Seamus después de inspeccionarlo un rato—, pero coincido en que Peter era un pirado de las armas y que el señor Patata se siente muy satisfecho de sí mismo en el momento en que toman esta foto.

—¿Lo reconocen? —preguntó Richard.

Csongor se vio obligado a volver a su puesto y a ponerse de nuevo el auricular.

—No —dijo—. En ninguno de mis tratos con Ivanov, en Xiamen o en otro sitio, he visto jamás a este hombre.

—Es un freelance local, Richard —declaró Seamus—. Un temporero.

—Entonces tal vez les envíe la foto a la policía de Seattle —dijo Richard—. Para ayudarles a atar algunos cabos sueltos.

—Ahórrese las molestias —dijo Seamus—. Yo puedo contactar con la policía, y algo más. Pero eso no va a ayudarle a encontrar a Zula ahora.

—Lo sé.

Y entonces guardaron silencio durante unos momentos. Csongor no estaba dispuesto a admitirlo pero aunque el último par de horas de maquinaciones en T’Rain habían sido entretenidos, y la oportunidad de intercambiar información con Richard había parecido, durante unos minutos, un avance enorme, todo estaba resultando un callejón sin salida. Como mucho podría hacer que arrestaran al señor Patata, y la historia del secuestro de Zula y Peter, y el asesinato de Wallace, quedaría explicada para satisfacción del departamento de policía de Seattle. Pero nada de esto serviría de ayuda para encontrar a Zula ni para detener a Jones.

Richard parecía estar llegando a la misma conclusión.

—Interesante —dijo por fin—, pero inútil.

Seamus estaba preparado para ello.

—Eso no lo sabe —dijo—. La cosas funcionan de la siguiente forma: se sigue esas pistas y se trabaja en ellas hasta que se descubre algo. Todo lo que hemos hecho aquí es enormemente constructivo pueda ver una salida o no.

—Todo lo que sé es que llevo sentado casi veinticuatro horas —replicó Richard, que ahora parecía sentirse tan mal como Csongor—. Pensando, esperando, que supierais dónde está Zula. Ahora deben de ser las cuatro o las cinco de la mañana, estoy agotado, y no hemos encontrado nada útil. Y un turista gilipollas está llamando a mi puerta, probablemente porque se está meando o porque quiere que le indique dónde está el puñetero sitio de geocatching. Así que voy a desconectar durante un rato.

Y en efecto Csongor advirtió que las nubes pasaban de largo y la ciudad de Carthinias se hacía más y más grande mientras se precipitaban hacia ella. Poco después aterrizaron con suavidad exactamente donde habían empezado, y Egdod se encogió hasta tamaño humano.

—¿El dinero? —preguntó Marlon—. No para mí... para mis amigos en China.

—Trébol se encargará de pagar al da O shou a precios competitivos —dijo Richard—. Buena suerte a la hora de meter el dinero en China.

Mientras hablaba, fue posible oír un timbre al fondo. El sonido se extendió incongruentemente sobre el centro de Carthinias.

Richard se quitó el auricular y apartó el teclado de su regazo, dejando a Egdod mudo e inmóvil por el momento. Buscó entre sus rodillas y encontró el cubo donde orinaba y lo hizo a un lado para no derribarlo. Se levantó despacio, en parte porque tenía el cuerpo entumecido y en parte porque no quería que toda la sangre le bajara del cerebro a la vez. Comprobó la hora: las 4.42 de la madrugada. ¿Quién demonios llamaba a su timbre? Además habían estado llamando a todas las puertas y ventanas que pudieron encontrar durante el último par de minutos. Todas las señales indicaban algún tipo de emergencia menor: adolescentes que practicaban con sus bicis de montaña y estaban borrachos y se habían caído, o gente que había tenido que salir corriendo de sus tiendas de acampada porque había osos, o una caravana que se había salido de la carretera. Sucedía unas cuantas veces al año, aunque rara vez tan pronto en la temporada.

Salió de la taberna y pasó el vestíbulo, moviéndose con torpeza, intentando decidir si todo había merecido la pena. Por la nota de Zula ya sabía la primera parte de la historia, y por la chavala espía británica se había enterado de parte del final. Así que lo que había conseguido después de casi veinticuatro horas seguidas de juego era una foto de un gilipollas robando el rifle de Peter, más detalles sobre lo que había sucedido en aquel edificio de apartamentos de Xiamen, y una gran cantidad de oríndigo.

En general, decidió que había valido la pena. Ahora sabía mucho más de cómo se había comportado Zula durante el tiroteo en el edificio y en las horas siguientes, y todo eso le hacía sentirse orgulloso y haría que el resto de la familia se sintiera igual cuando lo subiera a la página de Facebook y cuando, en años futuros, volvieran a contar la historia en la reunión. Y todo eso era cierto estuviera viva o, como parecía probable, hubiera muerto.

—Ya voy, ya voy —gritó. Se acercó a la entrada principal y pulsó un interruptor que encendía las luces del camino de acceso.

Había dos hombres fuera, como abrazados el uno al otro. Parecían mochileros. Uno de ellos, un hombre grueso de mediana edad, sostenía a un tipo más alto que estaba envuelto en ropa de abrigo con una capucha cubriéndole la cabeza. Tenía la pierna, de rodilla para abajo, entablillada con ramas de árbol, cinta adhesiva, y cuerda de escalar. Tenía la cabeza gacha como si solo estuviera semiconsciente o quizá doblado de dolor.

Nada que Richard no hubiera visto antes. Descorrió el cerrojo y abrió la puerta.

—¡Gracias a Dios que está usted aquí, señor Forthrast! —exclamó el hombre, en voz muy alta, como si deseara ser oído por alguien más... alguien que no estaba directamente ante él.

Las luces se apagaron.

El hombre herido, que hasta este momento había estado apoyado sobre los hombros de su compañero, se enderezó y apoyó su peso en ambos pies.

Richard supo ya que algo curioso estaba pasando pero estaba demasiado aturdido por la falta de sueño y el juego de T’Rain para hacer otra cosa que ver cómo todo se desarrollaba ante él como una escena sacada de un videojuego. El hombre alto extendió la mano y se quitó la capucha. Pero Richard no pudo verlo bien a causa de la oscuridad.

—Buenos días, Richard —dijo. Su voz parecía la de un negro, pero su acento decía que no era de por aquí. Su compañero se había abierto la cremallera de la chaqueta y había sacado algo. Richard oyó el sonido de una bala al cargarse en una pistola semiautomática. Este hombre retrocedió un paso y le apuntó a la cara. Richard vaciló. En todo el tiempo que había pasado tratando con armas, nadie le había apuntado antes.

—¿Es usted Jones? —dijo.

—Pudiera ser. ¿Podemos pasar? He estado siguiendo su página web, la que no para de preguntar si alguien ha visto a Zula, y he venido a darle noticias y reclamar la recompensa.

—¿Está viva?

—No solo está viva, Richard, sino que tiene usted el poder para que siga estándolo.

—Bueno, ya pasó —anunció Seamus. Se cruzó los brazos sobre el pecho y usó las piernas para empujar la silla y apartarse del ordenador.

Csongor ya se había desconectado. Nunca más, sospechó, recorrería Lottery Discountz las calles de Carthinias. Marlon estaba todavía online, tecleando mensajes de chat aparentemente dirigidos al personaje llamado Trébol, que parecía ser el cobrador de Egdod. En su pantalla era posible ver a Trébol y Reamde de pie tan cerca que sus cabezas casi se tocaban. Thorakks merodeaba a unos pocos metros de distancia y Egdod (súbitamente patético en su pequeñez y soledad) estaba allí parado.

Yuxia estaba encaramada a un mostrador cerca de Seamus.

—¿Qué vais a hacer ahora, chicos? —preguntó Seamus. Gramaticalmente, la pregunta iba dirigida a todos, pero miraba a Yuxia cuando la formuló.

Cosa que estaba muy bien porque Csongor no tenía ni la menor idea de cómo responderla. Al parecer ahora iban a recibir dinero. Al menos el suficiente para comprar un billete de avión. ¿Pero adónde? ¿Y podría salir de este país legalmente? El último sello de su pasaporte era del aeropuerto Sheremetyevo, Moscú. Desde entonces había entrado y salido ilegalmente de China y se había colado en Filipinas. Podían estar buscándolo Dios sabía por qué tipo de delitos en China. ¿Tenían en Filipinas un tratado de extradición con China? ¿Lo tenía Hungría?

Solo podía rumiar y preocuparse y escuchar a Yuxia aplicándole a Seamus el tercer grado.

—¿Quién demonios eres tú?

—Ya lo he dicho —respondió él inocentemente.

—¿Un poli? ¿Un espía?

—Soy un turista sexual.

Yuxia se le rio en la cara.

—Tendrías que viajar mucho más lejos para encontrar a alguien dispuesto a montárselo contigo.

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