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Authors: Neal Stephenson

Tags: #Ciencia-Ficción

Reamde (116 page)

No habían dicho nada del tema de los excusados. Por lo que podía distinguir, los hombres se alejaban al bosque cuando tenían que evacuar. ¿Caga un terrorista en el bosque? Al parecer sí. Pero Zula no tenía esa opción. La habían equipado con una gran pala de servir de acero. Iluminando el camino con una pequeña linterna LED que le habían suministrado, se alejó hasta donde se lo permitía la cadena, equidistante del lugar de la basura y las tiendas, y usó la cuchara para cavar un hoyo. Fue fácil al principio, pero a pocos centímetros de la superficie las raíces entrelazadas de los árboles y materiales le hicieron imposible cavar más. Se colocó encima y se envolvió en un gran toldo verde de plástico para conseguir algo de intimidad, y luego se bajó las bragas y se acuclilló, creando una pequeña tienda iluminada desde dentro por la linterna. Encogió los hombros y se cubrió la cabeza con el toldo para poder ver lo que estaba haciendo. El trozo de algodón húmedo salió primero, y pudo retirarlo antes de que llegara el resto. Cuando terminó, sacó la llave y se la guardó en un bolsillo con cremallera del pantalón antes de ponerse en pie, vestida del todo, y apartar la lona a un lado. Entonces usó la pala para llenar de nuevo el agujero y echó encima unas cuantas agujas de pino y guijarros para asegurarse. Los hombres hacía un rato que se habían metido en sus tiendas, siendo la única excepción el tirador Jahandar, que se había retirado entre los árboles después de cenar para, supuso, montar guardia mientras los demás dormían. Como Zula era la única persona que se movía en el campamento, tuvo que asumir que la estaba vigilando. Si era así, la veía como una pequeña mancha de helada luz blanca de la linterna LED que subía y bajaba mientras hacía sus quehaceres. Después de terminar de hacer sus necesidades, se quitó las Crocs (el único calzado que le permitían tener) y se metió en el saco de dormir completamente vestida y cerró la cremallera de la diminuta tienda, a excepción de una pequeña abertura en el fondo, por donde salía la cadena.

Permaneció tendida varios minutos, escuchando. Preguntándose si Jahandar o alguno de los otros hombres podía molestarse y venir a comprobar. Pero no sucedió nada. Podía oír a Jahandar moviéndose ocasionalmente, pero solo cambiaba de postura, poniéndose en pie para estirar las piernas, caminar un poco, desperezarse.

Moviéndose con todo el sigilo posible, deslizó una mano por el lado de su muslo, lentamente abrió la cremallera del bolsillo, encontró la llave con los dedos y la sacó. Se la acercó al cuello, envolvió el candado con una mano para apagar cualquier chasquido mecánico que pudiera hacer, y metió la llave. El candado se abrió, y Zula sintió que la cadena se aflojaba en torno a su garganta. No fue exactamente una sorpresa, pero una de sus pesadillas había sido que por algún motivo no funcionara.

En cierto modo, fue un error hacer aquello. Porque ahora se vio acosada por un ansia casi física de salir del saco de dormir y echar a correr.

Lo consideró en serio hasta que, a lo lejos, en la oscuridad, oyó el chasquido de un encendedor: los pulmones de Jahandar llenándose de humo de cigarrillos.

Si salía, se dirigía al extremo de la cadena como si tuviera que volver a hacer sus necesidades, y de pronto echaba a correr, ¿podría pegarle un tiro antes de que desapareciera entre los árboles? Mientras estaba allí encaramado en su atalaya, ¿la controlaba a través de la mira telescópica todo el tiempo o solo esperaba con el rifle cruzado sobre el regazo, vigilando el campamento de manera informal?

Parecía improbable que pudiera alcanzarla a la primera, ya que estaba oscuro y se sorprendería. Pero el solo hecho de que pudiera hacerlo la hizo concentrarse más. Aunque fallara, despertaría a todo el campamento, y entonces trece hombres con linternas y armas y buenas botas saldrían a perseguirla. Al menos algunos tenían experiencia como cazadores y montañistas. Zula tendría que elegir entre permanecer inmóvil, en cuyo caso la alcanzarían y la rodearían, o moverse, y entonces haría ruido al pisar ramas y tropezar.

De cerca, el sonido de una cremallera larga, algo apagado. Un saco de dormir, supuso. Luego una segunda cremallera, más aguda. Una tienda al abrirse. El susurro de alguien que salía de su saco. Probablemente iba a mear. Pisadas. Alguien se sentaba en una silla. Ruiditos de plástico y luego el tintineo meloso de Windows al arrancar.

Zula se tumbó boca abajo, se apoyó en los codos y abrió la cremallera de la tiendecita una rendija minúscula, preocupándose de hacerlo diente a diente para no hacer ruido. Al asomarse vio a Jones, sentado en la silla del campamento a unos diez metros de distancia, su cara espectral a la luz de la pantalla del portátil. Giró en la silla, extendió una pierna, se metió la mano en un bolsillo de la cadera, y sacó algo diminuto que insertó en un lado del ordenador: un pen drive. Y entonces se puso a trabajar.

Si él no hubiera estado allí, completamente despierto, con una pistola sujeta al sobaco, esa habría sido la decisión más difícil de la vida de Zula. Pero tal como estaban las cosas, tenía poca capacidad de elección: volvió a cerrar el candado. Luego volvió a guardarse la llave en el bolsillo y corrió la cremallera.

Desesperarse habría sido razonable. Pero se recordó, una y otra vez, que todos ellos no podrían permanecer juntos en este campamento indefinidamente. La mayoría se marcharía pronto, con solo un grupo residual para vigilarla, y entonces sus posibilidades aumentarían. No podía pretenderse que Jahandar estuviera despierto toda la noche, cada noche, vigilando el campamento. Tarde o temprano le tocaría el turno a Zakir, que se quedaría dormido de inmediato.

Así que trató de descansar. Dormir no parecía realista, pero al menos podía quedarse acostada y darle a su cuerpo una oportunidad de relajar los músculos, digerir la comida y hacer acopio de energía.

Debió de quedarse dormida, porque despertó con el sonido de lata de una canción pop árabe que sonaba en el teléfono de alguien: una alarma de despertador, no una llamada. Le resultaba imposible calcular la hora, pero todavía estaba oscuro y no le parecía que hubiera dormido mucho rato. Oyó movimiento en torno a una de las tiendas y hablar en voz baja.

Tras asomarse a su agujero, vio a Jones exactamente igual que antes. Pero ahora había manchas de luz en el suelo mientras dos hombres (a juzgar por sus voces, Ershut y el americano blanco Abdul-Ghaffar) salían de una de las tiendas. Sharjeel salió de otra y se acercó a Jones para dorarle la píldora una vez más, pero Jones, profundamente enfrascado en lo que estaba haciendo, le dijo que se largara. Poco a poco formaron un pequeño círculo en el suelo, con Jones alzándose en el centro, como si estuviera en un trono. De vez en cuando dirigían las linternas hacia la tienda de Zula, y ella tuvo que resistir la tentación de apartarse. Era imposible que pudieran verla a través de la pequeña abertura en la cremallera. Se reunieron en torno al hornillo, a solo unos metros de la tienda, y empezaron a hacer ruido con las ollas. Zula sintió un arrebato de malestar absolutamente ridículo porque de algún modo estaban invadiendo su territorio, causando un caos en su cocina. Era extraño cómo funcionaba la mente. Llenaron una olla de agua, encendieron el hornillo, empezaron a hacer té, y sacaron unos plátanos de una bolsa de comida.

Cuando todos estaban ya plenamente despiertos, Jones empezó a hablar, diciéndolo todo en inglés y en árabe para que Abdul-Ghaffar pudiera comprenderlo. Sharjeel era otro a cuyo árabe le vendría bien mejorar un poco. Pero Jahandar solo hablaba pastún y árabe, así que la conversación tenía que ser bilingüe.

De hecho, no era tanto una conversación como una arenga.

—Son las 3.30 —dijo Jones—. Nos pondremos en camino dentro de unos instantes. Calculo media hora para llegar hasta allí, una hora para explorar el lugar y entrar y enseñarle esto.

Mostró el pen drive, alzándolo como si todos pudieran ver lo que contenía, luego se lo guardó en el bolsillo del pecho de la camisa y cerró la solapa de velcro.

—Luego tendremos que empaquetar algunas cosas, imagino, lo que puede durar otra media hora, y luego otra media hora para llegar al punto de encuentro. Así que pienso que nos reuniremos allí a las 5.30 y nos pondremos en camino. Sharjeel, dale a los hombres otra hora para dormir. Despiértala a ella a las cuatro para que cuando despiertes a los hombres a las 4.30 el agua esté caliente y el desayuno preparado. Habrá tiempo para comer, hacer las oraciones matutinas y recoger las cosas. Jahandar y Ershut,
inshalá,
vendrán aquí a eso de las 5.30 para comunicaros que estamos listos para partir; cuando los veáis, guiad al resto de la expedición por el sendero. Ershut, puede que sea necesario mostrarla.

Un minuto después, Jones, Abdul-Ghaffar, Ershut y Jahandar se levantaron y se perdieron en los bosques, bajando la ladera hacia el complejo minero y dejando a Sharjeel para vigilar el campamento. Zula sintió la tentación de escapar en ese momento. Pero entonces quedaría entre el campamento despierto y el contingente de Jones. No era una buena situación. Después de las cinco y media, sin embargo, la mayoría de esos hombres se habría marchado, dejándola con solo cuatro guardias, dos de los cuales eran incompetentes. Ese sería el momento para intentar la huida.

Para estar un poco más despejada, tendría que intentarlo durante el intervalo entre las cinco y media y el momento en que fueran a matarla. No habían fijado ningún horario para eso todavía, o si lo habían hecho, habían tenido cuidado de que no se enterara.

Otra forma de llegar a la misma respuesta era preguntar: ¿Por qué no la habían matado todavía? ¿Qué servicio podía proporcionarles (aparte de cocinarles la comida y lavarles los platos) que hiciera que mereciese la pena mantenerla con vida?

Cuando Jones le puso la pistola en la cabeza, justo después del aterrizaje forzoso en las montañas, ella le dio dos motivos para no apretar el gatillo: uno, que su tío era rico, y dos, que su tío podía llevarlos a su equipo y a él a otro lado de la frontera. Había dicho que no le interesaba el dinero. Pero la perspectiva de encontrar un cruce fronterizo discreto parecía haber sido suficiente para dejarla vivir.

Ahora iban a ver al tío Richard y a enseñarle algo. Algo en un pen drive. Algo que Jones había preparado durante toda la noche.

Tenía que ser una película. No podías exigir un rescate a menos que pudieras demostrar que el secuestrado estaba vivo y en tu poder. Ella se había estado preguntando cómo iban a manejar eso. Había supuesto que tal vez traerían a Richard y se la mostrarían en persona.

Pero no había tenido en cuenta la webcam. Su celda en la caravana estaba equipada con una webcam que presumiblemente estuvo conectada veinticuatro horas al día todo el tiempo que permaneció encerrada allí. Jones o uno de sus hombres habrían estado al otro lado, observándola en la pantalla de un portátil, y nada podría haberles impedido que pulsara el botón de grabación y tomar imágenes de vídeo.

Ahora mismo, Jones debía de haber hecho un montaje de esas imágenes y metido en el pen drive una pequeña película que pudiera descargar y enseñarle a Richard y usarla para exigir rescate: no en dinero, sino en servicios.

¿Cómo aplicar todo eso a la cuestión de cuándo iban a matarla?

«Ershut, puede que sea necesario mostrarla.» Tal vez les preocupaba que Richard se negara a colaborar solo con una película como muestra e insistiera en verla con vida primero. Así que en el peor caso pretendían matarla poco después de eso: dentro de unas cuantas horas a partir de ese momento.

Pero podrían pensar que Richard recelaría y podría guiarlos por el sendero durante un día o dos y luego exigir nuevas pruebas. En ese caso podrían querer mantenerla con vida hasta que hubieran recibido noticias claras de Jones de que el grupo principal había cruzado la frontera. Podrían ser unos días. Lo cual explicaría por qué habían dejado un suministro de comida abundante en el campamento.

O tal vez querían ambos tipos de rescate: primero cruzar la frontera y luego exprimir el dinero de Richard. En cuyo caso tendrían que mantenerla con vida indefinidamente.

Aunque supiera con seguridad que ese era el caso, tenía la obligación de liberarse en cuanto fuera posible. Después del aterrizaje, con la pistola de Jones delante de la cara, ella había farfullado lo único que pudo pensar para seguir von vida. Y no imaginaba que Richard ni nadie de la familia se lo reprocharan. Pero pronto, como consecuencia, Richard estaría en su poder; y si acababa guiando a Jones por su ruta habitual hasta el norte de Idaho, los llevaría directamente a la cabaña donde vivían el tío Jake y su familia. Zula se sentía obligada a hacer lo que pudiera para ayudarlos a salir del lío en que los había metido.

A los osos, añadió botas como algo en lo que debería estar pensando. Zakir era un hombretón, pero Sayed el licenciado era unos pocos centímetros más bajo que ella. Decidió echarle un vistazo a sus pies la próxima vez que saliera de su tienda.

Lottery Discountz había pasado ya suficiente tiempo merodeando por la zona inferior del pozo comercial para darle a su dueño una impresión general de cómo funcionaban las cosas. Le sorprendió, al principio, el hecho de que T’Rain estuviera preparado para el sonido. La forma más fácil de comunicarse con los personajes más cercanos era simplemente hablar: el software se encargaba de alterar la voz y el acento para que casaran con el personaje y luego reproducía una voz sintética en los oídos de cualquier otro personaje que estuviera cerca y pudiera escuchar. Si hubiera tenido que aprender solo, habría tardado meses en descubrir que había, además, una interfaz de chat de la vieja escuela. Podías, en otras palabras, teclear pequeños mensajes, como los pioneros de Internet de antaño, y aparecían en ventanitas que corrían en las pantallas de quien estuviera escuchando. La Corporación 9592 parecía desaconsejar su uso enterrándolo en cinco capas de menús. Y de hecho Csongor, que asumía de manera natural que la solución más high-tech era siempre la preferida por los expertos, nunca lo habría empleado. Pero era claramente un caso sin el que Marlon y el resto de los da O shou no podían vivir. Así que la siguiente ocasión en que Csongor concentró su atención en el pozo de cambio de dinero, experimentó conectando la interfaz de chat. Para empezar, advirtió que el lugar, para ser un pozo comercial, estaba extrañamente silencioso. Era
visualmente
fuerte, y ridículamente activo, pero casi nadie hablaba.

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