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Authors: Fredric Brown

Tags: #Ciencia ficción

Por sendas estrelladas (7 page)

«Esto suena a fanfarronada; pero he trabajado en cada uno de los doce aeropuertos de cohetes comerciales en este país y puedo trabajar de nuevo en ellos, en cualquier momento que lo desee, tanto si hay escasez de personal como excedente. Y aunque nunca podré volver a dirigir un cohete de nuevo estoy al corriente de cualquier nueva técnica en astronavegación, que haya sido intentada o utilizada. Soy también un gran aficionado a la Astronomía y no un contemplador de objetos celestes. Sé cómo calcular órbitas, trayectorias espaciales y eclipses.»

—¿Tiene usted algún grado de ingeniería?

—No, sólo el grado de bachiller en Ciencias, que era preciso en la graduación de la Escuela del Espacio en aquellos días. Pero por lo que respecta al conocimiento verdadero de los ingenios espaciales puedo considerarme un verdadero ingeniero. Podría tener alguna dificultad en ciertos estudios que me faltan en la teoría; pero podría conseguirlo. Nunca me he preocupado; porque me gusta mucho más el trabajo de la mecánica de los cohetes nucleares. Me gusta trabajar en los motores, y no en los dibujos y planos trazados sobre el papel.

—Entonces, ¿nunca ha realizado ningún trabajo administrativo.

—No. No me gusta.

—Pero, ¿lo haría usted en el Proyecto Júpiter?

—Para formar parte, de él, barrería y fregaría el suelo. Pero más bien desearía ser un jefe mecánico.

—¿Le gustaría ser un asistente de director?

Respiré hondo para responder a Ellen.

—Sí.

—Max —me dijo ella entonces— creo poder prometerle que lo conseguiré para usted; pero con dos condiciones y eso significaría que usted desempeñaría un importante papel en el Proyecto Júpiter. El director del Proyecto tendrá que ser una figura política, en eso no hay discusión posible. Pero el asistente de Director, no es preciso que lo sea, y será realmente quien lleve las cosas adelante, pero con el director como figura representativa. ¿Le gustaría eso, Max? ¿Llevar el Proyecto hacia adelante, construir y enviar el cohete?

—Ellen, no me haga preguntas locas. Y esas dos condiciones están aceptadas de antemano. ¿Cuales son?

—Creo que no van a gustarle —me dijo ella—. Y no voy a decírselo ahora, ya que ello nos conduciría a una larga discusión.

—Me parece bien. Estaré de acuerdo con todo, aunque tenga que cortarme la otra pierna. Y la cabeza incluso, si es preciso.

—No necesitaré la cabeza, desde luego. Y por lo que respecta a cortarse la otra pierna, esté tranquilo, le haría demasiado daño. Pero Max, ya hemos hablado demasiado y estoy algo fatigada. ¿Quiere volver mañana noche a esta misma hora?

Estuve de acuerdo en el acto, me despedí de ella y volví a casa. Allí comencé a seguir puliendo las lentes de mi telescopio reflector pero el pulimentado de las lentes es un trabajo pesado y doloroso y lo deje cuando noté que mis manos temblaban.

No es que pudiera reprocharme nada porque me temblasen. Ahora tenían una oportunidad, una maravillosa oportunidad, una entre mil de ir a Júpiter, pilotando un cohete a una distancia ocho veces superior a la del planeta Marte, donde jamás ningún cohete había llegado todavía.

Una oportunidad entre mil. Pero ayer era de una entre un millón. Y hace unos cuantos meses, la de una entre mil millones, o casi ninguna en absoluto.

No, no podía reprochar a mis manos que estuviesen temblorosas.

* * *

—Veamos cuáles son esas condiciones —pregunté a Ellen Gallagher.

—Primero las cosas agradables —me contestó—. ¿Puedo ofrecerle un trago, Max, para darle fuerzas?

—Las condiciones, mujer. Por favor, menos discutir.

—Bien, la primera un título de ingeniería en cohetes. Usted me dijo que lo obtendría proponiéndoselo. ¿Puede obtenerlo antes de que se hagan los nombramientos del Proyecto Júpiter? Digamos, dentro de un año.

Yo creo que me expresé un tanto huraño.

—Puedo hacerlo; pero eso me costará un duro esfuerzo de estudio. Tendré que pasar por exámenes de diez asignaturas. De seis de ellas puedo examinarme ahora mismo; pero para las otras cuatro me llevará un duro esfuerzo de estudio. Hay cosas que conozco desde el punto de vista práctico; pero me es precisa la teoría. Sí, puedo obtener ese título en un año. Tal vez en menos. ¿Y cuál es la otra condición?

—La de que empiece a trabajar ahora en cuestiones administrativas. Y entre este momento y el de que se hagan los nombramientos, debe trabajar tan duro como pueda.

Volví a comportarme como un niño mal educado, emitiendo una especie de gruñido. Ellen continuó:

—He aquí el por qué, Max. El Proyecto Júpiter se llevará a cabo de forma que el director nombre a su propio ayudante; pero tiene que estar sujeto a la aprobación del Presidente y es indispensable que tenga un adecuado aspecto para tal fin.

—Pero si es el Presidente el que nombra al director, ¿cómo se las arreglará usted para que ese director me nombre a mí como su ayudante?

Ella sonrió.

—Porque será una especie de trato de común acuerdo. Yo elegiré a la figura que haya de ser el director —alguien con un gran nombre pero que esté libre de empleo y que lo precise— y se lo ofreceré sobre la condición de que le nombre a usted como ayudante. Si desea esa dirección, tendrá que estar de acuerdo, sin duda alguna. Pero comprenderá, Max, que no voy a enviarle para tal cargo a un mecánico de cohetes con grasa en las manos de manejar herramientas. Debe comprenderlo.

Me temo que sí lo comprendo bien. ¿A qué altura debo llegar?

—Cuanto más, mejor. Pero cualquier empleo de responsabilidad administrativa en cualquier gran espaciopuerto debe serlo. Eso y su título de acreditado ingeniero en cohetes. Para no mencionar su fama de ser un ex-astronauta.

—Y si paso por todo eso, y el Presidente hace la elección de director por su propia iniciativa, ¿qué ocurrirá?

—Es un riesgo que hay que correrse. Pero estoy segura de que mi recomendación será suficiente, por el simple expediente de elegir a un hombre que sea completamente aceptable al Presidente. Hay además otro aspecto de la cuestión, un tanto complicado de explicar… pero que estoy completamente segura de obtenerlo sin más complicaciones. Si usted puede obtener tal grado de ingeniero y ostenta un empleo de importancia, es suficiente. ¿Puede hacerlo?

—Sí que puedo. ¿Hay más condiciones?

—No.

—Entonces, vamos por ese trago que me ofreció antes. Lo necesito. ¿Dónde están las bebidas?

—En aquel mueble de la esquina. Prepárese lo que quiera y deme por favor una copa de jerez.

Yo también tomé jerez. Algo me vino entonces a la cabeza. Y le dije a Ellen:

—El aeropuerto de cohetes de Los Ángeles creo que sería el mejor sitio. Es el más grande en un aspecto. Por otro, el superintendente es amigo mío, el más íntimo amigo que tengo entre la categoría de este ramo. Se ha hecho a sí mismo con su trabajo como mecánico y hablamos el mismo lenguaje. Además, ha estado poniéndome inconvenientes durante un año para que deje la grasa de las manos e ingrese en sus oficinas. Comenzará por ponerme al frente de algún importante Departamento, de existir tal oportunidad. De no haberla, me dará lo mejor que tenga a mano. Con un poco de suerte incluso podría ser su ayudante dentro de un año. De hecho…

Me quedé pensando durante unos instantes.

—De hecho —continué— si queremos proceder algo maquiavélicamente —y por qué no hacerlo— puedo contarle lo que ocurre y del por qué necesito el título. Probablemente este amigo solucionará las cosas de forma que aunque temporalmente, me sostenga hasta que se proclame el Proyecto Júpiter. ¡Diablo, sí, él lo hará por mí! Sí, creo que Klockerman lo hará por mí.

—Ayudante del Superintendente estaría muy bien. Incluso el estar al frente de cualquier Departamento sería suficiente. ¿Cuándo puede empezar?

—Dentro de un día o dos, supongo. Afortunadamente estamos ahora flojos de trabajo en la Isla del Tesoro, por lo que no será ningún compromiso para Rory, pero aunque lo fuese, él comprenderá cuando le refiera el fondo de la cuestión. Seguro, podré salir mañana de aquí. Visitaré a Klockerman esta noche, después de ir a casa y hablaré con él. Y veré a Rory esta noche también.

Ella sonrió.

—Lo que más me gusta de usted, Max, es que no hace las cosas a trozos. Devolviendo favor por favor, deseo realmente que sea usted quien gobierne el Proyecto Júpiter. Creo que hará un gran trabajo en él.

—Lo haré lo mejor que pueda —repuse—. Diablos, Senador, debería odiarla por hacer del próximo año de mi vida la miserable cosa que voy a ser; pero en su lugar la amo. ¿Cuándo estará lo suficientemente buena como para salir conmigo?

Elia volvió a reírse.

—¿Supone que eso será también otra oportunidad para gobernar el Proyecto?

—Seguramente que sí. Pero ahora pospondremos esa discusión. Pero dejemos mis planes aparte como solucionados y de hablar de mí. Dígame ahora algo del Proyecto Júpiter, y. del cohete en sí. ¿Lo había calculado ya Bradly?

—Hasta el último decimal, Max. Un plan perfecto y detallado. Pero el programa está en mi caja fuerte de Los Ángeles y podrá verlo usted cuando vuelva a casa. Podría decirle unas cuantas cosas respecto a él; pero no tengo ahora mi cabeza para detalles técnicos y podría darle algunos datos equivocados. Creo que podrá esperar hasta que lo estudie y lo lea por completo.

—Está bien —dije entonces—. ¿Cuándo se encontrará usted en Los Ángeles?

—Dentro de un mes, si continúo mejorando con la rapidez que ahora voy y sin que sufra ninguna recaída. Sobre primeros de marzo, tal vez. Tan pronto como se encuentre usted acomodado allí, escríbame para que tenga su dirección y teléfono y pueda avisarle cuando vaya.

—Magnífico. Así lo haré. Pero, ¿no podría decirme alguna cosa sobre el cohete, ahora, para que yo tuviera en qué pensar respecto a él?

—Por favor, no me haga más preguntas, Max. Me estoy fatigando y usted permanece ya aquí demasiado tiempo. Si comenzamos a hablar ahora del cohete, será muy difícil detenerse. Además, todo lo relativo al cohete, lo tendrá usted en las manos, terminado por Bradly. Ha sido su creación, algo así como su propia criatura.

Era como un hijo de Bradly y ella lo llevaba en sus brazos. Traté de pensar si aquello significaba algo más que la expresión sencilla de Ellen y decidí que no era nada que me concerniese. Yo había estado bromeando sobre aquel paso. Pero Ellen resultaba una mujer terriblemente atractiva.

Me fui derecho a la casa de Rory en lugar de a mi habitación y tan pronto como conté lo que sucedía a mi amigo, telefoneé a Klockerman. Todo estaba solucionado. Me necesitaba. Lo mejor que podía hacer por el momento, era encargarme del almacén de herramientas pero tenía un par de jefes de departamento que no funcionaban satisfactoriamente y me dijo que pasados un par de meses, me cambiaría a uno de ellos. No le dije, por teléfono, mis verdaderas razones de dejar a un lado el trabajo de mecánico ni de por qué deseaba alcanzar un puesto de importancia. Tiempo tendría más tarde, mientras tomaría un trago con su grata persona.

Ofrecí a Rory las grandes lentes ópticas que estaba puliendo; se llevaría con ellas un buen telescopio reflector, ya que mis noches serían en lo sucesivo algo lleno de trabajo y preocupaciones durante mucho tiempo. Aún deseaba tener un telescopio con que mirar a Júpiter en el cielo; pero sería mejor que comprase uno en vez de construirlo. Rory estuvo encantado con mi regalo y vino a mi habitación para llevarse las lentes. Esperó a que hiciese mis maletas y después me llevó a la plaza desde donde podía tomar un helitaxi que me llevaría al estratopuerto del Ángel. Llegué a Los Ángeles a medianoche.

* * *

Durante febrero y marzo, trabajaba de día y estudiaba por las noches. Y hacía grandes progresos en ambos aspectos. En el campo de cohetes, estaba a cargo del departamento de conservación. Trabajo pesado; pero que me proporcionaría un título. Y yo me entregué con toda mi mejor voluntad a mi deber y creo que lo hacía bastante bien; parecía que llevaría a cabo mi misión honestamente, sin tener nada de qué avergonzarme y dentro del año propuesto. Aún no me había abierto a Klockerman, y había decidido que si aquel puesto podía llevarlo por mis propios méritos, sería mejor que pidiendo demasiados favores, que hubieran podido llevarme aún más lejos. Si tenía que desempeñar mi cargo de ayudante por mis propios méritos antes de que dijese a Klocky para lo que realmente estaba trabajando él podría proporcionarme una ayuda importante con un mes de anticipación más o menos, en el momento crucial, al dejarme ostentar el cargo de Superintendente del tercer estratopuerto para cohetes más importante del mundo.

Desde el punto de vista de mis estudios, yo me encontraba sometido a cuatro puntos importantes, los más fuertes. Sabía que existían solamente nueve asignaturas, nueve pruebas en donde tendría que sufrir los correspondientes exámenes para llegar a obtener mi grado de ingeniería y tres de ellos eran tan fáciles que ni siquiera me tomé la molestia de volver a repasarlas, bastando una simple ojeada. Lo conseguí para tres en la primera semana. Una semana de estudios más me proporcionó cuanto necesitaba para otras dos. De las otras cuatro dos eran materias que conocía; pero que no las había utilizado desde hacía mucho tiempo y me hallaba francamente en baja forma respecto a ellas. Pero podría realizar un adecuado esfuerzo y examinarme dentro del mes siguiente.

Aquello me llevó a considerar lo más difícil para mí, lo más duro de tales estudios. La metalurgia de las temperaturas extremas y la teoría del campo unificado. Nunca habla supuesto que cualquier ingeniero de cohetes tuviera necesidad de aprenderlo. Se podían tomar las características de todos los metales y aleaciones de las cartas ya calculadas, ya calculadas hasta cifras de diez decimales, ¿qué ventaja suponía el estar en condiciones de calcularlo por uno mismo? La teoría del campo unificado era mucho peor aún; nadie todavía ha calculado una teoría de campo unificado, que sólo era eso, una teoría, para cualquier aplicación práctica a los cohetes y su ingeniería aplicada. Además, aquello se encontraba dentro de la Relatividad, y la Relatividad de Einstein me ponía el cabello de punta, porque en definitiva trata de poner límites al espacio; y yo no creo en esos límites bajo ningún aspecto.

Sí, cuando tuviese que entrar de lleno en tales estudios, necesitaría de profesores; pero había muchos en Caltech, cuyas clases era cuestión de pagar transitoriamente, según lo necesitara. Con un buen sueldo y sin tiempo libre en qué gastarlo, dispondría de fondos para quemarlos.

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