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Authors: Fredric Brown

Tags: #Ciencia ficción

Por sendas estrelladas (21 page)

BOOK: Por sendas estrelladas
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—Pues yo creo que sí podría explicarlo, en un sentido general. La energía atómica convierte el líquido en un gas que bajo altas presiones, se dispara sobre la popa del cohete y empuja a éste a grandes velocidades.

—Ahora, explícame cómo funciona una propulsión en el espacio curvo del Universo.

—Ya sabes, M’bassi que no hemos conseguido aún esa propulsión para el espacio curvo de que me hablas, según la Relatividad.

—Y tú sabes, lo mismo que yo que no puedo teleportarme. Por tanto, ¿cómo puedo explicarte cómo se hace?

—¿Qué es lo que te hace pensar que ello puede hacerse?

—Hay dos razones por las cuales lo creo así, Max. Una es la lógica extensión ya probada y aceptada de los poderes telekinéticos de la mente. La otra razón es la de que yo creo que la teleportación ya ha tenido lugar. Tres personas a quienes conozco y en las que creo y con las que he estudiado, han tenido esa experiencia en una u otra forma. Han conseguido teleportarse a sí mismas; pero solo —¿cómo te lo diría?— sin un total conocimiento de cómo lo hicieron, sin hallarse en condiciones de repetir ese acto a voluntad, sin encontrar la clave. No importa cuán cerca estuvieron de reproducir las mismas y exactas condiciones físicas y mentales que existieron en el momento de sus teleportaciones positivas; después fueron totalmente incapaces de repetirlo.

—¿Y están realmente ciertos de que lo consiguieron la primera vez?

—¿Está uno nunca seguro de cualquier cosa, querido amigo? Siempre existe la posibilidad de sufrir una alucinación u otra cualquier clase de error. ¿Estás seguro de que yo estoy aquí, hablando ahora contigo?

—Pero, ¿tú crees que ellos realmente fueron teleportados?

—Lo creo, Max. Por ejemplo, el gurú con quien he estudiado y he pasado mayor tiempo de experiencias de mi vida, este verano en el Tibet, me aseguró como cosa cierta que había conseguido teleportarse dos veces. Es una persona honesta a toda prueba.

—Dejemos eso por seguro M’bassi. Dime ahora por qué crees que no sufría un error.

—Porque es un sabio, lo suficientemente sabio para haber tomado toda clase de precauciones contra sus propias equivocaciones. Me habló de las precauciones que había tomado y yo las creo suficientes.

—¿Sueles tú tomar precauciones cuando experimentas, M’bassi?

—Por supuesto. De otra forma, ¿cómo podría saber si tengo éxito? Si estoy experimentando en el cuarto que tú llamas mi celda de monje, cierro la puerta con llave por dentro; el cerrojo sólo puede abrirse desde el exterior. Supongamos que lo consigo y me encuentro a mí mismo en cualquier otra parte. En esta habitación, por ejemplo. Puedo así volver y ver si la puerta está todavía cerrada desde el interior. De ser así, no es posible que haya sufrido ninguna equivocación, ni haber experimentado ningún fenómeno de sonambulismo, andando en tal estado hasta este cuarto y despertado aquí.

—Tendrías que haber echado la puerta abajo para volver a la celda.

—No valdría la pena, ¿verdad?

—Supongo que sí. Pero escucha, ¿qué ayuno debes hacer para que se produzca esa teleportación?

—El cuerpo, Max, afecta a la mente de varias formas. El alimento, o la carencia de él, el exceso de debilidad corporal, los estimulantes o depresivos, todas esas cosas y muchas otras, afectan nuestra capacidad de pensar y nuestra manera de hacerlo. Por siglos, hombres muy sabios —aunque también algunos estúpidos—, han sabido que el ayuno aporta la claridad al pensamiento, y a la vez, en determinados momentos una visión superior a la normal de las causas normales.

—Sí, y a veces las alucinaciones. Así lo hace el alcohol. Yo he visto…, bien, poco importa lo que yo mismo he visto una o dos veces. Pero estoy seguro de que no estaban allí realmente presentes.

—Es cierto. Con todo, Max, en un determinado estadio de intoxicación, ¿no has experimentado la sensación de que te hallabas en el umbral de la comprensión de algo de una vasta importancia de…? Tú sabes a lo que me refiero.

Maldito si sé lo que quieres decir —le dije—. Siempre es el umbral, nunca cruzas ese borde, esa frontera hacia lo desconocido.

—¿No sería posible, que bajo determinadas condiciones, pudiera uno conseguirlo? Aunque creo que hay mas esperanza en las drogas que en el alcohol. Voy a intentar pronto experimentar con el uso de drogas.

—¿Has experimentado ya con el alcohol?

—Si. Y fumando opio. Creo que iré más cerca de mis propósitos con el opio.

—Esos son unos experimentos muy peligrosos. M’bassi.

—¿Son seguros los cohetes? —y sonrió mientras yo miraba involuntariamente a mi pierna artificial. Y añadió—: Max, sé que aprovecharás cualquier posibilidad que tengas a la mano para ir a dónde quieres ir. ¿Por qué no debería hacerlo yo?

Aquella noche volví a casa con un enorme paquete de libros de la biblioteca de M’bassi, libros que según mi amigo eran elementales respecto al asunto de que habíamos tratado.

Para mí no lo fueron. Resultaron una jerga incomprensible por lo que a mí concernía. A las tres de la mañana, los dejé de lado y me puse a dormir. M’bassi intentaría con sus medios, yo emplearía los míos Yo era ya demasiado perro viejo para intentar aprender aquellos nuevos trucos de la fantasía y el misterio.

Además, aunque yo esperaba que M’bassi tuviese algo que conseguir, y yo lo respetaba por su esfuerzo en tal sentido, no tenía suficiente fe en tales procedimientos.

El Proyecto Júpiter, el Proyecto Saturno, el Proyecto Plutón… el Proyecto Próxima Centauri… aquello era lo mío. El sendero directo de las cosas, no el de las Ocho Vías del budismo.

* * *

Al llegar octubre, el Proyecto Júpiter, estuvo de nuevo en primera fila de las noticias. Se había alquilado la antigua Estación G de construcción de cohetes espaciales y sus rampas de lanzamiento en el estado de Nuevo México. En toda la prensa y demás medios informativos, apareció la vieja historia reviviendo en detalle el fracaso de la antigua Estación G, antes de haber concluido la construcción del primer cohete. Aparecieron fotografías con algunos de los relatos y reconocí dos de ellas, como las que yo mismo tomé desde el helicóptero. Bajo las fotografías aparecía una línea: Foto: Max Andrews, aunque no me mencionasen en el relato. Por otra parte, Whitlow sólo era mencionado incidentalmente como director del Proyecto Júpiter, ni siquiera me había concedido el crédito personal de ser el autor de la idea de haber localizado y utilizado los terrenos de la vieja Estación G, aunque tampoco hizo uso de su nombre al respecto. Todo era pura publicidad. La cuestión más importante, era que Whitlow no había abandonado las cosas.

El Proyecto Júpiter ya tenía su lugar preciso.

Ya no se tardaría mucho y una vez comenzase el proyecto, yo tendría que trabajar veinticuatro horas diarias, lo que yo consideraba bueno para mi estado de ánimo; si, era lo mejor para mí.

No es que las cosas fuesen mal para mí personalmente, excepto para mi impaciencia. Yo ya estaba aceptando la pérdida de Ellen, como cosa irremediable y encontrando en ella, en cierto sentido, una forma de aproximarme a su gran amor y hacerla volver a mi lado. Porque al pensar siempre en ella, ahora con menos dolor que al principio, ella parecía estar más constantemente junto a mí que antes, cuando la amargura y el dolor habían nublado mis pensamientos y retorcido mis ideas. Ahora, a veces, solía sostener conversaciones con ella, en mi interior, conversaciones imaginarias, no en voz alta. Y aquello me servía de un infinito consuelo. Me proporcionaba un alivio sin el cual la vida se me habría hecho imposible. Otras veces, me parecía pensar y creer como si estuviésemos temporalmente separados, como si ella estuviese en Washington y yo en Los Ángeles; pensando de ella como si en efecto, estuviese viva y esperándome en alguna parte. Y en cierto modo, así era; ella vivía en mí mente y seguiría viviendo mientras la vida alentase en mi propio cuerpo.

Incluso su muerte, y a pesar de ella, según llegué a comprender, no pudo apartarla lejos de mí nunca más. Y con tal conocimiento, llegó la paz a mi espíritu.

* * *

Llegó noviembre y se aproximaba diciembre. Comencé a sentirme impaciente para entrar de lleno en el proyecto. Pensé, que seguramente por entonces, las cosas en Washington estaban tomando forma, discutiéndose los planes, perfilándose los últimos detalles; pero yo debía estar en todo ello. Mi entrada en la nómina no se produciría sino a principios de año; pero al diablo con la cuestión monetaria; todo lo que deseaba locamente, era comenzar el trabajo.

Pregunté a Klocky si le dejaría en un aprieto si tuviese que dejarle tan pronto como me avisaran. Klockerman se rió.

—¿Qué diablos te hace pensar que resultas indispensable? Ya sé que tienes que irte al Proyecto Júpiter a primeros de año. Tengo dispuesto a Bannerman para que ocupe tu plaza en el momento oportuno. Diablos, Max, me estás decepcionando desde hace un mes o dos. Pensé que tendrías que haberte marchado al Proyecto Júpiter más pronto. ¿Qué es lo que ocurre?

—Maldito si lo sé —le repuse a Klocky—. A lo mejor, la idea de que llegue allá y encuentre que no tenga nada que hacer. Eso sería peor que estar aquí sentado.

—Si ves que no tienes nada que hacer, vuelve conmigo en seguida. Voy ahora mismo a darte un permiso. Veamos, hoy es miércoles, puedes marcharte hasta el fin de la semana. Vete a Washington en avión y saca a Whitlow de su refugio y ve la forma de que puedas comenzar a hacer algo, ya que ésa es toda tu ilusión. Si tienes éxito, llámame por teléfono y vete. En caso contrario, vuelve y comienza nuevamente el lunes próximo aquí, trabaja otro mes o el tiempo que sea necesario.

—Klocky, eres un tío extraordinario.

Klockerman hizo una mueca risueña y burlona

—¿Lo has descubierto ahora? ¿Qué vas a hacer con tu apartamento, con tus libros y con todos tus chismes?

Ni siquiera había pensado en aquello. Dejé escapar un sonido inarticulado al sentirme repentinamente confuso; de repente caí en la cuenta de que había acumulado demasiadas cosas en los últimos dos años.

—Maldito si lo sé, Klocky —dije— respecto a mis cosas y a los libros. No hay problema con el apartamento; ya he avisado que lo abandono a fin de año y lo tengo pagado hasta entonces.

—Déjame una llave, Max. Me cuidaré de él. Puedo enviarte tus cosas a Washington. O a Albuquerque, si quieres esperar hasta que estés trabajando en el Proyecto Júpiter.

Yo dejé escapar un suspiro de alivio.

—Magnífico, Klocky, gracias. Escucha, no deseo tener nada en Washington. Si no voy a Albuquerque hasta después de que haya terminado la renta, podrías darle encargo a una compañía de las que se dedican a almacenar mobiliarios y objetos personales y que me lo guarden todo.

—¿Y el telescopio? ¿Está todavía en la terraza del apartamento?

Asentí con un movimiento.

—Lo traeré esta tarde. Mejor será que deje una nota para que los empleados de la mudanza no lo estropeen. Pudieran perder alguna de sus partes, como aquellas lentes Bonestell, que tanto aprecio les tengo.

—No tienes que preocuparte, Max. Ya sé cómo manejarlo y estaré al cuidado de todo. Creo que es una buena idea bajar el telescopio. ¿Por qué no ir esta noche? Podrías tomar el último estratorreactor para Washington, así llegarías de forma que pudieras comenzar tus gestiones por la mañana temprano.

—¿Quieres decir que no te importa si me voy ahora mismo?

—Pues claro que no —consultó su reloj—. Son las doce y veinte. Puedes salir de aquí a veinte minutos. Tienes tiempo suficiente para tomarte un café conmigo.

Bajó la palanquita del intercomunicador, que le puso en contacto con su secretaria.

—Dotty —ordenó a la joven—, no deje usted entrar a nadie aquí en veinte minutos. Vamos a hacer algo que estará estrictamente en contra del reglamento. Ni siquiera una llamada telefónica. Si alguien lo hace, dígale que he salido.

Entonces tomó una botella y un par de vasos del fondo de un cajón de su mesa. Escanció la bebida y me ofreció una.

—Por Júpiter, Max.

Bebimos. Después me miró y estuve seguro de que sus ojos aparecían velados por unas lágrimas que pugnaban por escaparse de sus ojos. Su voz, sin embargo, sonó tranquila.

—¿Crees que lo harás, Max?

No se lo había dicho. Lo había imaginado, como Ellen lo hizo. Klockerman me conocía bien.

—Creo que hay una oportunidad, Klocky.

—Jesús, te envidio esa oportunidad, Max. No importa qué pequeña pueda ser. Habría dado cuanto tengo…

Y volvió a llenar los vasos.

* * *

Empaqueté dos maletas, con lo suficiente como para dos meses, si tenía que permanecer en Washington tanto tiempo, antes de ir al lugar del Proyecto Júpiter.

Desmonté el telescopio, lo dispuse cuidadosamente en su caja, desarmado, dejándolo dispuesto para que se lo llevasen a almacenarlo junto con mis otras pertenencias. Pensé que había hecho mal con haber reunido tantas cosas a mi alrededor. Había acumulado demasiado. Un hombre solitario como yo, no debía tener más cosas que las que pudiera llevar con sus manos. Había hecho mal; pero no tenía ya remedio.

Tomé el estratorreactor para Washington. Un helitaxi al hotel y para entonces, ya había anochecido. Consideré la idea de llamar a Whitlow a su casa; pero renuncié tras haberlo meditado unos instantes.

Al día siguiente sería mejor, en su oficina. Y me dispuse a acostarme y tratar de descansar una buena noche con largo sueño.

* * *

El jueves, a las nueve, Whitlow, William J. Whitlow, mi jefe Whitlow, tras aquella enorme mesa de caoba, mirándome fijamente. Instantes después, mientras jugueteaba silenciosamente con un bolígrafo en sus manos, me dijo:

—Lamento que haya venido, Mr. Andrews.

Vaya, el «amo» no estaba todavía dispuesto para recibirme, por lo visto.

—No me importa un bledo la paga —dije—. Tiene que haber algo que yo pueda ir haciendo.

—No es eso. Le escribí ayer una carta. Créame que lamento que haya venido, sin haberla recibido, por su propio bien.

«Bien, por mi propio interés…» ¿Qué sería lo que aquel bastardo querría dar a entender? ¿Debería pegarle una paliza hasta dejarle por el suelo, o estrangularlo entre mis manos?

—Su nombramiento se hará pronto público —continuó Whitlow—. Naturalmente, Mr. Andrews, hicimos una investigación de rutina respecto a sus calificaciones. Y cuando el informe me llegó… Claro está, que en vista de la promesa hecha a la senador Gallagher y al Presidente Jansen por las recomendaciones que me hicieron de usted, le consulté y estuvo de acuerdo conmigo en que…

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