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Authors: Chuck Palahniuk

Tags: #Humor, Intriga

Pigmeo (29 page)

La visión del agente-yo está inundada de estrellas. Galaxias desentrenadas de estrellas. Los deltoides, tríceps y músculos pectorales de este agente se han convertido en goma endeble. Sus brazos se encuentran laxos por culpa de la fatiga.

Con un gesto, el director en jefe requiere que todos los presentes se congreguen. Todos los agentes se aproximan.

Al momento siguiente, el muy estimado director se pone a distribuir las fotos satinadas desplegándolas por la superficie del suelo de cemento. Comienza a pavimentar el suelo usando muchas de esas fotografías. Crea un mosaico en expansión, que cada vez se extiende más, ocupando un área creciente, hasta que los agentes necesitan caminar hacia atrás para dejar espacio. Y sigue desembolsando más fotografías, más fotografías sin cesar.

Para que conste en acta, lo que las imágenes muestran es: carne. Sangre. Huesos. Tejidos de piel y grasa y tendones goteantes, masticados, macerados y hechos jirones. Manojos retorcidos de color claro. Charcos de espeso kétchup de casquería. Tejidos destruidos. Pulpa encharcada de jugo rojo. Esquirlas de hueso hecho trizas.

Las fotos ocupan todo el campo de visión: restos mutilados. Carne hecha jirones e inflada como una esponja de la carne que la empapa. Astillas abundantes de huesos destrozados y convertidos en un enredo deshecho. Huesos de color blanco brillante. Piel replegada. Piel rasgada. Un mejunje de pastel de carne gris retorcido que antes eran máquinas de pensar. Salpicaduras de estallido, rociadas de color carmesí.

La alfombra creciente de esas fotografías sigue extendiéndose hasta llenar casi por completo la sala. La sangre de las fotos inunda el suelo hasta requerir que todos los agentes caminen hacia atrás, hasta que los talones les quedan atrapados contra la pared de cemento. Tibor, Magda, Oleg, todos los agentes quedan encajados entre el enorme mar de carne sanguinolenta y la pared de cemento fría que les oprime las espaldas.

—Atención, jóvenes camaradas —dice el director en jefe. Dice—: Examinen con mucha atención esta exposición.

Desplegado y expuesto ante todos: un collage abigarrado, un montaje del tamaño de una pradera de muertos entremezclados. No se pueden distinguir caras humanas. Solo hay un amplio estanque de carne hecha pulpa.

—Aquí se honran —dice el director en jefe— las últimas imágenes en la tierra de los desafortunados progenitores de ustedes...

La honorable familia de este agente: el resultado de la bomba terrorista americana. La evidencia de las atrocidades de la explosión.

Nada de caras. Nada de supervivientes. Un estallido de dolor violento y todas las familias quedaron aniquiladas. Borradas violentamente de la faz de la tierra.

Los amados progenitores del agente-yo: mártires de los prejuicios americanos. Sacrificados en nombre de la aspiración imperial de la gente depravada de Estados Unidos.

Qué típico de América: una tierra que te vende los cereales del desayuno con una pistola enterrada en el paquete a modo de bonificación. No es de extrañar que esa nación inmoral albergue muertes a cuchilladas en competiciones de lucha libre dentro de jaulas. Que haga concentraciones de camiones monstruosos.

La imagen de tanta pintura de color rojo intenso empuja a todos los agentes a un rincón del cemento.

Cita: «El odio dura más que el desagrado».

Al momento siguiente, el director en jefe hunde la mano dentro de su blusón. Sus dedos emergen sosteniendo una carpeta de cartón que lleva impresas en el margen las palabras: «Operación Estrago».

COMUNICADO TRIGESIMOSEGUNDO

Empieza aquí el informe trigesimosegundo del agente-yo, número 67, sentado dentro de la cámara de dormir de la hermana-huésped. En el día presente, después de la instrucción diaria celebrada en el Centro de Educación Secundaria XXXXX. Mientras la madre-huésped se ha ausentado para interrogar al padre-huésped encerrado en el Edificio Federal XXXXX. Mientras el hermano-huésped se encuentra entregado a la práctica del deporte XXXXX.

En el día de hoy no se percibe en la casa ningún pequeño temblor vibrante de felicidad. No hay misiles de la felicidad que vibren en las profundidades líquidas del sótano de la madre-huésped. No hay baterías que hagan temblar sus entrañas. Para que conste en acta, la residencia de la familia-huésped Cedar está vacía salvo por la hermana gata-sigilosa y este agente.

En el momento actual, la hermana está inclinada sobre la superficie de trabajo adyacente, con el soldador en la mano. Llevando a cabo una exploración del cadáver del falo asesino de la feria de ciencias. Escarbando entre el plástico derretido y los circuitos chamuscados del color del carbón. Investigando la posible razón de la avería catastrófica por la cual dicho falo puso en peligro a todos los espectadores. Una voluta curvada y espiral de humo blanco parecida a una cola se eleva de la punta del soldador, un humo que traza dibujos en el aire.

La hermana-huésped hunde la punta en el plomo fundido y lo traslada, respirando una cola de serpiente de humo. Y dice:

—Bueno, Pigmeo... —Sin aparcar la mirada del falo post mortem, dice—: Tal vez el mundo entero esté enamorado de ti, pero te aseguro que yo no.

Los oídos del agente-yo consumen ávidamente las palabras de la hermana, pero no consiguen descifrarlas. Este agente está sentado en el borde de la cama de la hermana-huésped, en el colchón sobre el cual se amontonan las mantas, cubiertas de animales hechos de hilo marrón. Todos los animales sonríen. Animales marrones que sujetan cordeles atados a pelotas flotantes infladas con helio.

El agente-yo dice con los labios:

—¿Explicación?

Animales humorísticos.

La hermana-gata mira con los ojos guiñados al calor, el plomo líquido que el soldador ha derretido encima de la superficie de trabajo, y dice:

—Has tocado mi proyecto, ¿verdad?

En secreto, la voz interior del agente-yo recita la tabla periódica: «... aluminio, antimonio, angora...».

Detrás de un velo de humo, de un halo y de una neblina de humo pálido emitido por el metal caliente, la cara de la hermana dice:

—Me has traicionado. —Dice—: Cuando yo te entrené como espía...

Blandiendo la vara al rojo vivo, la cara de la hermana no dice nada. Silencio. Sus orificios nasales soplan el humo del metal. Acre. Y por fin su boca dice:

—Y has saboteado mi proyecto para la feria de las ciencias.

Dentro de su cráneo, este agente recita: «... argón, arsénico, Ann Arbor...».

Al momento siguiente, inhalando el humo blanco serpenteante, la hermana-gata no dice nada. Ni una palabra. Esperando respuesta.

—Es imperativo —dice este agente, en voz alta— que la hermana no asista a las finales de la Feria Nacional de las Ciencias. —Dice—: Allí habrá peligro. —Dice—: Un peligro total y enorme.

Con la cara inclinada sobre el recorrido flotante de las hebras blancas y las curvas espirales de humo, la hermana-huésped dice:

—¿Y por qué te iba a creer yo ahora? —Dice—: No dices nada más que mentiras.

Este agente cita al glorioso revolucionario y heroico portaestandarte Eugene Debs:

—«El progreso nace de la agitación. Hay que elegir entre la agitación y el estancamiento».

Parpadeando en medio del humo blanco, la hermana-gata dice:

—La verdadera inteligencia empieza cuando uno deja de citar a los demás...

La máquina de pensar del agente-yo recita: «... zinc, zirconio, Zoloft...».

Este agente solicita la fuente de tan profunda declaración.

—¿Que a quién estoy
citando
? —dice la hermana-gata. Levanta los hombros hacia las orejas propias, en lo que se llama un encogimiento, y dice—: Supongo que me estoy citando a mí misma...

Este agente levanta la mano, poniendo todos los dedos rectos como si estuviera haciendo una promesa. Y los labios del agente-yo dicen:

—¿Equipo Cedar?

Pero la hermana no entrechoca su mano con la mía. Al momento siguiente, la hermana gata-huésped se revuelve y esgrime la punta ardiente del soldador, la blande para amenazar con establecer contacto entre este agente y la punta afilada de color de fuego. Y el calor ardiente. Y amenazándome así, la hermana-huésped dice:

—Y ahora sal de mi habitación, joder.

COMUNICADO TRIGESIMOTERCERO

Empieza aquí el informe trigesimotercero del agente-yo, número 67, en plena incursión al centro de venta Wal-Mart destinada a adquirir provisiones para la Feria Nacional de las Ciencias. Calzones interiores limpios, pasta dental, peine capilar, todos ellos suministros requeridos con el objeto de emprender viaje en aeronave XXXXX. Viaje para albergarse en hotel de lujo corrupto XXXXX. para incubar la amplia distribución de la neurotoxina letal XXXXX y matar al instante a millones de americanos, y probablemente también a Tibor, Mang, Ling y todos los compañeros-agentes, entre ellos el agente-yo. Probablemente también se convertirá en mártir Magda, que va cargada con un feto. El cumplimiento de la misión de nuestras vidas: la Operación Estrago.

Solo es menester no asesinar a la hermana-gata, la hermana-huésped. Sigue siendo la más amada, pese al reciente desprecio que dicha hermana ha mostrado hacia este agente. El agente-yo morirá igual que murió Trevor Stonefield: adorando pero no siendo adorado.

Solo. Sin ser amado. Ataviado con calzones interiores limpios.

Las puertas mágicas silenciosas se deslizan de lado y desaparecen dentro de la pared para abrir un camino desde el exterior. Las puertas se deslizan hasta revelar en el interior a la anciana esclava ataviada con blusón rojo, Doris Lilly. La vetusta centinela posa sus ojos con cataratas grises sobre el agente-yo, recorre a este agente de arriba abajo con la vista y dice con una voz que parece de loro viejo:

—Bienvenido a Wal-Mart. —Dice—:
Camarada
.

Este agente empieza a preguntar, con la cara del agente-yo diseñada para mirar a los ojos con expresión agradable:

—Muy venerada anciana madre... ¿dónde se venden aquí los calzones inter...?

Y al momento siguiente se interrumpe. La máquina de pensar del agente-yo permanece detenida en la palabra
camarada
.

La cara de la antigua momia envuelta en piel moribunda se limita a mirarme con sus cataratas, sin parpadear.

Y en ese mismo momento, una voz dice:

—Eh, Pig-man.

Procedente de otro lugar cercano, la voz masculina dice:

—¿Puedo hablar contigo?

La piel caída del loro vetusto se eleva formando una sonrisa. Los bordes de su mancha de cera roja se abren para formar una boca, y su sonrisa de cera se expande hasta dejar ver unas prótesis dentales, diciendo:

—Buena suerte en la Feria Nacional de las Ciencias...

La voz masculina resulta venir del hermano perro-puerco. El aliento le apesta a Ritalin. Desprende un hedor contaminante a adhesivo para maquetas de aviones y a masturbación frecuente. El hermano-huésped blande un papel blanco que se revela como un sobre. Los dedos del perro-puerco tiran del sobre para abrirlo y extraen un papel de color amarillo. Una carta de tamaño estándar. Y dice:

—¿Tienes un momento?

El sobre que le entregó la mano de la hembra Stonefield, en medio de los ritos funerarios del diablo Tony.

La mano del agente-yo palpa la fotografía de prensa que este agente lleva doblada dentro del bolsillo. Palpa la ampolla de neurotoxina sustraída de la oficina del padre-huésped arrestado. Ofreciéndole una sola inhalación, podría asesinar al hermano-huésped. Asesinar a Doris Lilly. Resolver todos los misterios y los conflictos posibles.

Este agente se palpa la muela ahuecada y llena de cianuro letal. Una sola mordedura letal podría acabar con este agente para siempre.

Mientras este agente está de camino, el agente Tibor se le aproxima y le hace entrega de un grueso fajo con una enorme cantidad de dinero de papel americano. Una tremenda masa de muchos billetes de uno, cinco y veinte dólares.

Para que conste en acta, este agente permite que el hermano perro-puerco lo guíe en su pequeño desfile. Dejan atrás la ubicación donde el matón amarillo-claro maltrató al hermano-huésped. Dejan atrás las mesas que ofrecen numerosos zapatos en venta. Zapatillas de tenis, zapatillas de atletismo y para jugar a los bolos. Zapatillas de lucha libre. Zapatillas de baloncesto. Zapatillas para gimnasio. Cuando por fin llegan a los estantes cargados de colonia Listerine, el hermano-huésped se detiene y gira los ojos lateralmente en una dirección, y a continuación en la dirección opuesta. No hay más ciudadanos presentes como testigos.

Al momento siguiente, se produce un encuentro con el antiguo delegado de Tanzania, encuentro que cataliza una enorme sonrisa y hace que el delegado diga:

—¡Pigmeazo! —Dice—: ¿Qué pasa, coleguita?

Al momento siguiente, se produce un encuentro con la señora Flanes de Vainilla. La estimada señora parpadea con mirada de flirteo y chilla:

—¡Pigmeo! —Dice—: ¡Uau, cómo moló lo de la Feria de las Ciencias!

Cuando nos quedamos a solas, aislados en medio de un pasillo vacío y con la única compañía del hermano-huésped, las manos de este abren la hoja de papel. Los dedos le vibran. Le tiemblan. La voz del perro-puerco también le tiembla cuando dice:

—Necesito leerte una cosa que me ha dado la señora Stonefield...

A modo de respuesta, este agente podría enseñarle al hermano-puerco a hacer, raaaca-fuaca, el Zarpazo del Zorro.

Los ojos del perro-puerco se evaden a los lados y evitan mirar a los ojos de este agente. Las letras del alfabeto inglés, escritas a mano en un costado del sobre, dicen: «Para Pigmeo».

El agente-yo podría negociar con entrenar al hermano-huésped, zaca-bum, para ejecutar con precisión el Trallazo del Tigre.

Y en ese momento, el agente Tanek se acerca para entregarle a este agente un gran volumen adicional de billetes monetarios americanos.

El hermano-puerco mantiene la mirada fija en la carta y se pone a leerla:

—«Querido Pigmeo...».

Este agente podría ofrecerle al hermano, cata-crac, enseñarle el Porrazo de la Pantera. Después de lo cual podría matar instantáneamente a todos sus enemigos.

—«Querido Pigmeo —repite el hermano-huésped—. Probablemente no debería sentir vergüenza, porque si estás leyendo mi carta entonces debo de estar muerto.»

La máquina de pensar del agente-yo recita en secreto y sin voz alta: «... niobio, níquel, Naughahyde...».

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