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Authors: James Matthew Barrie

Tags: #Infantil y Juvenil, Cuento

Peter Pan (19 page)

BOOK: Peter Pan
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—Ése es Michael —dijo ella y alargó los brazos hacia los tres niños egoístas a quienes jamás volverían a estrechar. Pero sí que lo hicieron, rodearon a Wendy, a John y a Michael, que se habían deslizado fuera de la cama y habían corrido hasta ella.

—George, George —exclamó cuando pudo hablar y el señor Darling se despertó para compartir su dicha y Nana entró corriendo. La escena no podría haber sido más encantadora, pero no había nadie para contemplarla, excepto un extraño chiquillo que miraba por la ventana. Tenía alegrías innumerables que otros niños jamás llegan a conocer, pero estaba contemplando por la ventana la única felicidad a la que jamás podría aspirar.

17
Cuando Wendy creció

Espero que queráis saber qué había sido de los demás chicos. Estaban esperando abajo para que Wendy tuviera tiempo de explicar lo que ocurría con ellos, y después de contar hasta quinientos subieron. Subieron por la escalera, porque pensaron que causaría mejor impresión. Se pusieron en fila ante la señora Darling, con los gorros en la mano y deseando no estar vestidos de piratas. No dijeron nada, pero sus ojos le suplicaban que se los quedase. Deberían haber mirado también al señor Darling, pero se olvidaron de él.

Por supuesto, la señora Darling dijo inmediatamente que se los quería quedar, pero el señor Darling estaba extrañamente deprimido y se dieron cuenta de que seis le parecía una cantidad bastante grande.

Le dijo a Wendy:

—Debo decir que las cosas no se hacen a medias —un comentario poco generoso que a los gemelos les pareció que iba por ellos.

El primer gemelo era el atrevido y preguntó, ruborizándose:

—¿Cree que seríamos demasiados, señor? Porque si es así nos podemos ir.

—¡Papá! —gritó Wendy, horrorizada, pero él seguía malhumorado. Sabía que se estaba comportando de manera indigna, pero no lo podía evitar.

—Podríamos dormir de dos en dos —dijo Avispado.

—Yo misma les corto el pelo siempre —dijo Wendy.

—¡George! —exclamó la señora Darling, dolida por ver a su amor haciendo gala de una conducta tan reprochable.

Entonces él se echó a llorar y salió a relucir la verdad. Estaba tan contento como ella de tenerlos, dijo, pero creía que deberían haber pedido su consentimiento además del de ella, en lugar de tratarlo como un cero a la izquierda en su propia casa.

—Yo no creo que sea un cero a la izquierda —exclamó Lelo al instante—. ¿Tú crees que es un cero a la izquierda, Rizos?

—No, no me lo parece. ¿A ti te parece un cero a la izquierda, Presuntuoso?

—Pues más bien no. Gemelo, ¿a ti qué te parece?

Resultó que a ninguno de ellos le parecía un cero a la izquierda y él se sintió absurdamente gratificado y dijo que encontraría sitio para todos ellos en el salón si cabían.

—Sí que cabremos, señor —le aseguraron.

—Pues entonces seguid al jefe —gritó alegremente—. Escuchad, no estoy seguro de que tengamos un salón, pero haremos como si lo tuviéramos y será lo mismo. ¡Adelante!

Se fue bailando por la casa y ellos gritaron: «¡Adelante!» y lo siguieron bailando, en busca del salón y no me acuerdo de si lo encontraron, pero en cualquier caso encontraron rincones y todos cupieron.

En cuanto a Peter, vio a Wendy una vez más antes de marcharse volando. No es que llegara a la ventana exactamente, pero la rozó al pasar, para que ella la abriera si quería y lo llamara. Eso fue lo que ella hizo.

—Hola, Wendy y adiós —dijo él.

—Ay, ¿te vas?

—Sí.

—¿No crees, Peter —dijo ella vacilando—, que te gustaría decirles algo a mis padres sobre una cuestión muy bonita?

—No.

—¿Sobre mí, Peter?

—No.

La señora Darling llegó a la ventana, pues por el momento estaba vigilando a Wendy estrechamente. Le dijo a Peter que había adoptado a todos los demás chicos y que le gustaría adoptarlo a él también.

—¿Me mandaría a la escuela? —preguntó él taimadamente.

—Sí.

—¿Y luego a una oficina?

—Supongo que sí.

—¿Y pronto sería mayor?

—Muy pronto.

—No quiero ir a la escuela a aprender cosas serias —le dijo con vehemencia—. No quiero ser mayor. Ay, madre de Wendy, ¡qué horror si me despertara y notara que tengo barba!

—¡Peter! —dijo Wendy, siempre consoladora—. Me encantaría verte con barba.

Y la señora Darling le tendió los brazos, pero él la rechazó.

—Atrás, señora, nadie me va a atrapar para convertirme en una persona mayor.

—¿Pero dónde vas a vivir?

—Con Campanilla en la casa que construimos para Wendy. Las hadas la pondrán en lo alto de la copa de los árboles en los que duermen de noche.

—Qué bonito —exclamó Wendy con tanto anhelo que la señora Darling la sujetó firmemente.

—Yo creía que las hadas estaban todas muertas —dijo la señora Darling.

—Siempre hay muchas jóvenes —explicó Wendy, que era ahora toda una experta—, porque, verás, cuando un bebé nuevo se ríe por primera vez nace una nueva hada y como siempre hay bebés nuevos siempre hay hadas nuevas. Viven en nidos en las copas de los árboles y las de color malva son chicos y las de color blanco, chicas, y las de color azul, unas tontuelas que no saben muy bien lo que son.

—Lo voy a pasar estupendo —dijo Peter, observando a Wendy.

—Estarás bastante solo por la noche —dijo ella—, cuando te sientes junto al fuego.

—Tendré a Campanilla.

—Pues Campanilla no es que sea mucha ayuda, que digamos —le recordó ella con algo de aspereza.

—¡Chivata! —gritó Campanilla desde el otro lado de la esquina.

—Eso no importa —dijo Peter.

—Oh, Peter, tú sabes que sí importa.

—Pues entonces ven a la casita conmigo.

—¿Puedo, mamá?

—Por supuesto que no. Te tengo otra vez en casa y estoy decidida a conservarte.

—Pero es que le hace tanta falta una madre.

—A ti también, mi amor.

—Oh, está bien —dijo Peter, como si lo hubiera pedido sólo por cortesía, pero la señora Darling vio cómo le temblaba la boca y le hizo esta bella oferta: que Wendy se fuera con él durante una semana todos los años para hacer la limpieza de primavera. Wendy habría preferido algo más permanente y le parecía que la primavera iba a tardar mucho en llegar, pero esta promesa hizo que Peter se volviera a poner muy contento. No tenía noción del tiempo y corría tantas aventuras que todo lo que os he contado sobre él no es más que una mínima parte. Supongo que porque Wendy lo sabía, las últimas palabras que le dirigió fueron en tono quejumbroso:

—Peter, ¿verdad que no te olvidarás de mí antes de que llegue la limpieza de primavera?

Naturalmente, Peter se lo prometió y luego se alejó volando. Se llevó consigo el beso de la señora Darling. El beso que no había sido para nadie más Peter lo consiguió con gran facilidad. Curioso. Pero ella parecía satisfecha.

Por supuesto, todos los chicos fueron enviados a la escuela y casi todos entraron en la clase III, pero Presuntuoso fue colocado primero en la clase IV y luego en la clase V. La clase I es la más alta. Después de asistir a la escuela durante una semana se dieron cuenta de lo tontos que habían sido por no quedarse en la isla, pero ya era demasiado tarde y no tardaron en acostumbrarse a ser tan normales como vosotros, yo o cualquier hijo de vecino. Es triste tener que decir que poco a poco fueron perdiendo la capacidad de volar. Al principio Nana les ataba los pies a los barrotes de la cama para que no salieran volando por la noche y una de sus diversiones durante el día era fingir que se caían de los autobuses, pero poco a poco dejaron de tirar de sus ataduras en la cama y descubrieron que se hacían daño cuando se soltaban del autobús. Al cabo de un tiempo ni siquiera podían salir volando detrás de sus sombreros. Falta de práctica, decían ellos, pero lo que en realidad quería decir aquello era que ya no creían.

Michael creyó más tiempo que los demás, aunque se burlaban de él; por eso estaba con Wendy cuando Peter fue a buscarla a finales del primer año. Se fue volando con Peter con el vestido que había tejido con hojas y bayas en el País de Nunca Jamás y lo único que temía era que él pudiera notar lo pequeño que se le había quedado, pero no se dio cuenta, pues tenía muchas cosas que contar sobre sí mismo.

Ella había estado esperando con ilusión mantener emocionantes charlas con él sobre los viejos tiempos, pero las nuevas aventuras habían ocupado el lugar de las viejas en su cabeza.

—¿Quién es el capitán Garfio? —preguntó con interés cuando ella habló del archienemigo.

—¿Pero no te acuerdas —le preguntó, asombrada— de cómo lo mataste y nos salvaste a todos la vida?

—Me olvido de ellos después de matarlos —replicó él descuidadamente.

Cuando expresó una esperanza incierta de que Campanilla se alegrara de verla, él dijo:

—¿Quién es Campanilla?

—Oh, Peter —dijo ella, horrorizada, pero ni siquiera se acordaba después de que se lo hubiera explicado.

—Es que hay tantas —dijo—. Supongo que habrá muerto.

Supongo que tenía razón, pues las hadas no viven mucho tiempo, pero son tan chiquititas que un breve espacio de tiempo les parece muy largo.

Wendy se sintió dolida al descubrir que el año que había pasado era como si fuera ayer para Peter: a ella le había parecido un año de espera muy largo. Pero él seguía siendo tan fascinante como siempre y pasaron una primavera maravillosa haciendo la limpieza de la casita de la copa de los árboles.

Al año siguiente no vino por ella. Esperó con un vestido nuevo porque el viejo sencillamente ya no le entraba, pero él no llegó.

—A lo mejor está enfermo —dijo Michael.

—Sabes que nunca está enfermo.

Michael se acercó a ella y susurró, con un escalofrío:

—¡A lo mejor no existe tal persona, Wendy!

Y entonces Wendy se habría echado a llorar si Michael no hubiera estado llorando ya.

Peter llegó para la siguiente limpieza de primavera y lo raro era que no era consciente en absoluto de que se había saltado un año.

Ésa fue la última vez que la niña Wendy lo vio. Durante cierto tiempo trató por él de no tener dolores de crecimiento y sintió que le era desleal cuando obtuvo un premio por cultura general. Pero fueron pasando los años sin que apareciera el descuidado chiquillo y cuando volvieron a encontrarse Wendy era una mujer casada y Peter no era más para ella que el polvillo del baúl donde había conservado sus juguetes. Wendy era adulta. No tenéis que apenaros por ella. Era de las que les gusta crecer. Al final crecía por su propia voluntad un día más deprisa que las demás niñas.

A estas alturas todos los chicos eran ya mayores y se habían estropeado, así que apenas merece la pena decir nada más sobre ellos. Podéis ver cualquier día a los gemelos, a Avispado y a Rizos ir a la oficina, cada uno con una cartera y un paraguas. Michael es maquinista. Presuntuoso se casó con una dama de la nobleza y por eso se convirtió en lord. ¿Veis a ese juez con peluca que sale por la puerta de hierro? Ése era Lelo. Ese hombre con barba que no se sabe ningún cuento para contárselo a sus hijos era antes John.

Wendy se casó de blanco con un fajín rosa. Es raro pensar que Peter no se posara en la iglesia para prohibir las amonestaciones.

Los años volvieron a pasar y Wendy tuvo una hija. Esto no debería escribirse con tinta, sino con letras de oro.

La llamaron Jane y siempre tuvo una extraña mirada interrogante, como si desde el momento en que llegó al mundo quisiera hacer preguntas. Cuando tuvo edad suficiente para hacerlas eran en su mayoría sobre Peter Pan. Le encantaba oír cosas de Peter y Wendy le contaba todo lo que recordaba en el mismo cuarto de los niños donde se inició el famoso vuelo. Ahora era el cuarto de Jane, pues su padre se lo había comprado al tres por ciento de interés al padre de Wendy, al que ya no le gustaba subir escaleras. La señora Darling estaba ya muerta y olvidada.

Ahora sólo había dos camas en el cuarto, la de Jane y la de su niñera y no había perrera, pues Nana también había fallecido. Murió de vejez y hacia el final había tenido un trato bastante difícil, pues estaba firmemente convencida de que nadie sabía cómo cuidar a los niños excepto ella.

Una vez a la semana la niñera de Jane tenía la tarde libre y entonces le tocaba a Wendy acostar a Jane. Ése era el momento de contar cuentos. Jane se había inventado un juego que consistía en levantar la sábana por encima de su cabeza y la de su madre, formando así una especie de tienda y susurrar en la sobrecogedora oscuridad:

—¿Qué vemos ahora?

—Me parece que esta noche no veo nada —dice Wendy, con la sensación de que si Nana estuviera aquí se opondría a que la conversación continuara.

—Sí, sí que lo ves —dice Jane—, ves cuando eras una niña.

—De eso hace ya mucho, mi vida —dice Wendy—. ¡Ay, cómo vuela el tiempo!

—¿Vuela —pregunta la astuta niña—, como tú volabas cuando eras pequeña?

—¡Como yo volaba! ¿Sabes, Jane? A veces me pregunto si realmente volaba.

—Sí, sí que volabas.

—¡Qué días aquellos cuando podía volar!

—¿Por qué ya no puedes volar, mamá?

—Porque he crecido, mi amor. Cuando la gente crece se olvida de cómo se hace.

—¿Por qué se olvidan de cómo se hace?

—Porque ya no son alegres ni inocentes ni insensibles. Sólo los que son alegres, inocentes e insensibles pueden volar.

—¿Qué es ser alegre, inocente e insensible? Ojalá yo fuera alegre, inocente y sensible.

O quizás Wendy admita que sí ve algo.

—Creo —dice— que es este cuarto.

—Creo que sí —dice Jane—. Sigue.

Están ya metidas en la gran aventura de la noche en que Peter entró volando en busca de su sombra.

—El muy tonto —dice Wendy—, intentó pegársela con jabón y al no poder se echó a llorar y eso me despertó y yo se la cosí.

—Te has saltado una parte —interrumpe Jane, que se sabe ya la historia mejor que su madre—. Cuando lo viste sentado en el suelo llorando, ¿qué le dijiste?

—Me senté en la cama y dije: «Niño, ¿por qué lloras?».

—Sí, eso era —dice Jane, con un gran suspiro.

—Y luego nos llevó a todos volando al País de Nunca Jamás con las hadas, los piratas, los pieles rojas y la laguna de las sirenas, la casa subterránea y la casita.

—¡Sí! ¿Qué era lo que más te gustaba?

—Creo que lo que más me gustaba era la casa subterránea.

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