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Authors: Jonathan Maberry

Tags: #Terror

Paciente cero (24 page)

—Javad Mustapha estaba muerto —señalé—. Yo lo maté. Dos veces.

Hu sacudió la cabeza.

—No, usted lo mató una vez y fue durante su segundo encuentro con él. Cuidado, cuando le disparó durante aquella redada le hizo lo que deberían haber sido heridas mortales y habría muerto de no ser por la presencia de este patógeno; pero esta puñetera enfermedad no lo dejó morir. Verá, esta enfermedad desconecta cualquier parte del cuerpo que no esté directamente relacionada con el propósito de su existencia.

—Que es…

—Extender la enfermedad. Estas cosas están diseñadas para actuar como vectores. Vectores muy agresivos. La enfermedad sencillamente desactiva las zonas dañadas por sus balas. No me mire así, sé que esto suena muy raro, pero alguien cocinó algo que casi mata a sus víctimas, pero que al mismo tiempo evita que mueran, bueno, lo que antes se entendía por morir. Además añadieron un poco de esto y una pizca de aquello para que el huésped, el caminante, extendiese de manera agresiva el patógeno. Es maravilloso, pero extraño, porque la enfermedad intenta constantemente matar al huésped mientras que trabaja incansablemente para mantener vivas partes de él.

—Eso no tiene sentido.

—Claro que sí, pero no de la manera que usted cree; y hasta cierto punto eso encaja con la naturaleza… más o menos. Cuando tenemos una infección la fiebre que nos provoca es el intento del sistema inmune de sacarla del flujo sanguíneo. A veces la fiebre hace más daño que la enfermedad. La psoriasis o la artritis reumatoide son un par de ejemplos en los que el sistema inmune hace daño porque está intentando arreglar el problema equivocado, o intentando arreglar un problema menor con demasiada intensidad. La naturaleza está llena de ejemplos —dijo—. Pero aquí tenemos a una persona que ha llevado ese concepto en una dirección totalmente nueva. Tenemos una enfermedad mortal, varios parásitos y terapia genética además de alguna otra movida que todavía no hemos descifrado, todo ello presente en un racimo molecular diferente a todo lo conocido hasta ahora. Si estos tíos no estuviesen intentando destruir Estados Unidos podrían sacarse miles de millones solo en patentes.

—¿Tiene esto algo que ver con el insomnio familiar fatal?

Hu levantó las cejas.

—Premio para el caballero solo por conocer ese nombre. La respuesta a eso es… sí y no. Esa es la enfermedad priónica que utilizaron como motor de arranque, pero la han mezclado con otras cosas. Incluso ahora tiene algunas de las características de una TSE típica.

—¿TSE?

—Los priones son enfermedades neurodegenerativas llamadas encefalopatías espongiformes transmisibles o TSE por sus siglas en inglés —explicó—. Todavía sabemos muy poco sobre la transmisión de priones y su patogénesis. Sabemos que los priones son proteínas replegadas y que con esa forma actúan de manera diferente a las proteínas normales. Son pequeños cabrones muy raros… no tienen ADN y aun así son capaces de reproducirse por sí mismas. Suelen surgir casos esporádicos, alrededor de una persona entre un millón, y de momento representa alrededor del ochenta y cinco por ciento de todos los casos de TSE. Luego tenemos casos familiares, que representan un diez por ciento de los casos de TSE y que se transmiten mediante la sangre de maneras todavía incomprensibles, ya que los rasgos heredados son genéticos y, como dije, los priones no tienen ADN. El cinco por ciento restante son casos iatrogénicos, resultantes de la transmisión accidental del agente causante a través de equipo quirúrgico contaminado o a veces como resultado de transplantes de córnea o de duramadre, o en la administración de hormonas de crecimiento pituitarias de origen humano. ¿Todavía me sigue?

—Lo tengo cogido con pinzas. ¿Y cómo es que estos priones están haciendo monstruos en lugar de matar a la gente sin más?

—Es un requisito de diseño de este nuevo brote de enfermedad. Los priones producen una disminución letal de las funciones cognitiva y motriz, y eso permite que la agresión mediante parásitos supere el control consciente. Alguien cogió el prión y lo unió a estos parásitos. No se moleste en preguntarme cómo porque todavía no lo sabemos. Será un proceso nuevo, algo que hayan inventado. Básicamente convirtieron la TSE en un patógeno de transferencia de acción rápida, pero con todo tipo de extras, especialmente la agresividad. La agresividad de la víctima se amplifica de tal manera que casi imita la respuesta de ira que algunos adictos a la fenciclidina y al alcohol metílico tienen durante los bajones de un mono fuerte. ¿Ha visto la peli 28 días después? ¿No? Pues debería. La secuela también mola. En fin, esa peli trata de un virus que estimula los centros de la ira en el cerebro hasta que llegaba a ser tan dominante que las otras funciones del cerebro se bloqueaban. Las víctimas vivían en una ira total, infinita y, finalmente, inconsciente. Muy parecido a lo que tenemos aquí.

—¿Está diciendo que cree que un terrorista con un doctorado en química vio una peli de ciencia ficción y que pensó: «Eh, esa es una buena forma de matar a los estadounidenses»?

Hu se encogió de hombros.

—Después de todas las cosas que he visto durante la última semana, no me sorprendería. Bueno, puede haber alguna función cerebral superior, pero de ser así sería mucho menor que la de un paciente con grado de Alzheimer muy avanzado.

—Un paciente de Alzheimer todavía siente dolor y yo le rompí la crisma a Javad y ni siquiera parpadeó.

—Sí, bueno, estamos entrando en una de las muchas zonas grises. Recuerde que no nos enfrentamos a una mutación natural, por lo que muchas de las cosas que sabemos estarán basadas en la observación de campo y en los ensayos clínicos.

—Entonces… si estamos hablando de enfermedades, ¿por qué también hablamos de muertos vivientes? ¿Cómo funciona eso?

—Eso es algo en lo que estamos trabajando con los caminantes que trajimos de St. Michael —dijo Hu, y en ese momento no había ninguna sonrisa burlona de fan en su cara—. Este grupo de patologías reduce tanto las funciones corporales que el cuerpo entra en una especie de estado de hibernación. Esto es a lo que hemos estado llamando muerte en estos casos, pero nos equivocamos. Cuando usted disparó a Javad, su cuerpo ya había sido invadido por la enfermedad y las heridas adelantaron el proceso. Entró en un coma de hibernación tan profundo que el médico que comprobó sus constantes vitales no captó nada. Tenga en cuenta una cosa —dijo, cambiando de postura en la silla—: los animales pueden hibernar y, a un nivel muy mínimo, también pueden hacerlo los humanos. No es fácil, pero a veces ocurre. Se ve de vez en cuando en casos de hipotermia. Pero cuando una ardilla de tierra hiberna, su metabolismo se reduce al uno por ciento de lo normal. A menos que tuviésemos un equipo sofisticado, pensaríamos que estaba muerta. Incluso su corazón late con tan poca frecuencia que con un corte no sangraría, porque la presión sanguínea es demasiado baja.

—¿No pueden hacer algo así los especialistas en yoga?

—No tanto. Incluso en el trance de yoga más profundo, su metabolismo está quizás al noventa y nueve o como mucho al noventa y ocho por ciento de lo normal. Por el contrario, estos caminantes entran en estados de hibernación tan profundos como las ardillas de tierra. Mucho más profundos que los de los osos. Prácticamente cualquiera que comprobase sus constantes vitales los declararía muertos. Tuvimos que utilizar máquinas para establecer esto y aun así casi no lo conseguimos. Lo que tenemos aquí es alguien que, o bien ha unido el ADN de una ardilla de tierra al ADN humano (y antes de que lo pregunte, no, no son compatibles por lo que sabemos de la transgénica moderna), o bien han encontrado una forma de alterar la química del cuerpo para provocar una hibernación artificial. En cualquiera de los casos, vemos el efecto, pero no lo comprendemos. —Dejó el Slinky sobre la mesa y se inclinó hacia delante—. Una vez la víctima está hibernando, este grupo de patologías reorganiza la matriz funcional del cuerpo. En cierto modo utiliza la proteína del insomnio familiar fatal para volver a despertar a la víctima y mantenerla despierta; pero durante la hibernación el parásito ha cerrado aquellas zonas del cuerpo que han sido gravemente dañadas, como ocurrió con las heridas de bala. Nuestro caminante se levanta porque el parásito ha mantenido en funcionamiento el córtex motor así como algunos nervios del cráneo, los que rigen el equilibrio, el poder mascar, tragar, etcétera. Sin embargo, la mayoría de los órganos están paralizados y el reducido flujo de sangre y de oxígeno ha causado daños cerebrales irreparables en funciones superiores como la cognitiva. El corazón solo bombea un poco de sangre y los pulmones funcionan a un nivel mínimo. La circulación se reduce tanto que la necrosis empieza a desarrollarse en las partes del cuerpo que no utiliza. Así que prácticamente tenemos al clásico zombi con muerte cerebral, hambriento de carne y medio podrido. Es hermoso, tío, absolutamente hermoso.

Cada vez me costaba más contenerme para no pegarle.

—¿Pueden pensar? ¿Pueden resolver problemas?

Hu se encogió de hombros.

—Si el caminante es capaz de tener pensamientos conscientes, no hemos visto prueba de ello. Pero en realidad no sabemos lo que no pueden hacer ni qué variaciones pueden surgir en grupos mayores de población. Quizá por eso tenían a los niños hoy, porque querían probar el patógeno en un nuevo grupo de ensayo. La química del cuerpo de los niños es diferente. Pero, en general, podemos decir que son máquinas de carne y sin cerebro. Caminan, gruñen, muerden y eso es todo.

Llené de aire mis mejillas.

—¿Sienten dolor?

—No se sabe. Lo cierto es que no reaccionan al dolor. Ni siquiera se acobardan, aunque en St. Michael aprendimos que retroceden ante el fuego. Parece ser capaces de ignorar otras formas de dolor y su amenaza.

—Pero mueren —dije—. El cerebro y el tronco del encéfalo parecen ser el truco.

—Correcto, y si fuera usted me quedaría con eso. Pero si es posible herirlos de otra manera en el sentido clásico de la palabra… es complicado de decir. Nuestros caminantes tienen una capacidad hiperactiva para curarse las heridas. No llegan al nivel de Lobezno, de los X-Men, que se regenera completamente, sino que se parecen más a esos neumáticos de coche que se rellenan con esa cosa selladora. Las heridas se sellan, como bien sabemos, de lo contrario nos desangraríamos solo con cortarnos con una hoja de papel. Las proteínas llamadas fibrinas y las fibronectinas que contienen glicoproteínas de alto peso molecular se unen para formar un tapón que atrapa a las proteínas y a las partículas y que evita una mayor pérdida de sangre; y este tapón establece un soporte estructural para sellar la herida hasta que se deposita el colágeno. Luego, algunas células migratorias utilizan este tapón para extenderse por la herida y en ese momento las plaquetas se pegan a este sello hasta que es sustituido por tejido de granulación y, posteriormente, por colágeno. En los caminantes todo este proceso va a supervelocidad. Al dispararles, la herida se cierra de inmediato. Si esto fuese una mutación natural la consideraríamos una respuesta evolutiva a un entorno altamente peligroso: la curación rápida en presencia del potencial para cortes frecuentes. Pero esto es algo de diseñador; y, de nuevo, nuestro doctor Maligno tiene una mina de oro de patente en sus manos porque solo ese proceso podría ser una cura potencial o un tratamiento para la hemofilia y otros trastornos de sangrado. En el campo de batalla eso podría valer miles de millones. —Se acercó—. Y si usted y su cuadrilla de Rambos pueden encontrar a los genios que hay detrás de esto, birlaré toda esta mierda, registraré las patentes y luego compraré Tahití y me retiraré.

—Veré lo que puedo hacer —suspiré—. ¿Qué pasa con el tratamiento? ¿Hay algo que pueda matar a estos priones? ¿Podemos darle algo a la gente para reforzar sus sistemas inmunes?

Él sacudió la cabeza.

—El sistema inmune del cuerpo no reacciona a las enfermedades de prión igual que a otras enfermedades; no muere y la enfermedad se extiende demasiado rápido sin que haya nada que se pueda hacer para ralentizarlo. Una vez que está ahí no hay tratamiento.

—Fantástico.

—Y matar priones es increíblemente difícil. En los laboratorios, donde se cultivan hormonas de crecimiento a partir de glándulas pituitarias extraídas, se han utilizado disolventes de varios tipos para purificar el tejido; estos disolventes lo matan todo… excepto a los malditos priones. Ni siquiera el formaldehído los mata y eso me deja alucinado. El tratamiento con radiación y el bombardeo con luz ultravioleta no los mata. Nosotros…, y con eso me refiero a mis compañeros los genios de la comunidad científica en su conjunto, lo hemos intentado prácticamente todo para matar la TSE, hasta tratar tejidos cerebrales enfermos con todo tipo de productos químicos, incluido el detergente industrial. Pero los priones no mueren. Ni siquiera mueren cuando lo hace el organismo huésped. Si entierra un cadáver con una enfermedad priónica y desentierra los huesos cien años después, los priones seguirán allí. Después de todo no son más que simples proteínas.

—¿Eso es todo? —pregunté.

—Podría seguir hablando de ciencia…

—Me refiero a que si eso es lo más importante. ¿Hay algo más que deba saber si voy a llevar a mi equipo a esa planta de procesado?

Hu volvió a mirar a Church y ahora Church ya no tenía una mirada distante. Le hizo un gesto de asentimiento a Hu.

—Bueno —dijo Hu—, está el problema de la infección.

—Correcto, se transmite mediante los mordiscos. Ya he visto eso en persona hace unas tres horas. Vi a esos cabrones mordiéndoles a los niños.

Miré a Hu para ver cómo le impactaba aquello, pero no vi ni un leve signo de compasión en su rostro. Estaba demasiado centrado en lo guay que era todo aquello. Me preguntaba cómo se sentiría si estuviese encerrado en una habitación con un caminante.

Hu me lanzó una sonrisa artera.

—Es un poco peor que eso. Mucho más, en realidad.

49

Almacén del DCM, Baltimore / Martes, 30 de junio; 9.39 p. m.

—¿Qué es peor?

Nos giramos y vimos a Grace Courtland entrando en el laboratorio con Rudy justo detrás de ella. Rudy tenía un aspecto terrible. Tenía la cara entera blanca como la leche, salvo por unas manchas oscuras debajo de los ojos. Sus labios estaban un poco húmedos y gomosos, y sus ojos tenían el aspecto cristalino y profanado de la víctima de un horrible crimen.

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