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Authors: Mª Ángeles López Decelis

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Los presidentes en zapatillas (19 page)

El XXX Congreso del PSOE, celebrado el 15 de diciembre del mismo año, aprobó la permanencia de España en la OTAN, así que con el respaldo expreso de su partido, Felipe González decidió implicarse a tope y pedir personalmente el «sí» a la OTAN en la campaña previa al referéndum, que se convocó definitivamente para el 12 de marzo de 1986.

Justificaciones del cambio de postura las había, ¡qué duda cabe!, pero estaban en juego la credibilidad del Partido Socialista y del propio presidente del Gobierno, quien, con una falta absoluta de perspectiva histórica, había votado no a la OTAN, tanto en el Congreso como en el Senado, cuando Calvo-Sotelo procedió a nuestra integración, y que en la campaña electoral de 1982 insistía en detener el proceso y convocar el referéndum con su famoso «OTAN no, bases fuera».

Los sondeos no facilitaban un pronóstico fiable; a mediados de 1985, una encuesta de Sofemasa arrojaba un indicativo del 46% de los ciudadanos en contra de nuestra permanencia en la OTAN. Dadas las circunstancias, era necesario quemar todas las naves, por lo que se puso en marcha una estrategia que colocó a un grupo de los mejores colaboradores del presidente a trabajar full time en la campaña, en una oficina fuera de La Moncloa, y a González a admitir su tremendo «error» y a entonar el mea culpa.

Buscando socios para esta empresa, el presidente solicitó la colaboración de Adolfo Suárez, que gozaba todavía de un gran ascendiente sobre la opinión pública, y le citó en La Moncloa. Adolfo Suárez se presentó con su maravillosa sonrisa y su presencia causó un gran revuelo. Le interesaba saber, en primer lugar, si nos trataban bien y si estábamos contentas con nuestros nuevos jefes, poniendo a nuestra disposición, siempre en tono jocoso, los servicios de su bufete para cualquier reclamación. Mientras esperaba, el presidente llamó para que enviáramos a Suárez al Palacio, porque quería invitarle a un café en su casa, que antes fue la suya, como si de dos amigos se tratara. Ni por esas el presidente socialista logró convencer a Suárez, que se negó a participar en la cruzada, produciéndose un distanciamiento, aunque solo temporal, entre ambos políticos.

La consulta planteaba la pregunta: «¿Considera conveniente para España permanecer en la Alianza Atlántica en los términos acordados por el Gobierno de la nación?». A lo que había que contestar «sí» o «no». Los términos a los que se hacía referencia eran la no incorporación a la estructura militar de la OTAN, la prohibición de instalar o introducir armas nucleares en el país y la reducción de la presencia militar norteamericana en nuestro territorio. El referéndum se saldó con un 52,54% de los votos a favor, un 39,83% en contra y un 6,54% de abstenciones. Ayudó a este resultado final el posicionamiento de Alianza Popular, que hizo campaña por el voto en blanco, no convenciendo a una parte importante del electorado, que votó a favor. ¡Curioso: la derecha votando en blanco y los socialistas pidiendo el sí a la permanencia en la Alianza!

Para terminar este capítulo, en el que se tragaron tantos sapos como culebras salieron en su día de los escaños de la oposición socialista, y como colofón a la contradicción más absoluta, en 1995 un socialista de antiguo cuño, Javier Solana, fue nombrado secretario general de la OTAN.

Muchos años después, Felipe González confesaba que el referéndum fue un error, porque arriesgó demasiado. Ni Europa ni Estados Unidos le habrían perdonado nunca que desestabilizara a todo Occidente impulsando la salida de España de la Alianza. Además, siempre se mostró agradecido a los españoles que entonces le sacamos las castañas del fuego, donde él mismo las había colocado. También la Europa del Mercado Común le echó una mano y el 1 de enero de 1986, el mismo año del referéndum, España ingresaba en Europa como miembro de pleno derecho y la mayoría del país supo captar la conexión entre una adhesión y otra, entre las duras y las maduras.

Mientras, España continuaba su andadura y, tras la salida de Miguel Boyer del Gobierno para presidir el Banco Exterior de España, se produjo la primera reestructuración, en la que entraron Carlos Solchaga en Economía y Francisco Fernández Ordóñez en Asuntos Exteriores, cambiando los titulares de tres ministerios más.

Estábamos en julio de 1985 y, en septiembre del mismo año, cuatro presuntos etarras eran asesinados por los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL) en un bar de Bayona. Además, moría Enrique Tierno Galván, el alcalde más querido por todos los madrileños, y el príncipe Felipe alcanzaba la mayoría de edad, celebrándose una sesión extraordinaria de las Cortes para que procediera al juramento de la Constitución, según prevé su artículo 61.

La II Legislatura llegaba a su fin y el Real Decreto de disolución de las Cortes contempló la convocatoria de elecciones para el 22 de junio de 1986.

El PSOE obtuvo su segunda mayoría absoluta con ciento ochenta y cuatro escaños, dieciocho menos que en 1982, es decir, un millón menos de votos, seguido de Alianza Popular, como segunda fuerza, con ciento cinco diputados.

Felipe González fue investido presidente del Gobierno el 24 de julio, con los votos exactos del grupo socialista. El resto de la Cámara votó en contra, salvo la minoría vasca, que se abstuvo.

Tras esta intensa legislatura nos dispusimos a disfrutar de un merecido descanso.

Las primeras vacaciones de la familia González tuvieron lugar en la finca El Hosquillo, en plena serranía de Cuenca. Los niños aún eran pequeños y disfrutaban enormemente del monte y de las actividades en plena naturaleza, descubriendo los animales y pescando alguna que otra trucha en los arroyos de la reserva. Su padre aprovechaba estos breves paréntesis para realizar con ellos este tipo de actividades al aire libre, lo que le proporcionaba una cierta complicidad con sus hijos, tan difícil de conseguir y mantener en la rutina diaria de La Moncloa.

Algún que otro año, el presidente decidió no salir del Palacio en todo el verano como consecuencia de las malas notas que los chicos cosechaban durante el curso, lo que les forzaba a estudiar en la época estival con el fin de afrontar los exámenes de septiembre. Como muchos otros padres, los González se veían obligados a permanecer en Madrid y a vigilar muy de cerca los estudios de sus hijos, que empezaban a manifestar los problemas derivados del enfrentamiento generacional propio de la adolescencia, agravados por ese sentimiento de falta de libertad que el cargo del cabeza de familia y la vida en La Moncloa traen consigo.

Pablo y David encajaron mal estas circunstancias, y la rebeldía lógica de esta etapa de la vida se agudizó especialmente, causando a su padre y a su madre auténticos quebraderos de cabeza. Malas notas, castigos y sanciones, prohibiciones y represalias... Nada conseguía doblegar la determinación de los dos muchachos de volver locos a sus padres y hacerles la vida imposible. Lucían larguísimas melenas y atuendos extravagantes y sus comportamientos provocadores y políticamente incorrectos en lugares públicos eran la pesadilla de sus progenitores. Aunque tuvieran orden expresa de no salir de casa, siempre se las ingeniaban para abandonar el complejo, y cuando el presidente se levantaba por la mañana y llamaba a la puerta de la habitación de sus hijos para comprobar que estaban dentro, le hacían creer que se acababan de acostar después de una larga noche de estudio, cuando, en realidad, había sido de tugurios y botellón.

El colegio actuaba en su caso como hacía con los demás alumnos problemáticos: remitía las notas por correo a los padres para evitar que los muchachos no las entregaran en casa o falsificaran las firmas. En la Secretaría se abrían estos sobres, igual que el resto de la correspondencia cuyo destinatario era el presidente, por lo que nosotras éramos las primeras en conocer las pésimas noticias. Las calificaciones de los niños formaban parte de los papeles de despacho con el presidente y las intercalábamos entre informes y documentos que tuvieran un carácter positivo con el fin de paliar en lo posible los disgustos que sus vástagos infligían despiadadamente a aquel padre cuyas dotes de convicción no tenían ningún éxito en su entorno familiar. En casa del herrero...

Hoy, Pablo González, el mayor de los hermanos, es informático y gran conocedor de las filosofías orientales. David, pintor de profesión, vive en el pueblo gaditano de Castellar de la Frontera, en la casa que el Ayuntamiento cedió a sus padres temporalmente hace algunos años por ganar el ex presidente un pleito para los vecinos, y María, la pequeña, es licenciada en Derecho y actualmente trabaja con su padre. Los tres están casados y tienen descendencia.

A partir de 1986, González y su familia empezaron a visitar el Coto de Doñana, donde pasaron las vacaciones veraniegas de los diez años siguientes. Según cuenta la historia, una hija de los príncipes de Éboli, Ana, casada con Alonso Pérez de Guzmán, VII duque de Medina-Sidonia, heredó esta propiedad de sus padres. La citada finca comprende desde la Algaida hasta Matalascañas y, siguiendo el mar y envuelta por el Guadalquivir, comienza a llamarse el Bosque de Doña Ana, de donde deriva su nombre posterior. En su interior se levanta el Palacio de las Marismillas. En 1610 murió doña Ana Gómez de Mendoza en Sanlúcar de Barrameda y fue enterrada en el palacio del coto, según su voluntad, y en 1619 falleció el duque, don Alonso Pérez de Guzmán, que fue enterrado junto a su esposa. En el transcurso de unas obras en el interior del palacio, en 1902, se hundió un basamento que dio acceso a unas habitaciones subterráneas con un panteón, donde se hallaron restos humanos pertenecientes a dos esqueletos.

Para acceder al Palacio de las Marismillas es necesario tomar una embarcación local y cruzar el Guadalquivir desde Sanlúcar. Durante las estancias de los presidentes en este incomparable lugar que, a partir de González, todos los presidentes han utilizado para sus descansos estivales, el personal de seguridad e intendencia ha de hacer cada día el viaje de ida y vuelta. Solo un pequeño grupo de colaboradores permanece en el coto todo el tiempo; el resto se aloja en hoteles de Sanlúcar y Chipiona.

El río, cerca de su desembocadura, forma una frontera natural, lo que facilita la seguridad del presidente y su familia. Y también su aislamiento. Es imposible no caer rendido ante la belleza de este paraje rodeado de pinos y playas vírgenes, que permite el recogimiento y la reflexión con la necesaria paz y tranquilidad que los asuntos de Estado requieren.

La finca ocupa diez mil quinientas hectáreas de terreno pertenecientes al Patrimonio del Estado, mientras que la gestión del Parque Nacional de Doñana corresponde a la Junta de Andalucía. En ella ya cazaron Alfonso XIII y Franco, y ha recibido la visita de numerosos mandatarios europeos y de América Latina, que han compartido con nuestros presidentes este magnífico entorno. No obstante, la excesiva presencia de la Guardia Civil en la reserva para vigilar las playas y el ruido del helicóptero que traslada a la familia presidencial han sido constante motivo de queja de los onubenses, sobre todo en la década de los ochenta.

En cualquier caso, la polémica surgió con más énfasis a propósito de las minivacaciones que el presidente disfrutó en el yate Azor, en 1985, un fin de semana largo de julio, antes de que se iniciaran las vacaciones oficiales. González se manifestó muy sorprendido por el negativo eco que su excursión de pesca había tenido en los medios de comunicación, así como la manifiesta contrariedad de la opinión pública por su caprichosa decisión de pasearse en un barco de titularidad estatal, siendo además el yate que Franco utilizó durante décadas para pescar sus famosos atunes.

El viaje del presidente comenzó un jueves en Lisboa, donde embarcó con su hermana Lola y el marido de esta, Paco Palomino. Carmen Romero se incorporó al viaje en la localidad portuguesa de Portimao, donde había asistido a una representación teatral con motivo del hallazgo de un importante mosaico romano en Casariche. El final del viaje se produjo a última hora del sábado en Ayamonte. El presidente, a pesar de la polvareda levantada, volvió a subirse al barco en Palma de Mallorca en agosto del mismo año.

El Azor se convirtió, como el Rolls Royce oficial de Franco o la guardia mora, en un símbolo del régimen anterior y en un elemento dictatorial más que los españoles querían olvidar cuanto antes. Finalmente, el famoso yate, desguazado, fue adquirido, por algo menos de cinco millones de pesetas, por el dueño del asador El Labrador de la localidad burgalesa de Cogollos como reclamo para su restaurante. Hoy, herrumbroso y en ruinas, agoniza en los páramos de Burgos, y en las paredes de los que fueron los camarotes de Franco y Carmencita Polo pueden leerse leyendas del tipo: «Fachas al paredón» o «ETA, mátalos».

Debido a la horquilla de edad en la que las funcionarias de la Presidencia del Gobierno nos movíamos por aquella época, llegaron los años lógicos de la procreación y, un mes sí y otro también, empezaron a hacerse evidentes los signos externos de las maternidades que se avecinaban. El presidente, aunque le absorbían las tareas y preocupaciones, no estaba ciego y, ante la frecuencia con que se cruzaba por los pasillos con barrigas y atuendos premamá, no podía por menos que asombrarse por el aspecto que ofrecía la oficina, que tanto se parecía a una consulta de obstetricia en la maternidad de La Paz. Tanto era así que un día en el que coincidimos a la entrada un grupo de gestantes, teniendo que hacer hueco con verdaderos esfuerzos para dejarle pasar, no pudo por menos que comentarle a su jefe de seguridad, que le seguía: «Céspedes, mira a ver si hay por aquí una picha envenena».

Corría el mes de diciembre de 1986. Por primera vez en la historia de España, bajaba el precio de la gasolina y, sorprendentemente, Manuel Fraga dimitía como presidente de Alianza Popular, después de cesar de manera fulminante a Jorge Verstrynge como secretario general, para sustituirlo por un jovencísimo Alberto Ruiz-Gallardón, entonces concejal en el Ayuntamiento de Madrid. Finalmente, Antonio Hernández Mancha se hizo con la presidencia del partido conservador.

Para que no faltara de nada, hizo su aparición el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA) que, como consecuencia del desconocimiento de su origen y propagación y su comprobada mortalidad, trajo en jaque a la comunidad internacional.

En mayo de 1987, el grupo parlamentario Popular decidió presentar una moción de censura contra el Gobierno de Felipe González, proponiendo como candidato alternativo a Hernández Mancha. La citada moción fue rechazada por ciento noventa y cinco votos en contra, sesenta y siete a favor y setenta y una abstenciones. Por tanto, quedó demostrado que el Gobierno de González se mantenía fuerte y compacto ante las maniobras de la oposición.

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