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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Los límites de la Fundación (36 page)

El sayshelliano casi se levantó.

—¿Está insinuando que puede hacer uso de su influencia para arreglarlo?

—Bueno, no había pensado en ello, pero J.P. tiene toda la razón. Sería factible… si lo intentáramos.

Y, por supuesto, cuanto más tengamos que agradecerle, más lo intentaremos —dijo Trevize.

Quintesetz hizo una pausa, y luego frunció el ceño.

—¿A qué se refiere, señor?

—Lo único que tiene que hacer es hablarnos de Gaia, S.Q. —dijo Trevize.

Y todo el entusiasmo del rostro de Quintesetz se desvaneció.

53

Quintesetz bajó la mirada, Se pasó distraídamente la mano por el corto y rizado cabello, después miró a Trevize y frunció los labios. Fue como si hubiera decidido no hablar.

Trevize enarcó las cejas y esperó; finalmente Quintesetz dijo con voz ahogada:

—En verdad se está haciendo tarde… la luz ya es crepusculante.

Hasta entonces había hablado en correcto galáctico, pero ahora sus palabras adquirieron una configuración extraña, como si el modo de hablar sayshelliano desplazara su educación clásica.

—¿Crespusculante, S.Q.?

—Casi es noche cerrada.

Trevize asintió.

—Soy muy desconsiderado. Yo también tengo apetito. ¿Aceptaría que le invitáramos a cenar, S.Q.? Quizás entonces podríamos continuar hablando… de Gaia.

Quintesetz se levantó pesadamente. Era más alto que cualquiera de los dos hombres de Términus, pero también más viejo y gordo, y su peso no le confería una apariencia vigorosa. Parecía más cansado que cuando ellos habían llegado.

Les miró con los ojos entornados y dijo:

—Olvido mi hospitalidad. Ustedes son extranjeros y no estaría bien que me invitaran. Vengan a mi casa. Está en el recinto de la universidad y no muy lejos de aquí. Si desean proseguir la conversación, allí podré hacerlo de un modo más relajado que aquí.

Mi único pesar —pareció algo inquieto —es que sólo puedo ofrecerles una comida limitada. Mi esposa y yo somos vegetarianos, y si ustedes prefieren la carne sólo puedo pedirles disculpas.

Trevize contestó:

—J.P, y yo estaremos encantados de renunciar a nuestros hábitos carnívoros por una comida. Su conversación será suficiente compensación…, espero.

—Puedo prometerles una comida interesante, cualquiera que sea la conversación —dijo Quintesetz—, si les gustan nuestras especies sayshellianas. Mi esposa y yo hemos realizado un curioso estudio sobre ellas.

—Aceptaré con interés cualquier exotismo que tenga a bien ofrecernos, S.Q. —respondió Trevize con frialdad, aunque Pelorat parecía un poco nervioso por la perspectiva.

Quintesetz abrió la marcha. Los tres salieron de la habitación y enfilaron un pasillo aparentemente interminable, a lo largo del cual el sayshelliano fue saludando a estudiantes y colegas, pero sin dar muestras de querer presentar a sus compañeros. Trevize advirtió con inquietud que todos miraban curiosamente su cinturón, que hoy era gris. Por lo visto, los tonos apagados no constituían algo de rigueur en el modo de vestir universitario.

Al fin traspusieron una puerta y salieron al exterior. Realmente ya era oscuro y hacía fresco. A lo lejos se veían algunos árboles y una gran extensión de césped bastante lozano bordeaba el camino.

Pelorat hizo un alto, de espaldas a las luces procedentes del edificio que acababan de abandonar y el resplandor que delineaba los senderos del jardín.

Miró hacia el cielo.

—¡Qué hermoso! —exclamó—. Hay una famosa frase en un verso de uno de nuestros mejores poetas que habla del «brillo moteado del bello cielo de Sayshell».

Trevize alzó la mirada y dijo en voz baja:

—Nosotros somos de Términus, S.Q., y mi amigo, por lo menos, no ha visto ningún otro cielo. En Términus sólo vemos la mortecina neblina de la Galaxia y unas pocas estrellas apenas visibles. Usted apreciaría aún más su propio cielo, si hubiera vivido con el nuestro.

Quintesetz contestó con seriedad:

—Lo apreciamos en lo que vale, se lo aseguro. No se debe tanto a que estamos en una zona poco poblada de la Galaxia, como a que la distribución de las estrellas es notablemente uniforme. No creo que encuentren, en ningún lugar de la Galaxia, estrellas de primera magnitud distribuidas de un modo tan perfecto. Y sin embargo, tampoco hay demasiadas.

He visto los cielos de mundos que están dentro del alcance exterior de un racimo globular y allí hay demasiadas estrellas brillantes. Eso echa a perder la oscuridad del cielo nocturno y reduce considerablemente el esplendor.

—Estoy de acuerdo con usted —declaró Trevize.

—Ahora me pregunto —dijo Quintesetz —si habrán visto ese pentágono casi regular de estrellas casi igualmente brillantes. Las Cinco Hermanas, las llamamos. Está por allí, justo encima de la hilera de árboles. ¿Lo ven?

—Lo veo —exclamó Trevize—. Es muy bonito.

—Sí —dijo Quintesetz—, Se cree que simboliza el éxito, en el amor, y no hay carta de amor que no termine con un pentágono de puntos para indicar el deseo de hacer el amor. Cada una de las cinco estrellas representa una etapa distinta del proceso y hay famosos poemas que han rivalizado entre sí en describir cada etapa con el mayor erotismo posible. En mi juventud, yo mismo intenté hacer versos sobre el tema, y no me imaginaba que llegaría un tiempo en que sentiría tanta indiferencia por las Cinco Hermanas, aunque supongo que es lo normal… ¿Ven la estrella mortecina que hay en el centro de las Cinco Hermanas?

—Sí.

—Esa —dijo Quintesetz —representa el amor no correspondido. Según la leyenda, esa estrella era tan brillante como las demás, pero palideció de pena.

—Y siguió andando rápidamente.

54

La cena, como Trevize no tuvo más remedio que admitir, resultó deliciosa. Hubo una gran variedad de platos y tanto el sazonado como los aderezos fueron sutiles pero efectivos.

Trevize dijo:

—Todas estas verduras, que ha sido un placer comer, por cierto, forman parte de la dieta galáctica, ¿no es así, S.Q.?

—Sí, naturalmente.

—Sin embargo, presumo que también hay formas de vida indígenas.

—Naturalmente. El planeta Sayshell era un mundo oxigenado cuando llegaron los primeros colonizadores, de modo que tenía que ser fructífero. Y nosotros hemos conservado parte de la vida indígena, pueden estar seguros. Tenemos parques naturales muy extensos en los que sobreviven la fauna y la flora del antiguo Sayshell.

Pelorat comentó tristemente:

—En este aspecto van por delante de nosotros, S.Q. En Términus había poca vida terrestre cuando llegaron los seres humanos, y me temo que durante largo tiempo no se hizo ningún esfuerzo para conservar la vida marina, la cual había producido el oxígeno que hizo Términus habitable. Ahora Términus tiene una ecología puramente galáctica.

—Sayshell —dijo Quintesetz con una sonrisa de modesto orgullo —tiene un largo e ininterrumpido historial en lo referente a valorar la vida.

Y Trevize escogió ese momento para decir:

—Cuando hemos salido de su despacho, S.Q., creo que su intención era damos de cenar y luego hablarnos de Gaia.

La esposa de Quintesetz, una mujer afable, regordeta y muy morena, que había hablado poco durante la cena, alzó los ojos con estupefacción, se levantó y salió de la habitación sin una palabra.

—Mi esposa —dijo Quintesetz con inquietud —es muy conservadora, y se siente un poco intranquila al oír mencionar la palabra. Les ruego que la disculpen. Pero ¿por qué les interesa tanto?

—Porque es importante para el trabajo de J.P., me temo.

—Pero, ¿por qué me lo preguntan a mí? Estábamos hablando de la Tierra, los robots, la fundación de Sayshell. ¿Qué tiene eso que ver con, lo que ustedes quieren saber?

—Quizá nada, pero todo resulta muy extraño. ¿Por qué se intranquiliza su esposa cuando se hace mención de Gaia? ¿Por qué está usted tan inquieto? Algunos hablan de ello con toda naturalidad. Hoy mismo me han dicho que Gaia es la propia Tierra y que ha desaparecido en el hiperespacio a causa del mal hecho por los seres humanos.

Una expresión de dolor pasó por el rostro de Quintesetz.

—¿Quién les ha dicho esta tontería?

—Una persona a la que he conocido en la universidad.

—Es mera superstición.

—Entonces, ¿no forma parte del dogma central de sus leyendas relativas al Vuelo?

—No, claro que no. No es más que una fábula que surgió entre la gente ignorante.

—¿Está seguro? —preguntó Trevize con frialdad.

Ouintesetz se recostó en su silla y contempló los restos de comida que tenía delante.

—Vengan al salón —dijo—. Mi esposa no permitirá que quiten la mesa mientras estemos aquí y hablemos de. esto.

—¿Esta seguro de que es una fábula? —repitió Trevize, una vez se hubieron sentado en otra habitación, ante una ventana que se combaba hacia arriba y hacia dentro para proporcionar una clara vista del hermoso cielo nocturno de Sayshell. Las luces de la habitación se amortiguaron para evitar toda rivalidad y el ceñudo semblante de Quintesetz se desdibujó en las sombras.

Quintesetz dijo:

—¿No está usted seguro? ¿Cree que un mundo puede disolverse en el hiperespacio? Debe comprender que el ciudadano normal y corriente sólo tiene una noción muy vaga de lo que es el hiperespacio.

—La verdad es —dijo Trevize —que incluso yo sólo tengo una noción muy vaga de lo que es el hiperespacio, y he estado en él centenares de veces.

—Entonces, les hablaré de realidades. Les aseguro que la Tierra, dondequiera que esté, no se halla dentro de las fronteras de la Unión de Sayshell y que el mundo que ustedes han mencionado no es la Tierra.

—Pero incluso sí no sabe dónde está la Tierra, S.Q., tiene que saber dónde está el mundo que he mencionado. Ese sí que se encuentra dentro de las fronteras de la Unión de Sayshell. Lo sabemos, ¿eh, Pelorat?

Pelorat, que había estado escuchando impasiblemente, se sobresaltó al oír su nombre y contestó:

—Y eso no es todo, Golan; yo sé dónde está.

Trevize se volvió a mirarlo.

—¿Desde cuándo, Janov?

—Desde hace un rato, mi querido Golan. Usted nos ha enseñado las Cinco Hermanas, S.Q., mientras veníamos hacia su casa. Ha señalado una estrella mortecina en el centro del pentágono. Estoy seguro de que es Gaia.

Quintesetz titubeó; su cara, oculta en la penumbra, no se prestaba a ninguna interpretación. Al fin dijo:

—Bueno, eso es lo que nuestros astrónomos nos dicen… en privado. Es un planeta que gira alrededor de esa estrella.

Trevize miró a Pelorat con aire reflexivo, pero la expresión de la cara del profesor era indescifrable.

Trevize se volvió hacia Quintesetz.

—Entonces, háblenos de esa estrella. ¿Tiene sus coordenadas?

—¿Yo? No. —Fue casi violento en su negativa—. Aquí no tengo coordenadas estelares. Pueden obtenerlas en nuestro departamento de astronomía, aunque supongo que no sin dificultades. Los viajes a esa estrella no están permitidos.

—¿Por qué no? Se halla dentro de su territorio, ¿no?

—Espaciográficamente, sí. Políticamente, no.

Trevize esperó que añadiera algo más. Cuando vio que no lo hacía, se levantó.

—Profesor Quintesetz —dijo ceremoniosamente—, no soy policía, soldado, diplomático ni malhechor. No estoy aquí para arrancarle información. En cambio, me veré obligado a recurrir a nuestro embajador. Sin duda comprenderá usted que no soy yo, por mi propio interés personal, quien solicita esta información. Esto es asunto de la Fundación y no quiero que se produzca ningún incidente interestelar. No creo que la Unión de Sayshell lo quiera tampoco.

Quintesetz dijo con inseguridad:

—¿Cuál es ese asunto de la Fundación?

—Eso es algo de lo que no puedo hablar con usted. Si Gaia es algo de lo que usted no puede hablar conmigo, transferiremos la cuestión al nivel gubernamental y, en vista de las circunstancias, puede ser peor para Sayshell. Sayshell ha mantenido su independencia de la Confederación y yo no tengo nada que objetar. No tengo ningún motivo para desear mal alguno a Sayshell y no deseo recurrir a nuestro embajador. De hecho, perjudicaré mi propia carrera al hacerlo, pues me dieron instrucciones estrictas respecto a obtener la información sin involucrar al gobierno. Así pues, haga el favor de decirme si hay algún motivo importante por el que no podamos hablar de Gaia. ¿Le arrestarán o castigarán de algún modo, si habla? ¿Me dirá claramente que no tengo más alternativa que acudir al embajador?

—No, no —respondió Quintesetz, que parecía muy confuso—. No sé nada de asuntos gubernamentales. Simplemente, no hablamos de ese mundo.

—¿Superstición?

—¡Pues, si! ¡Superstición! Cielos de Sayshell, ¿en qué aspecto soy mejor que ese necio que les ha dicho que Gaia estaba en el hiperespacio; o que mi esposa, que ni siquiera se atreve a quedarse en una habitación donde se ha nombrado Gaia y que incluso tal vez haya salido de la casa por miedo a que sea destrozada por un…?

—¿Rayo?

—Por algún ataque del más allá. Y yo, incluso yo, vacilo en pronunciar el nombre. ¡Gaia! ¡Gaia! ¡Las sílabas no dañan! ¡Estoy ileso! Sin embargo, vacilo. Pero, por favor, créanme cuando les digo que no sé las coordenadas de la estrella de Gaia. Puedo tratar de ayudarles a obtenerlas, pero déjenme decirles que en la Unión no hablamos de ese mundo. Ni siquiera pensamos en él. Puedo revelarles lo poco que se sabe, lo que se sabe realmente no lo que se supone, y dudo que puedan averiguar algo más en cualquiera de los mundos de la Unión.

»Sabemos que Gaia es un mundo antiguo y hay quienes creen que es el mundo más antiguo de este sector de la Galaxia, pero no estamos seguros. El patriotismo nos dice que el planeta Sayshell es el más antiguo; el temor nos dice que lo es el planeta Gaia. El único modo de conciliar ambas cosas es suponer que Gaia es la Tierra, ya que se sabe que Sayshell fue colonizado por terrícolas.

»La mayoría de los historiadores piensan, entre ellos, que el planeta Gaia fue fundado independientemente. Piensan que no es una colonia de ningún mundo de nuestra Unión y que la Unión no fue colonizada por Gaia. No hay consenso sobre la edad comparativa, sobre si Gaia fue colonizado antes o después de Sayshell.

Trevize comentó:

—Hasta ahora, lo que se sabe no es nada, ya que toda alternativa posible es aceptada por unos u otros.

Quintesetz asintió con tristeza.

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