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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

Los cuentos de Beedle el Bardo (5 page)

Esa búsqueda no es más que una absurda fantasía, desde luego. Jamás ha existido hombre o mujer, mágico o no, que nunca haya sufrido ninguna clase de herida, ya sea física, mental o emocional. Sufrir es tan humano como respirar. Sin embargo, los magos parecemos especialmente propensos a creer que podemos modelar la existencia a nuestro antojo. El joven brujo
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de esta historia, por ejemplo, decide que enamorarse perjudicaría su comodidad y su seguridad. Concibe el amor como una humillación, una debilidad, un despilfarro de los recursos emocionales y materiales de la persona.

El arraigado comercio de filtros de amor demuestra que nuestro mago de ficción no es el único que pretende controlar el impredecible curso del amor. La búsqueda de una poción de amor verdadero
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continúa hoy en día, pero nadie ha conseguido todavía elaborar semejante elixir, y los fabricantes de pociones más reconocidos dudan que tal cosa sea posible.

Sin embargo, al héroe de este cuento ni siquiera le interesa un simulacro de amor que él pueda crear o destruir a su antojo. Quiere permanecer siempre inmune a lo que considera una especie de enfermedad, y por eso realiza una magia oscura que resultaría imposible fuera de un libro de cuentos: encierra su propio corazón bajo llave.

Muchos autores han señalado la semejanza de este acto con la creación de un Horrocrux. Pese a que el héroe de Beedle no pretende evitar la muerte, es obvio que lo que hace es dividir algo que no debe dividirse —en este caso, el cuerpo y el corazón, en lugar del alma—, y al hacerlo infringe la primera de las Leyes Fundamentales de la Magia de Adalbert Waffling:

Sólo debe tantear los más profundos misterios —el origen de la vida, la esencia del yo— quien esté preparado para las consecuencias más extremas y peligrosas.

Y en efecto, al intentar convertirse en sobrehumano, ese joven insensato se convierte en inhumano. El corazón que ha encerrado se marchita lentamente y le crece pelo, lo que simboliza su propio descenso a la animalidad. Al final queda reducido a una bestia violenta que obtiene lo que quiere por la fuerza, y muere en un vano intento de recuperar lo que ya está fuera de su alcance para siempre: un corazón humano.

Aunque un tanto anticuada, la expresión «tener el corazón peludo» se ha conservado en el lenguaje coloquial mágico para describir a un mago o una bruja frío e insensible. Mi tía soltera, Honoria, siempre alegaba que había anulado su compromiso con un mago de la Oficina Contra el Uso Indebido de la Magia porque descubrió a tiempo que «tenía el corazón peludo». (Sin embargo, se rumoreaba que había descubierto al mago acariciando unos horklumps,
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lo que le pareció horrible e intolerable.) Más recientemente, el libro de autoayuda
El corazón peludo: guía para los magos incapaces de comprometerse
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se ha situado en los primeros puestos de las listas de
bestsellers.


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Babbitty Rabbitty y su Cepa Carcajeante

Hace mucho tiempo, en una región muy lejana vivía un rey idiota que decidió que sólo él debía ejercer el poder de la magia.

Así pues, ordenó al comandante de su ejército que formara una Brigada de Cazadores de Brujas y le proporcionó una jauría de feroces sabuesos negros. Al mismo tiempo, hizo leer esta proclama en todos los pueblos y ciudades de su reino: «El rey busca un instructor de magia.»

No hubo ningún mago ni ninguna bruja que osara ofrecerse voluntario para ocupar ese puesto, porque todos se habían escondido para evitar ser capturados por la Brigada de Cazadores de Brujas.

Pero un astuto charlatán sin poderes mágicos vio una oportunidad para enriquecerse; se presentó en el palacio y declaró ser un mago de portentosa habilidad. Para demostrarlo, realizó unos sencillos trucos con los que convenció al rey idiota de sus poderes mágicos. De inmediato fue nombrado Hechicero Mayor y Profesor Particular de Magia del Rey.

Entonces el charlatán pidió al rey que le diera un gran saco lleno de oro para comprar varitas y otros artículos mágicos indispensables. También le pidió unos rubíes, grandes a ser posible, que utilizaría para realizar encantamientos curativos, y un par de cálices de plata donde guardar y madurar sus pociones. El rey idiota se lo proporcionó todo.

El charlatán escondió el tesoro en su casa y regresó al palacio.

No sabía que una anciana que vivía en una casucha aledaña a los jardines reales estaba observándolo. Se llamaba Babbitty, y era la lavandera encargada de que la ropa de cama del palacio estuviera siempre suave, blanca y perfumada. Asomándose por detrás de unas sábanas tendidas, Babbitty vio cómo el charlatán partía dos ramitas de un árbol antes de entrar en el palacio.

El charlatán entregó una de las ramitas al rey y le aseguró que era una varita mágica de formidable poder.

—Pero sólo funcionará cuando seáis digno de ella —añadió.

Todas las mañanas, el charlatán y el rey idiota salían a los jardines del palacio, donde agitaban sus varitas y gritaban tonterías al cielo. El charlatán realizó unos trucos más, para que el monarca siguiera convencido de la gran destreza de su Hechicero Mayor y del poder de aquellas varitas que tanto oro le habían costado.

Una mañana, mientras ambos agitaban las ramitas, brincaban describiendo círculos y gritaban versos sin sentido, llegaron a oídos del rey unas fuertes risotadas. Babbitty, la lavandera, estaba observándolos desde la ventana de su casucha, y reía tan fuerte que no tardó en desaparecer de la vista, porque las piernas no la sostenían.

—¡Debo de ofrecer un aspecto ridículo para que una vieja lavandera ría de esa forma! —dijo el rey. Dejó de dar brincos y agitar la varita y frunció el entrecejo—. ¡Estoy cansado de tanto practicar! ¿Cuándo podré realizar hechizos ante mis súbditos, Hechicero Mayor?

El charlatán trató de tranquilizar a su pupilo asegurándole que pronto podría exhibir un sinfín de asombrosos encantamientos, pero no comprendió que las risotadas de Babbitty habían herido al rey en lo más profundo.

—¡Mañana invitaremos a nuestra corte a ver cómo su rey realiza magia! —dispuso el monarca.

El charlatán comprendió que había llegado el momento de recoger su tesoro y marcharse lejos de allí.

—¡Ay, majestad! ¡Eso es imposible! ¡Había olvidado deciros que mañana debo emprender un largo viaje!

—¡Si abandonas este palacio sin mi permiso, Hechicero Mayor, mi Brigada de Cazadores de Brujas te perseguirá con sus sabuesos! ¡Mañana por la mañana me ayudarás a realizar magia ante mis cortesanos, y si alguien se ríe de mí, ordenaré que te corten la cabeza!

Y, furioso, el rey se dirigió al castillo. El charlatán se quedó solo y asustado. Su astucia ya no lograría salvarlo, porque no podía huir, y aun menos ayudar al rey a hacer una magia que ninguno de los dos tenía capacidad de realizar.

Con intención de desahogar su temor y su ira, el charlatán se acercó a la ventana de Babbitty, la lavandera. Se asomó al interior y vio a la anciana sentada a la mesa, sacándole brillo a una varita mágica. Detrás de ella, en un rincón, las sábanas del rey se lavaban solas en una tina de madera.

El charlatán se percató de inmediato de que Babbitty era una bruja auténtica, y de que ella, que era la causante de su grave problema, también podría solucionarlo.

—¡Bruja miserable! —bramó—. ¡Tus carcajadas me van a costar muy caras! ¡Si no me ayudas, te denunciaré por bruja y será a ti a quien despedacen los sabuesos del rey!

La anciana Babbitty sonrió y le aseguró que haría cuanto pudiera para ayudarlo.

El charlatán le ordenó que se escondiera en un arbusto mientras el rey hacía su exhibición de magia, y que realizara los hechizos en su lugar sin que él se enterara. Babbitty accedió a cumplir esa petición, pero le hizo una pregunta:

—¿Qué pasará, señor, si el rey intenta realizar un hechizo que Babbitty no pueda ejecutar?

El charlatán rió con burla y respondió:

—Es imposible que la imaginación de ese idiota supere tu magia —la tranquilizó, y se retiró al castillo, satisfecho de su agudo ingenio.

A la mañana siguiente, todos los cortesanos y cortesanas del reino se congregaron en los jardines del palacio. El rey subió con el charlatán a una tarima que habían instalado allí para la ocasión.

—¡Primero haré desaparecer el sombrero de esa dama! —exclamó el monarca, y apuntó con su ramita a una cortesana.

Desde un arbusto cercano, Babbitty apuntó con su varita mágica al sombrero y lo hizo desaparecer. El público quedó sumamente asombrado y admirado, y aplaudió con entusiasmo al jubiloso rey.

—¡Y ahora haré que mi caballo vuele! —gritó éste, y apuntó a su corcel con la ramita.

Desde el arbusto, Babbitty apuntó con su varita al caballo, que se elevó por los aires.

El público, entusiasmado y maravillado con las habilidades mágicas de su rey, profirió exclamaciones de admiración.

—Y ahora… —anunció el rey mirando alrededor en busca de algo.

Entonces el capitán de su Brigada de Cazadores de Brujas se acercó a él.

—¡Majestad —dijo—, esta misma mañana
Sabre
ha muerto tras comerse una seta venenosa! ¡Devolvedle la vida, majestad, con vuestra varita mágica!

Y a continuación, el capitán subió a la tarima el cuerpo sin vida del mayor sabueso cazabrujas.

El rey idiota enarboló su ramita y apuntó al perro muerto. Pero en el arbusto, Babbitty sonrió y no se molestó en levantar su varita, porque no existe magia capaz de resucitar a los muertos.

Al ver que el perro no se movía, el público empezó a susurrar, y luego a reír. Todos sospecharon que las dos primeras hazañas del rey no habían sido más que trucos.

—¿Por qué no funciona? —le gritó el rey al charlatán, y éste tuvo que recurrir a la única artimaña que le quedaba.

—¡Allí, majestad, allí! —gritó señalando el arbusto donde estaba escondida Babbitty—. ¡La veo perfectamente! ¡Una bruja perversa está bloqueando vuestra magia con sus propios hechizos! ¡Apresadla! ¡Que no escape!

Babbitty salió corriendo del arbusto y la Brigada de Cazadores de Brujas fue en su persecución, soltando a sus sabuesos, que ladraban enloquecidos. Pero la bruja se esfumó tras un seto, y cuando el rey, el charlatán y los cortesanos llegaron al otro lado del seto, encontraron a la jauría de sabuesos ladrando y escarbando alrededor de un árbol viejo y retorcido.

—¡Se ha convertido en árbol! —gritó el charlatán, y temiendo que Babbitty recobrara su forma humana y lo delatara, añadió—: ¡Cortadlo, majestad, eso es lo que hay que hacer con las brujas perversas!

Llevaron sin tardanza un hacha y cortaron el viejo árbol en medio de las ovaciones de los cortesanos y el charlatán.

Sin embargo, cuando se disponían a volver al palacio, oyeron unas fuertes carcajadas. Se pararon y se dieron la vuelta.

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