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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

Los cuentos de Beedle el Bardo

 

Los cuentos de Beedle el Bardo contienen cinco cuentos de hadas muy diferentes, cada uno con su propio carácter mágico, que deleitarán al lector con su humor y la emoción del peligro de muerte.

Muggles y magos por igual disfrutarán de los comentarios añadidos al final de cada relato, escritos por el profesor Albus Dumbledore, que cavila en ellos sobre las enseñanzas que nos dejan los cuentos, revelando al mismo tiempo pizcas de información sobre la vida en Hogwarts.

Con ilustraciones realizadas por su autora, J.K. Rowling, este libro único y mágico perdurará como un pequeño tesoro en los años venideros.

J.K. Rowling

Los cuentos de Beedle el Bardo

ePUB v1.0

Elvys
09.03.11

Título original:
The Tales of Beedle the Bard

Traducción: Gemma Rovira Ortega

Texto e ilustraciones interiores J. K. Rowling 2007/2008

ISBN: 978-84-9838-195-5

Introducción

Cuentos de Beedle el Bardo
es una colección de relatos infantiles para magos y brujas. Se trata de historias muy populares desde hace siglos; para muchos alumnos de Hogwarts, «El cazo saltarín» y «La fuente de la buena fortuna» son tan familiares como «La Cenicienta» y «La Bella Durmiente» para los niños muggles (no mágicos).

Las historias de Beedle se parecen a nuestros cuentos de hadas en muchos aspectos. Por ejemplo, la virtud a menudo tiene recompensa; y la maldad, castigo. Sin embargo, hay una marcada diferencia. En los cuentos de hadas de los muggles, la magia suele ser la causa de los problemas del héroe o la heroína: la bruja malvada ha envenenado la manzana, ha sumido a la princesa en un sueño de cien años o ha convertido al príncipe en una bestia espantosa. En los
Cuentos de Beedle el Bardo
, en cambio, los héroes y heroínas saben hacer magia, pero aun así les resulta tan difícil como a nosotros resolver sus problemas. Las historias de Beedle han ayudado a muchas generaciones de padres magos a explicar a sus hijos esta dolorosa realidad: que la magia, además de solucionar problemas, también los ocasiona.

Otra diferencia destacada entre esas fábulas y sus equivalentes muggles es que, a la hora de buscar la fortuna, las brujas de Beedle son mucho más diligentes que las heroínas de nuestros cuentos de hadas. Asha, Altheda, Amata y Babbitty Rabbitty son brujas que se encargan personalmente de perseguir su destino, en lugar de echarse una larga siesta o esperar a que alguien les devuelva el zapato que han perdido. La excepción a esta regla —la doncella sin nombre de «El corazón peludo del brujo»— observa un comportamiento más parecido al de las princesas de nuestros cuentos infantiles, pero el relato no concluye con ningún «y comieron perdices».

Beedle el Bardo vivió en el siglo
XV
y gran parte de su vida está rodeada de misterio. Sabemos que nació en Yorkshire, y el único grabado suyo que se conserva revela que lucía una barba hermosa y abundante. Si sus historias reflejan fielmente sus opiniones, simpatizaba bastante con los muggles, a los que no consideraba malvados sino sólo ignorantes. Desconfiaba de la magia oscura, y creía que los peores excesos de la raza mágica provenían de rasgos tan humanos como la crueldad, la apatía o el uso arrogante de sus habilidades. Los héroes y heroínas que triunfan en sus historias no son los que poseen la magia más poderosa, sino los que demuestran mayor bondad, mayor sentido común y mayor ingenio.

Un mago de nuestro tiempo que tenía unas opiniones muy parecidas a las suyas era, por supuesto, el profesor Albus Percival Wulfric Brian Dumbledore, Orden de Merlín (Primera Clase), director del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, Jefe Supremo de la Confederación Internacional de Magos y Jefe de Magos del Wizengamot. Pese a esa similitud de puntos de vista, supuso una sorpresa descubrir una serie de notas sobre los
Cuentos de Beedle el Bardo
entre los numerosos papeles que Dumbledore legó en su testamento a los Archivos de Hogwarts. Nunca sabremos si esos comentarios los escribió para su propia satisfacción o con intención de publicarlos; con todo, la profesora Minerva McGonagall, actual directora de Hogwarts, ha tenido la deferencia de permitirnos imprimir las notas del profesor Dumbledore junto a la nueva traducción de los cuentos, obra de Hermione Granger. Esperamos que los comentarios del profesor Dumbledore, que incluyen observaciones sobre la historia del mundo mágico, recuerdos personales e información esclarecedora acerca de los elementos clave de cada historia, contribuyan a que una nueva generación de lectores, tanto magos como muggles, entienda mejor los
Cuentos de Beedle el Bardo.
Todos cuantos lo conocimos personalmente creemos que al profesor Dumbledore le habría encantado prestar su apoyo a este proyecto, dado que todos los
royalties
serán donados a la organización Children's High Level Group, que trabaja en favor de los niños desvalidos.

Permitidme un pequeño comentario adicional sobre las notas del profesor. Según nuestros cálculos, Dumbledore las terminó un año y medio antes de los trágicos sucesos acaecidos en lo alto de la torre de Astronomía de Hogwarts. Quienes estén familiarizados con la historia de la guerra mágica más reciente (entre ellos, los lectores de los siete volúmenes de la vida de Harry Potter) repararán en que el profesor Dumbledore no revela todo cuanto sabe —o sospecha— acerca de la última historia de este libro. La razón de esas omisiones quizá se encuentre en lo que, hace muchos años, le dijo sobre la verdad a su alumno favorito y más famoso:

Es una cosa terrible y hermosa, y por lo tanto debe ser tratada con gran cuidado.

Tanto si estamos de acuerdo con él como si no, quizá podamos disculpar a Dumbledore por querer proteger a los futuros lectores de las tentaciones a que él mismo había sucumbido, y por las que pagó tan alto precio.

J. K. Rowling, 2008


Acerca de las notas a pie de página

Dado que el profesor Dumbledore escribía para un público mágico, he incluido algunas notas aclaratorias pensando en los lectores muggles.

JKR

1
El Mago y el Cazo Saltarín

Había una vez un anciano y bondadoso mago que empleaba la magia con generosidad y sabiduría en beneficio de sus vecinos. Como no quería revelar la verdadera fuente de su poder, fingía que sus pociones, encantamientos y antídotos salían ya preparados del pequeño caldero que él llamaba su «cazo de la suerte». Llegaba gente desde muy lejos para exponerle sus problemas, y el mago nunca tenía inconveniente en remover un poco su cazo y arreglar las cosas.

Ese mago tan querido por todos alcanzó una edad considerable, y al morir le dejó todas sus pertenencias a su único hijo. Éste no tenía el mismo carácter que su magnánimo progenitor. En su opinión, quienes no podían emplear la magia eran seres despreciables, y muchas veces había discutido con su padre por la costumbre de éste de proporcionar ayuda mágica a sus vecinos.

Tras la muerte del padre, el hijo encontró un paquetito con su nombre escondido en el viejo cazo. Lo abrió con la esperanza de encontrar oro, pero lo que encontró fue una blanda zapatilla de suela gruesa, demasiado pequeña para él. Dentro de esa única zapatilla había un trozo de pergamino con este mensaje: «Con la sincera esperanza, hijo mío, de que nunca la necesites.»

El hijo maldijo la debilitada mente de su anciano padre. Luego metió la zapatilla en el caldero y decidió que, a partir de ese momento, lo utilizaría como cubo de basura.

Esa misma noche, una campesina llamó a la puerta.

—A mi nieta le han salido unas verrugas, señor —dijo la mujer—. Su padre preparaba una cataplasma especial en ese viejo cazo…

—¡Largo de aquí! —gritó él—. ¡Me importan un rábano las verrugas de tu nieta!

Y le cerró la puerta en las narices.

Al instante se oyeron unos fuertes ruidos metálicos provenientes de la cocina. El mago encendió su varita mágica, se dirigió hacia allí, abrió la puerta y se llevó una gran sorpresa: al viejo cazo de su padre le había salido un solo pie de latón, y daba saltos en medio de la habitación produciendo un ruido espantoso al chocar con las losas del suelo. El mago se le acercó atónito, pero retrocedió precipitadamente al ver que la superficie del cazo se había cubierto de verrugas.

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