Las cuatro vidas de Steve Jobs (29 page)

A medida que pasaban los meses, la estrategia del iPhone parecía ampliarse. ¿Y si se planteaban también convertirse en el ordenador de bolsillo más extendido? El 10 de julio de 2008, la historia del iPhone dio un nuevo giro con la apertura de la App Store, con cientos de aplicaciones disponibles. Nada podía quedar al azar, sobre todo cuando el objetivo era que el iPhone marcase aún más la diferencia con sus competidores a través de las aplicaciones. Windows Mobile, la plataforma competi-dora, ya disponía de miles de programas en su propia tienda, pero el limitado éxito de las terminales con ese sistema operativo (apenas 18 millones de teléfonos en circulación de un sistema que había aparecido en 2003) había limitado tremendamente la difusión de sus aplicaciones.

El mayor rasgo de originalidad de las aplicaciones para el iPhone residía sobre todo en el precio, muchas gratuitas y la gran mayoría por debajo de un dólar, y en el hecho de que se pudiesen descargar directamente desde el propio teléfono (en Windows Mobile era necesario descargarlas en el ordenador e instalarlas a través de un cable USB). En un mes se vendieron sesenta millones y hubo varios grandes éxitos, como la aplicación de Facebook que alcanzó el millón de descargas en un solo día. Otro primer gran éxito en videojuegos fue Super Monkey Ball. A pesar de que durante el primer mes la mayoría de las descargas fuesen de programas gratuitos, Apple recaudó treinta millones de dólares fruto de los cobros a los editores de aplicaciones, que les cedían el 30% del precio de venta en concepto de gastos de distribución.

Todo parecía marchar sobre ruedas para Steve Jobs hasta que el 18 de marzo de 2008 la Comisión de Bolsa y Valores (SEC) de EE.UU. le hizo llamar para que declarara sobre un caso de venta de opciones para la compra de acciones de Apple. La práctica de la remuneración en opciones sobre acciones era moneda corriente en Silicon Valley. De esta forma quienes se beneficiaban de esta política obtenían una reserva por un número de acciones a un precio de mercado en el momento de la retribución, y luego podía ejercer su derecho a comprarlas en otro momento beneficiándose de manera automática en el caso de que las acciones hubiesen subido (y reservándose el derecho a renunciar a ellas sin desembolsar nada, si habían bajado). En 2006, un artículo del
Wall Street Journal
denunció el uso de esta práctica favoreciendo de forma abusiva a los altos directivos en varias grandes empresas y una investigación estatal reveló que Apple era una de estas corporaciones que entre 1997 y 2001 habían utilizado dicho mecanismo de forma dudosa. Su declaración, el 18 de marzo, sacó a la luz una situación preocupante para Jobs.

—SEC: Para remontarme en el tiempo, me gustaría entender una cosa. Usted entró en Apple como asesor y no como presidente, ¿cierto?

—Steve Jobs: Cuando Apple compró NeXT, la empresa estaba en un estado pésimo. Intenté ayudar a Apple y ofrecí trabajo a algunos empleados de NeXT para poder contar con sus aportaciones. Eso es básicamente lo que hice.

—SEC: ¿Despidió el consejo de administración a Gilbert Amelio?

—Steve Jobs: Sí.

—SEC: ¿Entonces asumió usted la presidencia?

—Steve Jobs: No. Pixar acababa de salir a Bolsa y por lo que yo sabía, nunca nadie había sido presidente de dos sociedades distintas. Tenía la impresión de que si aceptaba el puesto en Apple, los accionistas y empleados de Pixar pensarían que les estaba abandonando.

—SEC: De acuerdo.

—Steve Jobs: Entonces decidí que no podía hacerlo y acepté el título de presidente interino de Apple. Se suponía que durante noventa días tenía que ayudar a encontrar a un presidente a jornada completa.

—SEC: ¿Qué pasó con esa búsqueda?

—Steve Jobs: Fracasé.

—SEC: ¿Quiere decir que no encontró a ninguna persona apta para el trabajo?

—Steve Jobs: Exacto. A Apple le iba mal y todo el mundo lo sabía. Los candidatos que nos proponían las agencias de cazatalentos no tenían demasiado talento.

—SEC: ¿No eran capaces de transformar Apple?

—Steve Jobs: No.

—SEC: ¿Y qué ocurrió al cabo de noventa días?

—Steve Jobs: Me quedé. Conservé el título de presidente interino durante varios años.

El SEC se preguntaba por los 4,8 millones de acciones de Apple distribuidas a altos directivos de Apple en octubre de 2000. Jobs explicó que esperaba que el obsequio sirviera, en sus propias palabras, como unas «esposas de oro».

Steve Jobs: Apple se encontraba en una situación precaria. La burbuja de Internet había estallado. Me parecía que el equipo directivo de Apple y su estabilidad seguían siendo nuestras fuerzas básicas. Me preocupaba que Michael Dell, uno de nuestros principales competidores, hubiera invitado a Texas a Fred Anderson, nuestro director financiero, y a su mujer para intentar contratarle. Dos de los responsables técnicos más importantes también estaban en una posición vulnerable. Tenía miedo de que Apple se quedase sin su equipo directivo por el contexto económico y el acoso de la competencia. Como creo que el talento humano es la clave de Apple así se lo transmití al consejo de administración.

—SEC: ¿Quiénes eran esas personas fundamentales?

—Steve Jobs: Timothy Cook, entonces vicepresidente de operaciones, Fred Anderson, nuestro director financiero, Jon Rubinstein, responsable de soportes físicos y Avi Tevanian, responsable de soportes lógicos. ¿Me olvido de alguien? No, creo que fundamentalmente eran esos cuatro.

Pero los problemas venían de otra parte. Los asesores jurídicos de Apple no habían podido distribuir las acciones en el momento necesario y, mientras tanto, los valores habían subido. El consejo de administración decidió que se aplicaría el precio de forma retroactiva, cambiándoles la fecha del 7 de febrero al 17 de enero, a lo que Steve Jobs supuestamente accedió. Así, los interesados recibirían los beneficios correspondientes, lo que disparaba los beneficios de forma increíble desde el mismo momento de la puesta a disposición de los ejecutivos de las opciones. Jobs no restó importancia a su papel en la retroactivación de acciones asignadas a los directivos. «Para que las acciones tuvieran valor, tenían que subir un poco. Hacía falta que se dieran cuenta de que iban a ganar millones de dólares si se quedaban en Apple. Son personas excepcionales. Más de uno podría dirigir grandes empresas», declaró.

La otra parte de la investigación concernía a una manipulación practicada en octubre de 2000. Entre 1997 y ese año, Jobs había rechazado cobrar un sueldo de Apple a excepción de un simbólico dólar al año pero en enero de 2000, después de anunciar que aceptaba el puesto de presidente, el consejo de administración le recompensó con un avión privado Gulfstream V valorado en 88 millones de dólares y veinte millones de acciones de Apple, cerca del 6% de la sociedad. En 2001, llegado el momento de cobrar las acciones, la burbuja de Internet había estallado y las acciones de Apple habían bajado a la mitad y Jobs pidió al consejo de administración que le aumentasen la asignación de acciones, algo a lo que accedieron en agosto de 2001 cuando le concedieron 7,1 millones de acciones extra. Sin embargo, debido a complicaciones contables, la negociación se fue prolongando hasta diciembre de 2001 y para entonces el precio ya había subido. La asesora jurídica de Apple, Nancy Heinen, retroactivó los títulos un mes, con una ganancia sobre el papel para Jobs de unos veinte millones de dólares. Respecto a esa operación, Jobs reconocía haber negociado con mucha dureza porque consideraba que no estaba obteniendo el reconocimiento que se merecía.

Steve Jobs: A todo el mundo le gusta que le reconozcan sus iguales y, en mi caso particular, son los miembros del consejo de administración. He pasado mucho tiempo preocupándome por la gente de Apple y animándoles a continuar su trayectoria con nosotros. Tenía la impresión de que el consejo no estaba haciendo lo mismo conmigo.

—SEC: Entiendo.

—Steve Jobs: Y lo estaba pagando. El consejo me había dado algunas acciones pero se habían hundido por la explosión de la burbuja de Internet. Yo había entregado cuatro o cinco años de mi vida a Apple en detrimento de mi familia y tenía la impresión de que nadie se ocupaba realmente de mí. Entonces quise que reconociesen mi trabajo porque consideraba que estaba trabajando francamente bien. Habría preferido que hubieran venido a verme directamente para decirme: «Steve, hemos decidido una nueva remuneración para ti», sin que yo les hubiera tenido que sugerir o negociar nada. Si hubieran actuado así me habría sentido mejor.

De la investigación se desprendió que Jobs no había ganado nada en la operación. En marzo de 2003 canjeó las famosas acciones por diez millones de acciones de rendimiento restringido. En el momento que analizaba la investigación del SEC, se descubrió que había perdido mucho con el cambio.

Al final, el SEC sólo multó a dos culpables: Nancy Heinen, la asesora jurídica que gestionó la retroactividad, y Fred Anderson, el ex director financiero de Apple. La primera tendría que pagar 2,2 millones de dólares al SEC y el segundo 3,6 millones. Steve Jobs salió indemne. «Si fue consciente de la selección de ciertas fechas o lo recomendó», indicaba el informe de la comisión, «no lo era de las implicaciones contables». Es más, se felicitó a Apple por una «colaboración rápida, amplia y extraordinaria» y «la puesta en marcha de nuevos sistemas destinados a impedir que la conducta fraudulenta se reproduzca». Jobs tenía el honor a salvo pero, al fin y al cabo, él es así: un icono vivo que planea por encima de las vicisitudes terrenales.

16
Apoteosis

Steve Jobs había nacido para triunfar. Cada vez que subía a un escenario o aparecía en la portada de una revista desprendía la alegría de quien saborea cada segundo de un momento irrepetible. La gestación del iPhone, el Mac OS X o el iPad había sido un largo recorrido, un descenso a toda velocidad por una ladera en plena tempestad, una zambullida en una selva hostil e inexplorada y sólo al final de tan valiente epopeya, el superviviente empezó a saborear la felicidad.

Para Jobs, la oportunidad de dirigirse a las multitudes era un privilegio. Dedicaba los dos días previos a sus intervenciones a repetir incansable su discurso y seleccionaba los puntos importantes, poniendo a prueba sus palabras ante un público restringido de ingenieros y directivos. El día señalado realizaba dos ensayos generales, como si se tratase del estreno de una obra de teatro. No hay duda de que sus intervenciones estaban abocadas a recorrer el mundo y saciar la curiosidad de cualquiera, entonces y en el futuro gracias a YouTube, Dailymotion y demás páginas de vídeos.

En 2010 le llegaron elogios de todas partes, desde los usuarios de sus productos hasta las personalidades más influyentes. Celebrado y adulado, Jobs no tenía mucho que envidiar a los artistas que seguía admirando, como Bob Dylan o John Lennon, porque, al igual que ellos, sus palabras se consumían, sus opiniones se analizaban concienzudamente y su visión se idolatraba. «Según él, hay pocas figuras verdaderamente relevantes en la historia: Shakespeare, Newton… Muy pocas. Pero él se consideraba una de ellas», asegura Steve Wozniak, compañero de sus inicios y cofundador de Apple. «En mi opinión, habría que levantarle ocho estatuas», opina Jean-Louis Gassée, ex director de Apple Francia. «La primera por el Apple II, la segunda por el Mac, la tercera por Pixar, una cuarta por lo que yo llamo Apple 2.0 (cuando saneó Apple con contundencia), una quinta por el iPod, la sexta por iTunes, la séptima por el iPhone y probablemente una octava por el iPad».

En esa lista figuran objetos que el público ha adoptado de forma espontánea, como si fueran obvios, y sobre los que cabría preguntarse, si es que eran tan evidentes, por qué a nadie más se le ocurrió antes. Gassée tiene su propia explicación. «Steve tenía el don de decir cosas
retroactivamente evidentes,
aunque cada vez que propone un producto nuevo en Apple se arma una buena. No tienes que dejar aplastarte por él porque si lo haces no confiará en ti. Él sólo se fía de quienes tienen opiniones personales de verdad».

La segunda década del milenio dio paso a una especie de apoteosis, con récords y reconocimiento: fue elegido consejero delegado de la década, Apple alcanzó una rentabilidad histórica, distinciones de toda clase, resultados financieros excepcionales… Las sucesivas noticias iban consolidando una historia del éxito sin igual, con datos tan portentosos como que Apple superase en valor en Bolsa al omnipotente Microsoft o que la sociedad de Cupertino se convirtiese en la segunda empresa del mundo por capitalización, únicamente superada por la petrolera ExxonMobil.

¿Era el cielo el límite? En cierto modo, sí, aunque de vez en cuando aparecía una señal que nos recordaba que Jobs pertenece, lo quiera o no, al reino de lo provisional. ¿Sería Jobs una estrella capaz de iluminar e inspirar con su resplandor a otras?

El 27 de agosto de 2008, la agencia de noticias Bloomberg emitió un inverosímil obituario, destinado a clientes corporativos y acompañado del aviso de no publicar por el momento. Al final de un texto biográfico que repasaba las grandes etapas de la vida de Steve, la redactora, Connie Cuglielmo, escribió lo siguiente: «Las dudas sobre la salud de Jobs volvieron a surgir en junio de 2008, tras su aparición en el congreso anual de programadores. Su delgadez era notable. El 1 de agosto de 2004 se hizo público que había sido sometido a una intervención para eliminar un tumor en el páncreas, una forma de cáncer (tumor neuroendocrino) curable cuando es diagnosticado a tiempo. Ése había sido el caso de Jobs, como lo contó en un correo dirigido a sus empleados desde la cama del hospital».

La revista
Fortune
dijo, citando fuentes cercanas a Jobs, que había mantenido el cáncer en secreto mientras buscaba alternativas a la cirugía más coherentes con su budismo y vegetarianismo. Tras consultarlo con sus abogados, los directivos de Apple, que temían que la publicación de la enfermedad afectase al precio de las acciones, decidieron que era preferible no informar a los inversores.

Tras la aparición de Jobs en junio de 2008, Apple explicó que padecía una «infección común» y posteriormente él mismo declaró al
New York Times
que, aunque su enfermedad era algo más que eso, no presentaba riesgos para su vida.

Llegado a ese punto, el comunicado especulaba sobre lo que sucedería con las acciones de Apple y proponía el siguiente párrafo: «En caso de que bajen las acciones: la bajada del precio no sorprendería a inversores y analistas porque muchos consideran a Steve Jobs irremplazable. Gene Munster, de Piper Jafray Co, en Mineápolis, ha dicho que si Steve Jobs abandona la empresa por cualquier razón, las acciones podrían hundirse y perder hasta el 25% de su valor».

Other books

A Calling to Thrall by Jena Cryer
Final Words by Teri Thackston
Faking It by Leah Marie Brown
Dalva by Jim Harrison
The Weird Sisters by Eleanor Brown
Seduced by Two Warriors by Ravenna Tate
Love Scars by Lane, Lark
Armadale by Wilkie Collins


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024