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Authors: Jack Vance

Tags: #Ciencia ficción

La tierra moribunda (5 page)

La mujer cabalgó durante varias leguas, con su pelo flotando tras ella como un estandarte. Miró hacia atrás, y Mazarían vio aquel rostro vuelto sobre su hombro como un rostro en un sueño. Luego ella se inclinó hacia delante; el caballo de ojos dorados siguió cabalgando a gran velocidad, y muy pronto se perdió de vista. Mazirian siguió su rastro en el suelo.

Las fuerzas empezaron a abandonar a las Botas de Vida, porque habían ido hasta lejos y a mucha velocidad. Los monstruosos saltos empezaron a hacerse más cortos y pesados, pero las zancadas de las patas del caballo que mostraban las huellas en el suelo eran también mas cortas y lentas. Finalmente Mazirian penetró en una pradera y vio al caballo, sin jinete, mordisqueando la hierba. Se detuvo en seco. Toda la extensión de tierna hierba se ofrecía ante sus ojos. El rastro del caballo que conducía hasta el claro era nítido, pero no había ninguna huella de salida. En consecuencia, la mujer había desmontado en algún lugar más atrás… cuán atrás era imposible saberlo. Caminó hacia el caballo, pero el animal relinchó y corrió hacia los árboles. Mazirian hizo un esfuerzo por seguirlo, y descubrió que sus Botas colgaban lacias y fláccidas en torno a sus pies…, muertas.

Se las quitó furioso, maldiciendo el día y su mala fortuna. Agitando la capa a sus espaldas, con una ominosa tensión reflejada en su rostro, echó a andar de vuelta por el sendero.

En aquella parte del bosque eran frecuentes los afloramientos de rocas negras y verdes, basaltos y serpentinas…, heraldos de los riscos que dominaban el río Derna. En una de aquellas rocas Mazirian vio a un hombrecillo diminuto montado sobre una libélula. Tenía la piel de un tinte verdoso; llevaba un guardapolvo diáfano y una lanza dos veces más larga que él.

Mazirian se detuvo. El hombre-twk lo miró impasible.

—¿Has visto a una mujer de mi raza pasar junto a ti, hombre-twk?

—He visto a esa mujer —respondió el hombre-twk tras un instante de deliberación.

—¿Dónde puedo encontrarla?

—¿Qué puedo esperar por la información?

—Sal… tanta como puedas cargar.

El hombre-twk hizo un floreo con su lanza.

—¿Sal? No. Liane el Caminante le proporciona al cacique Dandanflores sal para toda la tribu.

Mazirian pudo imaginar los servicios por los cuales el bandido-trovador pagaba la sal. Los hombres-twk, volando rápido con sus libélulas, veían todo lo que ocurría en el bosque.

—¿Un frasco de aceite de mis flores telanxis?

—Bueno —dijo el hombre-twk—. Muéstrame el frasco. Mazirian lo hizo.

—Abandonó el sendero en el roble derribado por un rayo que yace tendido un poco más adelante de ti. Se dirigió directamente hacia el valle del río, el camino más corto al lago.

Mazirian depositó el frasco junto a la libélula y echó a andar hacia el roble. El hombre-twk lo observó marcharse, luego desmontó y ató el frasco a la parte inferior de la luciérnaga, junto a la madeja de fino hilo que la mujer le había dado para que dirigiera a Mazirian.

El Mago llegó al roble y pronto descubrió el rastro sobre el lecho de hojas. Un largo claro se abría ante él, descendiendo suavemente hasta el río. Los árboles se alzaban imponentes a ambos lados, y los largos rayos del sol poniente se inclinaban hacia un lado, tiñéndolo de rojo sangre y dejando el otro profundamente sumido en las sombras. Tan profundas eran las sombras que Mazirian no vio al ser sentado sobre un árbol caído; captó su presencia tan sólo cuando se preparaba a saltar sobre su espalda.

Mazirian se dio rápidamente la vuelta para enfrentarse a su atacante, que retrocedió inmediatamente y adoptó de nuevo su posición sentada. Era un deodand, de forma y rasgos parecidos a los de un hombre agraciado, delicadamente musculoso, pero con la piel de un lustre negro mate y unos grandes ojos rasgados.

—Ah, Mazirian, merodeas por los bosques muy lejos de tu casa. —La suave voz del negro ser resonó por todo el claro.

Mazirian sabía que el deodand deseaba su cuerpo por la carne. ¿Cómo había conseguido escapar la muchacha? Su rastro pasaba directamente por allí.

—Estoy buscando, deodand. Contesta a mis preguntas, y te alimentaré con mucha carne.

Los ojos del deodand destellaron, aleteando sobre el cuerpo de Mazirian.

—Puedes hacerlo en cualquier caso, Mazirian. ¿Llevas contigo poderosos conjuros hoy?

—Los llevo. Dime, ¿cuánto tiempo hace desde que pasó la muchacha? ¿Lo hizo rápido, lento, sola o en compañía? Responde, y de daré tanta carne como desees.

Los labios del deodand se curvaron burlonamente.

—¡Ciego Mago! Ella no ha abandonado el claro. —Señaló, y Mazirian siguió la dirección del negro brazo. Pero saltó hacia atrás en el momento en que el deodand se lanzaba contra él. De su boca brotó el Encantamiento Giratorio de Phandaal. El deodand fue arrancado del suelo y llevado muy alto en el aire, donde quedó colgado, girando sobre sí mismo, subiendo y bajando, más aprisa y más lento, hasta la cima de los árboles, hasta casi el mismo suelo. Tras unos instantes bajó de nuevo al deodand e hizo que se detuvieran sus rotaciones.

—¿Quieres morir rápido o lentamente? —preguntó Mazirian—. Ayúdame y te mataré de inmediato. De otro modo te llevaré muy alto, allá donde vuela el pelgrane.

La furia y el miedo atragantaron al deodand.

—¡Que el oscuro Thial atraviese tus ojos! ¡Que Kraan bañe tu cerebro aún vivo en ácido! —Y añadió tales maldiciones que Mazirian se sintió obligado a murmurar contramaldiciones.

—Está bien, arriba entonces —dijo finalmente Mazirian, con un gesto de su mano. En negro cuerpo partió disparado hasta más arriba de la copa de los árboles, para quedar girando lentamente a la luz carmesí del sol poniente. Apenas un momento más tarde una forma moteada parecida a un murciélago con un curvado pico planeó acercándosele, y de un picotazo hizo un profundo desgarrón en la negra pierna antes de que el aullante deodand pudiera alejarla pateando. Otra y otra forma parecidas aletearon acercándose contra el sol.

—¡Bájame, Mazirian —llegó la débil llamada—. Te diré todo lo que sé.

Mazirian lo devolvió al suelo.

—Pasó sola antes de que tú llegases. Quise atacarla, pero me repelió con un puñado de polvo de thile. Fue hasta el extremo del claro y tomó el sendero del río. Este sendero pasa también junto a la guarida de Thrang. Así que está perdida, porque éste se saciará con ella hasta que muera.

Mazirian se frotó la mandíbula.

—¿Llevaba con ella conjuros?

—No lo sé. Pero necesitará una fuerte magia para escapar al demonio Thrang.

—¿Tienes algo más que decirme?

—No.

—Entonces puedes morir. —Y Mazirian hizo que la criatura girara a mayor y mayor velocidad, cada vez más rápido hasta que solamente fue una mancha imprecisa. Se oyó un gemido estrangulado, y finalmente el cuerpo del deodand se desmembró. La cabeza salió disparada como una bala claro abajo; brazos, piernas, vísceras, partieron en todas direcciones.

Mazirian siguió su camino. Al final del claro el sendero descendía en una empinada cuesta cruzando una veta de serpentina verde oscuro hasta el río Derna. El sol se había puesto, y las sombras estaban llenando el valle. Mazirian alcanzó la orilla del río y avanzó siguiendo la corriente hacia un lejano reflejo conocido como Sanra Water, el Lago de los Sueños.

Un horrible olor llenó el aire, un hedor a putrescencia y suciedad. Mazirian siguió avanzando más cautelosamente, porque la guarida de Thrang el oso devoracadáveres estaba cerca, y en el aire flotaba una sensación de magia… una fuerte y brutal brujería que sus conjuros, mucho más sutiles, no podían contener.

Le llegó el sonido de voces, los tonos guturales de Thrang junto con jadeantes gritos de terror. Mazirian dio la vuelta a un estribo rocoso e inspeccionó el origen de los sonidos.

La guarida de Thrang era un nicho en la roca, donde un fétido montón de hierba y pieles le servía de camastro. Había construido un tosco corral para mantener encerradas a tres mujeres, que mostraban multitud de arañazos en sus cuerpos y los efectos de mucho horror en sus rostros. Thrang las había tomado de la tribu que vivía en barcazas a lo largo de la orilla del lago. Ahora estaban mirando mientras el monstruo forcejeaba para dominar a la mujer que acababa de capturar. Su redondo rostro humano, de color gris, estaba contorsionado mientras intentaba desgarrar las ropas de la mujer con sus manos humanas. Pero ella conseguía mantenerse lejos del gran cuerpo sudoroso con una sorprendente destreza. Mazirian entrecerró los ojos. ¡Magia, magia!

De modo que se mantuvo inmóvil, observando, meditando en la forma de destruir a Thrang sin causarle daño a la mujer. Pero ella lo vio por encina del hombro de Thrang.

—¡Mira! —jadeó—. ¡Mazirian ha venido a matarte!

Thrang se volvió en redondo. Vio a Mazirian y cargó contra él a cuatro patas, lanzando rugidos de loca pasión. Mazirian se preguntó más tarde si el devoracadáveres habría lanzado alguna especie de conjuro, porque una extraña parálisis se apoderó de su cerebro. Quizá el conjuro residiera en la visión del rostro gris blanquecino de Thrang contorsionado por la rabia, de sus enormes brazos lanzados hacia delante para agarrar.

Mazirian se desprendió del conjuro, si eso era, y lanzó uno propio, y todo el valle se vio iluminado por zigzagueantes dardos de fuego, cayendo de todas direcciones para hendir el desmañado cuerpo de Thrang en un centenar de lugares. Se trataba del Excelente Spray Prismático…, cortantes líneas multicolores. Thrang estaba muerto casi al instante, con borbotones de sangre púrpura manando de incontables agujeros allá donde la lluvia radiante lo había atravesado.

Pero Mazirian le prestó poca atención. La muchacha había huido. Vio su blanca figura correr a lo lago del río hacia el lago, y reanudó la persecución, sin preocuparse de los desgarradores lamentos de las tres mujeres encerradas en el corral.

Ahora el lago se extendía ante él, una gran lámina de agua cuya otra orilla apenas era visible. Mazirian descendió hasta la arenosa orilla y se detuvo escrutando la oscura superficie de Sanra Water, el Lago de los Sueños. Una profunda noche, con apenas un asomo del ocaso en el horizonte, se había apoderado del cielo, y las estrellas empezaban a brillar en la lisa superficie. El agua era fría y quieta, sin mareas, como todas las aguas de la Tierra desde que la Luna había abandonado el cielo.

¿Dónde estaba la mujer? Allí, una pálida forma blanca, inmóvil en las sombras, al otro lado del río. Mazirian se irguió en la orilla, alto y dominante, con una ligera brisa agitando su capa en torno a sus piernas.

—Hey, muchacha —llamó—. Soy yo, Mazirian, el que te salvó de Thrang. Acércate para que pueda hablarte.

—A esta distancia te oigo perfectamente, Mago —respondió ella—. Cuanto más me acerque, más aprisa tendré que huir.

—¿Por qué huyes? Regresa conmigo y serás la dueña de muchos secretos y tendrás mucho poder. Ella se echó a reír.

—Si desease todo eso, Mazirian, ¿hubiera huido tan lejos?

—¿Quién eres, pues, que no deseas los secretos de la magia?

—Para ti, Mazirian, no tengo nombre, a menos que me maldigas. Ahora me iré allá donde tú no puedas ir. —Echó a correr hacia la orilla, se metió lentamente en el agua hasta que ésta rodeó su cintura, luego se hundió hasta desaparecer de su vista. Ya no estaba.

Mazirian dudó, indeciso. No era bueno usar tantos conjuros y desprenderse así de tanto poder. ¿Qué podía existir debajo del lago? La sensación de una tranquila magia flotaba por el lugar, y aunque él no era enemigo del Señor del Lago, otros seres podían resentirse de una violación de sus dominios. Sin embargo, cuando la figura de la muchacha no volvió a romper la superficie, pronunció el Encantamiento del Alimento Constante y entró en las frías aguas.

Se sumergió profundamente en el Lago de los Sueños, y mientras permanecía en el fondo, con los pulmones respirando normalmente gracias al encantamiento, se maravilló ante el lugar encantado al que había llegado. En vez de oscuridad, una luz verdosa resplandecía por todas partes, y el agua apenas era menos clara que el aire. Las plantas ondulaban a la corriente, y con ellas se movían las flores del lago, salpicadas de rojo, azul y amarillo. Entre ellas se movían, entrando y saliendo, bancos de peces de muchas formas y grandes ojos.

El fondo descendía en peldaños rocosos hasta una amplia llanura donde árboles subacuáticos flotaban sujetos por esbeltos tallos en elaboradas frondas de frutos acuáticos color púrpura, de forma ininterrumpida hasta que la sumergida distancia lo velaba todo. Vio a la mujer, ahora una blanca ninfa de agua, con su pelo flotando como una oscura niebla. Medio nadaba, medio corría a través del arenoso suelo del mundo acuático, mirando ocasionalmente hacia atrás por encima del hombro. Mazirian fue tras ella, con su capa agitándose detrás.

Avanzó hacia ella, exultante. Tenía que castigarla por haberlo llevado hasta tan lejos… Las antiguas escaleras de piedra debajo de su sala de trabajo conducían hasta muy profundo y finalmente se abrían a estancias que se iban haciendo más y más grandes a medida que uno bajaba más y más. Mazirian había hallado una oxidada jaula en una de esas estancias. Una semana o dos encerrada en la oscuridad doblegaría su obstinación. Y una vez había disminuido el tamaño de una mujer hasta hacerla tan pequeña como su pulgar y la había encerrado en una botella de cristal junto con dos zumbantes moscas…

Un templo blanco en ruinas se destacó entre el verdor. Había muchas columnas, algunas caídas, otras sosteniendo aún el frontón. La mujer penetró en el gran pórtico bajo la sombra del arquitrabe. Quizá intentaba eludirle; tenía que seguirla de cerca. El blanco cuerpo resplandeció en el extremo más alejado de la nave, ahora nadando por encima de la tribuna y penetrando en una abertura semicircular detrás.

Mazirian la siguió tan rápido como fue capaz, medio nadando, medio caminando a través de la solemne penumbra. Miró hacia la oscuridad. Pequeñas columnas sostenían precariamente un domo del que había caído la piedra angular. Se sintió invadido por un miedo repentino, luego por una completa seguridad, cuando vio el destello de movimiento arriba. Las columnas cedieron por todos lados, y una avalancha de bloques de mármol cayó sobre su cabeza. Retrocedió frenéticamente.

La conmoción cesó, el polvo blanco del antiguo mortero fue arrastrado lejos. En la tribuna del templo principal la mujer permanecía arrodillada sobre sus esbeltas piernas, mirando hacia abajo para ver si había conseguido matar a Mazirian.

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